Noah acababa de aniquilar a otro neófito cuando sintió una quemazón a la altura de la parte baja de su espalda.
Aguzó los sentidos de inmediato.
Era su puñal guddine, el mismo que detectaba la cercanía de un semidios y que lo avisaba cual alarma antirrobos.
Se dio media vuelta, para ver qué pasaba.
La hoja le quemó y sacó la daga de su pantalón.
El mango, que tenía bellas incrustaciones de piedras preciosas blancas y rojas, daba vueltas y se retorcía, en señal de aviso.
Y, de repente, en un visto y no visto, Hummus se materializó ante él.
Los ojos grises y el pelo negro y suelto del lobezno le recordó a la primera vez que se vieron en las cuevas de Chappel Battery. Pero esta vez, Hummus parecía más débil físicamente, aunque más poderoso en presencia.
Noah levantó su oks, dispuesto a cortarle la cabeza y a pelear, tal y como había hecho con todos los demás.
No iba a intercambiar ni una palabra con él. Pero entonces un fuerte dolor en el pecho lo distrajo. Su oks cayó al suelo.
Miró hacia donde provenía el dolor. Ver aquella imagen lo impactó.
Hummus acababa de atravesar su pecho con su puño. Inclemente, sostenía su corazón.
Noah cayó de rodillas y el lobezno sonrió como un loco.
—Tienes la energía de un dios, pero eres un mierda. Puede que Odín haya dejado a semidioses por el Midgard, pero ¿de qué sirven cuando son tan flojos como tú?
Noah escupió sangre por la boca. Parpadeó, confundido por no haberlo visto venir. Hummus había sido tan rápido. En un visto y no visto se le había plantado en frente y le había metido la mano en el pecho, como si eso fuera tan sencillo como hacer un agujero en la arena.
Hummus apretó el corazón entre sus dedos, decidido a reventarlo, a hacerlo explotar. Noah dejó ir un alarido de angustia con tanta fuerza que los guerreros de alrededor dejaron sus peleas por un segundo.
Nanna, tras atravesar a dos neófitos con sus flechas, se dio la vuelta; sabía que ese grito no podía ser de otro más que de Noah. Cuando lo vio arrodillado ante aquel hombre, su mundo se desmoronó.
¿Quién era aquel tipo vestido con ropas negras y harapientas que intentaba someter a su bengala?
¡Si le arrancaban el corazón, el berserker moriría!
—¡Noah! —gritaron todos a la vez, dispuestos a echarle un cable.
Sin embargo, el lobezno levantó la mano y los lanzó a la otra punta de la superficie.
Hummus retorció el corazón con sus dedos. Estaba dispuesto a matarlo. Sin embargo, Nanna, que estaba en otro lado, lo placó. Le dio un fuerte golpe en las rodillas y lo tiró al suelo.
Noah debería estar muerto: le había dejado el corazón hecho papilla, deshecho; sin embargo, el berserker continuaba vivo.
—¿Por qué no mueres, hijo de puta? —rugió Hummus desde el suelo, lanzándose a por él.
Nanna se puso delante para protegerle. Le rodeó con los brazos. Tenía el rostro lleno de lágrimas y los ojos rojos. Le mostraba los colmillos como una fiera.
Hummus vio la estampa y se echó a reír.
—Ah… Vaya vaya… ¿El berserker ha encontrado a su putita eterna? —La señaló con el dedo y le indicó que se acercara.
Nanna no iba a obedecerle. Sin embargo, aquel hombre la elevó del suelo y la hizo levitar, arrastrando las puntas de sus descansos, hasta llegar justo en frente de él.
—¿Y qué tenemos aquí? —preguntó Hummus repasándola de arriba abajo—. Una valkyria enamorada de un berserker… ¿Es eso? —Soltó una carcajada—. Me maravillan los inventos de los dioses. ¿Te ha marcado? —le preguntó.
Ella le escupió en la cara y miró hacia otro lado.
Si había algo que Loki detestaba era la falta de respeto. Si supiera quién era, jamás habría hecho eso. Se habría arrodillado ante él y habría suplicado por su vida.
—¿Sabes que el mordisco de un lobezno a una mujer marcada por un berserker hace que se le revuelvan las entrañas y que casi muera de dolor? ¿Por dónde te muerden, preciosa? ¿Por el cuello? —le preguntó rozando su mejilla con la nariz.
Noah jamás había escuchado algo así. Se levantó, con la mano en el pecho agujereado y un dolor que hacía que le castañetearan los dientes, y caminó renqueante hacia ellos.
—Suéltala —ordenó, inclinándose hacia un lado, a punto de caerse.
Hummus lo ignoró.
—Digo lo de «casi» porque su pareja puede sanarla en un momento. —Se encogió de hombros—. Pero, claro, tú, Niño Perdido, ya habrás muerto, así que… Dejemos que esta beldad muera de dolor. —Agarró a Nanna por el chaleco, lo abrió para morderla justo en la marca que debía de tener en el cuello. Pero entonces Hummus se arrodilló y se quedó completamente ciego.
Todos los secuaces de Loki, lobeznos, nosferatus, trolls y neófitos se llevaron la mano a los ojos. No podían ver nada.
Nanna se liberó de su amarre. Noah, que, poco a poco, se recuperaba del maltrato al que le había sometido Hummus, dijo:
—¡Es el collar! ¡No cubras el collar, Nanna!
La valkyria se abrió el chaleco y siguió mirando a Hummus solemnemente, decidida a acabar con él de un momento a otro.
—¡No veo nada! —gritaba Loki, que intentaba escapar de ese cuerpo. Pero aquella extraña luz que no cesaba de brillar lo tenía desorientado, perdido.
Noah agarró al lobezno por el pelo. Con la otra mano sostenía su puñal guddine, que le clavó a la altura del corazón.
—¡Matadlos a todos! —gritó el bengala, que tenía las venas hinchadas por la rabia y la ofuscación. Y es que cuando Odín los transformó en berserkers, les dio la furia propia de los lobos sangrientos. Y ahora Noah estaba más furioso que nunca.
Hummus había estado a punto de morder a Nanna. Eso no se lo perdonaría jamás.
El berserker retorció el puñal guddine en el corazón del lobezno.
—¿Y tú eres un semidios? —le repitió al oído—. No entiendo cómo Loki envía a semidioses tan flojos como tú al Midgard.
—¿Por…, por qué no puedes morir? —preguntó Loki en el interior del cuerpo de Hummus.
¿Quién demonios era? Él mismo había sacado su espíritu de la cárcel de cristal para poner el de Hummus. Pretendía descubrirlo él mismo y, así, ahorrarse sorpresas desagradables. Pero no sabía quién era. Ahora, si Noah lo mataba, regresaría a la cárcel. Esta vez, cuando saliera de ahí, que lo haría en breve, solo tendría ese cuerpo, ninguno más.
Aunque bien mirado, el Ragnarök lo merecía. Ver cómo el planeta perecía bajo sus artimañas sería el fin perfecto para un plan tramado desde hacía miles de años.
—Nerthus me dijo que no se puede matar a alguien que ya está muerto. —Sonrió, soberbio.
El lobezno frunció el ceño. De repente, una idea molesta cruzó su mente.
—No puede ser… —susurró con los ojos grises brillantes, medio enajenados.
—¿Qué es lo que no puede ser?
—Se han girado las tornas —susurró echando espuma por la boca—. Esta vez… el asesino eres tú.
—Y estoy orgulloso de acabar contigo, escoria. Loki se queda sin su última marioneta.
Noah se encogió de hombros, hundió la mano en el pecho de aquel jotun y le sacó el corazón, que se incendió en su mano. El bengala lo dejó caer, asqueado.
Hummus había muerto.
Pero mientras Loki regresaba a la velocidad de la luz hasta la cárcel de cristal que ya no podía retener su cuerpo físico por mucho más tiempo, solo tenía un pensamiento en la mente.
El bengala acababa de matar a su hermano.
Y era cierto que él se había quedado sin su marioneta.
Por eso, la próxima vez que se encontraran, sería él mismo quien acabara con la vida de Noah. Ahora sí que sabía qué tenía que hacer.
Los guerreros amontonaban los cuerpos y las valkyrias los incineraban con sus rayos.
La cima de aquel monte de Rauma era un crematorio, resultado de una batalla que creían perdida, pero que, sorprendentemente, había acabado con una victoria aplastante, gracias a la intervención de Nanna, la portadora del Brisingir.
Nanna no había intercambiado ni una sola palabra con Noah. Se sentía decepcionada y triste porque aquel hombre había decidido rendirse y apartarla de su lado, aunque en la cueva de las agonías le hubiera hecho creer lo contrario.
La valkyria lo esquivaba. Evitaba tocarlo y mirarlo, pues desconfiaba de sus propios impulsos. Estaba desencantada por la actitud de Noah. Sentía tal frustración por no saberse indispensable para él en su viaje que solo tenía ganas de gritar y de electrocutar.
Por eso no cesaba en sus rayos y avivaba las llamas incluso cuando ya no era necesario.
—Nanna —le dijo Róta al otro lado, lanzando rayos a la pila de muertos—. ¿Sabes qué pensé cuando Hummus abrió tu chaleco y se arrodilló ante ti?
Nanna negó con la cabeza, seria y concentrada.
—Pensé: «Esta mujer lleva unos cubrepezones reflectantes y lo ha dejado todo loco, cegado».
Nanna levantó la mirada hacia su hermana. Sus pestañas titilaron.
—Ya sabes —continuó la valkyria deslenguada—, en plan: «¡Sorpresa! ¡No llevo ropa interior!».
Solo Róta podía arrancarle una carcajada en un momento como ése.
Nanna intentó reprimir la risa, pero fracasó.
—Eres una bruta —dijo.
—Sí. Lo sé. Y te encanta. Te he hecho reír. —Le guiñó un ojo.
El samurái se acercó a Róta y le dijo algo al oído. Róta le acarició el rostro y asintió con la cabeza.
—Voy a ayudarle a buscar su mano —informó a Nanna—. Espero que no la hayamos quemado… —Echó un vistazo a la pira funeraria.
—Espero que no. Las necesito para pelear —comentó Miya—. La buscaría yo, pero el olor a sangre de troll es muy molesto y penetrante, y la hoguera que estáis haciendo difumina mi sangre. No me puedo encontrar.
—Un momento —se disculpó Róta. Tomó a Miya por la cabeza y pegó su frente a la de él.
Nanna sabía lo que estaba haciendo. Róta tenía el don de la psicometría. Si tocaba a Miya tal vez podría encontrar su extremidad perdida.
La valkyria que todo lo ve se separó del samurái y miró a su alrededor.
—Está por esas rocas de allí. —Señaló un cúmulo de escollos en el dentro de la planicie.
Miya exhaló agradecido y besó a Róta en los labios.
—Arigatô, hanii.
—De nada, japo mío.
Mientras el vanirio buscaba su mano, Róta continuó quemando junto a Nanna, mientras Bryn y Gúnnr hablaban junto a Gabriel, Ardan y Noah de lo que habían descubierto en aquel edificio, en aquel nido de humanos de Loki.
Nanna tenía tan buen oído como Róta, por lo que ninguna de las dos se perdía detalle de lo que decían.
—Nanna trae el Brisingir —dijo Bryn sin ocultar su sorpresa—. Y no lo hace por casualidad. Freyja se lo dio por un motivo que tiene que ver con el aquí y el ahora.
—Estoy de acuerdo —respondió Gúnnr, limpiando su martillo de restos de jotuns.
—Ninguno de nosotros puede ver su luz, porque el Brisingir actúa contra las fuerzas malignas de Loki —continuó la Generala—. Pero, conociendo a la diosa, es posible que ella supiera de las dificultades con las que íbamos a encontrarnos en este lugar. Sabía que Nanna estaría aquí y nos ayudaría. —Sonrió, maravillada—. Cómo quiero a esa puta.
—Sí, ya… Es una mierda ser bipolar, me encanta —replicó Ardan, repasando las heridas de Bryn con su mirada caramelo.
El highlander estaba tan preocupado como Gabriel por Gúnnr. Estaban deseando llevarse a sus mujeres a algún lugar para curarlas.
Noah desvió la mirada hacia Nanna. Su tensión, su espalda envarada y aquel gesto mustio y desafiante indicaban que la valkyria prefería comerse un cactus a hablar con él.
Pero no pensaba echarse atrás. Tenía que convencerlos de que lo mejor era que Nanna se fuera con ellos.
—Entonces, ¿creéis que Freyja quiere que Nanna muera?
Gúnnr y Bryn le prestaron toda su atención.
—¿Por qué dices eso?
—Porque decís que todo esto que hacemos está ya planeado —explicó, con cierto tono de desprecio—. Freyja conocía esta guerra, y por eso trasladó a Nanna hasta aquí. ¿Eso es lo que decís?
—Sí, más o menos… —dijo Bryn.
—Entonces Freyja quiere que Nanna muera. Porque si ella sigue conmigo, ése será su destino.
—Yo no moriré —dijo Nanna desde detrás—. Olvídate de enviarme con ellos.
Noah se dio la vuelta y la miró directamente a los ojos.
—Sabes que sí. Sabes que hemos soñado lo mismo. Yo sueño con eso desde hace tiempo…, y ahora tú te quemas conmigo.
—¡Son solo sueños! —gritó Nanna—. ¡Y tú eres un mentiroso! ¡Me dijiste que iríamos juntos!
—¿De qué sueños habláis? —preguntó Gabriel, que parecía perdido e intentaba manipular su iPhone.
—No voy a dejar que decidas por mí, Noah. —Nanna le señaló con el índice y se lo clavó en la herida del pecho, que aún estaba cicatrizando—. En lo que a mí respecta, tu viaje también es mío. No me voy a apartar.
Noah siseó, se fue hacia ella y la desafió, amenazándola con su altura y su corpulencia. La cogió de la muñeca y la acercó a él.
—No hagas que me enfade.
—Mira cómo tiemblo.
Los ojos amarillos de él le prometieron venganza ante aquel abierto desafío; los castaños de ella enrojecieron iracundos y lo empujó para apartárselo de encima.
—Los sueños no tienen por qué ser presagios —apuntó Miya, que cargaba con su propia mano amputada.
—Me encantaría que experimentaras una vez lo que es morir quemado. Porque te aseguro que lo siento todo. Todo. Y es Nanna la que se quema junto a mí. No pienso permitirlo.
—¡Tú no tienes poder sobre mí, perro! —gritó Nanna, acongojada—. ¡No me vas a dejar al margen! ¡Yo también he sentido ese sueño, pero no pienso como tú!
Noah se fue hacia ella, y ella hacia él. Parecía que, en cualquier momento, se fueran a pelear. Róta y Miya los separaron.
—Todavía tenemos el subidón de adrenalina —intentó explicarles Miya—. No es bueno discutir así…
—Eso digo yo —dijo Róta, a la que le entretenía ver a Nanna tan furiosa—. Lo mejor es follar, ¿verdad, oni?
—Pero ¿es que no lo entendéis? Si no os lleváis a Nanna ahora en una de esas tormentas que creas, Gúnnr, ¡tu amiga morirá! ¿Es eso lo que queréis?
Gúnnr puso los ojos en blanco.
—Por supuesto que no quiero eso —replicó molesta por tal insultante insinuación—, pero ahora mismo no puedo convocar ni una reunión de dos. Mira mi cuerpo, berserker. Tengo heridas por todas partes, como todos. Necesitamos sanación y repostar energía. Hasta que entonces no podré crear una tormenta.
—Además, ¿adónde crees que vamos? —le preguntó Ardan, imponente, cruzado de brazos a su lado, con el rostro lleno de sangre—. Por tus palabras parece que nos dirijamos al Paraíso, pero regresamos a Escocia. ¿Sabes lo que es eso ahora? Es un maldito cementerio, abierto en dos, con gases tóxicos flotando en el aire y lava en el interior de sus entrañas. ¿Crees que allí tendrá más posibilidades de sobrevivir? ¿O aquí?
—Mientras no esté conmigo… —repuso Noah. Necesitaba sacarla de allí y liberarla del posible futuro que la esperaba a su lado. No podría vivir si ella moría por su culpa—. Ella me estorba. Iría más rápido solo. Todo sería más fácil.
Bryn, Róta y Gúnnr abrieron la boca, pasmadas, y después exclamaron todo tipo de improperios. ¡Eso no se le decía a una valkyria! ¡Jamás!
—¡Cabrón cínico! —gritó Nanna con los puños apretados.
Se lanzó a por Noah, y esta vez, las valkyrias se unieron a su propósito, pero Ardan se puso en medio. Tomó a Noah por los hombros y se lo llevó de allí. Las valkyrias intentaron serenar a su hermana, sin mucho éxito.
—¡¿Te estorbo, cretino?! —gritó por encima de las cabezas de sus hermanas—. ¡Si no llega a ser por mí, ese lobo con pinta de heavy te habría matado! ¡Te he salvado el culo!
Róta arqueó las cejas y asintió.
—Ahí has estado muy bien, Nanni. Nuestro gusto por los diamantes y las perlas está más que justificado. Mira lo que ha hecho el collar de Freyja…
—¡Deja de llorar, Rainman! —espetó Nanna con dureza—. ¡No sé quién soy! ¡No sé de dónde vengo! —lo imitó, aunque las lágrimas la delataban—. ¡Eres como Willy, estás perdido continuamente y no permites que nadie te encuentre!
Bryn y Róta se miraron y rieron por lo bajini.
—Es Wally, Nanna. Willy es la orca asesina.
—¡Me da igual! —La energía electromagnética de Nanna se elevaba con rapidez.
—¡¿Y qué harás, valkyria?! —Noah se encaró con ella, a pesar de que Ardan lo sostenía—. ¡Tú no me puedes hacer daño!
Nanna agitó sus bue, desplegó el arco y cargó tres flechas en la cuerda.
—¡No! ¡No!
Las valkyrias la cubrieron por completo, intentando detenerla.
—¡Dejadme! ¡Lo mato! ¡Presuntuoso! ¡Trolera!
—¿Trolera? —Ardan miró a Noah; el labio con su cicatriz se alzó dibujando una sonrisa insolente—. Eres todo un macho, ¿eh?
—Que te follen, escocés —contestó Noah, irascible.
—Sabes que sus flechas hacen daño, ¿verdad?
Noah frunció el ceño y sonrió a Nanna, provocador.
—¡¿Me quieres disparar, valkyria?! ¡Venga! ¡Adelante!
—No es por nada… —Miya se colocó en medio de la línea de fuego, alzando su propia mano cortada; sus ojos rasgados miraban a todos los allí presentes con asombro—, pero me desangro. Me de… san… gro. Necesito que mi valkyria haga magia y me pegue la mano derecha.
Gabriel decidió poner orden en aquella contienda entre parejas. Comprendía que las relaciones no eran fáciles y que el dilema de Noah era muy importante para él y para todos, pero, tal y como estaban las cosas, no podían quedarse ahí por más tiempo.
—¡Dejad de discutir! —gritó Gabriel. Intentaba coger señal telefónica para hablar con los clanes y averiguar cómo iba todo, pero su móvil, como el de todos, se había estropeado durante la batalla. No acababa de coger buena cobertura. Debía informar que la última sede de Noruega agonizaba bajo el fuego y los escombros, y quería saber cómo iba todo en Inglaterra y en Estados Unidos—. Debemos salir de aquí y encontrar una línea fija que esté en pie. Todos los pueblos del Jotunheim están desiertos.
—Yo llamé a As desde el hotel —informó Noah, que odiaba profundamente pelearse con Nanna. Era horrible discutir con ella, pero es que Nanna no quería hacerle caso. Se apartó de Ardan—. Los pueblos están en buenas condiciones y los sistemas eléctricos siguen funcionando. Hay línea.
Gabriel asintió.
—Entonces vayamos al pueblo más cercano. Nos reponemos todos de nuestras heridas y permitimos que Gunny coja fuerzas. Entonces decidiremos qué hacer con tu kone. —Miró a Noah, conciliador.
—No hay nada que decidir —repitió Nanna, limpiándose las lágrimas de las mejillas.
Noah negó con la cabeza. Aquella situación lo agotaba.
—Haced lo que os dé la gana —murmuró—. Yo sigo con mi viaje.
—Te acompañaremos hasta el pueblo más cercano. Ahí nos separaremos. Pero, tú, como nosotros, necesitas que tu valkyria te ponga las manos encima y te cure, berserker. Nadie puede continuar así, por mucho que nos regeneremos rápido. ¿Alguien tiene idea de cuál es ese pueblo más cercano? Está oscureciendo y en pleno Jotunheim: no quiero ni imaginarme lo que se nos puede venir encima si estamos demasiado a la vista.
—Gracias por tu coherencia, Engel —murmuró Miya.
Noah aceptó. Tenía que calmarse, no podía seguir con los nervios tan a flor de piel. Pero desde que Nanna y él lo habían hecho por primera vez, estaba completamente descontrolado. Además, luego se sumó el afrodisiaco de las agonías a su tortura; como resultado, estaba un pelín histérico y enfadado con Nanna, por no ver que él, en realidad, se moría de miedo por ella.
Sacó el mapa que tenía guardado en el bolsillo del pantalón. Había conseguido hacer una fotocopia de la zona en el hotel, buscando por Internet. Ahora tenía un plano de Noruega.
Noah le echó un vistazo y localizó el pueblo más cercano. No retrocederían hasta Lom. Seguirían adelante.
—Debemos ir hasta Storen.
Sí. Tal vez allí podría encontrar información sobre aquellos pilares de hielo subterráneos que había vislumbrado en su visión.
Nanna leyó perfectamente lo que quería hacer Noah. Era como si lo conociera de toda la vida. Intuía sus movimientos, aunque no había visto venir su engaño. No sabía que se la quería quitar de encima de ese modo.
Sin embargo, ella se adelantaría a sus movimientos. Porque tenía una herramienta mucho más eficaz que Internet o que un mapa cualquiera.
Todos acataron la orden del Engel. Con mejor o peor humor, descendieron de la cima de Rauma, allá donde la Escalera de los Trolls los había guiado.