Wolverhampton.
As colgó el teléfono.
Gabriel le había resumido lo que había pasado en Rauma: excelentes noticias para los clanes.
Newscientists había desaparecido de la faz de la Tierra. Ya nadie los perseguiría. No quedaba un solo representante en pie.
Desde Mikhail a Hummus, todos habían muerto. Lo habían logrado luchando juntos, codo con codo. Razas en otros tiempos enemistadas, habían descubierto que si creaban una coalición eran más fuertes.
No obstante, el planeta estaba repleto de huevos de purs y etones a punto de eclosionar. Noruega estaba a rebosar de trolls.
Los habitantes escandinavos cedían a las órdenes de los vampiros y se convertían en uno de ellos. Eso le sucedería a la mayoría de los humanos, pues eran débiles mentalmente.
Los portales de toda la Tierra palpitaban y vibraban, abiertos a aquéllos que intentaran activarlos y usarlos como puente; además, los más poderosos, después de que los portales de todo el Reino Unido se desactivaran a raíz de lo sucedido en Escocia e Irlanda, estaban en los países nórdicos, tal y como le había mostrado Miz. Era como si esa energía hubiera viajado hacia otro agujero de igual vibración.
Y, en vez de escoger los portales de España, o los de Francia, o los de Inglaterra, o los de Asia, África o Estados Unidos, la energía electromagnética de esos lugares se había desplazado hasta los países helados. Y era justo allí donde Noah intentaba descubrir qué era lo que tenía que hacer.
Justo en el lugar en el que el equipo de Bryn y de Gabriel habían ido a luchar.
Las terapias antiesporas sólo habían conseguido matar a los embriones que no se habían desarrollado lo suficiente. Tarde o temprano, todos los huevos ya hechos se abrirían. Entonces todo temblaría, como ya empezaba a hacerlo Inglaterra.
Como ya sucedía en el resto del mundo.
Los vampiros eran más fuertes que antes. Al parecer, como le había informado el Engel, la fórmula creada por Newscientists de Stem Cells había ayudado a los nosferatus a soportar la luz del sol. Si su fórmula recorría todo el mundo, los vampiros saldrían tarde o temprano.
Pero, ahora, eran ejércitos sin líder: Hummus muerto, las sedes destrozadas, Loki desaparecido y perdido como una entidad mental. ¿A quién iban a obedecer? ¿Quién sería el jefe de esa rebelión?
Algo no cuadraba.
Caleb McKenna salió al porche, donde se encontraba As Landin, que, perdido en sus propios pensamientos, intentaba averiguar qué estaba pasando.
Él, como líder vanirio de Dudley y miembro del consejo Wicca, tampoco podía adivinar cuál sería el movimiento de los secuaces de Loki. La orden directa era destruir, por supuesto, pero un ejército sin estratega estaba condenado al fracaso. Y dudaba de que Loki, realmente, hubiera planeado todo aquello tan meticulosamente para nada.
—Esto no ha acabado —sentenció Caleb.
As asintió con la cabeza y miró a la pareja de su nieta. Era un gran compañero con el que podía luchar. As estaba orgulloso de todo lo que había logrado hasta entonces.
Les había costado mantener las diferencias a raya, pero, al final, vanirios y berserkers se habían hecho amigos, pues tenían un objetivo en común.
Un nuevo temblor, ligero e imperceptible para el ser humano, pero sensible para seres tan instintivos como ellos, sacudió el jardín del hogar de As, y toda una ciudad y un país.
—Los sismos son cada vez más potentes —murmuró As.
—Sí. —Los ojos verdes de Caleb inspeccionaron el cielo nublado—. ¿Crees que debemos quedarnos aquí?
As se frotó la barba de tres días.
—Estamos hechos para la guerra —contestó—. Tarde o temprano, este país quedará asolado por la fuerza de los esbirros de Loki. Ellos están ahí. Esperando salir. Aguardan en las tripas de la Tierra, como un virus. Hasta que el planeta ya no los soporte y tenga que abrirse para dejarlos ir. Cuando eso pase, deberemos defendernos como podamos, porque este mundo ya estará perdido.
Caleb pensó en Aileen. Él no estaba ahí para salvar a los humanos. Él, en todo caso, lucharía por defenderla a ella. Y a Daanna. A toda la gente que quería.
—Si Hummus era un semidios y ahora está muerto —dijo Caleb—, si era la mano derecha de Loki porque no podía salir de la cárcel de cristal en la que está metido, ¿qué se supone que sucederá ahora? ¿Dónde está Loki? ¿Qué será de él?
Eso mismo se preguntaba As.
Loki era un timador, un dios maligno y mentiroso que adoraba confundir a los demás. Pero aquello no podía acabar así. No era normal. Un dios con tanta soberbia como el jotun, amaría ser el líder de esa rebelión y de esa destrucción. Se suponía que todo era para conseguir abrir los reinos y que él emergiera de allá donde estaba oculto.
Pero sin aceleradores y sin manos derechas… ¿Qué era lo que iba a pasar?
Por eso María y las sacerdotisas no dejaban de leer las runas: para tener algo que las iluminara en aquel futuro oscuro y confuso.
Aileen y Ruth, por su parte, intentaban poner en contacto a todos los guerreros a través del foro, aunque, tarde o temprano, algunas ciudades, quedaran incomunicadas. El mensaje era claro. Todos debían hacerse fuertes y defender sus clanes. Resistir.
La híbrida salió al porche, con su pelo negro y lacio, con aquellos extraños ojos inteligentes que no se perdían nada. Sostenía una infusión en la mano y una hoja en la otra.
—Aquí tenemos algo —dijo intrigada—. Nos lo han pasado Lorena y Anna desde el RAGNARÖK.
Los dos guerreros se giraron a la vez.
—¿De qué se trata?
La joven se acercó y mostró toda la conversación en los mensajes privados del foro.
—No os lo vais a creer… Alguien nos habla desde los Balcanes. Es un hombre, un guerrero vanirio.
—Déjame ver —dijo Caleb—. Hay que rastrear la IP y asegurarse de que se comunica desde allí.
—Dice que están en el paso de Shipka. En Bulgaria. Y nos piden ayuda para escapar.
—¿Escapar? ¿Cómo se han puesto en contacto?
As y Caleb leyeron los mensajes. Aquel hombre decía que estaban encerrados bajo tierra y que necesitaban que alguien los sacara de ahí. Que los humanos de Newscientists habían abandonado aquel lugar para matarlos a todos, que eran cientos de guerreros y que, en breve, si nadie los ayudaba, morirían.
—La comunicación no es muy buena —explicó Aileen—. La señal es débil y se pierde de vez en cuando.
—En los Balcanes, en el paso de Shipka —repitió Caleb, sobrecogido—. ¿Es el campo de concentración? ¿Ahí los tienen?
—Sí. Están ahí. —Aileen tragó saliva—. Hay que sacarlos de ahí. Son muchos. Morirán si no los ayudamos.
El noaiti se asomó por la puerta. Sus ojos negros estaban repletos de determinación y su gesto era adusto.
—Leder.
—¿Qué? —preguntó As, sorprendido por lo que acababa de saber.
—Necesitamos al druida —dijo con seguridad—. Las runas han hablado.
Asgard.
Valaskjalf.
Desde su trono, Odín observaba el presente de los nueve mundos. A su lado estaba Freyja, sentada, con gesto inquieto, temblorosa. No acababa de creerse lo que estaba viendo.
Había sido una sorpresa mayúscula, inesperada incluso para ellos. Por eso mandó a sus cuervos a que revisaran la tumba de su hijo asesinado: quería asegurarse de que lo que habían visto sus ojos no era verdad.
Hugin y Munin no tardaron nada en regresar con escalofriantes noticias para el dios Aesir.
—Odín —pidió Freyja, pálida, sin dejar de asomarse al abismo que había a los pies del trono dorado y desde el cual se podía ver la actualidad de los reinos—. Explícame ahora mismo cómo es posible que Loki esté a un paso de salir de su cárcel de cristal. Está hechizada, ¿verdad? Si no recuerdo mal, sellaste su cápsula para que jamás pudiera salir. Yo estaba delante.
Y así era.
Loki había sido castigado con el sufrimiento eterno después de ordenar matar a su hijo Balder. Eso fue lo que originó la guerra entre él y el Trickster.
Más tarde, descubrió que Loki lo odiaba por considerar que el ser humano merecía un respeto y que tenía potencial para ser más sabio que cualquiera de los dioses. Aquella razón había sido el principal motivo por el que había decidido matar a su querido y bondadoso hijo. Para darle una lección y demostrarle que nadie, ni siquiera sus hijos, eran tan buenos.
Cuando Balder murió, ningún dios osó a hablar. Él era el Bien. Por eso, cuando él desapareció, la oscuridad y el miedo inundaron el Asgard. Después la völva anunció el Ragnarök. Aquello daba inicio al ocaso de los dioses: comenzaba la madre de todas las guerras.
El Aesir recordaba ese día como si hubiera sido el anterior.
—Sellé su cápsula con un hechizo. Si rompía el hechizo, rompería su cárcel y él sería liberado —explicó, con la mirada perdida y haciendo crujir sus dedos.
Freyja se levantó del trono que había a su lado. Estaba tan tensa que podría romperse en cualquier momento.
—Conjuraste que Loki solo saldría de su cárcel si mataba de nuevo a un hijo tuyo. Y aseguraste que eso no sucedería jamás. ¡Loki saldrá antes de tiempo de ahí! —Señaló la Tierra—. ¡Y todavía no estamos preparados! ¡Explícamelo!
Él afirmó con la cabeza, tomó aire por la nariz y se levantó.
Su capa negra ondeó tras su espalda; su pelo rubio y recogido azotó su hombro con fuerza. Todo se había complicado.
Aquel maldito timador tenía una carta secreta bajo el brazo, una que él no hubiera esperado jamás.
—La tumba de Höðr está vacía —contestó.
Ella osciló las pestañas y después se cubrió la boca con la mano.
—Hiciste matar a Höðr. Él murió. Lo enterramos sin honores. ¡Te acostaste con la maldita giganta solo para concebir a su asesino! ¡¿Cómo es posible que siga vivo?!
Odín parecía tan confuso como ella.
Su leyenda y su historia le perseguirían eternamente.
Todos amaban a Balder.
Tenía muchos hermanos y hermanastros. Sus favoritos eran: Thor, Vidar y Höðr.
Thor era el dios del trueno.
Vidar era el dios de la justicia y la venganza.
Höðr era su confidente y amigo, el dios de la intuición.
Balder era el hijo pequeño de Odín. Respetado. Lleno de luz y de sabiduría. Lleno de bondad. La encarnación del bien en todos los reinos habidos y por haber.
Y Höðr era ciego. Lo querían, pero no tanto como a Balder, que era un dechado de virtudes.
Balder era inmune a todo lo que poblaba los reinos. De él se decía que nada podría acabar con su vida. El dios de la luz era eterno.
Un día, los dioses jugaban a lanzarle cosas a Balder, sabedores de que nada le hacía daño ni nada le podía tocar ni herir. Balder se reía y los provocaba para continuaran con sus juegos.
Pero Loki, que conocía su única debilidad, se escondió tras un árbol y le susurró a su hermano Höðr que lanzara una flecha contra Balder.
Höðr obedeció, pues sabía que a su hermano le protegían todos los elementales y que era inmortal. Así que cargó la flecha que le dio Loki y atravesó el pecho de Balder.
Éste cayó muerto al instante.
El Asgard se sumergió en la locura y la desolación. Si había muerto el dios de la luz, ¿qué sería de ellos?
Odín, rabioso y enfurecido por lo que eso comportaría a los dioses en un futuro, decidió castigar a Loki y a Höðr.
Todos los dioses exigían que Höðr pagara por la muerte de su hermano. Así que Odín poseyó a la giganta Rind y concibieron un hijo: Vali.
Vali se hizo adulto en un solo día y asesinó a Höðr.
A Loki lo atrapó Odín cuando intentó transformarse en salmón y escapar por mar. Lo cogió de la cola y lo metió en una cárcel.
Para mantenerlo en cautiverio y recordarle lo que había hecho, Odín mató a los dos hijos que el Timador había tenido con Sigyn.
—Ahora sabrás lo que duele que te arrebaten a un hijo —le susurró Odín.
Frente a él, el Aesir, con su bastón, transformó a Vali en lobo y éste se comió a su hermano Narfi. Utilizaron las vísceras de Narfi para atar a Loki a tres columnas de piedra blanca, convirtiendo las ataduras en hierro. Odín, inmisericorde, pidió a Skadi, la diosa del invierno, que helara la cárcel y la convirtiera en un grandísimo bloque de cristal en el que, en su interior, Loki sufriría a diario terribles dolores, ya que, las vísceras de su hijo contenían veneno de víbora, y éste recorrería su sangre cada día de su vida. Eso haría que el jotun enloqueciera de dolor.
Odín observaba la cárcel, impertérrito, decidido como nunca a acabar con el Trickster. Sus ojos todavía seguían llorando la pérdida de Balder.
Pegó su frente al cristal y conjuró el hechizo con la ayuda de la diosa Freyja, experta en magia seidr.
—De aquí no saldrás hasta que de nuevo un hijo de Odín te atrevas a matar. Y eso no sucederá. Ni después. Ni antes. Ni al final —proclamó el dios Aesir.
—¿Te crees bueno, Odín? —le preguntó Loki tras el cristal—. Tú, el dios que todo lo sabe, cree que un reino inferior ocupado por la raza humana, debe tener una oportunidad de crecer y de ser superiores a nosotros. ¿Y por qué? Cuando queda demostrado que tú no puedes creer en ese tipo de bondad si tus mismos hijos se matan entre ellos.
Loki parpadeó con su ojo azul cristalino.
—¿Qué pretendías matando a Balder, Loki?
—Demostrarte que no siempre tienes razón. Demostrar a los dioses que tú también te equivocas. Tus hijos, que son dioses poderosos, son también asesinos, y crees que esos pigmeos de ahí abajo —señaló el Midgard— serán mejores. ¿Mejores que nosotros? ¡Estás loco, Odín!
—¡Tú lo has manipulado todo! ¡Tú los engañaste! Mi hijo Höðr no sabía que la flecha que tú le dabas era la única capaz de matar a Balder.
—¿No lo sabía? —preguntó haciéndose el inocente—. ¿Estás seguro?
—Has sido tú y tus mentiras los que han acabado con la muerte de mis dos hijos. Balder y Höðr han muerto. Ojo por ojo. —Se señaló el parche—. Ahora Narfi y Vali también han muerto. Y me he asegurado de que nunca vuelvas a salir de aquí.
Odín se dio la vuelta y se alejó de aquel lugar, con Freyja siguiéndole los talones.
—¡El Ragnarök está ya escrito! —gritó Loki, que soltó una carcajada—. Créeme que yo saldré de aquí.
—No. No podrás. Espero que te pudras toda tu eternidad.
—¡No me des la espalda, Odín! —le gritó Loki, encadenado a las vísceras de su hijo—. ¡Soy tan dios como tú y yo también puedo decidir mi destino!
—Tu destino es vivir encadenado a tus mentiras —le espetó por encima del hombro.
—No, Odín. Mi destino es recordarte que tu proyecto es y será un fracaso. ¿Quieres ver cómo hundo a los humanos? ¡Porque eso es lo que haré!
Odín frunció el ceño y escuchó a Loki.
—Voy a enseñarte que no se puede confiar en una raza inferior a la nuestra, sin dones, llena de ignorancia y egoísmo.
—Tú eres tan egoísta como ellos. Si me lo demuestras así, fracasarás.
—Entonces —dijo Loki haciendo desaparecer su cárcel—. Seré su único dios. El de verdad.
Loki ocultó la cárcel en el Midgard y decidió hacer de las suyas en la Tierra, un lugar donde los hombres y las mujeres que lo poblaban eran débiles, a los que podía manipular con sus trucos y sus ideas.
Odín no pudo averiguar jamás donde se ocultaba, de ahí que nunca lo encontraran, pues Loki era un hechicero y conocedor de la magia negra y había creado un efecto de invisibilidad alrededor de su cautiverio.
Sin embargo, en la actualidad, todo había cambiado.
Ahora, al empezar a romperse la cárcel que lo tenía secuestrado, ya sabían dónde se ocultaba Loki y, lamentablemente, ni Odín ni el resto de los dioses podían salir del Asgard y detenerle, ya que habían cerrado las puertas de los nueve reinos a la espera de que todo saliera tal y como habían planeado. Y debían esperar a que la ficha final lo abriera todo.
Las fichas se movían correctamente. Algunas más tarde que otras, eso sí, pero seguían sus instintos y hacían lo correcto.
No obstante, la sorpresa que tenía oculta el Timador los había dejado a todos, parcialmente, en fuera de juego.
—Odín. —Freyja le puso la mano sobre el hombro—. ¿Qué demonios te han dicho tus dos cuervos?
—La tumba de Höðr está vacía. Había una nota grabada en piedra.
—¿De quién es la nota? —preguntó Freyja, que ya sabía la respuesta.
—De Loki.
—¿Y qué dice?
—Que Höðr no murió. Que él le devolvió a la vida y que se lo había llevado al Midgard para que liderara su ejército hasta que pudiera salir de su cárcel. Que gracias por prestarle a mi hijo. Que lo llamaría Hummus, le enseñaría todo lo que sabe; él solo sabría que su padre Odín lo rechazó. Por eso, de ahora en adelante, sería su hijo.
Los ojos de Freyja se oscurecieron. Su rostro se perló de venitas y sus colmillos lucharon por explotarle en la boca, aunque ella intentó controlarse.
—¿Hummus era Höðr?
Odín asintió y se pasó el dedo por el ojo, que estaba a punto de derramar una lágrima.
—No puede ser —susurró ella, impresionada.
—Lo es. La tumba de Höðr está vacía y el hechizo de la cárcel de cristal se está rompiendo.
—La profecía de la völva aseguró que Loki se escaparía de la cárcel —murmuró, pasmada—. La bruja tenía razón.
—Y yo intenté crear un hechizo para que eso no sucediera jamás. Se suponía que para ello, Loki tenía que matar a un hijo mío. Y me aseguré de que eso no sucediera. Y menos en el Midgard, donde no hay nadie de mi sangre. —Dio una patada a un piedra, que cayó al abismo.
Freyja entrecerró los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado. No se lo podía creer.
—Pues es obvio que te has equivocado. Loki acaba de matar a un hijo tuyo. Otra vez.
—Lo sé.
—¿Y eso dónde nos deja a nosotros?
—En una situación nada buena. Para que nosotros bajemos al Midgard, alguien tiene que llamar a nuestra puerta; de lo contrario, no les podremos ayudar y la guerra se decantará claramente a favor de los jotuns.
—Eso es así, porque tú lo quieres así.
—¡No! —replicó Odín—. La Tierra es mi proyecto. Mis guerreros están allí, luchando por mí y por ellos. Luchando por ese reino. Estoy convencido de que pueden hacer que las cosas cambien… ¡De ellos depende todo! ¡No voy a hacer trampas como Loki!
Freyja se pellizcó el puente de la nariz y relajó sus esbeltos hombros.
—Heimdal cerró la puerta del Asgard. Loki no podrá venir a por nosotros. En todo caso, solo destruirá el Midgard. Pero tenía asumido que eso era lo más preciado para ti. ¿No podemos salir de aquí a no ser que alguien nos abra desde afuera? ¿Y dices que ellos son los que tienen que abrirnos? ¿Verás como tu proyecto se convierte en una bola de fuego y muerte?
—Si lo veo, espero que alguien haga que resurja de sus cenizas. Como un fénix.
—Hablas como un soñador en vez de cómo un visionario.
—La salvación depende de ellos, no de nosotros. Siempre ha sido así.
—Pero… —Freyja se dio la vuelta, entristecida, observando cómo el reino de los humanos se agrietaba poco a poco— perderán.
—No perderán —aseguró Odín—. Todavía queda por jugar mi última ficha —aseguró caminando hacia ella y colocándose a su lado—. Y también la tuya.
—Eres el dios que todo lo sabe, el que lo ha visto todo… ¿Qué probabilidad tenemos de vencer? Si nosotros no bajamos a luchar, nuestros ejércitos no podrán con Loki. Ni siquiera Nerthus y sus seres mágicos podrán hacer nada contra ellos. No son suficientes.
Odín la miró. Aunque era alta, él le sacaba una cabeza y media.
Su pelo rubio era tan brillante como el sol. Percibió su perfume. Sintió un repentino y fugaz ataque de ternura hacia ella.
Freyja amaba a sus guerreros tanto como él respetaba a los suyos.
—No lo sé. No sé qué sucederá. Pero, esta vez, más que nunca, tengo fe en los míos. Mientras haya vida, hay esperanza.
—Si tú lo dices…
—¿Cómo va tu ficha? ¿Crees que lo conseguirá?
—Sigue viva —contestó, escueta.
—No la pierdas de vista.
—Nunca lo he hecho —aseguró la diosa cruzándose de brazos, estudiando los movimientos de sus guerreras y de todos los que debían intervenir en la batalla ganadora contra Loki.
El dios Transformista se la había jugado a todos. Con paciencia y a conciencia, había engañado a Odín y al resto de los dioses.
Pero Odín creía que ella no sabía su secreto.
Y lo sabía. Por supuesto que sí lo sabía. Arriesgó un ojo para ver lo que les deparaba el Ragnarök y después actuó en consecuencia.
Odín le contaba todo a Frigg, su querida y venerada esposa. Y una noche le confesó lo que había hecho.
Pero lo que Odín no sabía era que Frigg le había contado el secreto a ella, la amante anhelada y deseada, aquélla que no podía tener jamás.
Freyja, sabiendo todo lo que sabía, no se quedó de brazos cruzados y actuó justo como había hecho el dios.
Jugó con pericia y habilidad, pensando en que, si las cosas salían mal, como habían salido con la sorprendente revelación de Höðr, seguro que había una segunda estrategia preparada.
Y la tenía. Pero eso era algo que nadie debía saber, ni siquiera el vikingo.
La Resplandeciente no deseaba ver el proyecto del Midgard hundido bajo las mentiras de Loki. Quería que los humanos sobrevivieran, aunque fuera gracias a las mentiras de ellos.
—Oye, Tuerto. —Freyja no desvió la mirada del abismo de los nueve mundos.
—¿Qué?
—¿Te das cuenta de que si Hummus era Höðr y fue él quien se coló en el Asgard y robó los tótems…?
—No sigas por ahí, Vanir.
—¿Te das cuenta de que te acostaste con tu propio hijo? —preguntó con una sonrisa diabólica en sus preciosos labios.
—No me acosté con nadie —replicó, seco.
—Ah, ya… —La diosa levantó una mano y la dejó caer como si no le diera importancia—. Algo te debió de hacer ese transformista para que dejaras de prestar atención a tu lanza Gungnir. Y teniendo en cuenta que iba disfrazado de mí, me imagino que te volviste loco, ¿no, Aesir? —Lo miró de reojo—. ¿Qué te hizo?
Odín la miró de soslayo y se dio media vuelta.
—Eres odiosa.
—No tanto como tú —le soltó, provocadora—. No te vayas, no seas vergonzoso y cuéntame qué te hizo.
—Me voy con mi esposa. Ella sí vale la pena —le contestó, para hacerle daño.
—Claro que sí. Ella vale la pena, tanto como Jord, Gridr, Rind y… ¿quién más? ¡Ah, sí! ¡Gunnlod! Todas las que han pasado por tu alcoba y con las que has tenido hijos por conveniencia, ¿verdad, Odín? ¡Todas menos yo! —le recriminó con dureza.
—Cállate, Freyja.
—¿Sabe Frigg que te follaste a alguien que se hizo pasar por mí?
Odín se dio la vuelta y la miró de arriba abajo.
—Estás rabiosa. ¿Tienes celos? Tírate a un par de enanos, seguro que te quitan el picor.
Ella se relamió los labios y negó con la cabeza.
—No tengo celos. Pero me dan pena.
—¿Mis mujeres? Ellas están muy contentas.
—Sí, me dan pena. Porque el padre de sus hijos no las puede amar, porque está enamorado de otra mujer.
—¡Amo a Frigg! —La señaló con un dedo—. No cruces la línea. Frigg es mi elegida. Ni ellas ni tú. Solo Frigg.
Freyja sonrió con tristeza.
—¿Amas a Frigg porque soportó las condenas a tus hijos? —apuntó, osada. Sabía que ese terreno era peligroso para ambos—. ¿Por qué de ella nació Balder? ¿Por qué la amas?
—Por muchas razones que tú no puedes comprender.
—Creo que sí las comprendo. Tuviste dos hijos con ella. Uno murió a manos del otro. Al segundo lo mataste tú.
—¡Yo no maté a Höðr!
—¡Hiciste que tu hijo lo hiciera! ¡Te acostaste con la giganta Rind de Vestsalir para que diera a luz a Vali, un hijo que mataría a su hermanastro ciego en un día! ¡No tuviste compasión de tu hijo ciego que no sabía lo que hacía!
—Te estás metiendo en un campo de minas. Höðr sabía lo que hacía. Tú no lo conocías —contestó con los dientes apretados, a punto de perder la paciencia.
Freyja asumió que, tal vez, Odín tuviera razón en eso. Nadie conoció a Höðr realmente. Era un dios tímido e introvertido. Aun así, continuó con su ataque personal.
—Pero sé por qué dices que eliges a Frigg. No es por amor. Crees que Frigg te ama lo suficiente como para perdonarte, crees que te ha perdonado y te sientes en deuda con ella por lo que ha sucedido, como si, a cambio de que Balder y Höðr murieran, tú decidieras quedarte con ella. Dos pérdidas irreparables a cambio del mejor regalo del Asgard, ¿no? Pero escúchame bien, Odín: ni tú la amas ni ella te perdonó.
Odín, afectado, no sabía que decir. Sabía que había algo de verdad en las palabras de Freyja.
No quería verla más. No podía soportar que, en parte, tuviera razón.
Nadie más que él sabía lo que había sufrido con las muertes de Balder y Höðr.
Y ahora, al ver que Hummus era, en realidad, su hijo ciego, la herida se reabría de nuevo.
El pasado regresaba con fuerza.
Odín agachó la cabeza y alzó a Gungnir con suavidad para dejar caer su extremo contra el suelo de mármol. Cuando la punta tocó la superficie, el dios desapareció.
Dejó a Freyja a solas, que sabía que lo que había dicho no estaba bien.
Aunque fuera una verdad como un templo.