Capítulo 1

Machre Moor.

Escocia.

Nanna se internó con Noah en brazos a través del embudo que había en el cielo. Sus rayos le llevarían al Asgard, y allí, en el Víngolf, frente a sus hermanos einherjars y a sus hermanas valkyrias, por fin podría presentar a un nuevo guerrero.

Su einherjar. Suyo.

Sonrió. Era increíble que ese berserker estuviera destinado para ella; casi se había alegrado de su muerte, porque eso quería decir que al fin él podría tocarla, y ella disfrutaría de cada segundo de las caricias de ese macho.

Nunca la había tocado ningún hombre y se sentía una desgraciada por ello. Sus nonnes como Róta, Bryn y Gúnnr sí que habían sido tocadas.

Pero Freyja le había dado la virtud de la pureza total. Su cuerpo, que para ella no era nada del otro mundo, no podía ser tocado por manos masculinas. Era como un templo sagrado que nunca debía ser violado.

Jamás.

A ver, que era obvio que ella no quería ser violada, pero sí que un magreo inocente que otro le hubiera gustado llevarse. Sacudió la cabeza.

Los magreos no eran inocentes. O te magreaban o no, y eso significaba que te tocaran a destajo, ¿no? Bueno, también estaba bien. No lo veía mal. Ella no pondría ningún impedimento.

Continuó a través del embudo y llegó al final.

Qué raro. No encontraba la entrada al Asgard, y el rayo seguía conectado con él… Las nubes proseguían con su llanto limpiando la Tierra con sus gotas de lluvia.

Sí, pensó. A esa porción de planeta le hacía falta un buen lavado, porque después de los constantes terremotos había quedado en muy mal estado.

—¿Nanna?

La valkyria miró a todos lados. Arriba, a izquierda, a derecha… La piel se le erizó y por poco grita cuando vio que el que le hablaba era Noah.

Sus ojos amarillos estaban abiertos y brillaban, como si tuviera fiebre. Y se habían concentrado en ella.

La valkyria abrió la boca y parpadeó repetidas veces.

Noah alzó una mano para acariciarle el labio inferior, y a ella las orejas se le estremecieron y todo se le puso de punta. Agrandó sus ojos castaños todavía más, casi en estado de shock.

—Te puedo tocar —dijo él, maravillado.

Ella volvió a parpadear, y por poco le da un ictus en medio de las nubes, hasta que reaccionó y gritó:

—¡Pero ¿se puede saber qué haces tú vivo?!

Lo soltó como si le quemara y se limpió las manos en sus muslos desnudos.

—¡No me sueltes! —gritó Noah—. ¡No sé volar!

Nanna empezó a lanzar rayos por todas partes, no por nada, sino por hacer algo. Estaba tan nerviosa que no sabía lo que hacía.

Noah se había encomendado a ella. La lanza le había herido en el corazón, y él había clavado los ojos en el cielo y se había encomendado a ella. Eso había sido así, ¡¿no?!

—¡¿Ahora también sabes fingir que te mueres?! —le gritó, apretando los dientes y yendo a por él. De lo contrario sería responsable del asesinato de un hombre… ¡¿Un hombre qué?! ¿Vivo o muerto?

Los truenos se pronunciaron y el embudo desapareció.

Nanna no se lo podía creer. Gritaba Asynjur para mantener el portal abierto, pero sus rayos no le llevaban a ninguna parte.

¿Qué demonios sucedía?

Nanna recuperó a Noah a unos mil metros de distancia de la Tierra. Lo tocó y le sostuvo, y no sucedía nada. Podía tocar a ese hombre, y ese hombre podía tocarla a ella, pero el castigo de Freyja no llegaba. ¿Por qué?

—No comprendo —musitó contrariada, aguantándolo en el cielo—. Te habías muerto. ¿Eres un zumbi o algo por el estilo?

—¿Un zumbi? —Noah no podía entender las palabras de esa chica.

—Sí, uno de esos muertos vivientes que salen en la Ethernet…

—Un zombi. No, no soy un zombi. Estoy vivo —contestó él llevándose la mano al pecho. La lanza le había atravesado el corazón. Lo sabía. Lo recordaba. De hecho tenía el agujero en la camiseta, y ahora la piel estaba cicatrizando.

El cielo relampagueó con una luz potente que los dejó cegados.

—¿Nanna? —dijo una voz que ella conocía muy bien—. Te dije que no podías ser tocada por ningún hombre vivo —le recordó Freyja, la omnipresente. Su tono no era de reproche, más bien parecía estar divirtiéndose.

Y fue ese tono lo que menos gustó a Nanna. Ella apretó los dientes y se estremeció de nuevo.

—¡Es un zumbi! —gritó al cielo—. ¡Éste no cuenta!

En ese momento, la potencia de mil rayos cayó con fuerza sobre la pareja. Los dos gritaron, presos del dolor y la agonía.

Nanna perdió agarre en su liana eléctrica, y ambos cayeron.

Freyja le dijo una vez que si un hombre vivo la tocaba, la dejaría una temporada en el Midgard como castigo; además, la electrocutaría cruelmente, como estaba haciendo en ese momento.

Lo primero siempre le había parecido tentador; lo segundo no lo soportaba.

Podía ser una valkyria, pero tenía cero aguante al dolor.

Y el castigo de Freyja la estaba matando.

Una voz susurrante y masculina lo despertó.

Había sentido el impacto contra la hierba quemada de los círculos de piedra de Machre Moor, y se había quedado medio inconsciente. La descarga eléctrica lo había dejado fuera de juego durante un buen rato.

Pero esa voz le había animado a abrir los ojos. Y le había dicho algo. Algo que Noah no había entendido ni había atinado a oír bien.

El resultado era que tenía abiertos los ojos y respiraba. Tenía un dolor de cabeza apabullante, que apenas le dejaba pensar lo suficiente como para saber qué hacer.

El cielo seguía nublado, y no había ni rastro de aquel embudo cuántico que lo llevaría a otra dimensión.

Pensó que había muerto, pero, en vez de eso, había revivido en brazos de Nanna, para que un rayo dolorosísimo le atravesara de cabo a rabo y le hiciera sufrir el tormento de los moribundos durante… ¿Cuánto rato había sido? No importaba.

Recordó levitar mientras el rayo lo fulminaba y le achicharraba la sangre, tensándole los músculos de dolor, haciéndole sentir desesperado.

Y solo una pregunta rondaba su cabeza: si a él le había dolido, ¿qué habría sentido Nanna?

Se dio media vuelta como una croqueta y miró a su izquierda, esperando encontrarla. Después hizo lo mismo hacia el lado derecho, y ahí estaba.

Nanna, la valkyria más esquiva, incomprensible, atrevida y deslenguada que había conocido había bajado para recoger a los guerreros caídos.

Él había caído, cierto; la lanza de Hummus le había atravesado el corazón.

Pero de nuevo lo sentía palpitar. Volvía de entre los supuestos muertos.

¿Por qué?

Noah se incorporó sobre rodillas y manos, y sintió una potente arcada que le volvió el estómago del revés.

Tosió un par de veces, y se impulsó para arrastrarse y socorrer a la guerrera.

Ésta no dejaba de gemir, inmóvil, con los ojos almendrados llenos de lágrimas de estupefacción y dolor clavados en el cielo. Un cielo que le había cerrado las puertas.

Ni siquiera podía hablar. Su pecho subía y bajaba como si le faltara el aire.

—¿Nanna? ¿Te encuentras bien? ¿Nanna?

Ella temblaba y tenía los labios morados. Su espectacular vestimenta cubierta de titanio y cuero se sacudía junto con su cuerpo, que no dejaba de estremecerse.

Alrededor del cuello tenía aquel collar de perlas blancas y relucientes con el que a veces había jugado.

Noah fue a colocarle la mano en la frente.

—No-n-no me to-to-q-ques… Ca-ca-capu…

—¿Capullo? Ya, me imaginaba que ibas a decir eso. —Sonrió sin ganas.

Ella intentó parpadear para detener las lágrimas que, incontrolables, caían a través de las cuencas de sus enormes ojos.

Noah se estremeció. Eran tan bonita que lo dejaba sin palabras. Sus orejas puntiagudas, su pálida piel, aquellos labios voluptuosos y su largo pelo castaño y trenzado formaban un conjunto demoledor para los sentidos de un hombre.

—No pu-puedes t-t-tocarme… N-no pu-puedes…

—Chis. Nanna, tengo que hacerlo. Te voy a cargar. Y te voy a llevar a un lugar seguro.

Ella ni se inmutó. Parecía catatónica, aunque lo podía ver perfectamente.

Noah tenía el pelo largo rubio platino empapado de barro y de lluvia, pegado a la cabeza. Le goteaba agua de la nariz y de la barbilla, y olía a guerra y a salvación.

Tenía los ojos más increíbles y hermosos que había visto jamás. Eran del color del sol, amarillos, medio animales, medio divinos. Y sus facciones parecían esculpidas a mano por un adorador de la belleza. Su barbilla cuadrada, su pendiente en la oreja, sus cejas rubias y tupidas, los labios rojizos y gruesos, para besarlos… Ella jamás había besado a nadie.

Y, aun así, aunque su físico siempre la dejaba impactada, medio atontada, ahora no podía evitar sentir rabia hacia él, porque la había traicionado.

Lo había cargado, pensando que se había encomendado a ella mientras moría, su rostro y su ruego habían aparecido ante ella, pidiendo un alivio y acuno. Ella descendió con todas las ganas del mundo para recogerlo. Pero el muy cretino estaba vivo. Vivo de verdad.

Y eso suponía para ella la más vil de las traiciones hacia Freyja; con eso se convertía en merecedora del terrible castigo que la diosa le había infligido.

Aunque el rayo había remitido, su furia seguía fluyendo en su interior, y continuaba hiriéndola, haciéndole tanto daño que casi no podía coger aire.

Freyja sabía que ella era una valkyria que odiaba el dolor. Lo sufría con dignidad, cierto; pero no lo sobrellevaba tan bien como Bryn, Róta y Gúnnr. Ni por asomo podía ser tan fuerte como ellas.

Tal vez por eso Freyja le encomendó la tarea de recoger hombres muertos. Eran hombres que nunca podrían hacerle daño físicamente: ¿desde cuándo los muertos atacaban?

Sin embargo, Noah la había engañado.

Aquel moreno berserker de pelo casi blanco la cargó en brazos.

Nanna ya no sabía si cada vez que la tocaba le dolía, o simplemente es que le dolía todo. Pero lo único que deseaba era que cediera el suplicio y la tortura.

El cielo se cubría de una ceniza que arrastraba el viento, restos carbonizados de lo que una vez fueron ciudades, bosques y castillos escoceses.

Poco a poco todo se destruía. Poco a poco todo se esfumaba.

—Nos vamos de aquí. Esta tierra tiembla. Si no nos damos prisa, es posible que nos engulla en sus entrañas, como ha pasado ya en Edimburgo con muchos guerreros.

—¿Adó… adónde me lle… llevas? —preguntó Nanna, no sin esfuerzo.

—Al único lugar que conozco por aquí y que es seguro. A la isla Maree.

Wester Ross.

Isla Maree.

Bajo el lago Marae, un precioso lugar lleno de magia y de misterio, el joven berserker Steven había construido su hogar. Una fortaleza intraterrena que ahora servía para que berserkers, einherjars, valkyrias y vanirios de todas partes del mundo tuvieran un cobijo en Escocia, mientras ésta sucumbía, poco a poco, víctima del inicio del fin del mundo. A Noah aquel sitio le recordaba de algún modo al RAGNARÖK de la Black Country.

Los sistemas de comunicación habían caído en todo el país después de los terremotos. Noah acababa de llegar a la entrada de las cuevas y esperaba que las puertas metálicas se abrieran para él. Y lo hicieron.

Al menos, las máquinas no juzgaban si debía estar muerto o vivo; los sistemas de reconocimiento lo identificaban igual y por eso aceptaron que entrara.

Cuando se abrieron las puertas, el olor a desesperación, pena y adrenalina lo golpeó con la fuerza de una bofetada.

Él era empático. Podía sentirlo todo. Y, tal vez, podía ayudar a que los demás se sintieran mejor con su presencia, tal y como siempre había hecho.

La guerra en las siete colinas había sellado el fin de muchos guerreros.

Por muy inmortales que fueran, morían igual si se les tocaban en sus puntos débiles. Y eran los supervivientes los que acarreaban con el dolor de la pérdida.

Purs, etones, lobeznos y vampiros emergieron entre las grietas de la tierra y plantaron cara a berserkers y vanirios de Chicago, Milwaukee y la Black Country. Lucharon juntos para salvar una parte de mundo.

Al final, los buenos habían ganado esa batalla, pero las bajas también eran demasiado importantes como para ignorarlas. Y los daños se adivinaban irrecuperables.

Muchos vanirios, algunos de ellos «muñecos torturados» de Capel-le-Ferne, lucharon hasta el final con toda la rabia de su corazón. Y perecieron con dignidad. Peleando.

Algunos otros del clan kofun de Chicago también corrieron el mismo destino fatídico en la guerra por proteger Edimburgo y Glasgow.

Wester Ross estaba repleta de supervivientes, pocos, pero supervivientes al fin y al cabo.

Y de entre esos supervivientes la energía de aquéllos que conocía se alzaba entre la de los demás.

Si sentía a Ardan y a la Generala, quería decir que estaban vivos. ¿Y Gabriel? ¿Y Gúnnr? ¿Y todos los demás?

Noah cerró los ojos. Nanna seguía en sus brazos, sumida en un terrorífico dolor que no podía calmar. Ojalá pudiera ayudarla, pero no sabía cómo.

Nanna experimentaba una angustia que la azotaba con violencia. Cuando les dieran cobijo, la atendería debidamente, pero no ahora. No todavía.

Si entraba en Wester Ross, debía asegurarse de que los que se ocultaban en su interior eran amigos. No quería más sorpresas desagradables como las que habían sacudido al clan de Ardan en las últimas horas.

Buchannan y Anderson les habían destrozado con sus traiciones. Y Noah no iba a permitir ningún sobresalto más. No quería más muertes inmisericordes como las que habían sufrido en Ailean Arainn. Muchos berserkers como él habían perdido la vida bajo el peso de una encerrona propia de rateros sarnosos. Niños, mujeres, hombres y guerreros… No habían dejado a nadie vivo. Y Noah se sentía fatal al captar toda la culpa que acarreaba el laird a sus espaldas. Tendría que hablar con él para calmarlo, porque era injusto que ese guerrero se sintiera así. Había dado mucho en el Midgard.

Se concentró en el interior de aquellas instalaciones y puso en funcionamiento el sentido auditivo de los berserkers para leer y escuchar a todos los que allí se encontraban.

Ardan seguía vivo y, al parecer, yacía en cama con Bryn. Por lo visto, por la cantidad de feromonas que podía captar, sabía que el einherjar y la valkyria habían tenido una sesión de sexo de las que hacen historia.

Gabriel, el líder de los einherjars, continuaba ayudando a los heridos. Lo sentía porque Gabriel era un jefe: desprendía su energía por allí por donde pasaba. El Engel era, sin duda, la gran revelación de los clanes.

Gúnnr, que poseía una réplica de Mjölnir, también estaba viva. Sentía la energía del tótem que ella cargaba, y a su vez, su propia fuerza que se acentuaba con el objeto divino.

Róta y Miya hablaban con Jamie e Isamu. La valkyria de pelo rojo se había asegurado de que Johnson se quedara durmiendo en una de las habitaciones de aquella residencia. A ellos se les habían unido Theodore, Gengis, Ogedei y William, que conversaban sobre la necesidad de trasladar la fórmula antiesporas de Isamu a los demás mares de todo el mundo. Por ahora, solo el reino Unido estaba protegido, y, aun así, los huevos más maduros se habían desarrollado hasta que purs y etones habían salido al exterior.

Si aquello seguía así, ¿cómo lo iban a detener?

¿Habría salvación para ellos?

Vanirios y berserkers se habían unido para luchar; y en ese contienda, einherjars y valkyrias habían descendido de los cielos para aliarse. Eran fuertes, sí.

Pero los jotuns eran más y les habían ganado terreno.

—¿N… Noah?

Él miró hacia abajo y su voz y sus ojos abiertos de par en par lo sacaron ipso facto de sus pensamientos.

—¿Nanna?

—Llé… llévame con… —Nanna lo agarró del pelo, rubio, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, con la boca abierta. Se arqueó entre sus brazos, y de su garganta salió un grito de valkyria, de ésos que podían ensordecer a todo el que lo oyera.

Los gritos de las valkyrias eran armas en sí mismas. Sobre todo los gritos de dolor. Y eso era lo que desgarraba a Nanna de arriba abajo. El dolor.

Al instante, Bryn, cubierta con una colcha negra y con el pelo desordenado en el rostro, se plantó frente a Noah. Después le siguieron Róta y Gúnnr, que miraban a Noah, con los ojos completamente rojos, estupefactas por lo que veían.

Noah había muerto.

Y el muerto estaba tocando a la única valkyria que jamás debía ser tocada por hombre alguno.

—Tú estabas muerto —dijo Róta caminando apresuradamente hacia ellos.

—Nanna… —susurró Bryn, acongojada.

—Está sufriendo mucho. —Gúnnr se frotó el pecho y negó con la cabeza—. ¡Te dijo que no la podías tocar!

Lanzó un rayo contra Noah y éste lo esquivó.

—Dámela. —Róta robó a Nanna de los brazos de Noah y se la llevó corriendo a una habitación, seguida por una preocupadísima Gúnnr. Bryn miraba al berserker como si fuera un bicho raro.

—Que me aspen ahora mismo —dijo una voz masculina.

Noah, al verse lejos de la valkyria, se giró rápidamente, pensando que Gabriel también lo iba a atacar por haber tocado a Nanna.

El Engel tenía el pelo rubio cogido en un moño, tal y como lo solía llevar Ardan, que se unió a la fiesta segundos después, con cara de pocos amigos, pues aquel alboroto había interrumpido el sueño reparador con su valkyria Bryn.

Los dos einherjars no daban crédito a lo que presenciaban.

—Te vimos morir —aseguró Gabriel—. La lanza Gungnir te atravesó el corazón.

—¿Cómo puedes sobrevivir a eso? —preguntó Ardan.

Noah no tenía respuestas para eso.

Se miró el pecho desnudo y se lo frotó. Ya no tenía cicatriz.

Encogiéndose de hombros, tan perdido como ellos, dijo finalmente:

—No tengo ni idea —respondió con rotundidad.

Ardan y Gabriel no lo creían. ¿Cómo no iba a saber por qué razón era tan resistente?

—Pero voy a averiguarlo —aseguró Noah—. Por ahora, la única que me importa es Nanna. Algo pasó cuando la toqué… De repente, un rayo nos atravesó y…

Los ojos castaño oscuros de Ardan se entrecerraron.

—Joder, ¿has tocado a Nanna? Es la protegida de Freyja. No la puedes tocar. Ningún hombre vivo la puede tocar.

—Ya, bueno… —dijo arrepentido—. La cuestión es que, cuando se ponga bien, nos iremos de aquí para…

—No. Ni hablar. —Ardan dio un paso al frente y lo amenazó con su cuerpo—. No puedes volver a tocarla. No te la puedes llevar. Nanna recoge a los guerreros caídos. Si ella no está, ¿quién diablos lo hará?

Noah alzó una ceja rubia platino y miró al laird con una media sonrisa comprensiva.

—Me la llevaré conmigo, Ardan. Lo quieras o no —dijo sin inflexiones.

—¿Por qué? —quiso saber Gabriel—. La necesitamos aquí.

Noah negó con la cabeza, zanjando el asunto con un medio gruñido.

—Cuando morí, me encomendé a ella. Punto final.

—Sigues vivo —replicó Ardan.

—La lanza atravesó mi corazón. Me mató. Pero después… desperté en sus brazos. Y por esa razón la toqué.

—Aun así… —continuó Gabriel, incómodo.

—He dicho que no, Engel. Me la llevaré porque, al margen de no entender qué me pasa ni quién soy, estoy absolutamente seguro de una cosa: Nanna es mi kone. Y no la voy a dejar aquí. Se vendrá conmigo a la Black Country. Tengo algo que averiguar allí —anunció crípticamente.

Gabriel y Ardan se miraron el uno al otro.

El gigante dalriadano chasqueó con la lengua.

—Tú decides, Engel —le dijo a Gabriel—. ¿Le dejamos ir o no? Es un puto muerto viviente. Y ha tocado a Nanna. Si no lo freímos nosotros, ya lo hará Freyja. O la misma Nanna cuando se recupere.

Noah sonrió, incrédulo, un gesto que no pasó desapercibido para Ardan.

—¿No me crees, Noah? —dijo divertido—. Que Nanna no esté en los conflictos bélicos del Midgard no significa que no tenga carácter ni furia. Es una valkyria. ¿Sabes cómo se las gastan?

Noah meditó sus palabras.

—Nadie está más arrepentido que yo por haberle hecho sentirse así —aseguró—. Pero, si es mía, no podrá hacerme daño —replicó con seguridad—. Su helbredelse es mía. Según tengo entendido, nuestra relación debe ser de sanación no de agresión. Y como berserker, su chi, es mío. No me haría daño.

—Cree lo que quieras… Nanna es bonita, muy divertida y muy cómica y buena —dijo Ardan enumerando sus virtudes—. Pero yo jamás querría que se enfadara conmigo.

—De acuerdo —dijo Gabriel mediando entre ellos—, quedas avisado, berserker. Por mi parte, he de decir que me alegro de que estés vivo.

—Gracias —contestó Noah—. ¿Cómo están las cosas por aquí?

—Intentábamos establecer comunicación con Inglaterra, pero el sistema eléctrico ha caído en toda Escocia e Irlanda —dijo Ardan—. No podemos contactar con nadie. Estamos aislados.

—Comprendo. Entonces alguien tiene que ir a Inglaterra y mediar con los clanes. La guerra ha empezado. —Oyó de nuevo un grito de valkyria, y todo su cuerpo se estremeció. Necesitaba ir a ver qué sucedía con Nanna—. Ahora, si me disculpáis…

Gabriel y Ardan asintieron y dejaron que Noah desapareciera por el pasillo, asustado y nervioso al escuchar los aberrantes gemidos de la guerrera.

Noah lo tenía decidido. Por poco que Nanna mejorara, le sucediese lo que le sucediese, se la llevaría de ahí. Y ambos viajarían a la Black Country.

Hummus lo llamaba «Niño Perdido» y había asegurado que As le ocultaba cosas.

La lanza de Odín no había acabado con su vida.

Freyja le hablaba en futhark a través de la hoja de su puñal.

¿Quién era él en realidad?

Lo descubriría en cuanto tuviera al líder de los berserkers frente a él.

As no le rehuiría de nuevo.

Mientras tanto, lo único seguro en su vida era que su instinto berserker no le había fallado cuando vio por primera vez a Nanna.

Todo su cuerpo latía de necesidad por ella. Y se alegraba de saber que tenía pleno derecho a disfrutar de la valkyria, porque era su pareja.

Nanna lo sabría y lo entendería.

Y se llevarían de maravilla, porque nadie se llevaba mal con él.

Era un pacificador, un mediador y una especie de psicólogo y confidente entre clanes.

Y estaba deseando disfrutar de Nanna sin dolor ni reproches de por medio.