Capítulo 14

Los ojos de Noah la miraron como si fueran bipolares. Cambiaban del amarillo al rojo, sin saber cuál era su estado natural.

—¿Bromeas, verdad?

Nanna puso los ojos en blanco.

—Claro que sí, American Psycho.

—Entonces… —Se llevó los dedos a su mejilla, que le picaba de nuevo—. ¿Qué es lo que pone?

—«Soy aquello que cuanto más se mira menos se ve». Eso es lo que hay escrito, justo debajo de tu otra frase. Eres una adivinanza con patas, rubio.

—No puede ser…

—Ya lo creo que sí.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué tanta intriga? —se preguntó, agotado—. ¿Por qué no me pueden decir quién soy? Estoy harto de los secretos. Estoy cansado de sentirme diferente a los demás.

Nanna lo miró ladinamente, compadeciéndose de él. Pero no lo interrumpió.

—Quiero a todos mis amigos. Mato por mi clan y mi gente. Pero… ¿por qué me encuentro perdido y solo?

Nanna sintió que se le rompía el corazón al escucharle. La sinceridad de Noah le llegaba al alma.

—Cuando te vi por primera vez, pensé que la soledad se esfumaría. Me dije: «Eh, mira, Noah, ella será tu compañera eterna algún día». Y ahora no sólo mi compañera siente asco hacia mí, sino yo mismo desprecio mi propia existencia, porque siento que no tiene ningún sentido.

La valkyria se acongojó y optó por arrodillarse a su lado y abrazarlo, porque era justo lo que deseaba hacer. Pero en vez de eso intentó calmarse y hablar con él.

—Si yo tuviera preparado un movimiento muy bueno en una partida de ajedrez, me la reservaría hasta el final. No lo revelaría demasiado pronto, porque, si no, todos estarían en sobre aviso. Creo, Noah —le ofreció la mano para ayudarlo a levantarse—, que eso es exactamente lo que están haciendo contigo.

Él se quedó cabizbajo, sin ver la mano que Nanna le ofrecía. Apoyó un codo sobre una rodilla y fijó la vista en el abismo, perdido en sus pensamientos.

Le ardían los ojos, las manos le picaban, le escocían las encías y, además, sentía un dolor constante en la ingle. Necesitaba desabrocharse el pantalón; no podía caminar con aquella erección.

Nanna, en cambio, parecía preocupada por él. Estaba contrariado y perdido. No soportaba verlo así. Le gustaba el Noah provocador, el que la deseaba y que no podía evitar tocarla. Le encantaba el guerrero decidido que ansiaba implantar justicia y que nunca se detenía en su camino.

Aquel berserker, en cambio, parecía que no podía continuar. Como si estuviera cansado de su propia historia. Odió verlo de ese modo.

Pensó que, en parte, también estaba así por su rechazo, así que decidió que era el momento de calmar la furia y apaciguar las aguas turbulentas entre ellos.

Se acuclilló a su lado y colocó una mano en su nuca, acariciándolo y calmándolo como a un lobo enorme que estuviera ansioso.

—Escucha, Noah —la valkyria le masajeó el cuello con los dedos de su mano—, a veces no creo tan importante saber de dónde venimos. Lo esencial es saber quiénes somos en realidad. ¿Qué crees que cambiará? Seguirás siendo el mismo cuando descubras quiénes son tus padres. O, de repente, ¿te convertirás en otra persona diferente? ¿Dejarás de querer a aquéllos que son tu familia? No podrás. —Negó con la cabeza, acariciando sus hombros—. No podrías aunque quisieras. Así que haz este viaje pensando en que tu descubrimiento no debería cambiar nada. Nerthus dijo que sabía quiénes eran mis padres. No voy a negar que he estado pensando en ello desde entonces. Pero eso no me va a impedir disfrutar de esta aventura… contigo. Aunque te odie con locura por algunas cosas que me has hecho. Aunque no soporte recordar lo que has hecho con esas ninfómanas de Nerthus… —dijo con algo de miedo en la voz.

Noah seguía mirando el oscuro abismo.

El pelo rubio blanquecino le cubría las facciones y ocultaba sus ojos. Su rostro, marcado por las adivinanzas rúnicas, se adivinaba moreno bajo la mata de pelo.

Nanna le retiró el cabello de la cara y se lo echó hacia atrás para verle los ojos.

Estaban humedecidos, completamente rojos. El guerrero apretaba los dientes con tal fuerza. La mandíbula prieta y endurecida.

—Eh, berserker —le dijo ella con dulzura—, debemos continuar. —Con la punta de los dedos acarició los mensajes de su cara. Le encantaban.

—Vete, Nanna.

—¿Cómo? —Se le congelaron las alas del frío que sintió en su voz—. ¡No!

—Vete, por tu bien. Aquí ya no haces nada. Si no quieres que te haga daño de nuevo, tendrás que largarte ahora.

¿Que allí no hacía nada? ¡¿Estaba loco?! Habían asistido a la visión de la Daeg juntos. El viaje también era para ella. Y no solo eso: quería estar con él, quería que hicieran las paces, quería que la tocara y la deseara como antes.

No quería nada a medias. Ya no le tenía miedo, así que no se iba a ir de ahí.

—¡Eh! —Nanna lo cogió del chaleco y lo zarandeó poniéndose de rodillas—. ¡¿Por qué crees que me ha hecho daño verte con las agonías?! ¡¿Eh?! ¡No me voy a ir!

—Nanna, te doy veinte segundos para que salgas volando de aquí o no respondo.

—¡No me pienso ir! ¡No me puedes echar! ¡Soy tu valkyria! ¡Eres mi pareja!

—¿De verdad? Nanna… —rogó él, con los ojos completamente rojos y claros. Los colmillos blancos le asomaban bajo su labio superior—. Diez segundos, valkyria…

—¿Qué me harás si no me voy? ¡No me das ningún miedo! ¡Me quedo y se acabó! —Lo miró a la cara, valiente.

Él la cogió del cuello, enrollándose todo el collar de perlas de Freyja en un puño.

—¿Tienes idea de lo que haces?

—Por supuesto.

Él se levantó como un resorte y corriendo con ella en volandas la empotró contra la pared de la cueva.

Los rayos de la claridad del día atravesaban el orificio subterráneo y alumbraban aquella gruta oculta en las entrañas de Galdhøpiggen.

Nanna ni siquiera pestañeó. No se asustó al verlo así. Ya nada le daba miedo. No podía experimentar nada más doloroso que la ira de Freyja. A su lado, cualquier cosa era menor.

Se dio cuenta de que ahora tenía una enorme resistencia al dolor. Era una valkyria de pies a cabeza. Como sus hermanas.

Pero Noah jamás le haría daño. No entendía a qué venía tanta agresividad, tanto descontrol. Él sería incapaz de herirla físicamente.

—Cinco segundos. —Pegó su nariz a su mejilla e inhaló profundamente.

—¿O qué, Noah? No me vas a pegar. Vete con la cantinela a otra…

—¿Pegarte? No, Nanna. —Sus labios dibujaron una sonrisa lobuna y depredadora—. Te follaré hasta dejarte sin sentido y me dará igual lo que me digas.

Ella abrió la boca, perdida en aquella declaración de intenciones tan pecaminosas y perversas, tan rotundamente honestas.

Nerthus le había dicho que el deseo de las agonías no se iría hasta que ella se lo quitara. Los ojos le hicieron chiribitas. Quería entregarse totalmente.

Era su momento.

El momento que había deseado mientras veía cómo otras disfrutaban de eso a través de la Ethernet.

Tragó saliva, más dispuesta y preparada que nunca.

Cubrió su rostro con sus manos y la obligó a mirarla.

—Pues fóllame, guerrero. Jeg er yours, min ulv. [Soy tuya, mi lobo].

Las pupilas del berserker se dilataron.

El rojo carmesí se tornó casi naranja. Se pasó la lengua por los labios y parpadeó solo una vez, de un modo rápido y audaz, como lo haría un animal. Apoyó sus manos tras la pared, desigual y grisácea, llena de minerales, en la que se apoyaba la valkyria. La arrinconó con todo su cuerpo.

—Quiero que me lo demuestres —gruñó.

—¿Cómo?

—Que me demuestres que te gusto.

Ella alzó las cejas marrones.

—Me he quedado para que me hagas lo que quieras. No me voy a oponer.

—¡No! —gritó dando un golpe en la pared con el puño—. Las agonías me están matando… Quiero que me…, que me toques.

Nanna intentó tirar de imágenes de archivo, pues nunca había tocado a un guerrero vivo como aquél. Pero ardía en deseos de hacerlo. Tenía material visual de la Ethernet grabado en el cerebro.

De acuerdo. Lo haría.

—Espero que en esa cabeza retorcida que tienes no hagas comparaciones con esas Barbies que te han manoseado, porque ésta es la primera vez que…

La lengua de Noah entró en su boca, y ya no pudo hablar más.

Lo que sucedió a continuación fue digno de estudio, porque la saliva de ese berserker, el beso del lobo, la volvió loca y le quitó todas las inhibiciones.

Calentó su sangre, giró su cabeza y estimuló su piel.

Nanna se puso de puntillas, abrió la boca y empujó la lengua de Noah con la suya.

Él ronroneó y ella tomó ese gesto como una aprobación, así que siguió besándolo con todas sus ganas y su inexperiencia.

Noah mordió sus labios suavemente, para después besarlos y calmarlos. Ella se agarró a sus hombros, se puso de puntillas, sosteniéndose en él mientras el beso se hacía más y más profundo.

—No es suficiente —dijo él cogiendo aire y hablando contra su boca.

—¿Qué?

—Que no tengo ni para empezar. Te necesito entera. Desnúdate para mí. Ahora.

Las orejas puntiagudas de Nanna se envararon, pero no así ella, que estaba dispuesta a todo para reclamar a ese hombre de las nieves.

Lo besó de nuevo. Mientras se comían y se succionaban el uno al otro, Nanna no perdió el tiempo y empezó a quitarse la ropa.

Primero el chaleco. Después los cobertores. Se quitó sus descansos por los talones y los apartó de una patada.

—Qué pequeña eres —murmuró Noah.

—Tal vez tú seas demasiado alto…

—Ya lo veremos cuando estés de rodillas.

Ella no le hizo caso y siguió desnudándose. Los pantalones fuera, el jersey polar también. Se quedó solo con unas braguitas que Noah le había comprado en la tienda de deportes.

Desnuda de cintura para arriba.

Él la miró de arriba abajo. Acercó con el pie el pantalón que se había quitado y lo puso justo delante de él.

—Quiero que me pruebes, Nanna —le costaba hablar, de lo apretados que tenía los dientes. Estaba más que excitado.

Ella asintió. No se echaría atrás, no le tendría miedo y… Haría justo lo que los dos querían hacer. Él quería que la probara y ella lo probaría.

Al menos, el berserker era considerado. No quería que se lastimara las rodillas al estar a pelo sobre el suelo.

Se dejó caer sobre el pantalón y quedó a la altura de la ingle de Noah.

Sí, la altura casi perfecta. Tendría que estirar la cabeza un poco, pero lo conseguiría.

Él seguía con las manos apoyadas en la pared y, por lo visto, no tenía intención de quitarlas de ahí y tocarla.

Nanna, sin dejar de mirarlo, alargó las manos hasta el botón del pantalón negro de esquiador surfero y se lo desabrochó. Después bajó su cremallera y con las manos estiró la prenda hasta bajársela por los muslos.

A continuación, cogió sus calzoncillos blancos ajustados e hizo lo mismo con ellos.

Él agachó la cabeza y estudió la expresión de la valkyria al verlo.

Nanna no podía creer lo que tenía ante sí.

La perfección masculina en tamaño XXL. ¡Eso era!

Tenía el vello púbico muy rubio, y el tallo era moreno, como su piel. La erección apuntaba hacia ella, gruesa, gorda y venosa. Su prepucio rosado estaba ligeramente húmedo por la abertura.

Nanna sintió rabia al saber que estaba así por otras y no por ella, pero se conjuró para cambiar las tornas. Haría lo posible para que ese hombre enloqueciera.

Lo cogió con las dos manos y no lo pudo abarcar ni a lo ancho ni a lo largo.

—Por los dioses… —susurró Nanna. Alzó la mirada rojiza y se chocó con la de él, que parecía juzgar si era o no era capaz de hacer lo que él deseaba.

—Chúpame, Nanna —pidió en una orden mezclada con súplica—. Chúpame, por favor…

Ella sacó la lengua y lamió su cabeza como un gatito. No hacía falta que le suplicara.

Noah clavó los dedos en la roca hasta hacer agujeros. Se había tensado y solo con ese sutil toque de la valkyria estaba a punto de correrse.

Nanna abrió la boca todo lo que pudo y succionó con fuerza, lamiendo con la lengua, ahuecando la cabeza de su pene en la boca…

Noah exhaló y puso los ojos en blanco.

Y ella supo que lo hacía bien porque se endurecía y crecía en el interior de su boca.

El sabor de aquel hombre le encantaba. Dulce y salado a la vez. Todo contrastes. Como él. Moreno y rubio. Fuerte y suave. Enorme y ágil…

Nanna empezó a chupar. Mientras lo hacía, movía las manos arriba y abajo, como si exprimiera una fregona, o como si le diera gas al manillar de una moto. Movía las manos arriba y abajo.

—Abre bien la boca.

Nanna le obedeció. Adoraba esa parte oculta de él. La parte mandona y masculina. La que ocultaba con gentileza y amabilidad. Seda y acero.

Cuando abrió más la boca, Noah empujó medio tallo en su interior y ella pensó que se ahogaría.

—No, Nanna. No te apartes. Me has dicho que me demostrarías que me quieres. Esto es lo que soy —aseguró tenso por el deseo y la lujuria que sentía—. Acéptame. Quiero poseer esa boca que tienes.

Ella asintió, tragó saliva y volvió a abrir la boca.

Noah entró pulgada a pulgada. Nanna se sostuvo a sus durísimos muslos e intentó apartarse, pero esta vez él puso una de sus manos en la nuca de ella y la obligó a mirarlo mientras lo albergaba en su interior.

—Relaja la garganta —le pidió sin moverse—. Tienes que tragar para no ahogarte. Relaja la garganta… Eso es. Joder. Sí.

Noah la poseyó, tal y como quería, y Nanna aceptó cada centímetro que tenía para darle, y cada una de las gotas que emanaban de él, con su esencia.

Porque estaría loca si se echara para atrás y retrocediera. Ansiaba a Noah.

Ansiaba cada parte de él.

—Traga. Así, preciosa. Muy bien. Me estoy corriendo… —Sin hacer fuertes movimientos, dejó caer la cabeza hacia atrás y gimió, temblando, poseído por el placer de haberse corrido en la boca de la valkyria.

Nanna apoyó la mejilla en su muslo, respirando agitadamente, saboreando todavía el gusto de la esencia de Noah. Por Freyja… Y por todos los dioses. ¡Lo había hecho! Ella era pequeña, él enorme, y se lo había comido entero.

Y quería más.

—¿Estás bien? —preguntó Noah acariciándole la cabeza.

—Tengo frío —dijo ella. Y era cierto, afuera nevaba, el techo de la cueva tenía hielo y aquella parte de la gruta estaba congelada.

—Ah, no, valkyria. —Noah le bajó las braguitas de un tirón, la cogió por las axilas y la levantó hasta colocar sus muslos encima de sus hombros.

Ella se agarró a su cabeza, impresionada por verse en aquella posición.

Noah besó el interior de sus muslos.

—Cógete bien a mí.

—¿Cómo?

—Agárrate.

Nanna miró hacia abajo, y allí entre sus piernas, divisó los rubíes del berserker que por primera vez sonreían de orgullo hacia ella.

—Noah… —Ella tuvo ganas de llorar. Le pasó los dedos por la cabeza con ternura.

—Conmigo jamás pasarás frío. Te lo prometo.

Noah abrió la boca y la posó en la vagina de Nanna, tan lisa como la de un bebé. Aquello lo trastornó. La veía perfectamente. Rosada, pequeña y húmeda. Perfecta para él.

Pasó su lengua de arriba abajo. Una vez, y después otra. Y como vio que aquello era adictivo y que le encantaba notar que ella se hinchaba y se humedecía a cada lametazo, ya no pudo parar.

Porque al margen de las pesadillas que tenía cuando se dormía desde que Nanna le lanzó el puñal guddine, también tenía un sueño recurrente. Se imaginaba poseyendo a Nanna de aquel modo. Aunque, ni en sus mejores sueños, Nanna era tan perceptiva y sensible como lo estaba siendo en la realidad.

Noah coló la lengua por todos lados, succionó su clítoris con los labios y la mordió con los colmillos sin llegar a hacerle daño.

La valkyria gemía y cerraba los ojos a cada contacto. La estaba saboreando como a un caramelo: su favorito.

Tenía los ojos llenos de lágrimas. La sensación de ser probada de aquel modo era indescriptible. A ella siempre le había gustado jugar con las palabras, pero, en ese momento de dicha absoluta, no encontraba ninguna que definiera lo feliz que se sentía.

—Por Thor y todos sus truenos… —susurró ida en el éxtasis—. Me quiero correr.

Noah asintió y le dio un beso dulce sobre su rajita, para después introducirle la lengua en lo más profundo y hacerla volar.

Y voló.

Tal vez habían abierto otra puerta entre mundos porque Nanna se sentía con su lengua en el interior como en otra dimensión.

El Nirvana.

Y él ni siquiera le dejó disfrutarlo, pues, cuando acabó de temblar y de estremecerse, cuando su orgasmo llegaba a su fin y ella se pasaba la lengua por los colmillos, absorbiendo todas las sensaciones, Noah la bajó y fue a darle la vuelta, dispuesto a tomarla.

Pero ella reaccionó rápido y rodeó su cintura con las piernas, abrazándose a él, cogiéndose a su melena rubia.

—No.

—¿No qué? —gruñó él.

—Por atrás no. Quiero que me mires a la cara, bengala. Quiero que me veas a mí y a nadie más. Que sepas que soy yo la que te está poseyendo, la que está aquí contigo. Y que nunca se te olvide quién soy.

Él no comprendió sus palabras hasta que recordó que, cuando la agonía le había preguntado si conocía a alguna Nanna, él había dicho que no. No entendía por qué había contestado eso. En realidad, Nanna era su pareja, la única.

La droga afrodisiaca de las ninfas de Nerthus podía dejar a uno fuera de sí.

Lo lamentó. La besó, intentando resarcirla de ese momento tan desagradable.

—Lo siento —susurró sobre sus labios.

—Eso no me sirve —contestó ella tirando de su pelo—. ¡Haz que lo olvide! ¡Que lo olvide de verdad! ¡Que nunca se te olvide cómo me llamo ni qué soy para ti!

Ambos se miraron a los ojos. Parecían tener un acuerdo tácito y silencioso entre los dos. Estaban destinados a entenderse y a compenetrarse. Noah estaba decidido a demostrarle lo inolvidable que ella sería para él.

Y lo irrevocable de su relación.

La abrió bien de piernas, sujetándola por los muslos. Dejó que, poco a poco, se empalara en él. Quería que disfrutara, que lo sintiera.

Pero estaba muy descontrolado. Ella, muy estrecha y apretada, también necesitaba desahogarse.

Empujó hacia arriba.

—Nanna.

—No te he oído. —Cogió aire, estremecida.

—Nanna —repitió, echándose ligeramente hacia atrás.

Ella inhalaba por la boca, con la vista fija en la entrada mágica de la cueva.

—¿Qué? —gimió.

—Ése es tu nombre. Ahora voy a hacer que no me olvides a mí.

Ella iba a contestarle, pero la estocada profunda e insultantemente violenta de Noah la dejó a punto de tocar con los dedos un orgasmo demoledor. Y ya no supo qué más decir. Su cerebro era incapaz de construir palabras, mucho menos frases o sentencias que tuvieran algo de coherencia.

Noah la penetró hasta el fondo, hasta la empuñadura, y no pudo ni quiso parar. La mordió en el cuello mientras se quedaban tan pegados como un hombre y una mujer podían estar.

La espalda de Noah sufrió una transformación. Algo se grabó a fuego en su piel y recorrió cada músculo. Se quedó quieto mientras ese tatuaje se dibujaba en sus hombros, en su espalda y reseguía la columna vertebral, haciendo dibujos simétricos a cada lado de ésta.

—Mi espalda…

—No te pares —le ordenó ella; se le saltaban las lágrimas al sentirse tan bien poseída—. Son tus alas, Noah, ¿ves? No solo eres mi berserker. Eres mi einherjar —repuso con orgullo—. Ahora, no te detengas… —Lo tomó del rostro para que se concentrara en ella—. Márcame.

Y lo hizo.

Se lo hizo una y otra vez, sin descanso. Sin parar.

Primero de pie, después contra la pared.

No importaba si se hacían daño con las rocas.

Sólo importaba el placer.

Un placer que no era de ese mundo.

Acabaron en el suelo, con los colmillos de Nanna sepultados en el antebrazo de Noah, y los de Noah hundidos en el cuello de la valkyria, tan profundos como estaba su erección en su interior.

Las piernas de la joven colgaban sobre los hombros de él. Ambos sudaban.

Ella no sabía cuántas veces había tocado el cielo. La elevaba y la hacía caer, una y otra vez. Se había hecho adicta a ello.

Era adicta a él. ¿Cómo no serlo?

Como pudo, Nanna consiguió bajar las piernas y dejarlas plenamente abiertas para que el guerrero continuara dentro de su cuerpo.

Allí donde él pertenecía.

Noah se quedó dormido sobre ella. La hija de Freyja se dio cuenta de que no mentía: su cuerpo transmitía un calor calmante y apaciguador.

Una sensación agradable de cobijo y protección.

De verdad y bondad.

Con él, jamás pasaría frío.