CAPÍTULO 18

Stinger’s Creek, centro-norte de Texas, 1986

Ashley Ames estaba de pie frente al espejo de su habitación decidiendo si había o no terminado de maquillarse. Quedaba sutil en su piel pálida: colorete, rímel y una capa de lápiz de labios tono escarcha. Ella vació la bolsa de cosméticos y pasó la mano por los productos. Encontró lo que estaba buscando, un delineador negro de ojos que apenas sabía cómo usar. Le quitó la tapa y lo acercó más al espejo. Su hermana Luanne, de nueve años estaba detrás de ella sobre la cama.

Al terminar, Ashley se dio la vuelta con un cepillo para el pelo en la boca:

—Hoy, Ashley Ames modela un top fucsia sin hombros con una ultra minifalda gris de algodón hasta la cola, el atuendo se completa con unas Keds blancas clásicas. O, hoy Ashley Ames se encuentra con su chico con una camiseta rosa sin hombros y una falda con volantes hasta medio muslo y unas botas negras de tacón hasta el tobillo.

Luanne continuó:

—Y sus cabellos no podrían estar más levantados y sus ojos más delineados…

—Cállate, Lu —se fastidió Ashley—. ¿Y entonces qué me pongo?

—La de calados —respondió Luanne—. Pero papá se pondrá loco.

—¿Por qué?

—Es un poco de puta —opinó Luanne.

—Como si tú supieras. —Ashley se metió contoneándose dentro de la falda y cerró la cremallera del lateral. Un pequeño rollo le sobresalía por encima de la cintura. Giró y se dio un golpecito en el trasero.

—Disfruta de mi gloria, Lu, disfruta de mi gloria.

Ella se sentó en la cama y se subió el cierre de las botas sobre las pantorrillas regordetas, inclinando las piernas de costado. Cogió el bolso, tiró algunas pinturas dentro y caminó erguida hacia la puerta. Cuando entró a la sala, Westley Ames bajó el periódico.

—No sé, Ash, cariño —movió la cabeza.

—¿Qué es lo que no sabes, papá?

—Si es la ropa adecuada para una jovencita, si están diciendo lo correcto.

—¿Y qué es lo que piensas que están diciendo, papá?

—No me desafíes de ese modo, Ashley.

—Lo siento, papá. Pero es que todo el mundo… Quiero decir, no es que yo sea la única. A mí me gusta mi ropa. No le están diciendo nada a nadie.

—¿Y qué es todo eso negro que tienes en los ojos? —le preguntó.

—Es delineador, papá, no es para tanto.

—¿Y a propósito, quién es ese joven? —preguntó Westley.

—Donnie Riggs, papá. Ya conoces a Donnie.

—He escuchado hablar de Donnie, pero no conozco a Donnie y tampoco tú. Recemos para que no se parezca al padre, porque si llego a oler aunque sea una pizca de alcohol en tu aliento cuando regreses a casa, jamás volverás a ver el mundo exterior. ¿Me has escuchado, Ashley?

—Es mediodía, papá. Y sabes que yo jamás bebería alcohol —dijo ella al tiempo que se daba la vuelta y salía sonriendo.

Donnie Riggs estaba sentado en el cordón de la calle, entre dos coches, a una manzana de la casa de Ashley. Arrojó la colilla de cigarrillo a la calle y se puso de pie, alisándose los pantalones vaqueros sucios. Le temblaban las piernas y tenía la cara colorada. Ese día no quería mirar a Westley Ames a los ojos.

Apretó el timbre y la señora Ames atendió, con el brazo derecho enganchado en su estrecha cintura, un collar de perlas le caía horizontal sobre el pecho.

—Hola, Donnie —lo saludó con una débil sonrisa.

—Hola, señora —respondió Donnie—. ¿Está Ashley?

—Entra.

Ella giró la cabeza y sonrió al ver a la hija salir de la sala. Estaba a punto de llorar cuando miró a Donnie.

—Cuídala —le pidió.

—¡Mamá! —se alteró Ashley.

—A ti no te importa que te lo pida, ¿verdad, Donnie? —le preguntó la señora Ames.

—Por supuesto que no, señora —respondió—. Y no se preocupe, cuidaré bien de ella.

Ashley sonrió al tiempo que cogía a Donnie del brazo.

El sol estaba alto y reflejaba ondas de luz plateadas sobre el agua. Duke estaba sentado en la oscuridad de los árboles tupidos, con las piernas flexionadas contra el pecho. Una linterna yacía en la hierba junto a él. Después de esperar en silencio durante media hora, escuchó pasos por el sendero y la risa de una chica. Luego escuchó la voz de Donnie y el ruido monótono de las botellas de cerveza que chocaban. El sonido se alejaba a medida que ellos se acercaban a orillas del agua.

—No. En ésa no me fue tan bien —contó Donnie—. La geografía no es lo mío. Y detesto a Baxter. Es un perdedor.

—Sí —coincidió Ashley.

Donnie jugaba con la tapa de una botella, lanzándola al aire con el pulgar una y otra vez.

—Tierra a Donnie, tierra a Donnie —se burló Ashley.

Él se dio la vuelta para mirarla como si hubiera olvidado que ella estaba allí.

—Disculpa —murmuró—. ¿Quieres otra cerveza?

—Claro —respondió ella.

Él se estiró hacia atrás para coger una botella y al incorporarse sus rostros quedaron a centímetros de distancia. Ella cerró los ojos. Él se inclinó y le besó los labios, guiándola con delicadeza hasta recostarla sobre el hierba a su lado.

—De la cintura para arriba —aclaró ella sonriendo al tiempo que le apartaba la mano.

Una ramita crujió. Duke había estado quieto cerca de ellos, observándolos en silencio. Ashley se incorporó de repente acomodándose el top y miró fijamente a Duke. Donnie se puso de pie con el pánico dibujado en el rostro.

—Hola, Vo… Eh, hola, Duke —saludó ella confundida.

—Seguid con lo vuestro, amigos, no os preocupéis por mí —dijo Duke.

Ella lo miró asustada. Luego sonrió.

—Sí, claro —le respondió al tiempo que miraba a Donnie y reía. Él la miró nervioso. Ella volvió a mirar a Duke.

—En serio —afirmó él con voz fría—. Vamos, seguid.

Donnie la rodeó por la cintura, atrayéndola hacia sí. Ella lo empujó.

—¿De qué estáis hablando? —les preguntó al tiempo que se ponía de pie—. ¿Estáis locos?

—Solo hazlo —ordenó Duke, empujándola encima de Donnie.

Ashley agrandó los ojos. Ella conocía a esos muchachos, podía identificarlos. Luego se le hundió el corazón. Supo que jamás lo haría.

—Hazlo —ordenó de nuevo Duke—. Yo me sentaré aquí a verlo todo y quizá después yo también tenga un poco de acción.

—Vamos, Ashley —le pidió Duke cuando todo terminó. Le revolvió el bolso y luego cogió una polvera—. Arréglate esa cara. Te has estropeado el rímel. Vamos, hazlo.

Él le puso el espejo delante de la cara. Ella se vio las lágrimas rodar por las mejillas. Él cogió el cepillo de la hierba y comenzó a cepillarle la larga cabellera. Le quitó las hojas y le sacudió la tierra de la enmarañada melena castaña.

—¿Qué diría tu padre? Que su pequeña es una ramera, que su princesita salió en su primera cita y se entregó a un inútil como Donnie Riggs —rió.

Donnie estaba callado a su lado. Ashley tomó el cepillo que tenía Duke y se lo pasó por los cabellos.

—Dejadme en paz —sollozó—. No se lo diré a nadie, no puedo contárselo a nadie. Solo dejadme en paz. Por favor, iros. Duke cogió la linterna manchada de sangre y se marchó.

—La melaza quita las manchas de hierba —murmuró Donnie al tiempo que se daba la vuelta para irse.

Ashley se miró en el pequeño espejo y vio los surcos de rímel que tenía en el rostro. Al limpiárselo y volver a pintarrajearse, estaba casi igual que cuando había salido de casa. Salvo los ojos. Se levantó del suelo y caminó lentamente hacia la orilla del bosque, hasta que salió a la carretera. Cuando iba caminando los últimos metros hasta casa, Duke pasó junto a ella y le hizo un gesto con la cabeza.

—Pudo haber sido mucho peor, Ashley. —Esperó un momento—. Deberías ver lo que haremos en la próxima.