Capítulo 19

Noruega.

Storen.

Storen, como todos los pueblos de montaña noruegos, estaba sobre un valle verde rodeado de inmensos y exuberantes árboles. Los ríos Gaula y Sokna confluían en el mismo pueblo.

También en aquel lugar los humanos brillaban por su ausencia.

Aquella villa desahuciada y rodeada de desidia mantenía su encanto bucólico. Las casitas estilo cabañas familiares, de madera oscura y techos grisáceos de piedra, conferían un paisaje campestre que también evocaba a la relajación.

Sin embargo, la iglesia central del pueblo y las lápidas grises que la rodeaban no decían que aquel fuera un lugar de sueños.

No. Storen, en ese momento, era un punto inerte y desabrigado de vida humana, apto para fantasmas y para historias tétricas y tenebrosas.

En ese paraje, los guerreros habían decidido detenerse en el hotel que llevaba el nombre del mismo pueblo.

Las parejas debían curar sus heridas y se retiraron a la intimidad de las habitaciones.

Nanna entró con Noah en un compartimento aparte. Ninguno de los dos quería hablar demasiado. La fuerte discusión que habían mantenido en el monte de Rauma todavía coleaba. No estaban de humor.

Decidieron quedarse en la parte interior del hotel, donde no hubiera una cama que les permitiera pensar en otras cosas más instintivas entre ellos. El deseo, como la rabia, eran emociones que fluían con total libertad entre valkyrias y berserkers.

Y ni uno ni otro querían arreglar sus diferencias con un revolcón.

Así que Noah tomó a Nanna de la muñeca y la sentó en el sofá acolchado de piel marrón. La moqueta del suelo era roja. A su lado había una chimenea que ella no tardó en encender con uno de sus rayos. Tras ellos, un ventanal dejaba entrar la luz de la oscura noche blanca de Noruega.

Por suerte, la nieve no había calado en sus ropas; al menos, para eso estaban preparados, mucho más que para relacionarse entre ellos. Aun así, tenían múltiples heridas por todo su cuerpo que debían curar.

Noah se puso las manos en la cintura y la miró fijamente a la cara. No necesitaba pensar qué decirle. Sabía perfectamente que Nanna no se podía quedar con él.

—¿Qué puedo hacer contigo? —preguntó, intranquilo.

Nanna alzó la cabeza y apretó los labios, frustrada.

—¿Por qué no entiendes que no tienes que hacer nada conmigo? Esto es algo que nos concierne a los dos. Nerthus nos dio de beber a Gibo, ¿recuerdas? Gibo es la runa de la unión. ¿Por qué crees que nos la dio? ¿Para que ahora tú adoptes el papel de protector y me envíes a casa a hacer los deberes?

Noah negó con la cabeza y se acuclilló frente a ella, entre sus piernas. Apoyó los codos en las rodillas de ella y suspiró.

—Nanna. Tengo la sensación de que mi sueño es real. Más real de lo que yo me siento.

—He estado en ese sueño, ¿recuerdas?

—Lo sé. Y creo que sabes que es verdad. Podía soportar ver mi muerte, aunque me volviera loco. Pero no ver la tuya, ¿comprendes?

Nanna miró hacia otro lado, porque no soportaba aguantarle la mirada amarilla al guerrero. Era tan descarnada que le llegaba al corazón.

—Noah, ¿por qué tienes tanto miedo por mí? No hace ni tres días que tú y yo nos hemos empezado a vincular… Soy una guerrera.

Él no sabía darle una explicación coherente: lo cierto era que sentía que amaba a Nanna más que a sí mismo, y no se conocían mucho como para ello. Pero así era.

—Las relaciones sobrenaturales están marcadas por emociones que no tienen explicación. —Se encogió de hombros y se quejó un poco al hacerlo—. Como berserker, saber que mi pareja está en peligro me saca de mis casillas. Es muy difícil dar con tu kone… No es cuestión de arriesgar su existencia en una aventura que se supone que es solo mía.

—Adam y Ruth luchan juntos. El noaiti acepta a su pareja —apuntó, lastimera.

¿Por qué le dolía tanto que él no la quisiera a su lado en su aventura personal? ¿Acaso pensaba que no estaba preparada? Que llevara mal el dolor (ahora menos) y que nunca se involucrara en guerras no quería decir que no supiera luchar ni estar a la altura de las circunstancias.

—Ruth es la Cazadora de Almas. Su papel es fundamental en el Midgard. Si Adam no la quisiera a su lado, yo mismo la sacaría a rastras para que luchara en el mío.

Nanna le escuchó. Aquello fue como un pinchazo, como si aquella declaración fuera un puñal directo a su honor como guerrera.

—Claro, ya entiendo —repuso, herida—. Por esa regla de tres, Aileen lucha porque es una híbrida muy fuerte. Daanna porque es la Elegida y hace bilocaciones; Gúnnr porque es la hija de Thor. —Cada vez alzaba más la voz, ofendida por lo que Noah estaba sugiriendo.

—Nanna, no quiero decir eso…

—Róta porque tiene el don de la psicometría y es útil para todos; Miz porque es inteligente y un cerebro andante… ¡¿Y yo?! —gritó—. ¡¿Yo qué soy?! ¡¿No soy nada?! —Se levantó, enfadada, con ganas de irse de allí—. ¡Tengo el Brisingir! —Se abrió el chaleco y le enseñó su precioso collar, tan valioso—. ¡Esto nos ha salvado!

—¡Por supuesto que eres importante y valiosa! ¡Y eres mía! —dijo Noah sin moverse ni un centímetro de su posición. No la dejaría salir hasta hacerle entender que era lo más bonito que tenía en su vida—. ¡¿Tan difícil es que entiendas que necesito que vivas?! ¡No quiero perderte! ¡Ahora no! ¡Si sigues conmigo, morirás!

—¡Pero tú no controlas eso! ¡Nadie lo hace! ¡La gente vive o muere cuando tiene algo por lo que luchar! Y yo… —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Quiero luchar contigo. Por ti. ¿Por qué me excluyes de eso?

—Porque yo no valgo lo que tú crees —se sinceró—. Y si ahora valgo algo, si ahora algo me importa, es por estar contigo. No voy a permitir que te arriesgues a morir por mí. Nunca.

Nanna negó con la cabeza. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. ¿Cómo unas palabras podían ser tan hermosas y tan dañinas a la vez? No tenía en cuenta sus necesidades. Ponía por delante el miedo que sentía de perderla.

No era justo. Era precioso, sí. Pero no era justo.

—Dime que lo entiendes. —Noah la levantó, la tomó por la cintura y pegó sus labios a su sien—. No llores, por favor.

Nanna se relamió los labios. No lo entendía, pero asintió para que él se quedara tranquilo.

—¿Te irás con ellos? Te lo suplico. Sé que estarás segura y a salvo, porque llevas el Brisingir en tu cuello. Eso te protegerá. En mi visión, ya no lo llevas. Si sigues conmigo, tal vez lo pierdas… Freyja no querría eso, ¿no lo entiendes?

Ella volvió a asentir, haciéndose la dócil y la niña, cuando lo que en realidad quería era demostrarle de qué pasta de mujer estaba hecha. Todo a su debido tiempo.

—Buena chica. —Noah la abrazó y la ocultó entre sus brazos, contra su pecho. Respirando más tranquilo y queriéndola más por ayudarlo a calmar su angustia.

Nanna se dejó mimar.

Él le abrió el chaleco, tratándola con ternura. Se lo quitó y se lo dejó caer por los hombros. Le pasó los dedos por el rostro. Se iluminaron. La helbredelse cerró las magulladuras de la hermosa cara de Nanna.

A Noah, toda ella lo dejaba compungido. Tenía ganas de comérsela y de hacerle el amor con toda la pasión que sentía, pero, al mismo tiempo, tenía miedo de ser demasiado brusco y salvaje.

Y su lado animal rugía por estar en el lecho con su kone.

Después le lamió su marca del cuello y la valkyria se estremeció.

Noah sonrió. Era tan deliciosa y sensible.

Le descubrió los pechos, después de quitarle aquel sensual corsé interior de valkyria. Sanó los cortes tenía por los hombros y por los brazos. Luego la cogió en brazos y se sentó en el sofá, con ella encima, abierta de piernas en pleno contacto de sexo con sexo.

—¿Por qué ya no tienes ni un corte? —preguntó ella pasándole las manos por la cara y el cuello.

—Cicatrizo rápido —contestó él sin darle importancia.

Nanna le quitó la chaqueta. Le sacó el polar ajustado que llevaba agujereado a la altura del pecho. La piel estaba lisa, como si jamás hubiese sido atravesada por las garras de Hummus.

—Tú cicatrizas más rápido de lo normal.

—Es ahora. Desde que estoy contigo —aseguró Noah, cubriéndole los pechos desnudos con las manos—. Antes no cicatrizaba tan rápido.

—Ya veo… —le tocó los pezones, duros y oscurecidos. Se inclinó hacia uno de ellos y lo lamió—. ¿Yo te hago más fuerte?

Noah se tensó y gimió.

—Eso parece.

—¿Estás sensible ahí?

—Estoy sensible donde sea que me toques. —Noah se dejó hacer.

La valkyria tenía ganas de experimentar. Y él no iba a ser tan tonto de no permitírselo.

Nanna sonrió y succionó sus pezones.

—Joder.

Noah se dio prisa en bajarle los pantalones y quitarle los descansos. Cuando estuvo desnuda sobre sus piernas, volvió a relajarse, encantado con los mimos y las atenciones de la joven.

Nanna tomó la cabeza de Noah y la guio a sus pechos. Quería que él le hiciese lo mismo.

Noah abrió la boca y recibió sus duros guijarros en su lengua. Los tomó entre los dientes y succionó como si pensara que de ellos pudiera obtener leche. Hacía lo mismo una y otra vez. Y otra vez.

Ella tenía los ojos cerrados. El pelo largo y trenzado caía a través de su espalda, marcada con aquellas espectaculares alas tribales, aquéllas que decían a gritos que era una mujer fuerte hecha para luchar, aunque Freyja no hubiera apostado por ella.

Con collar o sin él, Nanna era una valkyria, aunque Noah no quisiera ver, debido a su alto sentido de la protección, que era la pareja más fuerte que pudiera tener.

Su compañera perfecta.

—Hazme el amor, Noah —le susurró al oído; sus dedos se entrelazaron con su pelo rubio como el sol.

Los ojos del berserker se tiñeron de rojo pasión. Su pecho ronroneó y después no tardó en liberarse de los pantalones y en mostrarse en todo su esplendor.

Tomó a Nanna por las nalgas y la sentó sobre su erección, dejándola caer lentamente hasta que ella fue empalándose poco a poco.

La valkyria se sorprendía de lo bien que encajaba en ese hombre, a pesar de ser tan grande, tan diferente de ella. Y aunque, no cupiese bien, él haría todo por meterse entero, porque era como le gustaba. Nada de a medias. La poseía por completo.

Noah le hizo el amor marcando sus pechos con sus colmillos, sosteniéndola por el trasero dejando las huellas de sus dedos en él.

Nanna se dejó caer hacia delante y se aguantó al respaldo del sofá, juntando frente con frente.

Adoraba a Noah.

Le encantaba descubrirlo poco a poco.

Pero odiaba esa parte de él que se preocupaba demasiado por los demás y que no dejaba que hicieran lo que tenían que hacer.

Y, aun así, sentía que lo quería más por eso. Pero debía aprender que no siempre las cosas salían como él esperaba. Las personas que le rodeaban le querían y estaban ahí para ayudarle. No podía encerrarlas y esperar que no les sucediera nada mientras él se rompía la cara por los demás.

Ni hablar.

Nanna meció las caderas al compás del berserker, asumiendo parte del control.

—Más despacio, preciosa… —pidió Noah apoyando la cabeza en el respaldo del sofá, mirándola a través de sus pestañas rubias y sus ojos rojos.

—No. No quiero —protestó Nanna.

Lo exprimió, lo demolió, dejándolos agotados a los dos.

Y en el momento en el que se corrió, primero ella y después él, a los dos se les desplegaron las alas, que iluminaron el salón de rojo y dorado.

La confusión y la belleza embargaron a Noah. Se quedó aturdido, pero sin perderse ni un detalle de esas alas espectaculares y amenazantes de su valkyria.

Jamás había visto nada tan hermoso.

Nanna era bella, tierna, desafiante y… provocadora, como lo podría ser una mujer de los infiernos, con ojos y alas rojas y unos colmillitos hechos para perforar y señalar su territorio.

Ella sonrió con dulzura al ver las alas de él.

Doradas.

¿Cómo no? Alguien tan especial como ese guerrero debía tener unas alas distintas, bañadas en oro.

Noah se levantó con Nanna en brazos, asombrado al sentir sus alas desplegadas en la espalda.

—Vaya… —dijo Nanna pasando los dedos por su extensiones luminosas—. Mira, un perro volador.

Noah se echó a reír y estudió sus nuevos complementos. Los movió arriba y abajo, hacia un lado y hacia el otro, volando con Nanna por la habitación. Ella no paraba de reír al comprobar el poco control de Noah.

—Tienes que dejar de tocar con los pies en el suelo. Permite que las alas te sostengan…

Noah se detuvo, iluminado por la dicha de saber que podría volar.

Nanna inclinó la cabeza a un lado.

—¿Te gustan? —le acarició la barbilla. La risa lo hacía más joven, mucho más aniñado.

Noah negó con la cabeza.

—Me gustas tú.

Se besaron otra vez, decididos a entregarse el uno al otro de nuevo, hasta que alguien los interrumpió.

Gúnnr abrió la puerta como un vendaval, con los ojos tapados por su mano izquierda.

—¡Os juro que no veo nada, pero tenéis que bajar a ver esto!

Noah cubría la desnudez de Nanna con sus alas. Parecía que la valkyria se resguardaba en una manta eléctrica de color oro.

—¿De qué se trata? —preguntó el berserker.

—Creo que lo tenéis que ver. Son enviados de Nerthus; dicen que vienen a proteger a la portadora del Brisingir y al berserker marcado por la Daeg. Supongo que sois vosotros, ¿no?

Noah y Nanna se miraron el uno al otro, estupefactos.

—¡Bajad ya! ¡Es un espectáculo! —clamó Gúnnr, que se dio media vuelta y cerró la puerta a sus espaldas.

Noah le dio un último beso a Nanna, y ambos corrieron a vestirse de nuevo y conocer a esos extraños que decían ser sus protectores.

Que Nerthus saliera de la cueva en la que estaba encerrada en el Midgard había comportado varios cambios. Los mundos mágicos de la Tierra, aquéllos con los que ella conectaba y se comunicaba, se habían abierto respondiendo a su llamado.

La diosa de la Tierra, la madre de los elementales, acababa de convocar a sus ejércitos y los animaba a salir uno tras otros. La guerra era inminente.

Como consecuencia, en las afueras del hotel, cubriendo la amplia llanura y el aparcamiento, en el que no había ni un solo coche, para sorpresa de todos, estaba un clan del reino de Nerthus.

Lo llamaban el pueblo de las Huldre.

Los humanos tenían mil leyendas sobre ellos, en especial los escandinavos. Al inicio de los tiempos, cuando los mundos y los reinos mágicos todavía no se habían cerrado y los mortales creían en los mitos porque los habían visto de verdad, los seres como los elfos, las hadas, los duendes, las brujas, etc…, tenían cabida en el Midgard y ayudaban a los terrestres en sus quehaceres.

Pero cuando Loki descendió y oscureció las mentes de los hombres y las mujeres, seres como el reino de las Huldre, considerados guías humanitarios e inspiradores de la creatividad, independientes de las jerarquías divinas, fueron perseguidos y acechados, hasta que no tuvieron más remedio que acudir al abrigo de Nerthus, aunque eso supusiera esconderse durante toda la eternidad, deber favores a la diosa madre y desaparecer para preservar su vida, convirtiéndose en seres neutrales que no estaban ni de parte de unos ni de otros.

Nanna, al igual que todas las valkyrias, conocían su historia, pero nunca los había visto, puesto que en el Midgard, ocultos como estaban, eran invisibles para todos. Y los huldres no existían en el Asgard, pues habían nacido en el Midgard.

Eran elfos terrenales, muy diferentes a los del Asgard, y también a los elfos oscuros del Jotunheim. Tenían la tez terrosa, algunas cubiertas de musgo y ramas, al más puro estilo de los faunos. Sus ojos eran absolutamente negros y sus facciones se afilaban, al igual que los extremos de sus orejas, puntiagudas y largas, que sobresalían de sus melenas rojas y lisas. Vestían de verde, con cinturones dorados y anchos, y esclavas del mismo color.

Nanna se hizo hueco entre Ardan y Gabriel, que no se movían de donde estaban, flanqueando la puerta del hotel.

Nunca había visto a los huldres, así que se acercó a ellos con la curiosidad de una niña.

Cuando la vieron aparecer con el collar de perlas y con Noah tras ella (no la dejaba sola ni a sol ni a sombra), bajaron la cabeza en señal de respeto e hincaron una rodilla en el suelo.

Til din disposisjon. [A vuestra disposición].

Mange takk —contestaron los dos a la vez.

El que parecía el líder de aquel escuadrón se levantó antes que el resto y miró a Nanna de arriba abajo, para después fijar sus ojos negros y misteriosos como la noche en Noah.

Daeg —susurró.

Sí. Noah se estaba acostumbrando a ser reconocido por esa runa, aunque no sabía cuál era su origen.

El huldre leyó las inscripciones en futhark en la cara del berserker.

—Estás marcado por tu destino —dijo con voz serena y uniforme.

Las valkyrias quedaron rendidas al tono de aquel elfo, que sonrió.

—Primero las agonías y ahora vosotros —repuso Noah—. ¿Qué hacéis aquí?

El tipo asintió con la cabeza y su pelo liso se movió hacia delante y hacia atrás.

—No somos los únicos seres que estamos saliendo a la luz. Nerthus ha convocado a todos los seres mágicos del Midgard, ocultos durante tanto tiempo para que Loki no acabara con ellos. En realidad, estábamos al margen de los conflictos entre Odín y el Timador. Llegamos aquí por la propia naturaleza. Los elementos nos crearon y no somos seguidores de nadie. Pero Loki nos persiguió y nos cazó, porque no quería que el ser humano tuviera influencias místicas de ningún tipo. No quería que nada ni nadie vertiera luz sobre ellos —lamentó, mirando a todos sus guerreros—. Tuvimos que ocultarnos para mantenernos con vida. Y para ello pedimos protección a la diosa Nerthus, la madre de Freyja. Estamos en deuda con ella —aseguró llevándose el puño al corazón—. Además, ahora tenemos un enemigo en común.

—Loki —apuntó Noah.

—Sí. Loki. Seremos los protectores del Brisingir y del Daeg en vuestra travesía. Nerthus nos aseguró que tu viaje —miró a Noah— es más importante que cualquier frente que se abra en este territorio.

Nanna frotó nerviosamente las perlas de su collar. «Sí. Y en ese viaje, él no me quiere».

—Es un honor que nos acompañéis —contestó Noah—. ¿Cuál es tu nombre?

—Kherion.

Noah le ofreció la mano, pero él negó con la cabeza.

—No podemos tocar la Daeg —contestó—. De hecho, no podemos dejar que nadie lo haga. Eres sagrado.

—Eso no irá por mí —dijo Nanna en contra.

—No, valkyria —se excusó con educación—. Nos referimos a los adoradores de Loki. No dejaremos que se acerquen a vosotros.

—Me gusta —dijo Nanna.

—¿Cuándo proseguís el viaje? —preguntó Kherion—. Debéis daros prisa, pues el mal acecha bajo la Tierra. Lo sentimos. —Juró entrecerrando los ojos—. Loki despierta de su letargo. Quiere salir.

Los guerreros fruncieron los ceños y sus rostros reflejaron una total determinación, parecían completamente alerta.

—Partiremos lo antes posible. Dentro de un par de horas —dijo Noah con convicción—. Yo me quedaré aquí y ellos…

—Partimos hacia Escocia —contestó Ardan—. Hay guerreros perdidos. Y queremos recuperarlos.

Bryn miró hacia el suelo. No sabían nada de Steven. La Generala sabía que Ardan se preocupaba por él y quería encontrarlo. Era como su hermano y no aceptaba su desaparición.

Ella no conocía demasiado a Steven, pero lo poco que sabía de él, le gustaba. Era íntegro y responsable. Un guerrero adulto en su pleno esplendor.

Además, si su intuición no le fallaba, la preciosa vaniria con ojos de anciana, una de las niñas perdidas recatas por Daanna McKenna, tampoco había regresado a Wester Ross. Y ni ella ni nadie se había perdido el olor de la vinculación que había desprendido Steven al verla entrar en sus condominios.

Fuera adónde fuese, Bryn no tenía duda de que estaban juntos. Vivos o muertos, pero juntos.

—Esa tierra está hundiéndose —certificó Kherion.

—Es cierto —repuso Ardan con voz firme; un músculo palpitaba en su barbilla—. Pero mientras haya guerreros que sigan con vida entre sus grietas, no les abandonaré. Es mi clan.

Noah admiró a Ardan por su fidelidad. Al igual que Gabriel, que sonrió con orgullo al escuchar sus palabras.

—¿Gúnnr está preparada? —Noah miró hacia Gabriel y la valkyria—. Ella tiene que abrir el portal.

Los dos asintieron, uno apoyado en la otra.

—No quiero importunaros, antes de hacer vuestro viaje, pero… mi pueblo está falto de energía vital —señaló Kherion, avergonzado y con tristeza—. Os pedimos permiso para dejar que nos repongamos en ésta… —miró al hotel, sin encontrar la palabra adecuada— fortaleza.

—¿Reponeros? —preguntó Róta, que parecía babear al escuchar hablar a Kherion—. ¿Cómo?

Los huldres obtenían su energía y su poder de la alegría. Eran seres que cantaban a la vida; eran los adoradores de la música, los bailes y la desinhibición.

Cuando esos seres mágicos, híbridos entre elfos y faunos, les pidieron usar sus instalaciones, ninguno de los ocho guerreros se imaginó que lo que necesitaban era montar una fiesta.

Y no una fiesta cualquiera. No.

Los huldres, hombres y mujeres, cantaban y bailaban como si estuvieran poseídos.

Y bebían. Bebían akvavit, un licor noruego que, según contaban, se lo habían robado los humanos a Úras, el huldre que controlaba las esencias de los elementales de las plantas.

El pub del hotel tenía botellas de akvavit para dar y regalar, porque se había convertido en la bebida noruega por excelencia. Los humanos lo habían guardado en botellas de cristal y lo habían llamado linie.

Al parecer, esa clase de elfos necesitaba absorber las esencias de los granos del paraíso, la alcaravea, el comino, el eneldo, el cilantro y el hinojo para reponerse energéticamente más rápidamente, pues decían que la base de esa bebida, cuyo nombre significaba «el agua de la vida», era las esencias básicas de esas plantas.

Habían encendido la cadena musical del pub y bailaban en el exterior del jardín nevado. A su alrededor habían preparado hogueras con combustible y troncos de la despensa del hotel. Las valkyrias las habían prendido con sus rayos.

Daban círculos sobre sí mismos. Gritaban y tarareaban las canciones que se aprendían en décimas de segundo, como si ya supieran sus letras.

—Kherion —repuso Ardan hablándole al elfo que no dejaba de beber y moverse al ritmo de la música—. ¿No estáis haciendo demasiado ruido?

—Estáis protegidos —contestó, serio, como si no tuviera una botella de linie en la mano—. Los huldres estamos acostumbrados a crear rituales de música y a que el ser humano no nos oiga. Hemos limpiado este lugar. Ningún jotun nos puede ver. —Miró a su gente, que se reponía del duro letargo bajo tierra. Sus pieles iban adquiriendo un nuevo color, sus ojos, negros por la oscuridad, se aclaraban poco a poco, dejando que se viera en ellos un tono esmeralda, como de hierba acristalada. El color de la esperanza—. Dame tu copa —le pidió.

Ardan miró su vaso de cristal azul, y que estaba vacío. Esa bebida estaba bastante bien, pero nada que ver con el buen whisky escocés.

—Bebe para nosotros, einherjar. Vuestra energía nos ayuda a mejorarnos con más rapidez.

—No necesito estar más mareado —aseguró—. Además, en breve, haremos un viajecito un tanto tormentoso con la hija de Thor. Quiero tener la cabeza bien.

—No te preocupes por eso. Te ayudaremos a sanar —explicó Kherion.

—¿Hacéis desaparecer la resaca? —preguntó Ardan, atónito, llamando a Gabriel con la mano. Tenía que escuchar eso.

—Sí. Pero, a cambio, necesito que vosotros bailéis. Sois seres sobrenaturales. Tenéis mucha energía y nos va bien recibirla. Ayudadnos y nosotros os ayudaremos después.

Gabriel, que había escuchado toda la conversación sentado en el capó de una camioneta negra abandonada en la entrada del hotel, arqueó sus cejas rubias y sonrió a Ardan.

—¿Qué te parece, Engel? ¿Montamos una fiesta para despedir al Midgard?

Gabriel dibujó una sonrisa de oreja a oreja y dijo:

—Voy a por Gúnnr.

Ardan vio cómo Gabriel corría y entrelazaba los dedos con Gunny, para llevarla al centro del círculo de los elfos y empezar a bailar con ella.

El highlander buscó a Bryn con su mirada de kohl; cuando la localizó, la sedujo con una sonrisa de niño malo.

La Generala, que hablaba con Róta y Nanna, se excitó en cuanto vio cómo él caminaba hacia ella, con esa seguridad y esa autoridad que hacía el más líder de todos los líderes fuera un enano a su lado.

Ardan se plantó ante ella y le ofreció su mano boca arriba.

—Ponme caliente como una moto, valkyria —le ordenó. Su piercing refulgió iluminado por el fuego de las hogueras.

Bryn se mordió el labio inferior. Envuelta, en su traje de Generala jefa evolucionada, como un digimon, posó su mano sobre la de él.

—¿Podemos?

—Podemos.

—Vamos, dalriadano.

Nanna tenía muy claro lo que tenía que hacer.

Había hablado con sus hermanas y esperaba el momento correcto para ejecutar su nuevo movimiento.

Pero tenía que buscar la oportunidad, fabricársela de la nada.

Y eso haría.

Ardan y Bryn, y Gaby y Gunny bailaban en el centro de los huldres, que parecían extasiados al recibir tanta pasión y belleza por su parte.

Los elfos, todos, eran tan hedonistas como los dioses. Se alimentaban de la divinidad y la magnificencia del reino humano, divino y terrenal. ¿Y qué eran dos valkyrias y dos einherjars, sino una creación hermosa y gloriosa de los dioses?

Jamás había visto a Ardan y a Bryn bailando de aquel modo.

Él bebía y le daba de beber a ella, mientras meneaban las caderas y se rozaban. Uno contra otro, de cara, de frente, de espaldas, prodigándose besos y arrumacos que nunca se daban en público.

¿Y Gabriel y Gunny?

Otro espectáculo más de la naturaleza. Su lindísima nonne provocaba al príncipe de los einherjars, y él se volvía loco.

Miya se aproximó a Róta por la espalda. Estaba hablando con Nanna y con su botella de licor.

—Deja el aktivit un ratito, anda. —Nanna intentó robarle la botella a Róta, que la miró con cara de pocos amigos mientras sonreía malévolamente a Miya. Le dio un beso húmedo y muy guarro en los labios.

El samurái gruñó, agradecido.

—¿Qué quieres, vanirio?

—Baila conmigo —le ordenó—. Hay que ayudar a los elfos a que se repongan. Y, al parecer, los dioses nos permiten disfrutar de un baile antes de la guerra final. Quiero que bailes conmigo.

Róta dio un sorbo a su botella y se la ofreció a Miya.

—No, gracias. —El samurái señaló la botella de sake que había dejado vacía sobre el macetero de la entrada.

—¿Tú has hecho eso?

Él asintió, con la mirada fija en su boca y en sus pechos.

—Sí.

—Será divertido ver bailar a un japonés —argumentó mientras se colgaba sobre él y rodeaba su cintura con las piernas—. ¡Por el fin del mundo! —gritó la valkyria levantando el puño.

Todos la escucharon y la vitorearon cuando ambos entraron en el círculo, uniéndose a sus amigos.

Akvavit, portadora del Brisingir.

Nanna se dio la vuelta y se encontró con Noah.

Sus ojos brillaban con la luz de la certeza y de la anticipación. Ni siquiera tenía que pedirle que bailara con ella. Ya tenía un sí incluso antes de la fiesta.

Él la tomó por la cintura y la pegó a su cuerpo.

—¿Y qué he dicho? —preguntó ella.

—Has dicho aktivit.

—Bueno, parece lo mismo… —dijo encogiéndose de hombros.

Las notas de Burn, de Ellie Goulding, inundó la calle y el jardín en la que los huldres y los guerreros bailaban para coger energías y dar el último empujón a una guerra declarada.

Nanna los miró con una sonrisa de anhelo en los labios, pero Noah solo la miraba a ella. Solo tenía ojos para ella.

Nanna se dio cuenta y lo miró de reojo.

We, we don’t have to worry about nothing. Cause we got the fire, and we’re burning one hell of a something. They, they gonna see us from outer space, outer space. Light it up, like we’re the stars of the human race, human race.

[No tenemos que preocuparnos por nada. Porque poseemos el fuego, y ardemos en una especie de Infierno. Ellos nos verán desde el espacio exterior. Iluminémonos, como si fuéramos las estrellas de la raza humana].

—No somos las estrellas de la raza humana —le dijo Noah, acariciándola con sus ojos—. Pero tú sí que eres la mía.

Nanna sintió que se deshacía.

Acorde a lo que decía la canción, Noah entrelazó los dedos con Nanna y pegó su frente a la de ella, empezando a mover las caderas y a mecerse al ritmo de la música, los dos a la vez, en sintonía, como si hicieran el amor.

Nanna sintió ganas de llorar. En ese momento, a punto de partir y de que el Midgard cayera en una guerra injusta, se sentía más feliz y completa que nunca.

Sus hermanas estaban con ella. En una fiesta, con sus parejas, tal y como deseaban en el Valhall. Y se reían. Parecían tan felices como ella.

Se apoyó en Noah y se agarró a su pelo, que se había recogido en una cola alta que le marcaba las facciones y le hacía aún más arrebatador si cabía.

Era tan fácil bailar con la persona de la que estabas enamorada. Cuando dos vibraban en la misma sintonía jamás se podía perder el ritmo.

Nanna alzó la botella hacia la boca del berserker y le hizo beber. Noah obedeció sin dejar de mirarla.

When the lights turned down, they don’t know what they heard. Strike the match, play it loud, giving love to the world.

[Cuando las luces se apagaron, ellos no saben lo que escucharon. Prende la mecha, tócalo bien fuerte, dando amor al mundo].

—¿Me echarás de menos? —le preguntó ella.

—Cada minuto que pase sin ti. Ya te echo de menos, min valkyr. Pero es lo mejor. Necesito sentir que estás viva. Y tengo la sensación de que a mi lado la vida se te va. No me lo puedo permitir.

«Oh, Noah. Estás tan equivocado».

No iba a discutir con él ni a hacerle cambiar de opinión, así que sonrió agradecida por su preocupación y dejó que él la alzara y la besara, llevándola en volandas hasta el centro del círculo, para bailar junto a todos, que levantaban los brazos al cielo como si cantaran a los dioses que debían ser jueces del destino de todos.

We got the fire, fire, fire. And we gonna let it burn, burn, burn, burn. We gonna let it burn, burn, burn, burn…

[Tenemos el fuego, fuego, fuego. Y vamos a dejarlo arder, arder, arder. Vamos a dejarlo arder, arder, arder].

Dejarían prender el fuego de sus pasiones y de sus esencias, para ayudar a los huldres a recuperar sus fuerzas.

Lo único que esperaba era que a ninguno de ellos le ardiera demasiado lo que Nanna tenía pensado hacer.