—Mi padre me dice que me casaré con un rey —dijo la joven de pelo castaño, vestida con una vestido vaporoso blanco y una cinta dorada bajo el pecho.
Aquellas palabras no le sentaron del todo bien.
Estaban bajo un árbol de manzanas rojas y grandes. Algunas de ellas moteaban el césped verdoso con tonos escarlata. El sol se escondía ante ellos, entre las montañas y los valles que los mecían con melodías de naturaleza y fantasía, ocultos, arropados como la cuna que protegía a un bebé.
—¿Qué quiere decir que te casarás con un rey? —preguntó él.
Ella se apoyó en el tronco de aquel manzano especial, y jugó con una brizna de hierba entre sus dedos.
—Me ha dicho que nuestro linaje es puro y que ven en mí a la esposa perfecta de ese rey.
—Pero tú vives en otro reino —le dijo preocupado—. Si te casas con ese rey, no podremos vernos. Vivirás donde él viva.
La joven sonrió, sabía un secreto que él desconocía.
—Al parecer, nuestra alianza hace que los reinos convivan entre sí y que el proyecto del Alfather siga su curso. ¿Acaso te molestaría que otros tomaran mi mano?
Él sintió una rabia incontenible en su interior, y mucha decepción.
—¿Quién es ese rey? —preguntó arisco.
—Es tu hermano.
—¿Mi hermano? —replicó él, contrariado—. Me molestaría que aceptaras ser la mujer de un hombre al que no amas.
—¿Crees que no le amo?
Él se levantó, con el cuerpo tenso y la tristeza embargándole por completo.
—¿Le amas?
—Por supuesto que no.
—¿Entonces? Deja de jugar. ¿Vas a aceptar?
Ella se levantó con elegancia, expulsó de su vestido los restos de hierba y tomó una manzana entre sus manos.
—Me lo pensaré.
—No vas a pensar nada, mujer.
Ella levantó una ceja y se echó el pelo hacia atrás.
—Pensaba que éramos solo amigos y que tú querrías lo mejor para mí.
—Y quiero lo mejor para ti.
—Y lo mejor para mí es… ¿no casarme? —preguntó sin comprender.
Él la tomó por los hombros y la apoyó en el árbol.
—Puedes casarte si quieres.
—¿Con tu permiso? —Lo miró, altiva.
—No necesitas mi permiso. Pero debes casarte con el adecuado.
—Ajá… —Asintió, decepcionada.
—Nos conocemos desde pequeños y creo que mis sentimientos hacia ti están claros, princesa.
Ella se mantuvo en calma, mirándolo, expectante.
—¿Qué es lo que me debe quedar claro? ¿Que somos amigos?
—Tú no eres solo mi amiga.
—¿De verdad? A mí nunca me ha parecido que sientas otra cosa hacia mí.
—No habrá sido por falta de ganas…
—No te creo —lo provocó ella.
—¿Quieres que te lo demuestre?
Él entrecerró los ojos, la tomó por la barbilla y la besó. Le dio un beso dulce y casto que, poco a poco se tornó en uno ligeramente más húmedo y apasionado, hasta que ni uno ni otro se pudieron sacar las manos de encima.
Hasta que tocarse fue tan esencial como estudiarse y descubrir sus formas, como si el respeto mutuo solo hubiera sido un lastre entre ellos.
—Tú —dijo él pegando su frente a la de ella, llenando sus pulmones de aire—. Eres mi futura mujer. Siempre lo has sido.
En el momento en el que iban a besarse de nuevo, la imagen volvió a desdibujarse.
Las llamas la quemaron como si fuera un retrato, una foto inservible. Y se encontró de nuevo entre lenguas de fuego con la lluvia de flechas en el cielo.
Volvía a arder.
Volvía a morir.
Y esta vez Nanna estaba con él.
Y jamás había experimentado una desdicha tan grande como la de aquel momento. Ella moría a su lado, y él lo veía. No lo podía soportar. Nanna era suya, era lo más preciado para un hombre berserker; su pareja de vida, su compañera por instinto y por elección.
Y empezó a gritar y a llorar, muerto por el fuego y por la tortura que suponía ver a un ser tan lleno de vida como ella morir bajo el calor del infierno.
Cuando abrió los ojos, se encontró a Nanna observándolo fijamente, con su mirada caramelo húmeda por las lágrimas.
Ella le pasó los dedos por debajo de los párpados y secó las suyas, mordiéndose el labio inferior, acongojada tal y como estaba el berserker.
Los dos desnudos, en cuerpo y alma.
—¿Lloras? —preguntó ella.
—Sí. ¿Tú… también?
—Sí —repuso, contrariada.
La temperatura había caído en picado. El aire que salía de sus bocas creaba el vaho de la hipotermia. Pero sus pieles… todavía ardían. Y no solo eso: él continuaba en su interior.
—¿Por qué lloras tú? —quiso saber Nanna.
Noah le respondería: no soportaba ocultar nada más. Ya le escondían demasiado a él como para que también tuviera que ocultarse de la mujer que lo había aceptado con tal abandono. Se había entregado a él sin contemplaciones, por su plenitud y su renuncia a llevar el control.
—Desde que me lanzaste el puñal que te regaló Freyja, no puedo dormir bien. Tengo pesadillas… Oigo voces. Mensajes que no puedo descifrar, como si alguien me hablara al oído. En mis sueños me matan. Muero quemado. Y cada vez que cierro los ojos, paso por ésa agonía una y otra vez.
Ella no movió ni un centímetro de su cuerpo. Se quedó de piedra, sepultada bajo el peso de Noah.
—He tenido ese mismo sueño. Soñé que te quemaban. Y yo… Yo no podía dejar de llorar. No… No lo entiendo. Era como si me arrancaran la vida. Al verte ahí…
—Yo tampoco. Pero antes…
—¿Sí?
—Antes tuve otro sueño. Estaba bajo el árbol de las manzanas de Idúnn, en el Asgard —explicó Nanna.
—¿El Asgard? —repitió asombrado, con la mirada perdida y la mente sumida en el recuerdo de esa misma visión. Así que aquél era el árbol mitológico que ofrecía manzanas inmortales por parte de la mujer de Bragi.
—Sí… Estaba contigo. Pero tú eras diferente. No tan fuerte ni tan grande. Parecías un príncipe… —susurró tocándose los labios con los dedos—. Me pedías que…
—Te casaras conmigo —finalizó Noah, aturdido.
Ella afirmó porque no supo qué más decir.
Los dos estaban perdidos. ¿Por qué esas visiones de unas vidas y un tiempo que no recordaban?
—Tú tampoco eras como eres ahora —reconoció él.
—¿Ah, no?
—No.
—¿Y cómo era?
—Más… —La miró de arriba abajo, embebiéndose de ella—. Eras… más humana. Sin orejitas puntiagudas. —Se las tocó con cuidado—. Ni colmillitos ni rayos ni ojos rojos…
—Tú no eras un berserker. Eras muy normal —admitió con el ceño fruncido—. Hermoso y arrebatador como ahora, sí. Pero no eras un guerrero.
Noah pasó la lengua sobre el cuello marcado de la valkyria. Tendría su mordisco siempre. Lo sentiría allí eternamente. Gracias a esa marca, podría excitarla con un solo pensamiento. La señal le palpitaría cuando él estuviera cerca, y siempre estaría dispuesta para ser poseída.
—¿Cuánto rato llevamos aquí? —preguntó con voz soñolienta.
Ella le acarició la espalda desnuda y miró hacia el orificio de salida. Había pájaros volando en círculo en el interior. Eran como murciélagos. La claridad todavía iluminaba la cueva, señal de que seguía siendo de día, y la nieve continuaba cayendo con parsimonia.
—Todavía es de día —contestó ella—. Habrán pasado un par de horas. No más.
Él inspiró profundamente, como si así quisiera leer todo sobre ella y resolver todos los misterios a su alrededor. Pero solo detectó el olor de su kone y su marca.
—¿Quién eres tú, eh? —le preguntó empezando a mecerse de nuevo en su interior—. Yo jamás estuve en el Asgard. ¿Qué vida es ésa que me muestran los sueños?
—Soy Nanna. ¿Y tú? —Soltó un gemido—. ¿Quién eres tú? Yo nunca he estado prometida ni casada. Soy guerrera. Nací guerrera. Tal vez el caldero de las almas nos ha unido de nuevo. Es nuestro sino estar juntos.
Noah se apoyó en los codos. Entonces, con la sinceridad del que se sabía perdido en la vida, dijo:
—El caldero de las almas —repitió, incrédulo—. Joder, valkyria, no tengo ni idea de quién soy.
Sus ojos habían recuperado su color amarillo animal y divino. El éxtasis de las ninfas se había esfumado. Había quemado su ansiedad en el cuerpo de aquella espléndida y hermosa valkyria en la que estaba sepultándose de nuevo.
—Bien. Entonces, lo descubriremos juntos, ¿de acuerdo?
El recuerdo del sueño lo incomodó. Si ése era su futuro, si Nanna sufría y corría aquel destino, entonces lo mejor sería alejarla de él. Pero no se sentía capaz…
Nanna lo atrajo hacia ella y lo besó con pasión.
—¿De acuerdo? —repitió, insegura—. Prométemelo.
—Sí. —Noah sabía que estaba mintiendo.
—No rompas tu palabra otra vez.
—No —aseguró él—. Lo haremos juntos. ¿Nanna?
—¿Mmm? —El placer y el hormigueo se arremolinaba en su útero, y empezaba a dejarse llevar por su energía.
—Te he marcado.
—Lo sé. —Sonrió complacida.
—Siento haber sido brusco contigo… No me podía controlar.
—¿Brusco? —dijo ella mordiéndole en el hombro con fuerza—. Yo también tengo colmillos, lobo. Déjame decirte que tú también estás marcado. Y, además, tienes unas alas preciosas en la espalda…, recuerdo de nuestro extraño kompromiss. —Las repasó con los dedos.
—Me gustan —ronroneó, adelantando sus caderas y metiéndose hasta la empuñadura.
—Argh…
—Te diré lo que vamos a hacer —le explicó mientras le hacía el amor—. Voy a llenarte una vez más con mi semilla; después, vamos a ponernos en contacto con el Engel. Les vamos a ayudar a destruir esa sede de Newscientists, la última que queda en pie. ¿Te apuntas a una batalla?
—Me apunto a lo que sea que signifique destrucción —dijo ella con una sonrisa.
—¿Eres una destructora? —le preguntó, dándole un leve mordisquito en la oreja puntiaguda.
—Sí, lo que tú quieras…
—Perfecto. —Se echó a reír al ver lo manejable que era Nanna cuando hacían el amor. Se sintió feliz.
¿Podía enamorarse de una mujer que apenas conocía?
Al parecer, lo poco que sabía de Nanna le encantaba, pero ¿de verdad era el amor tan fulminante entre parejas? ¿Por qué sentía tanta conexión con ella? ¿Qué era lo que provocaba, además del instinto, aquella ansiedad por tocarla y disfrutarla?
¿Se estaba enamorando? ¿Estaba enamorado ya? ¿Por qué sentía que todo entre ellos era tan auténtico cuando? Nanna no había reconocido que se sintiera atraída hacia él.
Y, aun así, su pareja lo aceptaba. Y no había mayor felicidad para un hombre como él. Con su alma gemela al lado, no existía soledad alguna.
Sin embargo, en una parte importante de su corazón, el temor ganaba mucho terreno.
Temor porque alguien apagara la luz de aquella habitación cálidamente iluminada que le había regalado la valkyria.
Nanna convocó los rayos para salir de allí. Se agarró a una liana eléctrica y Noah se cogió a ambas.
Para el berserker era fascinante tocar algo lleno de electricidad y no sentir nada. Era maravilloso tener una pareja que sanara sus heridas y calmara el dolor.
Cuando emergieron por el orificio de la montaña y observaron el mundo desde la cima de Galdhøpiggen, tuvieron la sensación de que solo existían ellos dos. Parecía que el mundo estaba a la espera de que alguien acabara con él. Era tan hermoso y a la vez tan frágil que, si alguien no lo protegía, Loki haría un amasijo de piedra, mar y naturaleza.
Sin duda, si la guerra llegaba y el Ragnarök estallaba, como había sucedido en Irlanda y Escocia, aquel reino inspirador de leyendas y repleto de magia oculta, se convertiría en un campo de batalla.
En el horizonte, a considerables kilómetros de donde estaban, les llamó la atención un embudo de nubes inusualmente negras entre aquel mural blanco y tupido que conformaba el cielo nórdico. Traían lluvia, pues las nubes tormentosas se desdibujaban como acuarelas.
—¿Crees que son ellas? —preguntó Noah, abrigándola, escondiendo su valioso Brisingamen tras la tela acolchada y abrochándole el cuello del chaleco.
La valkyria estudió la forma cuneiforme del embudo y la cantidad de truenos y rayos que lo conformaban, enrollándolo como si fueran serpientes.
No tenía ninguna duda, pero lo mejor era asegurarse.
Nannanacomeon:
¿El embudo de nubes negras y relámpagos que veo al horizonte sois vosotras?
Róta, la Salvaje:
No. Son Santa Claus y sus renos. ¿Dónde estás?
Bryn, la Salvaje:
Asynjur! Vienes? Vamos a encontrar ese edificio de los horrores y a achicharrarlo.
Nannanacomeon:
El Jotunheim está repleto de trolls. Y el pueblo en el que nos encontramos está abandonado. Tened cuidado, porque esto es un vergel de seres sobrenaturales. Había Agonías.
Gunnyfacia:
Trolls. Los huelo desde aquí.
Róta, la Mala:
Agonías?! Esas guarras comehombres?!
Nannanacomeon:
Sí. Muy guarras.
Bryn, la Salvaje:
Todo los pueblos de alrededor de este lugar están deshabitados.
Los humanos han huido debido a los temblores y a los volcanes que empiezan a activarse. Dentro de nada será una zona cero.
Róta, la Mala:
Venid a la cima! Al final de la carretera! Hemos divisado un edificio semioculto por la piedra de la misma montaña.
Y es el único en esta maldita montaña de trolls. Debe de ser la última sede. ¡Estamos descendiendo!
Nannanacomeon:
Vamos para allá info flaco.
Róta, la Mala:
¿Info qué?
Gunnyfacia:
Asynjur, Nanna!
Nannanacomeon:
Ipso facto.
Bryn, la Salvaje:
Jajajajaja. Asynjur!
—Sí, son ellas. —Nanna se guardó el teléfono en su riñonera y miró a Noah, carraspeando—. Tenemos que ir hasta allí. ¿Te llevo?
Él pareció evaluar la situación. Si quería ayudar a Gabriel y al resto, tenía que utilizar el transporte eléctrico de su pareja. Él podría correr, por supuesto, pero tardaría un poco más en llegar hasta allí. Y, desde luego, no tenían tiempo. Ya habían perdido demasiado por culpa de la irrupción de las agonías, aunque al final le habían hecho un grandísimo favor con Nanna.
—Me harías un grandísimo honor —contestó, agradecido.
Nanna abrió los ojos como platos y sonrió de oreja a oreja.
—¿No te molesta?
—No. ¿Por qué debería? Las valkyrias tenéis rayos. Yo soy muy rápido y doy saltos voladores, pero no controlo las tormentas ni puedo acortar distancias con vuestra facilidad. No me importa colgarme de ti.
Nanna levantó una de sus cejas y sonrió.
—Estás colgado por mí —canturreó meneando las caderas.
Noah se echó a reír y la miró como si estuviera loca.
Ella se detuvo, dejó de bromear y lo miró de frente:
—No imaginaba que un hombre tan viril como tú fuera tan permisivo con estas cosas —se sinceró—. Ya sabes —alzó la mano y un rayo cayó sobre ella, rodeando sus dedos como lengüetazos—, los berserkers sois muy rudos, muy… machos. —Se golpeó el pecho, imitando a un gorila.
Noah la tomó por la cintura y se pegó a ella, rodeándola con los brazos.
—Eres tan guerrera como yo —reconoció sin un ápice de duda o vergüenza—. La virilidad de un hombre no se basa en su gallardía o en cómo la tiene de grande. La virilidad de un hombre —enterró sus dedos dentro del cuello de su chaleco y tocó el mordisco que había grabado en Nanna— se demuestra cuando, precisamente, no tienes que hacer nada para demostrar que lo eres. ¿Quieres el mando? Yo te lo cedo.
Nanna se estremeció cuando la tocó en ese lugar, tan íntimo ahora.
—Gra…, gracias.
—Además, yo soy de los que prefiero demostrarte que soy un hombre de otra manera.
—¿Cómo?
Sus ojos amarillos se aclararon.
—En la cama, princesa. Debajo de mí, encima, como tú desees… Pero ahí mando yo.
Ella tragó saliva y se enrojeció.
Tener vergüenza a esas alturas era algo incomprensible, sobre todo después del sexo que habían tenido en el interior de la gruta de las agonías.
Pero, aun así, enrojeció, porque, al tocarle su marca, se humedeció de nuevo entre las piernas.
—¡Asynjur! —gritó, llevándose a Noah con ella a través de los cielos, mientras este reía roncamente, pues sabía que la ponía muy nerviosa.
El Engel, Miya, el Samurái, Ardan de las Highlands, Róta, Nanna y Bryn lo tenían muy claro.
De nada servía actuar con sutilezas cuando el mundo empezaba a derrumbarse. Revelados los secretos, cuando se sabían las fuerzas de cada uno, la lucha cara a cara era ineludible. Estaban decididos a acabar con esa sede y a dejar a Newscientists sin ningún punto de apoyo en la Tierra.
Su última sede estaba en Rauma, en lo alto del mirador al que conducía el final de la carretera. Desde allí, como desde casi todos los picos de las montañas nórdicas, había una vistas espectaculares de la carretera empinada llena de curvas, así como de la cascada que caía por la ladera de la montaña: la llamaban Stigfossen.
Gabriel había visitado Noruega una vez, de humano. Un amante de la mitología nórdica como él no se podía perder aquel paraje. Y no se lo perdió. Gracias a aquello sacó matrícula en el crédito universitario sobre mitos y leyendas de Escandinavia.
Sin embargo, tampoco dudaría ahora en hundir parte de esa majestuosa montaña si con ello eliminaba el último reducto de Newscientists.
No lo dudaría.
Mizar O’Shane le había pedido que destrozara cualquier acelerador que encontrara en aquella superficie, si lo había. Después de fundir el que quería utilizar Hummus en St. Peter Church en Amesbury, tenían claro que los científicos de la organización intentarían trabajar en uno nuevo. Y no tardarían en construirlo, pues sabían que los puntos electromagnéticos se habían vuelto locos y eran portales potenciales a otros mundos. Si llevaban el acelerador a alguno de esos lugares y lo ponían en marcha, se formaría una puerta dimensional.
Newscientists quería abrir las puertas a otros mundos, pero para destruir el que habitaban. El que él había habitado durante sus años humanos.
Y no lo permitirían. Él lucharía hasta las últimas consecuencias para evitarlo, porque, aunque parecía mentira, seguía creyendo en esa tierra que unos y otros querían para sí.
Una tierra que ni siquiera era del ser humano, aunque, inmoralmente, intentase hacer lo imposible para poseerla. No obstante, nadie poseía nada.
Así que, mientras caían del cielo y divisaban el edificio oculto en lo alto de la carretera, llamada la Escalera de los Trolls, todos habían llegado a la conclusión de que no se iban a presentar ni iban a darles la oportunidad de que sus sistemas los reconocieran o los detectaran.
Atacarían. Destruirían igual que ellos hacían con todo lo que tocaban.
En esa organización trabajaba la estirpe humana más ambiciosa. Los más inteligentes, los más vendidos, aquéllos que utilizaron sus conocimientos para el mal en vez de para el bien; aquéllos que trabajaban para contrarrestar lo poderoso, para dar dones divinos a seres que no estaban preparados, seres como ellos mismos.
Sí. Eran humanos los que manipulaban sus ordenadores y sus probetas.
Y eran humanos a los que iban a castigar.
En otra época, pensar en aniquilar hubiera resultado incómodo. Pero todos, incluso las valkyrias que viajaban con él, habían sido humanos en algún momento. Y sabían por qué luchaban y para qué. En el Asgard, su evolución tanto física como mental, les demostró que el ser humano era débil, un paria, un parásito.
Había algo que todavía flotaba en su superficie, como una capa de invisibilidad que no les dejaba ver lo que eran en realidad. Unos lo llamaban miedo; otros lo llamaban ignorancia. Y esa capa no dejaba que brillaran, tal y como Odín y los demás dioses querían.
Y tanto una como otra capa debían ser erradicadas. Lo primero era hacerles ver que la mortalidad no debía asustarlos: todos morían en un momento o en otro, por eso la vida era tan hermosa. Lo segundo, dando conocimientos que desarrollaran su potencial emocional para llegar a crecer a otros niveles.
Pero ni deseaban aceptar que morían ni querían morir. Y eso los llevaba a actuar contra natura. Querían lo mismo que los seres inmortales que los protegían.
Como en la Tierra no enseñaban ni un conocimiento ni el otro, el humano era lo que era. Así se había convertido en lo que se había convertido.
Creían que rezando y orando a un dios ya eran buenos. Pero la bondad y el crecimiento no dependía del dios en el que creyeras, al que te entregaras por miedo a quedarte sin cielo.
Iba mucho más allá de todo aquello.
El Engel y los demás estaban decididos a eliminar a cualquiera que hubiera bajo los techos de ese edificio. Eran plenamente conscientes de lo que hacían y de la valiosísima información que ocultaban al resto de los mortales.
Y valkyrias y einherjars luchaban por salvar su planeta, y por ayudar a sobrevivir a aquellos humanos que sí valieran la pena. Pero ésos no lo merecían.
Mientras tanto, en esas tierras tan preciosas como una princesa de hielo, no harían selección alguna.
No en esa zona.
No en ese lugar.
—¡Ahora! —gritó Gabriel señalando la sede con sus dos espadas desafiantes.
Las valkyrias lanzaron sus rayos con fuerza contra el edificio. Las explosiones no se hicieron esperar.
El viento arreció con fuerza. Los truenos los rodearon y los acompañaron en su ataque. El clima se puso de su parte.
Sin embargo, lo que no se imaginaban era que, al intentar invadir la cima, los alrededores de la montaña se llenarían de jotuns. Trolls, lobeznos y nosferatus que protegerían aquel último eslabón.
Y sobre todo personas.
Había miles de personas. Recién transformadas.
Un ejército de vampiros neófitos, dispuestos a pelear por el dios que les había convertido.
La gente de los pueblos de los alrededores no habían huido ni por los temblores ni por el despertar de los volcanes. La gente había sido atraída a aquella montaña para ser convertida en sierva y proteger a Newscientists, a lo que fuera que albergaba aquel lugar.