Capítulo 12

Hummus se internó entre las montañas.

Después de haber escuchado durante días la voz guía de su padre, del que sí lo quiso, por fin habían llegado a su destino.

Gungnir no había acabado con su vida por poco. Sostenerla y atreverse a lanzarla en Machre Moor había sido más de lo que su cuerpo inmortal estaba preparado para soportar.

Ellos, los que se suponían que querían ser los héroes de ese mundo que pisaba, los berserkers, los vanirios y todos los demás…, les hacían la zancadilla una y otra vez.

El Ragnarök debería haber llegado ya.

Pero cada misión fallida y cada movimiento mal ejecutado les había llevado a otro tipo de victoria. Porque una vez todos muertos (y había una larga lista: Samael, Strike, Seth, Khani, Seiya, Lucius, Cameron…), después de que ninguno de ellos consiguiera sus propósitos, sería él, finalmente, quien vengara a todos los castigados injustamente.

Sería él quien se tomaría la revancha final.

Su cuerpo intentaba reponerse de las quemaduras de soportar el tótem del dios Aesir, y tampoco se reponía de la puñalada que le dio el Niño Perdido entre las costillas, con un puñal guddine.

Había sufrido. Llegar hasta allí no había sido nada fácil.

Esas heridas ya nunca cicatrizaban, a no ser que tuvieras una cura especial para ello, y no la tenía. Debía ser su dios, solo él, quien lo sanara.

Y tenía que hacerlo, pues él había sido su siervo más leal, su aliado más competente, su mano derecha. Porque, a pesar del dolor y del suplicio, había llegado hasta aquel lugar helado y abandonado de la mano de los dioses. Y estaba ahí en su nombre.

Para ayudarlo a culminar la tarea.

El Niño Perdido, ese guerrero que tenía la energía de un semidios había muerto. Nadie sobrevivía a la puñalada de un tótem divino. Y Gungnir había atravesado su corazón. La muerte de ese berserker, el único que, al parecer, podía entorpecer su camino, había dejado su horizonte llano y sin contratiempos.

¿Quién era Noah? Nunca lo sabría. Porque Loki no podía llegar hasta él; no lo había visto jamás. Pocos días atrás, el dios Jotun había detectado una energía extraña en el Midgard. Creía que había otro semidios en el reino, otro que no era la hija de Thor, recién descubierta. Supo que era una energía masculina, y la llamó «Niño Perdido». Una energía que provenía del clan de As Landin.

Mientras descendía a los infiernos helados, cojeando, agarrándose el estómago y sosteniéndose a la pared fría y azulada, recordó el momento en el que se conocieron.

Después de que entorpecieran su misión con la Elegida en Capel-le-Ferne, misión que debía finalizar con Daanna McKenna haciendo de cuna de su semilla, Noah se entrometió. Entonces pudo captar su fuerza y su poder. Una energía latente en su interior, la misma que él tenía.

El Niño Perdido era Noah, sin lugar a dudas.

Había clavado su puñal guddine en el pecho de Menw, en su corazón. Como resultado, el vanirio había muerto ipso facto.

—¡No! ¡Menw! —gritó la hermosa princesa de los vanirios.

—Tu turno, Elegida. Ya sabes lo que quiero. Ven conmigo. Quiero engendrar a mi hijo en ti. Entrégate a mí y le devolveré la vida a Menw.

Daanna intentó sacar el puñal del pecho de Menw, pero con eso lo mataba más.

—Si sigues haciendo eso, más vida le arrebatas —le explicó—. Solo yo puedo sacarle el puñal.

—¡Entonces, quítaselo! —le rogó la vaniria.

—Si eso es lo que quieres, quítate las bragas y haz lo que te pido —ordenó Hummus.

—¿Y por qué no me la chupas?

Aquella irrupción lo dejó desorientado: fue la primera vez que él y Noah Thöryn se encontraron cara a cara.

—Hola, Niño Perdido.

Daanna desapareció con el sanador entre los brazos y él se quedó a solas con Noah.

—¿Qué tal estás, traidor? —repuso Noah pensando que era un berserker, como él, pero que se había ido al lado oscuro. Qué equivocado estaba.

—¿Traidor? No tienes ni idea. El traidor más grande que existe está entre vosotros y se llama As —le escupió—. Sí. ¿No lo sabías? Sabe cosas sobre ti, Noah. ¿No le has preguntado? ¿No te lo ha contado?

Y entonces As Landin apareció tras ellos, transformado en berserker, dispuesto a luchar. Aquello le fastidió la revelación.

Los túneles de hielo eran espeluznantes, pensó Hummus mientras avanzaba y seguía pensando en el guerrero semidios que él había matado.

Loki le dijo en sueños, ya que era así como se mantenían en contacto, que solo As Landin sabía quién era ese hombre. Si ese guerrero tenía energía divina, solo As, el chupaculos de Odín, adivinaría de dónde venía, ya que nada se escapada a los ojos de aquel guerrero.

Noah Thöryn jamás sabría quién había sido, si era o no era importante para el Ragnarök. Aunque estaba claro que lo era, ya que Loki deseaba su muerte tanto como él.

Justo allí donde el hielo era más grueso, justo en esa sala subterránea que asemejaba a un cristal opaco, su dios le esperaba. Requería de él un último sacrificio. Una última muestra de lealtad. La última muestra que le daría la entrada a su reino.

Aquel colosal muro no le dejaba avanzar.

Y lo supo. Supo que había llegado. Que estaba ante su rey.

Se dejó caer de rodillas, colocó sus quemadas manos sobre la pared de hielo de metros y metros de grosor. Se retiró el pelo de la cara.

Con sus ojos plateados intentó vislumbrar lo que había al otro lado de aquella ventana helada. Allí dentro solo pudo ver un punto negro. Nada más.

Pegó su frente al macizo frío y recitó:

—El abedul tiene ramas de verdes hojas. Loki trae el tiempo del engaño. Aquí estoy, padre. Hice todo lo que me pediste y, sin poder, he llegado hasta ti. Tu voz me ha guiado. De las entrañas de la Tierra salen tus hijos para vengar tu nombre, para demostrar que siempre tuviste razón, que ellos jamás podían ser superiores a nosotros. Ha llegado el momento de que reclames tu trono. Y yo a tu lado, padre. Yo a tu lado.

Hummus se dejó caer, exhausto, sobre la superficie de aquella cueva glaciar, tan perdida en el interior de la Tierra que era imposible de hallar.

Pero los hijos, al final, regresan a los padres, de un modo o de otro.

De repente, antes de caer dormido, un escozor punzante atravesó la parte baja de su espalda, allí donde tenía su puñal guddine.

Extrañado, lo sacó de su funda y se asombró al ver que la hoja metálica de su arma estaba encendida, brillaba con un color rojo. Ardía de rabia.

«Él sigue vivo», dijo la voz de su padre en su cabeza.

Hummus miró por encima del hombro, al interior de la pared de hielo, y volvió a echar un vistazo a la hoja.

—¿Noah?

«Sí».

—No…, no puede ser. Le atravesé el corazón con la lanza Gungnir. Nadie puede sobrevivir a eso. Nadie.

El silencio reverberó en la sala con la aplastante severidad de un grito.

«Eso es imposible».

—Lo juro, padre. Él murió. Lo vi con mis propios ojos.

«Si es eso cierto, entonces… ya sé quién es él. Pero, para acabar con el guerrero, debo salir de aquí. Mi espíritu ha de escapar de esta cárcel. Y por eso exijo tu último sacrificio, aquí y ahora».

—Sí, padre. Lo encontraré y lo mataré.

«No, Hummus. Lo que quiero que hagas es que rompas este hechizo que me retiene aquí».

—¿Cómo? —preguntó, asustado.

«Yo no podré salir de aquí hasta que la cárcel esté completamente destruida, pero te necesito. Necesito tu cuerpo, Hummus. ¿Lo harás por mí, tu padre?».

Él tragó saliva y se quedó de rodillas ante el hielo.

—Claro.

«Toma tu puñal guddine y clávatelo en el corazón».

Hummus parpadeó, hipnotizado por las palabras del dios de la mentira.

—¿Quieres que muera?

«Claro, hijo. Pero yo cuidaré de ti».

Hummus cogió el puñal por el mango con las dos manos, lo alzó y se entregó como si fuera un sacrificio.

—Lo haré por ti. Ha llegado nuestro momento.

Alzó el puñal y lo clavó en su corazón. Cayó fulminado sobre el gélido frío.