Capítulo 13

Noah ni siquiera sabía dónde se encontraba. Para él lo único cierto era que vivía para y por el placer de las manos, las bocas y las ansias de esas mujeres.

¿Cómo las había llamado Nanna? Ah, sí…, dodskamp.

—Chis, príncipe sin trono… —murmuró una de ellas mordiéndole los labios y sentándose a horcajadas sobre él—. Aquí no hay ninguna Nanna. Solo existo yo.

—Y yo —dijo otra pegando sus pechos a su espalda y mordiéndole el oído.

Esas mujeres lo estaban volviendo loco.

Sus besos eran ansiosos. Querían que las poseyera a todas, una a una.

Noah empujó a la que tenía encima y se colocó sobre ella, en el suelo de roca del interior de aquella montaña en la que estaba. Le abrió las piernas y juntó sus pelvis contra su sexo.

—Vaya, vaya… Aquí tenemos el instrumento de un dios, ¿eh? —dijo la rubia, disfrutando del contacto del berserker.

—Yo también lo quiero. —Una tercera le levantó la barbilla y lo besó en los labios, metiéndole la lengua y jugando con la suya.

Noah no sabía lo que le pasaba. Pero, fuera lo que fuera, solo pensaba en sexo. Sexo con cada una de las diez mujeres que había allí.

¿Y por qué estaba allí? ¡Ah, sí! ¡Su objeto!

—¿Quieres tu tótem, rubio de las nieves? —le dijo la que lo estaba besando—. Pues… tendrás que follarme para que te lo dé.

Los ojos de Noah se pusieron rojos, llenos de deseo y pasión por esas mujeres.

Y no supo cómo parar.

Nada podría detenerlo.

Las poseería a todas. Una detrás de otra.

Porque sólo había una cosa que le gustara más que pelear contra los malos: el sexo.

Nanna se agarró a una de sus lianas, la que la dejaría justo encima de la cima de esa espectacular montaña nevada.

Electra la animaba a seguirla. Ella sabía dónde estaba el tesoro enterrado. Casi seguro que era el mismo lugar al que esas arpías habían llevado a Noah.

Las vistas desde la cima que estaban a punto de conquistar eran las más bellas del Midgard, no había duda. A sus pies, valles, lagos y un horizonte de leyenda le hacían pensar sobre lo triste que sería que ese mundo desapareciera. Una vergel apto para la vida y para el amor no podía ser destruido de aquel modo.

Y ella ayudaría a que no fuera así. Al menos, lo intentaría. Pero para eso debía sacar a su berserker del agujero de lujuria en el que lo tenían secuestrado.

Nanna rectificó su posición en el aire, se puso recta como un palo y entró directa al mundo subterráneo de las Agonías.

En el Asgard también vivían en lugares ocultos en las montañas. Obviamente, sitios en los que los tesoros más importantes permanecían a la espera de sus descubridores.

Afuera hacía frío. Entonces cayó por el hueco de esa montaña y descubrió que dentro se estaba peor, debido a la fuerte humedad de aquel lugar.

Sin embargo, lo que al principio era un hueco solo apto para dos cuerpos humanos, se fue ensanchando hasta convertirse en el techo de una espectacular catedral creada por la naturaleza. Era una cueva con estalactitas en los techos que dibujaban formas de fantasía y que señalaban al suelo, como amenazando a cualquiera que osara pisar un lugar sagrado como aquél.

En la pared de roca había una historia grabada en futhark, que Nanna no estaba dispuesta a leer, pues sus ojos acababan de divisar a Noah, sentado en un trono de piedra, con tres mujeres tocándole por todos lados. ¡Y él se dejaba!

—¡Zorras! —gruñó.

Sus ojos marrones se tornaron dos rubíes cuando Noah se levantó del trono y tiró a una de las agonías al suelo. Le abrió las piernas y se colocó entre ellas. Una segunda lo besó en la boca.

Nanna gritó con todas sus fuerzas. Le dolía el corazón. La rabia por sentir que la estaba traicionando y que aquellas criaturas estaban tocando lo que era suyo le provocó un fuerte dolor en la espalda, pero eso no impidió que electrocutara a dos de las agonías que querían, literalmente, beneficiarse a su berserker.

Cuando estaba a menos de tres metros de alcanzar a Noah y llevárselo de allí, la agonía de pelo largo, liso y rubio se levantó, todavía chamuscada por el ataque de la valkyria y lanzó a Nanna contra la pared de la cueva. La inmovilizó con solo una mirada de sus ojos azules.

—¿Cómo osas atacarnos? —le preguntó caminando hacia ella como una modelo que avanzara por una pasarela.

—¿Cómo te atreves a tocarlo, pedazo de…?

La agonía le dio un bofetón. A Nanna le explotaron los colmillos de valkyria en la boca. Estaba dispuesta a arrancarle la cabeza a esa Barbie new age.

—¡Vuelve a tocarme y te…!

Otra bofetada más.

Nanna abrió la palma de la mano, sujeta por una fuerza invisible contra la roca fría de aquella catedral, y lanzó un rayo a la agonía. Ésta lo esquivó y sonrió.

—Eres una valkyria de Freyja.

—No, soy electricista y vengo a fundirte los plomos, puta. ¡¿Tú qué crees?! —La miró como si fuera tonta.

—Entiendo… ¿Este hombre es tuyo?

—Sí. Dejadlo. Su misión es importante.

—¿Cómo de importante? —preguntó la agonía cruzándose de brazos y mirando a Noah—. No será tan importante como para no poder echar unos cuantos polvos antes de cumplir su objetivo, ¿no crees?

Noah estaba lamiendo el cuello de una agonía. Sus ojos se habían vuelto completamente rojos, casi como los de ella. Pero los de Nanna estaban así por la ira y la furia; los de él, en cambio, reflejaban deseo y lujuria.

—¡Noah! —gritó con lágrimas en los ojos.

—¿Tú eres de él? No estás marcada. —La olió—. No te ha mordido. Eso quiere decir que está libre. Podemos hacer con él lo que queramos sin romper ningún corazón.

Nanna parpadeó y fijó la vista en esa mujer. La mataría. ¿No romperían ningún corazón? ¡Romperían el suyo! Noah era su guerrero esperado. ¡Le había arrebatado la virginidad!

Tal vez no estaban vinculados como debían hacerlo los berserkers, ni tenía las alas de los einherjars, pero… ¿quería decir eso que no se habían aceptado?

—Espera a ver si aguanta una noche con nosotras y después te lo devolveremos.

—¡No! ¡Ni hablar! ¡Él no necesita pasar por eso! ¡Es un semidios!

La agonía abrió los brazos y soltó:

—Obvio. Lo percibimos, hija de Freyja. Por eso queremos su poder. Somos dodskamps. Necesitamos su energía vital para obtener dones. Nerthus nos ha convocado a todas. Los grupos de dodskamps de alrededor del Midgard están replegándose con presas tan deliciosas como éstas. Bueno —se relamió los labios—, no tan deliciosas. La guerra ha empezado, valkyria, y nuestra diosa quiere a todo su ejército preparado. No nos culpes por querer estar a punto.

—Pero él… ¡Él es mío!

—¿De veras? ¿Quieres que se lo preguntemos?

Nanna miró a Noah con desesperación. Aquello la flagelaba, le dolía mucho más que la ira de Freyja.

—Veamos, Noah —la agonía caminó hasta él, deslizándose sobre el suelo como si patinara sobre hielo—, ¿perteneces a alguna mujer?

Noah estaba concentrado en subirle el vestido a la agonía que tenía de pie ante él. Estaba de rodillas.

El berserker miró a la agonía con ojos pesados y medio dormidos.

—¿Cómo dices?

—¡Noah, maldita sea, mírame!

Noah escuchó la voz de Nanna y movió la cabeza, dispuesto a buscarla, pero la agonía lo detuvo por la barbilla y le obligó a mirarla a los ojos.

—Ah, ah… No, guerrero. Mírame a mí —le pidió—. ¿Hay alguna mujer que ocupe tu corazón?

Noah inclinó la cabeza a un lado, amarró el pulgar de la agonía y lo succionó, negando con la cabeza. Si había alguna, acababa de borrársele de la mente bajo el influjo de la ninfa.

—No, preciosa.

Ella se dio la vuelta y sonrió a Nanna, por cuyas mejillas rodaban las lágrimas.

—¿Lo ves? Ahora, valkyria, mira cómo nos hace el amor.

Levantó al berserker por la cara y lo guio de nuevo al trono. Hizo que se sentara y ella se le puso encima, con las piernas abiertas y los muslos reposando en los antebrazos del semidios.

Noah gruñó y hundió el rostro en el cuello de la ninfa.

—¡No! —El cuerpo de Nanna se llenó de electricidad y empezó a echar rayos por todas partes, pero esas mujeres los esquivaban como por arte de magia. Si fueran valkyrias, serían excelentes guerreras.

Entonces un trueno reverberó en las paredes de la cueva.

Y, de repente, una mujer llena de luz descendió del agujero como si fuera una virgen envuelta en un manto rojo. Pero el manto no era tal, sino que era su larguísimo cabello, que cubría medio cuerpo y se unía al color de la túnica.

Las agonías miraron hacia arriba. Las diez dejaron de tocar a Noah y se postraron en el suelo, arrodilladas con la cabeza agachada, en señal de reverencia.

Era Nerthus.

A Nanna las lágrimas no le dejaron ver bien. Sorbía por la nariz como una cría.

—Soy vuestra diosa, dodskamps. Alejaos de este hombre —ordenó en cuanto tocó con los pies en el suelo. Se dirigió hasta Nanna, pero no la apartó de la pared.

—Pero, diosa madre —dijo la líder de las agonías—, nos dijiste que podíamos obtener nuestra energía para la guerra de hombres no vinculados. Y este ejemplar no lo está. Además tiene mucho poder para nosotras.

Nerthus arqueó las cejas rojizas y la miró con compasión.

—Y, querida, ¿no te extraña que haya un semidios justo en Galdhøpiggen, donde se encuentra un tesoro divino?

Ella frunció las cejas e hizo un mohín con los labios.

—¿Extrañarme? ¿Por qué? Tú misma nos lo dijiste. Los portales se están abriendo y los seres mágicos se reagrupan, unos hacia un bando y otros hacia otros. Tú estás libre. ¿Por qué iba a importarme ver a un semidios aquí?

—Porque éste, como puedes comprobar, Agrimonia, no es un semidios cualquiera… —le recriminó con los dientes apretados—, y ella no es una valkyria cualquiera. —Señaló a Nanna. A continuación, agarró el cuello peludo de su chaleco para abrirlo de un tirón y mostrar su collar de perlas.

Electra salió de su escondrijo y revoloteó alrededor de Nerthus.

Las agonías, de repente, se acuclillaron ante Nanna. Le mostraron su miedo y su respeto.

Nanna las miró, asombrada. ¿Por qué reaccionaban así?

—¡Es Brisingamen! —decían entre susurros.

—Éste es el collar de mi hija Freyja. ¿Sabéis lo que quiere decir?

—Sí, diosa.

—¿Qué? ¿Qué quiere decir? —preguntó Nanna.

Nerthus le cogió la mano. La bajó de la pared y le devolvió toda su movilidad.

—Que cualquier ser mágico del Midgard que esté de parte de la magia Vanir o Aesir jamás puede hacer nada contra ti. Y que pertenece a una futura reina.

—¿Cómo dices? —dijo jugando con las perlas del collar—. Éste no es Brisingamen. Brisingamen es el collar que da de luz. Es resplandeciente. Éste es solo un collar de perlas.

Nerthus negó con la cabeza.

—¿Sabes lo que tuvo que hacer mi hija para conseguirlo? ¿Sabes por qué lo hizo?

—Conozco muy bien las historias de mi diosa. Se acostó con cuatro enanos brisingos, cuatro herreros.

—Exacto, y solo tú sabrás por qué lo hizo cuando llegue el momento. Por ahora te protege de la oscuridad y hace que los seres mágicos, como mis agonías…

—¿Como tus putas, has dicho? —la interrumpió Nanna con la vista fija en el trono en el que yacía Noah, que no perdía de vista los traseros de las secuaces de Nerthus.

—Son ninfas del sexo.

—No son ninfas, son ninfómanas.

Nerthus se encogió de hombros y sonrió.

—Habrás comprobado que la energía sexual entre un berserker y una valkyria abre puertas, ¿verdad? —le dijo recordando el episodio de la cueva—. Sois creaciones de los dioses más poderosos del Asgard, de Freyja y de Odín. Si se absorbe, otorga mucho poder. No las culpes por desear el poder de Noah para ellas.

—No las culpo —mintió—. Solo quiero que le den su tesoro a Noah y que nos vayamos de aquí.

La diosa acarició el cuello del chaleco de Nanna.

—Ah, querida… ¿Oigo tu corazón latir por ese hombre? ¿Ya reconoces quién es? No le culpes.

Ella lo miró sin comprender.

—Ningún hombre no vinculado puede soportar los cánticos de mis dodskamps.

—¡Noah tiene un kompromiss conmigo! —gritó ella, herida.

—¿Seguro? No he visto ni un solo mordisco en ese cuello blanco y largo que tienes, preciosa. No hueles a él. Y él no huele a ti. No hay intercambio de chi. Y es obvio que él no tiene alas… ¿Qué tipo de kompromiss habéis consumado?

A Nanna le entraron ganas de llorar.

¡Habían consumado uno que por poco la rompe en dos!

—El tesoro —repitió, mirando a Nerthus sin una pizca de respeto. Solo deseaba irse de allí—. Lo queremos.

La diosa se apartó ligeramente para dejar pasar a Nanna, que estaba decidida a sacar a Noah de aquella cueva de brujas.

Las agonías, en especial Agrimonia, la miró temerosa de recibir un castigo. Y Nanna a punto estuvo de pisarle la cabeza, pero, milagrosamente, se controló. Tampoco era plan de matar a parte de un ejército de Nerthus. Además, la diosa no se lo hubiera permitido.

—Vámonos de aquí, hijas mías —dijo Nerthus atrayendo a sus agonías—. Dejémosles solos, pues los tesoros —sonrió secretamente— son solo de aquéllos que los encuentran.

—Diosa… —Nanna la miró antes de que se evadiera.

—¿Sí, valkyria?

—¿Cuánto tiempo se supone que dura el deseo de una agonía en el cuerpo de un hombre?

La madre de Freyja se cubrió con la capucha de su túnica roja y le guiñó un ojo.

—Todo lo que tú estés dispuesta a soportar, Nanna. Todo lo que tú estés dispuesta a soportar. Solo se lo podrás sacar tú…, y deberás hacerlo… o… enloquecerá.

Dicho esto, Nerthus desapareció junto con sus ninfas. La valkyria y el berserker se quedaron solos, con un serio conflicto entre ellos.

—Electra —dijo Nanna—. Marca el lugar del tesoro. Quiero salir de aquí ya —dijo sin inflexiones en la voz, secándose las lágrimas con el antebrazo. Se colocó frente a Noah, apretando los dientes para contener su furia. Ese hombre… había manoseado a las agonías como si fueran plastelina.

Noah alargó las manos hasta la cintura de Nanna y la colocó entre sus piernas abiertas.

—Ven aquí, trencitas —le susurró borracho de lujuria.

Ella le abofeteó las manos e hizo un puchero.

—Electra, date prisa.

No había recordado quién era ella. Mientras estaba en la pared, mirando cómo besaba a otras, observando cómo ellas querían poseerlo, Noah la había mirado como si no valiese nada, como si se tratase de un mosquito clavado en la pared.

El hada guía se dirigió hasta el trono en el que Noah seguía abierto de piernas, sonriendo a Nanna, imaginándose todo lo que estaba dispuesto a hacer con ella.

Pero la valkyria no estaba por la labor y él empezaba a cabrearse porque era lo de siempre. Él la deseaba y Nanna huía.

—Nanna.

—¿Sí?

—Eres una calientapollas.

—¿Qué has dicho? —susurró con los labios apretados.

—Lo que oyes. Una calientapollas. Te encanta provocarme, te gusta que te persiga y adoras jugar a la caza. Pero, a la hora de la verdad, no te abres de piernas a no ser que te inmovilicen.

Nanna enrojeció de cólera. Sus orejas se pusieron en tensión.

¡Zas! Le dio una bofetada que sonó en toda la catedral subterránea.

—¿En serio? —dijo ella apunto de aplastarle ese rostro precioso y tatuado con la suela de sus descansos—. Voy a hacer como que no me hubieras dicho nada, porque no te gustaría saber lo que pienso de ti ahora mismo, ligoló. Levántate, coge lo que tengas que coger y larguémonos de aquí.

—No quiero. —Se pasó la lengua por el colmillo—. Siéntate encima de mí… o enséñame las tetas. Por tu culpa estoy a medias, más duro que este trono.

Nanna pensó seriamente en meterle un rayo por el culo, pero después se lo pensó mejor: no sería una buena idea.

—Tienes tu tesoro debajo del trasero —le indicó finalmente, intentando ignorar sus impulsos asesinos—. Justo en el mismo sitio donde tienes tu cerebro.

Noah resopló y se levantó bajo los efectos de los besos de las agonías.

—Es gigoló —espetó, ignorando las ganas que tenía de montarla como un animal. ¿Por qué estaba tan cachondo?

—No. Es ligoló —contestó dándole un empujón, rabiosa y ofuscada por las imágenes que se habían quedado grabadas en su retina—. ¡Don Ligolobas! ¡Ligolocas! ¡El señor ligoloquequiero!

Electra saltaba sobre el trono, esperando a que Noah encontrara su objeto, ajena a la discusión de la pareja.

—¡Tal vez, ésas agonías no me pondrían tan cachondo si no tuviera los huevos cargados por ti! —Los gritos reverberaban en la roca y caían en el precipicio del abismo que tenía tras de sí la poltrona de piedra—. ¡Los mismos, Trencitas, que no me dejas descargar!

Noah, irritado e impotente, le dio tal patada al sillón y que lo desmontó. Bajo su base descubrió un pequeño rótulo de piedra más oscura, con una inscripción.

Los gritos cesaron de golpe y ambos fijaron su atención en aquello que había a sus pies.

—«¿Qué cosa es aquello que cuanto más se mira menos se ve?» —leyó Nanna en voz alta.

Noah se acuclilló en el suelo y pasó los dedos por las letras rúnicas. La piedra se deshizo. Entonces, como por arte de magia, emergió un objeto circular, metálico y dorado con la runa Daeg en el centro.

—Ahí lo tienes, Noah —susurró Nanna—: Tu objeto.

Daeg simbolizaba el amanecer. Era una runa de luz cuya fuerza interior provocaba milagros. Significaba la fe por encima de todo lo demás. Daeg era aquello a lo que uno se sujetaba para no caer en la oscuridad. Era la runa de la iluminación y sólo se otorgaba a aquéllos que con sus palabras ofrecían sanación, paz, calma y claridad. Únicamente la verdad podía convocar la Daeg. Nunca mentía. Era todo lo opuesto a lo que representaba Loki. El que la poseía brillaría eternamente por su luz.

Electra sonrió, orgullosa de haber hecho su trabajo: se posó sobre el objeto y alzó la mano en señal de despedida.

—¿Se va? —preguntó Noah.

Nanna hizo una reverencia al hada y le devolvió la sonrisa en agradecimiento.

—Sí, ya se va. Dice que ha acabado su labor contigo. Es momento de irse e hibernar con los dioses, hasta que deba guiar a su segundo buscador.

Noah miró a Electra y le hizo la misma reverencia.

Mange takk for hjelpen, Electra. [Muchas gracias por tu ayuda, Electra].

La diminuta mujer alada, se alzó hasta alcanzar la cara de Noah, que la miraba pasmado. Se agachó y le dio un besito en la punta de la nariz.

Y entonces, en ese momento, el hada miró hacia la salida de la cueva, se iluminó y se desvaneció en una nube de polvo dorado.

Nanna se sintió sola inmediatamente. Electra era una miniatura, una mujer llavero, pero era una mujer y se sentía apoyada.

Sin embargo, no había tiempo para lamentaciones. Debían analizar aquel extraño artefacto.

Lo raro era que aquel objeto circular con la runa en medio era algo que Noah recordaba haber visto en otro lugar. Y no sabía dónde.

—Es una llave —le explicó Nanna.

—¿Una llave?

—Sí. Es un llave que abre… algo.

Noah, drogado y caliente como nunca, la miró de arriba abajo.

—¿Tus piernas?

—En serio, Noah… No estoy de humor. No me digas esas cosas cuando te han calentado los motores las angustias de Nerthus.

—Agonías. Y piénsalo, valkyria. Esto —señaló el objeto— tiene forma de ficha. La misma que puede caber en la rajita ésa tan bonita que tienes.

—Estás siendo desagradable, puto. —Lo señaló con un dedo—. ¡Ni siquiera me recordabas! ¡¿Cómo me puedes decir estas cosas ahora?!

Él se encogió de hombros y alzó los dedos para acariciarle el rostro, pero ella lo abofeteó de nuevo.

—Que no me toques. Yo ya he visto esto —dijo Nanna, que inclinó la cabeza hacia un lado, estudiando la pieza metálica que refulgía y que tanto le llamaba la atención. A las valkyrias le encantaban las cosas brillantes. Pero eso era parecido al oro—. Sin embargo, ahora… no recuerdo dónde.

—Bueno. Yo también —asintió Noah, ignorando el rechazo de Nanna. Tomó la pieza entre sus dedos—. Es muy liso…

—¿A ver?

Noah se lo pasó, para que ella también lo inspeccionara, pero cuando las puntas de sus dedos se tocaron, el objeto se iluminó y los cegó. Al instante ambos cayeron al suelo, inconscientes.

Viajaban. Viajaban a una velocidad increíble.

Sobrevolaban Noruega y los fiordos. Seguían en el Jotunheim.

Después atravesaban unas columnas de hielo, que parecían gigantes.

Enormes gigantes de hielo, como Jotuns.

Y más tarde se encontraban en un tubo de luz de cristal y llegaban a un lago subterráneo tan congelado como todo lo que había en esa tierra.

Noah escuchó la voz de un hombre, las mismas palabras que nunca lograba entender.

Hasta que todo resplandeció.

Y dejó de ver.

Cuando Nanna abrió los ojos supo que el berserker había visto exactamente lo mismo que ella. Lo sentía.

Los icebergs, los lagos helados, el mundo subterráneo… Todo.

¿Y para qué?

¿Para qué veían lo mismo?

¿Por qué?

—¿Has estado donde yo? —preguntó Noah frotándose la frente y el lado de la cara, recobrando la consciencia.

—¿La cueva de hielo subterránea?

—Sí.

—Sí, la he visto. —Se levantó y se limpió los pantalones.

Noah la observaba desde abajo, todavía confundido, tirado en el suelo como un gigante de las nieves resacoso por una noche loca.

—Es allí donde tenemos que ir —dijo él, seguro de sus palabras—. La visión ha sido muy clara. Y tienes que venir conmigo.

Nanna lo miró y volvió a sorprenderse al contemplar su rostro.

—Dioses, Noah…

—¿Qué pasa?

—Tu rostro.

—¿Qué?

—Tu rostro. —Agitó el dedo índice señalándolo—. Está… Te lo han vuelto a tatuar.

—No jodas —murmuró agotado—. ¿Qué dice?

—Dice —Nanna se inclinó a leerlo—: «Soy hijo de Manos Ollas. El dios de los ninfómanos gilipollas».