CAPÍTULO 30

Stinger’s Creek, centro-norte de Texas, 1992

Odgen Parnum cerró la carpeta de plástico y observó la huella de la mano sudada contraerse y secarse en la superficie. Miró el espacio entre dos fotos que había en la pared del frente, luego colgó la cabeza hasta que se le tensó la nuca y la sangre le latió en las sienes. Se pasó los dedos una y otra vez por la fina cabellera, luego apretó el intercomunicador.

—Marcy, creo que tenemos que hacer entrar a alguien. Ven a mi oficina.

—Claro, jefe. —Odgen Parnum había trabajado con cinco delegados a lo largo de los años, pero nadie era tan brillante y eficiente como Marcy Winbaum. En ese momento supo que ella era la última persona que necesitaba que estuviera involucrada en ese caso. Y el sospechoso al que se veía obligado a hacer pasar era la última persona a la que quería ver.

—¿No es emocionante? —sonrió ella señalando el informe del laboratorio.

—Ve con calma, Marcy. Creo que todo es un poco prematuro y creo que podría llegar a haber alguna otra explicación.

—Yo no lo creo, señor. Creo que finalmente podríamos llegar a estar cerca de hacer justicia para todas esas víctimas trágicas: Janet Bell, del 87, Mimi Bartillo, del 88, Cynthia Sloane, del 89, Tonya Ramer, del 90, Tally Sanders, del 91, y ahora nuestra Jane Doe. —Ella se sabía los detalles de memoria—. Son seis mujeres, jefe. Y si la prueba de hoy…

—¿Pero no crees que Rachel Wade, la camarera, no crees que ella fue también una de las víctimas del asesino de Crosscut, cuando Bill Rawlins fue encerrado por eso? —En cuanto mencionó el caso, todo en lo que había estado trabajando durante los últimos cuatro años tomó la forma de una deprimente realidad. Él se esforzó por seguir hablando—. Eres nueva en esto, Marcy. Concéntrate, ¿de acuerdo? No nos precipitemos.

Su sonrisa se desvaneció y en cuanto recibió los detalles por parte de él, salió y retomó al expediente abierto sobre el escritorio y al cuaderno amarillo que estaba al lado. Parnum la siguió, cerró el expediente y se lo puso bajo el brazo.

La sala de interrogatorios del Departamento de Policía de Stinger’s Creek era pequeña y sin ventanas. La luz llegaba desde una tenue bombilla que colgaba floja del techo, apenas cubierta por una pantalla verde llena de polvo. Proyectaba sombras lúgubres.

—¿Podría esperar aquí para hablar con el jefe? —pidió Marcy.

Hablaré con el jefe, señora, claro que hablaré. Pero me gustaría hablar con él a solas. —Duke Rawlins se desparramó en la silla de metal, de espaldas a la pared, extendiendo lejos las piernas, inclinando la pelvis hacia arriba. Marcy Winbaum se dio la vuelta y se marchó. Parnum se quedó en la puerta mirando fijamente al hombre que tenía enfrente. Las gotas de sudor le brotaron en la frente y se las secó con un pañuelo que sacó del bolsillo de los pantalones.

—¿Me recuerdas? —Duke se dio la vuelta y apoyó un codo en el respaldo de la silla.

Parnum cerró la puerta tras de sí, luego la empujó hasta que hizo ruido.

Duke levantó la ceja y sonrió.

—¿Qué es lo que soy para ti? ¿Tu putita, tu mariconcito, tu niñito, tu ramera con el culo ceñido o tu potro salvaje?

—Hace una hora recibí el informe del laboratorio —Parnum bajó la voz hasta que quedó un siseo—, que revelan que la pintura que había en el zapato de Jane Doe coincide con la de la camioneta Dodge Ram. Y por Dios que hay solo una que yo conozca y está estacionada en tu patio.

Duke lo miró con calma.

Parnum golpeó el puño en la mesa.

—¿No lo entiendes? Otras personas lo saben. Marcy, el laboratorio… ¡Hemos encontrado pruebas!

—Bueno, esto es así —empezó a decir Duke, apoyándose sobre las palmas de las manos, y acercándose—. Bien pudiste no haber encontrado las putas pruebas.

Parnum retrocedió.

—¿Estás loco? Yo no puedo…

—Ahora déjame pensar. ¿Y qué hay con la señora del Jefe de policía y los hijos del Jefe? ¿A ellos les gustaría saber tu secreto? ¿Y qué hay con el reverendo Ellis? ¿Qué hay con la sublime gracia del coro de la Primera Iglesia Bautista?

Parnum permaneció en silencio. Finalmente habló:

—Veré qué puedo hacer.

—No, harás lo que puedas hacer.

—Has asesinado a siete mujeres.

—¿Eso crees?

Parnum tragó saliva.

—Ah, no me juzgues, no te atrevas a juzgarme, maldito hijo de perra.

Oleadas de náuseas invadieron a Parnum. Se aferró al borde de la mesa.

—Tú estuviste ahí el viernes por la noche…

—Si hubiera estado ahí el viernes, Jefe, ¿cómo pude haber apostado todo al par de sietes?

—Yo no jugaría al póquer con un…

—¿No jugaría al póquer conmigo? —resolló—. De todos modos, no era solo yo. Donnie Riggs también estuvo allí. No hubiéramos tenido cerveza de no haber sido por Donnie.

—Santo cielo. Donnie Riggs. Jamás…

—Supongo que en este momento la vida está pasando ante ti como en fotos, grandullón.

—Maldito hijo de perra.

—¿Yo? —Duke lanzó una carcajada fuerte.

—Yo sé lo de Rachel Wade —anunció Parnum—. Hiciste meter a tu tío en la cárcel…

Duke achicó los ojos.

—¿Cómo? ¿Me ves como a un miembro del jurado? ¿Me parezco al de Twelve Angry Men? O —se detuvo— ¿tal vez me parezco a los muchachos de las rosquillas que trabajaron en el caso, cogieron al sujeto equivocado y entonces lo único que yo podía hacer era apoyarlo? Asistí todos los días al juicio…

»Me senté allí a escuchar el detalle de tu…

»Ahora cuida tu boca. Cuidado con lo que vayas a decir. Ahora no querrás hacer algún tipo de acusación que no puedas fundamentar, ¿verdad?

—Bill Rawlins era un buen hombre —aclaró Parnum.

—Nunca dije que no lo fuera.

—Su pañuelo fue hallado en la boca de la muchacha… —Parnum movió la cabeza—. Tú lo dejaste morir.

—Te lo diré de nuevo: Yo no provoqué nada. Yo no estaba en la celda cuando él se aferró el corazón y cayó al suelo. Si hubiera estado, yo le hubiera hecho masajes en el pecho mucho más rápido que los retardados que lo encontraron.

—Eres un…

—Ahora sh, sh, sh.

La sala quedó en silencio. Fuera, Marcy Winbaum cerró un cajón con fuerza. El teléfono sonó.

El aire acondicionado producía un zumbido.

Duke habló:

—¿Crees que eres un buen hombre, Jefe? ¿Lo crees?

—Eh, yo, eh…

—¿De veras lo crees? —vociferó Duke—. ¿Lo crees?

—Sí.

—¿Ves? Lo sabía. Sabía que eso era lo que pensabas. Lo cual hace todo más placentero. —Duke se tocó la entrepierna y se agarró los testículos. De este modo, para mí es un empate. Obtengo la maldita castidad del placer que eso provoca. Y para mi ronda extra, sé que cada noche que estés en la cama, estarás pensando en mí. Y esta vez, no tendrás hierbas en los calzoncillos. Sino el helado sudor del miedo empapando las sábanas.

Parnum se puso rígido. Duke se puso de pie y se inclinó hacia su rostro demacrado. Se acercó y lo besó fuerte en las mejillas, pasándole la lengua por el mentón. Parnum se estremeció.

—Quizá alguna vez mi culo haya sido tuyo, Parnum… pero en realidad, ahora el tuyo es el que es muy mío. —Apartó la silla de una patada y salió de la sala.

—Aquí no hay nada que ver —le dijo a la delegada al salir al frío aire nocturno.