Capítulo 10

Noruega.

Lom.

Una ciudad fantasma. Eso era.

Coches abandonados en plena carretera. Casas vacías, portales abiertos, cristales de las ventanas rotos…

Lom estaba entre las montañas más altas del norte de Europa, como un valle lleno de historia y belleza; no obstante, ahora, solo y desabrigado, inerme ante cualquier ataque o debido a alguno, parecía desahuciado.

Noah no tenía que ser ningún adivino para ver lo que había sucedido.

Aquel lugar no se llamaba Jotunheim por pura casualidad.

Mucha gente nunca había creído en leyendas ni seres mitológicos de ningún tipo, pero él se había enfrentado cara a cara con trolls, guardianes salvajes de la montaña a la que él había ido a parar.

Y no podía obviar que estaba en territorio enemigo, en el que ningún humano podría echarle una mano. Desde luego, aquel paisaje hermoso y desvalido era un aperitivo de lo que sucedería en cada conclave de la Tierra en el Ragnarök.

En Escocia e Irlanda había empezado la grieta por la que entrarían los esbirros del mal y destruirían el Midgard, que siempre había sido su hogar.

Pero, tal vez, solo tal vez, si su viaje daba sus frutos y encontraba aquello que había ido a buscar, podría detener el final de los tiempos. ¿No decían eso las runas?

Por eso tenía que continuar.

Curaría a la valkyria y proseguiría su camino.

Nanna se estaba congelando, debido a la parálisis que había afectado a su cuerpo por el veneno del mordisco del jotun.

Allí no había nadie… Lo podía oler. Lo presentía.

Recorría el centro de aquel inesperado pueblo entre un paisaje irreal, blanco y gélido, cuando se detuvo frente a una iglesia de madera. Y no una cualquiera. Era una stavkirke, una iglesia antigua vikinga, con pequeñas inscripciones rúnicas y tallas que representaban un dragón en el tejado, símbolo de la protección contra el mal.

Y, aun así, aunque aquel lugar se suponía protegido por dioses, había sucumbido al ataque de los engendros de Loki.

Sin embargo, no habían cadáveres. Era como si los hubieran hecho desaparecer.

¿Dónde estaban? ¿Qué les había pasado?

Los edificios de la ciudad eran de madera oscura, para mezclarse con la naturaleza que la rodeaban; típicas casas de invierno para resistir el frío, enormes y excelentemente cuidadas.

Alzó la mirada y leyó: Fossheim Hotel.

Al menos, pensó mientras se introducía dentro, no tenía que hacer registros absurdos ni pagar por la estancia.

Fossheim Hotel era sin duda uno de esos lugares idílicos en medio de la naturaleza. Como una casa tamaño humano de gnomos y duendes. Todavía olía a limpio, señal de que no hacía mucho que la gente del pueblo había emigrado.

En la parte exterior, las mesas de mimbre del mismo color que la madera del edificio tenían casi un palmo de nieve, pero no podían cubrir los vasos y los platos que reposaban en sus superficie.

Fuera lo que fuese lo que había sucedido, había sido de repente, cogiéndolos a todos por sorpresa. Y, sin embargo, no parecía que hubieran utilizado la fuerza para ello. No los habían obligado.

Daba la sensación de que, en algún momento, todos decidieron que había algo mucho mejor que hacer que estar allí.

Si tenían que dejar el coche a medio camino, lo hacían; si debían abandonar la comida a medias, la abandonaban; si tenían que dejar la televisión encendida, la dejaban… De ahí que Electra dijera que había escuchado voces humanas.

Eran los televisores de las casas y del hotel.

Noah abrió la puerta de una de las habitaciones que no había estado ocupada y dejó a Nanna sobre una cama de impolutas colchas blancas.

En cierto modo, era como estar un poco en casa, pues el estilo nórdico le encantaba. Su mismo hogar en la Black Country era de cálida madera, colchas nórdicas, cojines mullidos de colores, parqué envejecido. Eso sí, su casa combinaba lo rústico y lo moderno, y aquel hotel era más bien clásico dentro de su estilo. Aun así, le encantaba.

Entraba muchísima luz por las ventanas blancas y gruesas, semicubiertas con cortinas azul oscuro. En la mesita de mesa reposaba una botella de vino sin abrir y dos copas de cristal vacías.

Noah se acercó a Nanna, que seguía sin parpadear y ahora miraba al techo.

Electra revoloteaba por encima de su cara y parecía hablarle y decirle cosas que él no podía entender.

—Aparta, Electra —le dijo.

El hada se alejó. Noah le inspeccionó el mordisco del muslo. De ahí venía todo el mal.

El veneno de los colmillos del trol había entrado en su torrente sanguíneo como lo haría el de una serpiente y la había paralizado.

Noah la desnudo, le sacó los protectores húmedos por la nieve y helados por la baja temperatura. La dejó tal y como había venido a aquel universo.

Debía darse prisa.

Se fue de la habitación y la dejó sola.

Nanna no se lo podía creer.

Pero ¿es que ese hombre solo pensaba en tenerla desnuda?

La había desnudado, pero lo peor era que no sentía nada de nada debido al frío que atenazaba cada uno de sus músculos.

¿Y dónde demonios se había metido? ¿Por qué tardaba tanto?

¿Le gustaba mirar? ¿Era eso?

Tal vez se ponía cachondo viendo a una mujer completamente desnuda y abierta de piernas, tal y como él la había dejado. Puede que se estuviera masturbando en una esquina… Y ella sin poder mirarlo, pensó su mente calenturienta.

—Ahora viene —dijo la cantarina voz de Electra, que revoloteaba a la altura de su oído.

«¿Qué está haciendo?». «¿Por qué me ha dejado así?».

—Ahora viene —repitió Electra.

Las hadas tenían un sexto sentido y podían ver perfectamente qué se proponían las personas.

—Tiene que volver, pues yo debo llevarle hasta su tesoro. —Dio una vuelta sobre sí misma y sonrió.

«Por Freyja… Las hadas están locas de remate. Electra… Bien podrías cubrirme con la colcha. Tengo un frío que parecen dos».

La puerta de la habitación se abrió con fuerza.

Noah acababa de entrar y dejaba caer algo sobre el suelo.

Iba cargado con bolsas y arrastraba otro objeto con ruedas.

Entonces se inclinó hacia ella y la miró directamente a los ojos.

—Ya tengo todo lo que necesitaba —le dijo.

«Por favor… Qué guapo es». Que fuera tan atractivo la perdía: así lo tenía más difícil para odiarlo. Además, se podían tocar…, y eso quería decir que podían seguir su kompromiss con normalidad, ¿no?

Qué locura… Después de todo, Noah tenía razón: era su pareja.

Pero ella sabía que su primer encuentro amoroso había sido de todo menos normal.

No se habían abierto sus alas, debido a la rabia y a la decepción; en cambio, sí había recibido una potente energía por parte del berserker. Nerthus lo había llamado el chi. Pero ella no le había entregado ni el chi ni el cho.

Y, además, sabía lo que sucedía en un encuentro sexual con un berserker. En el Valhall se habían hartado de darle a la tecla de rebobinar. Él mordía a su pareja y la marcaba. Y aquello los volvía locos a los dos, pues era como tener un afrodisiaco constante en el cuerpo.

Noah no la había marcado.

De repente sintió pesar al saberlo.

Secretamente, deseaba que la mordiera. Sin embargo, en vez del guapísimo berserker de pelo albino, la había mordido un engendro peludo y feo. Un puto troll.

Se lo tenía bien merecido, por haber sido tan cobarde.

—Dices que las valkyrias tenéis una relación de sanación con vuestras parejas. Gabriel me explicó que podéis sanaros en dos direcciones. Que en la punta de los dedos —alzó las manos y las miró asombrado— tenemos una luz que se llama helbredelse y que nos sana.

«Eso también te lo expliqué yo».

—Si eso es verdad, primero te curaré la herida como tú hiciste conmigo en la batalla de St. Peter’s Church, en Amesbury, cuando colgaba de un árbol con graves heridas en mi cuerpo.

«Gracias».

—Cuando tu herida cicatrice, tu cuerpo empezará a entrar en calor, pero no puedes hacerlo demasiado rápido, pues ahora mismo estás sumida en un ataque de hipotermia. Yo te ayudaré a redirigir la sangre.

«Me gusta cómo habla. Me gusta su tono de voz y cómo explica las cosas con tanto tiento, como si me pidiera permiso. No sé a lo que se refiere con redirigir la sangre, pero da igual».

—Después, valkyria, cuando empieces a sentir tu cuerpo, he decidido que voy a curarte ahí abajo…

«Oh, sí… Ahí abajo, nene… ¡¿Cómo?! ¡Joder! ¡¿Cómo que ahí abajo?!».

—Fue tu primera vez. Quiero hacer que te sientas bien. Mi saliva te curará… Tiene que incomodarte un poco. —La miró entre las piernas y se pasó la lengua por los labios.

«Pero, vamos a ver… Pero, vamos a ver… ¿De verdad ha dicho eso en serio?».

—Si no dices nada, lo tomaré como un sí. —Se encogió de hombros, repasando con sus ojos sus pechos, la forma de sus hombros, su torso, sus caderas, sus muslos… Una guerrera perfecta, suave y dura a la vez. Le encantaba.

«Eso es trampa, berserker».

Noah sonrió, levantó las manos y las posó en la herida del mordisco. Repasó el desgarro con los dedos, y observó que, a través de la carne maltratada y de los orificios más profundos, emanaba un líquido verdoso. Era el veneno del troll.

—Ya está saliendo… —dijo, impresionado al saberse también sanador.

Cuando el líquido dejó de salir, Noah acercó a la herida sus dedos, de los cuales se desprendían pequeños rayos de luz. La herida empezó a cicatrizar.

Noah parpadeó. Era fantástico averiguar que podía curarla siempre que la hirieran. Se sintió infinitamente mejor que hacía unas horas, cuando tuvo que desvirgarla en la cueva de Nerthus. Puede que, con sus manos, pudiera sanar lo que había arruinado.

Y Nanna empezó a sentir…

Su cuerpo despertaba una vez que Noah había eliminado el veneno.

Pero, con el despertar, el dolor de la fase de la descongelación (la que hacía que sus vasos sanguíneos recuperaran su funcionamiento normal, la misma que provocaba que su sangre bombeara y calentara sus extremidades) empezó a molestarla.

No obstante, para su sorpresa, Noah se desnudó, sin dejar de mirarla, y entonces, la cubrió con todo su cuerpo.

Y todo su cuerpo era mucho, puesto que esos berserkers tenían un tamaño considerable.

La piel de Noah olía tan bien… La cubría por completo, la trasladaba a otros lugares y momentos que, en realidad, a ella le eran ajenos.

Sus manos se movieron a través de sus hombros y su cuello, masajeando, provocando que volviera a la vida poco a poco.

El dolor remitió allí donde él la agasajaba con sus atenciones.

Nanna parpadeó. Por fin sus ojos reaccionaban y sus músculos recuperaban cierta movilidad.

Pero no se quería mover. No deseaba romper aquello.

Los humanos dirían de ellos que eran seres mágicos, pero ella llamaba magia a otra cosa. La magia era lo que te estremecía sin tocarte, lo que removía tus sentimientos y tus emociones.

Y Noah, con sus cuidados y con sus manos, la convertía en un ser mágico de verdad.

De repente, le dolieron los pechos. Noah no dudó en cubrirlos. Los tocó con una delicadeza imposible para alguien como él, hecho para la guerra.

Sin embargo, Noah era mucho más que un berserker de Odín. Era especial por muchas razones.

Nanna desvió la vista a sus ojos. Él, consciente de que lo estaba mirando, se la devolvió.

—Hola —le dijo con una sonrisa. Parecía querer justificarse: «Solo te toco los pechos porque quiero sanarte. Eso sí, el sonrojo en el puente de mi nariz es de excitación».

—Hola —contestó ella con voz ronca. Nunca se quedaba sin palabras, pero Noah la había dejado muda.

—¿Te duele?

Ella asintió, porque estaría loca si le dijera que no, eso supondría que él cesara en sus mimos. Y estaba mimosa. Después de que Noah se lo hiciera como a los caballos, sin apenas cuidado, estaba deseosa de que él le enseñara otra cara, el otro lado de aquel hombre salvaje.

La quería. La necesitaba. ¡Si hasta tenía ganas de llorarle!

¿Por qué se sentía así? Con lo segura y despreocupada que ella había sido toda su vida… Ahora estaba perdida y confusa respecto a todo.

Como una niña.

Sí, era caprichosa y a veces descocada. Pero no era infantil. Y, en cambio, al lado de un hombre como Noah, parecía que no era lo suficientemente adulta como para enfrentarse a todos sus miedos. ¡Y era una jodida valkyria!

Él dejó de masajearle los pezones con los pulgares y deslizó las palmas por su torso y los dedos por las costillas, dejando un rastro de estimulación sobrehumana, incapaz de resistir, imposible de ignorar.

Ella tragó saliva y no dejó de mirarlo en ningún momento.

—Tengo que hacerlo. Sé que no quieres esto, pero…

—Está bien. Si lo tienes que hacer —lo disculpó—, hazlo.

Él asintió con la cabeza.

—Mi instinto me obliga a cuidarte… Aunque tú no desees que te toque. —Sus labios esbozaron una sonrisa de disculpa—. Esto del helbredelse es… maravilloso.

«¿Sí? ¿Te gusta cuidarme, Noah?».

—Poder sanarte y tener la capacidad de disminuir tu dolor, sabiendo cuánto lo odias es…, es… —Como no encontraba palabras para expresar todo lo que se arremolinaba en su interior añadió—: Me encanta. Cuando me sanaste en el árbol, estaba muy enfadado contigo porque no me dejabas tocarte. Pensaba que me provocabas a propósito —explicó. Nunca habían hablado de sus encuentros—. Creía que lo único que querías era jugar y excitarme. No me imaginaba que realmente ibas a sufrir de ese modo cuando finalmente lo hiciera… Y lo peor era que te toqué porque pensaba que había muerto y estaba en el Cielo.

Ella volvió a tragar saliva. Podía ver el arrepentimiento en sus palabras.

—La cuestión es que… Aunque me apuñalaste una vez, me salvaste la vida otra. No tuve oportunidad de agradecértelo. Creo que haciendo esto por ti, estamos en paz.

Ella entrecerró los ojos, sin acabar de comprender a qué se refería con lo de: «Estamos en paz».

—No puedo devolverte lo que te he quitado. Siento mucho haberte hecho pasar por algo así, Nanna. —Dejó sus manos sobre el vientre liso de ella, para transmitirle calor—. Pero, por lo visto, los dioses querían que tú y yo pasáramos por esto. Tu virginidad era muy preciada para Freyja y Nerthus, como has podido ver.

—Y tú eres alguien importante para Odín —dijo ella—. Parece ser que lo eres para todos.

—Sí —agachó la cabeza—, eso parece.

—Y te lo agradecen tatuándote la cara. —Se incorporó levemente sobre los codos.

Él sonrió y se encogió de hombros.

—¿Crees que a mi pareja le gustará que tenga la cara marcada? —preguntó.

A Nanna le costó entender la pregunta. Sus ojos marrones se enrojecieron por lo que insinuaba. La estaba sacando de la ecuación. Así, ¡zas!, de un plumazo. Se le revolvió el estómago.

—¿Eh, Nanna? ¿Qué dices? —Deslizó los dedos hasta cubrirle todo el sexo y los dejó ahí, como si aquel fuera su lugar en el mundo.

Masajeó ambos lados de su vagina con la intensidad suficiente como para calentarla. Y ella entreabrió los labios y entornó los párpados, como si le pesaran demasiado y luchara contra el sueño.

—Llevaba esperando a mi kone demasiado tiempo. Creí que podrían ser varias…

—¿Qué pasa? ¿Te gustan todas? —preguntó ella, cortante—. Te gustaba Aileen, ¿verdad?

Él no le dio importancia a su tono.

—No —contestó—. Y aunque me gustara, Aileen estaba atada a Caleb. Eran pareja. Se reconocieron. Una vez que eso sucede —levantó la mirada de nuevo y la clavó en ella—, el vínculo es irrompible. Aileen solo tiene ojos para Caleb.

A ella se le puso el vello de punta.

—Quería experimentar eso yo también… Al parecer, tendré que esperar a encontrar a una kone que de verdad me quiera y me acepte. Y que, a poder ser, no huya de mí.

Nanna parpadeó, asimilando cada una de sus palabras. Noah había aceptado todo lo que ella le había dicho. Noah se había rendido.

—En fin… —añadió, contrito—, lo que sí quiero hacerte es dejarte como nueva, como si nada hubiera pasado entre nosotros. —Con las manos y mucho tiento le obligó a abrirse de piernas—. ¿Quieres que te ayude a olvidar?

«No quiero olvidar. No quiero. Solo haz que me sienta bien y se me vaya éste… pesar que siento en el pecho».

Como ella no contestó, Noah prosiguió con su seducción y su trabajo.

—No importa si no me lo dices. Te ayudaré a que ya no duela, ¿vale?

Se metió tres dedos en la boca y los humedeció con su propia saliva para después volver a tocarla entre las piernas y abrirla poco a poco con los dedos.

El helbredelse empezó a actuar junto con su saliva.

La inflamación desapareció poco a poco, igual que el enrojecimiento.

Sin embargo, se demoró más de la cuenta, lo suficiente como para acariciarla, con aquella textura deslizante de su saliva, como si fuera un lubricante.

Ella dejó caer la cabeza en la almohada: perdía las fuerzas si él la tocaba así.

Noah metió un dedo en su interior y dejó que la cura entrara por dentro. Entre su humedad y la de Nanna la invasión se hizo muy fácil. Un dedo. Dos dedos.

Y mientras tanto, el pulgar rotaba sobre el clítoris hinchado de la mujer, que se retorcía por dentro, y conseguía mover los brazos para agarrarse a la almohada.

—¿Recuperas la movilidad, Nanna? —preguntó sin dejar de martirizarla con el placer—. Entonces es mejor que me retire antes de que te empieces a mover de verdad y me mates, ¿no crees?

Imposible. Para él era imposible dejarla así. Era medio animal. Esa parte quería tomarla de nuevo. Sentía que estaba a punto de correrse en los pantalones.

Pero se iría.

Lo haría porque no quería más reproches ni que ella le echara en cara que se había aprovechado.

Como ella no contestó, Noah le sacó los dedos. Ella dejó ir un larguísimo gemido que los conmovió.

Retiró la mano y la limpió de nuevo con su boca para después secarla sobre la colcha.

—Es una pena que tenga que renunciar a esto, ¿verdad? —susurró, a punto de perder los estribos y montarla como un salvaje.

Ella no se atrevía ni a hablar.

Tenía los ojos cerrados y todo el pelo trenzado desparramado por la almohada.

Noah exhaló, agotado.

—La gente de este pueblo se ha ido hace poco, por alguna razón que desconozco. —Se levantó, alejándose de la cama y se agachó para recoger del suelo las bolsas de plástico que había dejado caer—. Las tiendas estaban a mi disposición, así que he cogido todo lo que creo que nos hará falta para continuar nuestro viaje. He entrado en Sport Lom 1 y me hecho con unos descansos y material para la nieve, al menos para que aguantes mientras estés aquí. —Hablaba como si le importara bien poco estar tan desnudo y empalmado—. No puedes ir con tan poca ropa.

«Y todo eso lo dice como si hace unos segundos no estuviera jugando a los ginecólogos».

—Las valkyrias podemos aguantar bien las condiciones climatológicas adversas —dijo ella, que se repuso como pudo de aquel orgasmo frustrado.

—En ese caso, ponte lo que más te convenga. —Le lanzó sobre el colchón lo que había cogido—. He traído comida de las cocinas y de las despensas. Come lo que quieras. Debes coger energía. En este hotel sigue habiendo señal wifi y las líneas no han caído. Cuando estés bien, podrás coger tu iPhone y hacer esa llamada. Yo me pondré en contacto con el foro de la Black Country.

—¿Qué llamada? —contestó, sentada sobre la cama, completamente recuperada de su gélida inmovilidad.

—La llamada de rescate a tus valkyrias. Puedes irte cuando quieras, Nanna —le dijo con pesar mientras iba al baño de la habitación—. No estás obligada a quedarte conmigo. Nada te retiene aquí —se detuvo en el marco de la puerta—, ¿verdad?

Dicho esto, Noah desapareció en el lavabo.

Cuando Nanna escuchó correr el agua, señal de que el berserker iba a tomarse una ducha, clavó la vista en el vapor de agua caliente que salía de allí.

Y sintió envidia. Envidia del agua que rociaba ese colosal cuerpo masculino. Ella, en cambio, tenía que quedarse con las ganas como castigo por haber sido tan estúpida.

Electra se cubrió la boca con las dos manos y sus hombros temblaron de la risa.

—¿Te ríes, Campanilla teñida de morena?

Electra arqueó una ceja negra y la miró como si la valkyria no midiera más que ella.

Nanna se pasó la mano por la cara y, después, a través de su rostro avergonzado, clavó los ojos rojos en el arsenal de bolsas y en el carrito lleno de comida.

De un salto, se encaramó a por el carrito y se llenó la boca con tortitas con nata y fresas, zumos naturales, frutas y todo lo que ofrecían los humanos para desayunar.

A ella, como buena valkyria, le encantaba el azúcar y se volvía loca con la cantidad de comida basura que los humanos podían ingerir.

Era muy mala, sí.

Pero estaba tan buena.

Mientras se llevaba un bollo de chocolate a la boca, abrió las bolsas de plástico llenas de ropa.

Y esta vez sí: sus orejitas puntiagudas temblaron de la emoción y el gusto, y su rostro dibujó una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Chucherías! —Al menos consolaría su decepción con su nueva ropa.

Pi, pi, pi.

Nanna hacía rato que intentaba cargar su teléfono. Se le había acabado la batería. Mientras Noah hablaba a través del ordenador, ella cargaba su teléfono con su electricidad, pues no tenía clavijas para enchufarlo.

Cuando el móvil se encendió, se dio cuenta de que tenía un montón de mensajes en el whatsapp:

Bryn, la Salvaje:

Ya tenemos línea!

Gunnyfacia:

El Engel es el mejor. ;)

Róta, la Mala:

¿Nanna? Pero ¿sabes cómo funciona el teléfono? ;)

Gunnyfacia:

¿Nanna? Dinos algo cuando puedas.

Bryn, la Salvaje:

Nanna, maldita sea… ¿Sabes cómo funciona el teléfono?

Róta, la Mala:

Nanna ha muerto. Jajajajaja.

Gunnyfacia:

No bromeéis con esto.

Bryn, la Salvaje:

Nanna…!!!

Róta, la Mala:

Si Nanna muere…, ¿quién la recoge a ella? Jajajajajaja.

Nanna no se lo podía creer. Por fin tenía a sus hermanas a mano.

No podía dejar de comer, se sentía fatal, y encima Noah hacía rato que no le decía nada porque estaba enfrascado en una conversación con As Landin delante del ordenador.

Nunca se había sentido culpable, pues jamás había hecho nada malo. Nada realmente malo. Pero ahora sentía como una afrenta personal su comportamiento con Noah.

Necesitaba desahogarse. Se actualizó el perfil que Bryn le había preparado y empezó a mensajearse con ellas.

Nannanacomeon:

Hola.

Bryn, la Salvaje:

Asynjur! Oye, tu teléfono tiene Internet pero no las llamadas internacionales activadas.

Gunnyfacia:

Asynjur, Nanni!

Rota, la Mala:

¡Estás viva!

Nannanacomeon:

Ok, Generala. Me cogiste el más barato. Jajaja. Estoy en Noruega.

Róta, la Mala:

¿Qué hacéis ahí?

Nannanacomeon:

Es una larga historia.

Bryn, la Salvaje:

¿En Noruega? ¡Nosotras vamos a Noruega!

Nannanacomeon:

¿Venís hacia aquí?

Bryn, la Salvaje:

Claro!

Róta, la Mala:

Vamos a Trollstigen!

Nannanacomeon:

¿Trollstigen? ¿La escalera de los trolls?

Gunnyfacia:

¿Qué haces en Noruega?

Nannanacomeon:

Estamos en Lom, un pueblo abandonado en el Jotunheim.

Nos han atacado unos trolls. ¿Por qué venís hacia aquí?

Róta, la Mala:

Porque el último reducto de Newscientists está en Noruega y vamos a destruirlos. La dirección que salía en las cajas de Stem Cells que retuvimos señalaba la carretera del Trollstigen como lugar de entrega, sin número. ¡Trollstigen está en el mismo parque nacional del Jotunheim, Nanna!

Bryn, la Salvaje:

Estamos a punto de prepararnos para ir hasta allí.

Gunnifacia:

¿Qué tal el tiempo por ahí?

Nannanacomeon:

Nieve. Cielo blanco y encapotado. Frío que me muero.

Noah me ha desvirgado en la cueva de Nerthus.

Nanna se echó a reír por lo bajini. Sabía que no iban a tardar en llegar las reacciones de sus hermanas.

Gunnifacia:

?????????????????!!!!!!!

Bryn, la Salvaje:

Nerthus? Desvirgado?

Róta, la Mala:

Peeerrrrdonaaa? ¡Tócate los pies, hermana! Jajajajaja.

Bryn, la Salvaje:

Pero si no te podía tocar!

Róta, la Mala:

Cómo demonios te ha metido la tranca sin tocarte?!

Nannanacomeon:

Sí. Me he enfadado.

Róta, la Mala:

Ahora no me digas que Noah es ilusionista!

Gunnifacia:

Voy a matarle. Tú estás bien?

Bryn, la Salvaje:

Callad, cotorras!! A ver, tú que le has dicho. Te hizo daño?

Nannanacomeon:

Me hizo daño, el puto himen parece indestructible a veces. Ni Iron Maneras lo rompe.

Róta, la Mala:

Jajajajajajajaja. Iron Maneras?

Nannanacomeon:

Mierda! Iron Man! ¡Es el autocorrector!

Bryn, la Salvaje:

Ya. Bueno. Pero Freyja te ha vuelto a tocar?

Nannanacomeon:

No! Resulta que era todo un ardid de la diosa y su madre! Ya os lo contaré. La cosa es que me enfadé y le dije que: ah, sí? Pues arridevici!!

Gunnifacia:

Jajajajajajaja. Qué es arridevici?

Nannanacomeon:

Quería dejarle, pero Noah tiene una misión importante y resulta que sí somos pareja de verdad. Y ahora qué? Le he dicho que le dejaría, pero no me quiero ir porque el hijo de Pepote me pertenece… Quiero llorar.

Bryn, la Salvaje:

El hijo de Pepote?

Gunnifacia:

Qué me meo! Jajajajaja.

Róta, la Mala:

Joder, quién tuvo la brillante idea de darle un iPhone a Nanni?

Bryn, la Salvaje:

Jajajajajaj.

Nannanacomeon:

Hijo de Peyote.

Róta, la Mala:

Jajajajaja. Sí, ahora ya lo has arreglado. Jajajaja.

Nannanacomeon:

Bueno, dentro de nada seguiremos nuestro viaje. Seguimos en contacto.

Róta, la Mala:

Espera!!! No veo las teclas de la risa que me das…

Nannanacomeon:

No hay aquí un símbolo de «vete a tomar por culo»?

Bryn, la Salvaje:

De acuerdo. Ten el teléfono cargado. Dile a Noah que puede que nos veamos allí. Gúnnr va a prepararnos una buena tormenta. Asynjur, hermana.

Nannanacomeon:

Asynjur!

Róta, la Mala:

Y cómo es el bengala? Es todo un lobo? ;)

Nannanacomeon:

Es dinamita puta.

Róta, la Mala:

Jajajajajajajajajaja.

Bryn, la Salvaje:

Jajajajajajajajajaja.

Nannanacomeon:

Dinamita pura.

Gunnifacia:

Jajajajaja. Asynjur!