Noah llamó a As desde el teléfono fijo de la habitación.
Después de explicarle dónde estaba y lo que había pasado, le pidió que le enviara el mapa de los puntos electromagnéticos que había visto Liam y que había preparado Miz; la física cuántica, con toda la información sobre los portales.
Le pidió que se lo enviara al fax del hotel, cuyo número tenía en la guía informativa de los servicios del resort.
—¿Cómo vas, hijo? —preguntó As con interés.
—Estoy bien, As. Tengo adivinanzas en la cara, no duermo bien y además mi compañera no quiere estar conmigo. Estoy de puta madre.
Al otro lado de la línea, el líder berserker guardó silencio un momento.
—¿Adivinanzas en la cara?
—Sí. Inscripciones rúnicas tatuadas.
—Vaya…
—Eso digo yo. Vaya.
—Siento mucho que te encuentres así.
—Bueno —contestó Noah con la mirada fija en la pantalla del ordenador de la habitación—. Supongo que, en la travesía por descubrirse a uno mismo, nada es fácil.
—Supongo que no…
—¿Tienes noticias de Escocia?
—Yo sí tengo —dijo Nanna a sus espaldas, con el teléfono en la mano.
—Un momento, As. —Se dio la vuelta. Cuando la miró, se quedó sin palabras; sin embargo, como estaba hablando con su líder, no podía valorar cómo iba vestida—. ¿Tú tienes noticias de Escocia?
Nanna asintió con la cabeza.
—Sí. Acabo de hablar con mis nonnes por mensaje. —Mostró el iPhone dorado entre sus manos.
Noah arrugó las cejas rubias hasta que casi se le pegaron a los ojos amarillos.
—¿Y qué te han dicho?
—Que vienen al Jotunheim. Se van hacia la escalera de los trolls.
—Sí, es cierto, Noah. Tu chica dice la verdad.
Nanna sonrió al escuchar cómo la había llamado.
—¿Ves? Digo la verdad —añadió Nanna con autocomplacencia.
—Al parecer —siguió As—, Gabriel y Ardan se han aprovechado del mal estado de Edimburgo y han entrado en una tienda de material militar. Ya tenían la señal del satélite manipulada, pero sus teléfonos no tienen suficiente alcance con su servicio telefónico, así que han conseguido unas satsleeve de Thuraya. Con eso pueden estar en contacto desde casi cualquier parte del mundo.
—¿Eso no es robar?
—Escocia e Irlanda están cayendo, Noah. O se roba por vandalismo, o se roba por intentar dar una salida a la humanidad. Lo han hecho por supervivencia. Los puntos electromagnéticos de allí han desaparecido, como si se hubieran esfumado al abrirse las placas tectónicas. Ya no vibran. En cambio, su energía se ha disipado hacia los otros que quedan en pie. Han recobrado más intensidad. Están activos.
—Se los ha tragado la tierra.
—Pues sí, más o menos. Ahora, Gabriel y los suyos tienen que movilizarse, pues allí no pueden hacer nada más. Por eso se van a Noruega. Quieren hundir la última sede que queda en pie de Newscientists y averiguar cuál va a ser el último paso de los esbirros de Loki. ¿Qué hay en ese lugar? ¿Por qué llevaban las cajas de Stem Cells hasta allí?
—Esto se llama Jotunheim. Si está plagada de esbirros de Loki, lo más probable es que haya algo que quieran proteger con su vida. Hay trolls, As. Y creo que no son los únicos jotuns que se esconden aquí. Algo se oculta en este lugar. Y puede que sea lo mismo que estoy buscando yo.
—¿Todavía no sabes adónde te diriges?
—Aún no. Pero quiero hacer un experimento. —Miró a Electra de reojo; ella observaba su reflejo en un jarrón de cristal rosado.
—Está bien. Ten mucho cuidado, Noah. En Inglaterra ha empezado a haber pequeñas sacudidas sísmicas. Creo que la grieta viene hacia aquí —dijo, preocupado.
Noah se clavó la punta de los dedos en la palma y apretó el puño con frustración. Si la siguiente guerra se desencadenara en Inglaterra, él no estaría allí para luchar con los suyos. En vez de estar peleando al lado de sus kompis, de su familia y de sus amigos, se encontraría en otra parte del mundo buscando un maldito objeto. ¿Qué broma del destino era ésa?
—Resistid, leder. Tenéis que resistir.
—Si quieren guerra, la tendrán. Nosotros nunca nos hemos escondido. Y en las televisiones ya emiten los vídeos de los purs, de los etones, y de nosotros luchando contra ellos. No tiene sentido seguir ocultándonos, aunque nos metan en el mismo saco y piensen que somos alienígenas dispuestos a acabar con su mundo. Daremos la cara.
—Regresaré a la Black Country en cuanto pueda, As.
—De acuerdo. Mantente en contacto.
—Eso intentaré.
Antes de colgar, puesto que estaban en partes diferentes del mundo y no sabía cuándo iba a volver a verle, Noah quería decirle algo a quien siempre había considerado un padre:
—As.
—¿Sí?
—No te guardo rencor. Entiendo por qué no me dijiste nada.
—Lo sé. Tú eres incapaz de tener eso. Por eso eres el mejor de todos nosotros, Noah. Tu compasión y tu misericordia hacia los demás es lo que marca la diferencia.
Los ojos de Noah se empañaron de lágrimas, de agradecimiento y de tristeza por no poder estar ahí. Él era igual de animal que los demás, un auténtico carnicero en la guerra y un salvaje despiadado cuando se trataba de no perdonar. Si tenía que matar, mataba. Por eso no entendía las palabras de As.
—¿Puedes decirle algo a Adam?
—Claro.
—Dile que es un honor llevarle conmigo.
Inglaterra.
Black Country.
Cuando As colgó, María, su kone, estaba tras él, con gesto preocupado, acariciándole la musculosa espalda.
Ellos eran los líderes, los mayores. Eran ellos los que debían dirigir a sus ejércitos a una lucha en la que deberían salir vencedores. Pero la matanza de Arran y la guerra en Edimburgo dejaban muchas bajas que lamentaban profundamente, de todo el corazón.
—¿Estás bien, mi mann?
Él jefe del clan berserker clavó la mirada en la mano que retenía el teléfono.
—Los frentes se están dividiendo, María. Escocia e Irlanda han caído, allí ya no hay nada por lo que luchar. Nada. Y ahora valkyrias y einherjars van hacia Noruega. Justo allí donde están Noah y Nanna.
—¿Qué es lo que te preocupa, As?
—Si la clave es Noah, y las valkyrias y los einherjars están en Noruega…, ¿qué hago yo aquí?
La hermosa y serena María sacudió la cabeza sin comprender.
—¿A qué te refieres?
—Tengo la sensación de que no estoy donde debería estar. Sé que debo defender mi tierra y mi casa… Que lucharé junto a los vanirios de la Black Country, junto a mi nieta —dijo, confuso—. Pero si Odín quiso que yo protegiera a Noah hasta que llegara el momento adecuado y él es tan importante, ¿por qué no estoy a su lado?
—¿Sientes que debes estar con él?
—Es solo una percepción. Odín me pidió que lo protegiera con mi vida. Y se lo debo. Se lo debo a ese dios.
María comprendía el malestar de su pareja. As era un hombre de honor y de palabra.
—Has hecho lo que debías durante todo este tiempo, As. Cumpliste tu palabra. Has ocultado a Noah, sea quien sea, durante siglos. Has luchado con él y lo has defendido. ¿Qué más se supone que tienes que hacer?
—Supongo que me preocupa…
—Claro que te preocupa. Eres un líder excelente, señor Landin. Y quieres a tus guerreros. Pero debes delegar, dejar que otros vengan cumplan el papel que deben desempeñar. No puedes salvar a todo el mundo ni puedes multiplicarte por los demás. —Le acarició la barba que raspaba su mano. Cómo le gustaba tocarla.
As tomó la mano de María y la retuvo sobre la cara.
—¿Por qué eres tan sabia?
—Soy la líder de las sacerdotisas. —Sonrió—. Alguien tiene que llevar el sentido común a este clan de locos.
—Por supuesto.
As se inclinó hacia la pequeña María y la besó en los labios.
—Te quiero, bella.
—Ti amo, bello.
María entrelazó una de sus manos con las de él y lo llevó al interior del salón, donde ella y las ancianas, con la ayuda de Ruth, ponían en contacto mediante el foro a todos los grupos mágicos de humanos que poblaban la Tierra. No eran inmortales como los vanirios y los berserkers, ni tenían dones de dioses, pero las runas les hablaban y, además, perseveraban y creían en un mundo mejor.
A su modo, también pelearían.
Hasta las últimas consecuencias.
Noruega.
Lom.
Noah miraba a Nanna de arriba abajo.
Menudo espectáculo era.
En los pies llevaba una botas de descansos de color rojo, Rubber Duck, las únicas que había encontrado en la tienda. Llevaba una malla negra de piel y forrada por dentro con pelo de oveja, para que estuviera bien caliente.
En la parte de arriba, un polar negro con sus coderas y hombreras de titanio; debajo, su corsé. Encima, un chaleco rojo con el cuello alto lleno de pelo, preparado para cubrir garganta y media cara.
Llevaba el pelo, suelto y trenzado, medio recogido. Sus facciones se marcaban a la perfección. Los labios cincelados, los pómulos salidos, la nariz respingona y aquellos ojos… Aquellos ojos marrones, rasgados y tupidos de pestañas negras eran una maldita perdición.
La había visto de muchas maneras. De guerrera, de fiesta… y ahora de vestido de invierno, con unas prendas informales. Y todos y cada uno de esos estilos le quedaban perfectamente.
Estaba tan bonita que Noah quiso abrazarla, sentarla sobre sus piernas y besarla hasta que ambos cayeran agotados.
—Vaya. ¿Estás preparada para continuar el viaje?
—Sí. Yo —levantó la barbilla de duende— nací muy preparada.
El lado derecho de Noah se levantó en una medio sonrisa.
—¿Qué llevas ahí detrás?
Nanna sostenía algo en su mano libre, que ocultaba detrás de su espalda.
—He escuchado un ruido abajo —dijo—. Cuando he ido a ver qué era, he encontrado esto saliendo de una máquina. —Le mostró el mapa que había enviado As Landin.
Noah se acercó a ella y le quitó la hoja de las manos.
—Gracias. Lo necesito. Me lo han enviado por fax.
—¿Para qué? —Ella lo siguió por la habitación y se detuvo cuando él dejó el mapa sobre el escritorio. Se asomó por encima de su hombro para ver qué hacía.
Noah alisó el fax con las manos y buscó a Electra por la habitación.
—Hada, ven.
Ésta apareció a su lado en un santiamén. Oscilaba arriba y abajo, flotando, sosteniéndose con el aleteo perenne de sus alas.
—¿Crees que Electra puede reconocer la topografía de la Tierra? —le preguntó Noah a Nanna.
—Es un mapa, ¿verdad?
—Sí.
Nanna sonrió.
—Las hadas adoran los mapas. ¿Quieres preguntarle dónde está tu objeto para saber hacia dónde nos dirigimos?
Él asintió. Vaya, Nanna era muy lista.
Electra los miró a uno y a otro, y revoloteó sobre el mapa. Con el índice, se tocaba su diminuto labio inferior. De repente, sobrevolando la zona de Escandinavia, se detuvo sobre Noruega. Una vez allí, Electra se colocó de puntillas en un punto y dio vueltas sobre este como si fuera una bailarina.
—¿Es ahí? ¿Ahí es donde está el objeto? —le preguntó Nanna.
El hada afirmó resuelta.
Noah y Nanna se agacharon para ver qué punto señalaba la mujer alada.
—Galdhøpiggen —dijeron a la vez.
Noah meditó sobre cómo llegar hasta la montaña. Era la más alta de Escandinavia, de todo el norte de Europa.
—Galdhøpiggen… ¿Tenemos que llegar hasta allí?
—Sí.
—Hay un buen tramo —aseguró, deslizando su dedo índice entre el hueco de Lom y la montaña—. Noah…
—Dime —contestó sumido en las posibilidades que tenían de llegar hasta allí sin sufrir el ataque de ningún jotun.
—Eres consciente de que pueden haber más grupos de trolls y otros esbirros de Loki que atesten este lugar, ¿verdad?
—Sí.
—Y tú no vuelas.
—Muy observadora.
—Gracias, soy un lince —contestó sin pizca de humor—. ¿Y por qué no vuelas?
—¿Perdón?
—Si eres mi einherjar, deberías tener alas tatuadas y poder desplegarlas como hacen Gabriel y Ardan. Eso nos facilitaría poder viajar a través de las nubes. Ya sabes, ¡fiu!, volando.
Noah escuchaba con atención sus palabras.
—Tal vez no soy tu pareja, ¿no dices eso a menudo? —contestó más seco que un mazapán.
Ella apretó los dientes y sus ojos se cubrieron de pena. No quería volver a decir eso: se había dado cuenta de que estaba equivocada. Pero tampoco sabía cómo retirarlo, porque la verdad era que, como buena valkyria, el rencor la obcecaba, y todavía tenía residuos de su ira.
Noah y ella tenían mucho que aprender y descubrir el uno del otro. Todavía se tenían que conocer, pero no había duda de que estaban unidos, seguro.
Y a ella le gustaba más que lanzar rayos.
—Así iremos —explicó él—. Saldremos dentro de media hora. Todavía hay luz y es por la mañana: eso reduce los ataques de los nosferatus, en caso de que haya. Cogeremos un todoterreno del punto de información de excursiones de Lom. Sin hacer aspavientos ni demasiado ruido conduciremos hasta nuestro destino. Solo son treinta y cuatro kilómetros hasta el pie de la montaña. Eso supondrá unos tres cuartos de hora de trayecto.
—¿Y una vez allí?
—Una vez allí… tú tendrás que llevarme, Nanna —le pidió con educación y ruego—. Ya sabes, ¡fiu! Volando —repitió sus mismas palabras—. Lo siento por ti.
—Deja ya de disculparte, ¿quieres? Si tengo que hacerlo, lo haré, porque resulta, como dijo Nerthus, que tu misión está por encima del resto y hay que obedecer a los dioses, ¿no? —Arqueó las cejas.
—Me encanta que te quede todo tan claro. Cuando tenga el objeto, te acompañaré y te llevaré hasta donde estén tus valkyrias. Te irás con ellas.
Nanna palideció, impresionada por la orden en su tono de voz.
—Eso no lo vas a decidir tú —replicó ella.
—Lo decidiste en la cueva, antes de que te poseyera. Y tus deseos son órdenes para mí. Los berserkers cedemos a lo que piden nuestras mujeres. En cuanto acabe con mi misión, te devolveré a tu… familia. Así no tendré que escuchar tus lloriqueos.
—¿Lloriqueos? Vete a la mierda, Peter Pan —le soltó con crueldad.
Noah sonrió, sin que la sonrisa le llegara a los ojos. Dioses, cómo adoraba picar a esa valkyria. No había nada más reconfortante que encontrarse con alguien que no cediera tan fácil ni a su educación ni a su supuesta bondad, ésa que decían que irradiaba a raudales. A Nanna no le caía bien del todo. Y era fantástico no tener que ser diplomático. Sobre todo porque sabía que, tras ese desdén y el despecho por haberla tratado mal, había un deseo y una tensión sexual que ninguno de los dos podía negar.
Por supuesto que se pertenecían, pero haría que la valkyria le pidiera de rodillas que la volviese a tocar. Él no sería el pardillo que le fuera suplicando.
—¿Peter Pan? ¿Crees que no quiero crecer? Mírame, valkyria, soy enorme para ti. —Pegó su nariz a la de ella y la arrinconó contra la pared.
—Creo que eres el eterno niño perdido, ¿no te llaman así?
Noah sintió esa frase como una bofetada.
Lo dicho. Nanna no le tenía ningún respeto.
Esta vez sí sonrió de oreja a oreja.
—Eso dicen. Por eso hago este viaje iniciático, monada. Para encontrarme. —Le guiñó un ojo y se apartó de ella—. Llena una mochila con provisiones y prepárate. Nos vamos de aquí.
Nanna siempre había sentido envidia sana de sus hermanas.
Ellas podían conocer a sus guerreros, que además las podían tocar.
Sin embargo, ella nunca podría, pues su labor iba más allá de los deseos carnales. En ese momento, mientras recorría la carretera Rv55 en el cuatro por cuatro que los guiaba por Raugberstulsvegen, se dio cuenta de que esa ansiedad por ser como ellas, ese deseo, acababa de ser colmado.
Tal vez no del modo en que hubiera deseado. Le encantaba ver películas de la Tierra e imaginarse protagonista, como ellas.
Hubiera deseado un Desayuno con diamantes, o un Sisi Emperatriz; pero en vez de eso, tenía un Tras el corazón verde o una especie de La joya del Nilo, ambas, sus películas favoritas, por cierto. Estaba en medio de una aventura con su hombre, al que ahora debía convencer de que ya no pensaba como antes.
Noah y ella tenían futuro. O, al menos, el pequeño futuro que les quedaba en esos días en la Tierra, hasta que llegara el Ragnarök.
Sin embargo, tal vez, ese ocaso de los dioses, ese final de los tiempos, no sería tan dramático para todos. Por eso estaba inmersa en esa misión.
Por eso, porque deseaba más tiempo, quería ayudarle y demostrarle que era su valkyria, su kone, como él decía.
No quería irse.
El paisaje era abrumadoramente hermoso: blanco, verde y azulado por su lagos congelados. Las nevadas habían llegado mucho antes de tiempo por culpa del cambio climático.
Los vikingos procedían de Escandinavia. Allí nacían y estudiaban la historia de los dioses: de Odín, de Thor, de Freyja. Se leían grandes fábulas y en su nombre se habían levantado impresionantes esculturas.
Pero creían que solo era mitología.
«Música para el fin del mundo, señores —decían en la única cadena independiente que cogía la radio del coche—. El Reino Unido se va a pique. ¿Serán verdad o solo un montaje la cantidad de vídeos que hay colgados en Internet sobre una supuesta invasión subterránea?».
—¿Se puede ser más tonto? —soltó Nanna—. Tienen la verdad ante sus narices y no son capaces de admitirla. Se les acaba el tiempo y siguen con la venda puesta. ¿Cómo es posible?
—El Midgard se va a la mierda porque el ser humano es débil. Es fácil corromper sus mentes. Pero no es culpa de ellos… Es culpa de su educación —decía con la mirada fija en la carretera—. Si les enseñaran a cultivar lo de dentro en vez de a querer aparentar lo que no son y a centrarse en sus ambiciones materiales, probablemente, Loki no tendría ni una sola posibilidad en un universo como éste. Pero han hecho justo lo contrario. Los políticos miden quién la tiene más larga, la mujer se hace más masculina y con ello se pierde la feminidad y la sensibilidad; los niños no entienden lo que es jugar sin máquinas, ni saben lo que es conseguir las cosas con esfuerzo. El país desarrollado ignora al subdesarrollado. Los ricos quieren ser más ricos, y los pobres quieren ser ricos, por eso olvidan sus principios y hacen lo que sea para conseguir lo del otro. Y todo ello, horadando, socavando y talando un mundo tan lleno de vida como éste…
—El ser humano es un parásito que acaba matando todo lo que pisa. Y te lo digo yo, que me he hartado a recoger cuerpos de guerreros honorables y sin vida.
«Debido a los temblores en tierras inglesas —explicaba el locutor— se esperan maremotos que sacudan las costas de más de veinte países en Europa. Las consecuencias de estos cambios serán catastróficas. Y en tiempos apocalípticos, si estás ahí, solo, en algún lugar, solo podemos rezar… Os dejo con el Pray de Tina Cousins. Recemos todos porque éste no sea el fin».
La música empezó a sonar. Noah y Nanna no tuvieron más remedio que escuchar la letra, que hablaba del milagro de la vida, de los campos altos y los frutos de los árboles y que debíamos cogernos de las manos.
—If you are the same as me, you breathe the air I breathe —canturreó Nanna— and we don’t understand, yeah, we don’t understaaaand…
Noah la miró de reojo.
—Cantas bien.
—Me encanta la música. Es un placer divino… En el Asgard solo estaba Bragi con su arpa… —señaló colocando sus descansos sobre el salpicadero del todoterreno abandonado frente al hotel y que habían tomado prestado—. Y los elfos que, de vez en cuando, se prodigan con sus maravillosas baladas. Pero… no había mucho más. Hasta que Freyja nos regaló el Ethernet y conectó con las melodías del Midgard. Así escuchábamos a todos los grandes artistas y cantantes que había en este reino. Y yo, de vez en cuando, subía algunos CDs de grupos de música que me encantaban, y los poníamos en los reproductores que también conseguía en mis descensos.
Él se echó a reír.
—No me imagino a una valkyria con un reproductor de CDs en una mano y un muerto en la otra.
Ella lo miró, medio aturdida por lo guapo que se ponía cuando reía. Cuanto más lo miraba, más guapo le parecía. Cuanto más estaba con él, menos ganas tenía de separarse. Cuanto más la tocaba, mejor se sentía.
Noah la llenaba de un bienestar y una paz fuera de lo común.
Vestía todo de negro, con un plumón con capucha de pelo grueso y unos descansos blancos de la marca Boots. También llevaba un pantalón negro y holgado, tipo esquiador surfero.
Entre lo moreno de piel que era, lo rubio y largo que tenía el pelo y aquellos tatuajes en su piel… La ponía a mil con solo mirarla.
Y después estaba aquel olor. Por Freyja… ¿Se podía oler mejor? No. Noah olía a dios pagano del sexo y del amor.
—¿Te gustaba estar en el Asgard, Nanna?
—Me gustaba estar con mis hermanas… —contestó ella siguiendo el ritmo de la música con el pie—. Pero cuando empezaron a descender y me di cuenta de que yo jamás podría tener lo que ellas tenían, empecé a pasarlo muy mal —reconoció con sinceridad—. Desempeñar mi labor me distraía mucho de mi verdadera desgracia… Róta, Gúnnr, Bryn y yo teníamos alguna tara. Una cruz, ¿sabes a qué me refiero? Y cuando regresaba de mis descensos, nos consolábamos entre nosotras, y nos reíamos de quién era la más desgraciada de todas. Cuando ellas se fueron y me quedé sola, me di cuenta de que la más desgraciada era yo. Y no me gustó sentirme así.
El Valhall era un lugar agradable; las valkyrias (al menos la mayoría) se llevaban muy bien entre sí y se querían mucho. Pero…, a veces, durante las noches, el consuelo de una amiga no era suficiente para calmar el ansia desbocado del corazón de una mujer que ya había encontrado el amor de su vida: un amor imposible de tener.
—¿Y por qué eras desgraciada? —preguntó agarrando el volante con fuerza.
Ella hundió la nariz en el cuello de pelo alto de la chaqueta.
—Bueno… —Tenía que empezar a demostrarle que lo quería a su lado.
—¿Por qué, Nanna?
—Porque, una vez, cuando descendía a recoger el cuerpo de un futuro líder de los einherjars…, vi, por primera vez, al hombre que debía pertenecerme. Y sabía que jamás podría tenerlo, a no ser que estuviera muerto.
Noah giró la cabeza y la miró de arriba abajo. Ella tenía los ojos húmedos por la emoción. ¿Estaba hablando de él?
—Ya sé que, después de querer que estés lejos, parece que lo que digo no tiene… ¡Noah, cuidado!
Él dio un volantazo y esquivó el cuerpo de una mujer con una cabellera larga. Llevaba un vestido de seda azul claro. Ni se apartó, esperó a que fuera el todoterreno el que saliera de la carretera y se quedara boca abajo en la cuneta.
—¡Joder! —gritó Noah—. ¡Nanna! ¡¿Estás bien?!
Ella fijó los ojos en los pies desnudos de aquella chica, que ahora se les acercaba caminando con parsimonia, casi a cámara lenta.
¿No tenía frío? ¿Qué era?
Estaban justo al lado de un lago congelado; en frente de ellos se asomaba el pico de la increíble Galdhøpiggen, la montaña donde se escondía el supuesto objeto de Noah, una especie de tótem divino.
Tras la bellísima mujer con ojos inhumanos que se inclinó para mirar si él seguía con vida, descendieron de la montaña, como si flotaran y no pisaran la nieve, una horda de mujeres. Todas vestían igual y tenían la misma complexión física. Todas llevaban una larga melena rubia.
Nanna frunció el ceño, inclinó la cabeza y se quitó el cinturón de seguridad al ver lo que se les echaba encima.
—¿Quiénes son? —preguntó Noah sin poder apartar la vista de la mujer que abría la puerta del piloto y le ofrecía la mano.
—¡No, no! ¡Noah, espera! ¡No le des la mano!
—¿Por qué no? —preguntó él, hipnotizado por la belleza de la joven de ojos azules.
—¡Es una dodskamp!
Nanna las conocía muy bien, pues aquellos lugares que ocultaban poderes y tesoros destinados a hombres valientes y poderosos, tal y como sucedía en el Asgard, estaban custodiados por las ninfas agonía. Eran mujeres de Nerthus, de muchísimo poder, que esperaban a la llegada del nombrado guerrero para que les demostraran con su gallardía sexual si eran dignos de ese objeto. Pero no se imaginaba que también estuvieran en la Tierra. ¿Por qué?
Si el hombre sobrevivía y complacía sexualmente a cada una de ellas durante toda una noche, al guerrero se le revelaba el objeto. Las agonía obtenían la energía y el poder de los hombres que cazaban, fueran en busca de su objeto o no. El problema era que el guerrero que tenían en su poder se perdía en un éxtasis sexual que lo volvía loco. Pero no solo eso, además podía provocar incluso su muerte.
Cuando Nanna y Electra, escondida en el bolsillo frontal del chaleco de la valkyria, intentaron salir del coche, tres dodskamp lo movieron como si fuera una peonza y empezaron a darles unas vueltas interminables.
Nanna sintió que el mundo se volvía del revés: tuvo la misma sensación que en uno de los viajes tormentosos de Gunny.
Quería morirse.
¡Noah había salido y le había dado la mano a una ninfa agonía!
Sus ojos se volvieron rojos. Cuando el coche dejó de dar vueltas, Nanna rompió el cristal y, de un salto, se encaramó sobre el vehículo, que seguía boca abajo.
Agazapada como una fiera, clavó sus ojos rojos en las ninfas que se llevaban a Noah a la montaña.
Maldita sea. Iban a violarlo.
Y él no podría decidir si lo deseaba o no, pues los hombres cedían a los deseos de las agonía.
Nanna no lo iba a permitir. Noah no tenía que demostrarle ni a las ninfas ni a nadie su hombría. Eso solo la concernía a ella, a nadie más.
Si lo tocaban, si alguien llegaba a poseerlo, entonces ya no se interesaría por más hombres muertos del Midgard, sino que haría su propio cementerio de ninfas agonía.
Sin perder ni un segundo más, conjuró sus rayos. Sus palmas se iluminaron de electricidad y absorbieron toda la energía electromagnética de su alrededor.
Cogió aire y, con toda la rabia de su interior, gritó:
—¡Asynjur!