Anna estaba parada frente a la cartelera comunitaria del supermercado y vio tres pósteres con carteles rojos que los atravesaban que decían «Suspendido». Uno era de un concierto benéfico en el que Katie tenía que cantar y los otros eran de bailes matinales organizados en el salón de la escuela. Mountcannon se encontraba en el limbo, con la vida normal suspendida. La gente se esforzaba por encontrar el modo apropiado de comportarse de acuerdo a la situación que les tocaba vivir. Al cabo de dos semanas, los periodistas continuaron sin escribir la única historia concluyente que todos querían leer: KATIE LAWSON FUE HALLADA SANA Y SALVA. Una pregunta sin respuesta quedó flotando en el aire. Anna se secó las lágrimas mientras iba de camino a la casa de Martha.
La cafetería estaba llena de olor a tocino y huevos. El inspector O’Connor estaba sentado frente a Frank Deegan, con la agenda electrónica abierta delante de él. Una camarera joven se acercó a anotar el pedido, sonriéndoles nerviosamente, y vaciló antes de alejarse.
—Tendrás que tener cuidado —dijo Frank—, o tendrás al municipio entero escuchando.
—Siempre es así —dijo O’Connor, y levantó la vista—. ¿Cómo crees que le está yendo a Richie? Quiero decir, esto realmente lo está hundiendo en la parte más honda. En un momento, multas de estacionamiento, carteristas e inspecciones y al siguiente, esto.
—En realidad, para ninguno de nosotros hay demasiada diferencia —comentó Frank—. No lo sé. Richie es admirable. Es un muchacho serio para su edad, algo nervioso, eso es todo. Aunque está trabajando duro. Creo que va a sorprendemos.
—De acuerdo —dijo O’Connor—. Él es muy… intenso.
—Creo saber por qué —opinó Frank—. No conozco la historia completa, pero un joven amigo suyo, Justin Dwyer, se ahogó cuando él tenía ocho o nueve años. Richie estaba allí en ese momento. Aparentemente, pasó un terrible momento tratando de salvarlo, pero… —movió la cabeza—. Richie es un muchacho que hará algo por Katie. Creo que la culpa por el hecho con ese niño se ha quedado dentro de él durante años. No querrá volver a sentir lo mismo.
O’Connor asintió con la cabeza.
—He estado pensando en los intereses de Katie y si han tenido o no que ver con esto. —Leyó una lista en la pequeña pantalla de la agenda electrónica: salir con amigos, leer, ver películas, cantar, escuchar música, jugar a videojuegos.
—¿Amigos? Bueno, ya tenemos sus declaraciones. ¿Leer? Creo que es seguro afirmar que allí no hay nada perverso. ¿Cine? Pudo haber ido a Waterford a ver algo, pero a esa hora de la noche hubiera sido demasiado tarde. Bueno. En cuanto a cantar o escuchar música, ¿habrá ido a alguna audición en algún sitio, sin el consentimiento de la madre? ¿A una de ésas de cantantes pop? Tal vez alguien le prometió algo, una carrera…
—Ella no se hubiera visto tentada por algo así.
—¿Y si se trataba de alguien que ella conocía?
—Aun así no lo creo. ¿Quién?
—Cualquiera. El hermano, primo, amigo de alguien…
—Ella cantaba en un grupo de la iglesia —dijo Frank con paciencia—. Y en los recitales de la escuela. No era Tina Turner. —Se apoyó en el respaldo del asiento y estiró los brazos por detrás de la cabeza.
La camarera volvió a aparecer, depositando tazas y teteras con cuidado frente a ellos.
—Gracias —dijo O’Connor. Se apretó la comisura de los ojos y parpadeó lentamente.
—¿Y qué pasa con Internet? —dijo, al tiempo que servía una taza de té para cada uno—. ¿Podría haber estado chateando con alguien? ¿O tal vez pudo haber ido a encontrarse con él?
Frank negó con la cabeza.
O’Connor se encogió de hombros.
—Tiene dieciséis, es fácil adular a una muchacha así.
—Tal vez. Si no se tratara de una muchacha bonita, inteligente y feliz con un joven novio apuesto…
—Pero a algunas muchachas quizá les guste el misterio…
—No a Katie.
—Estoy pensando en voz alta. En realidad no espero que respondas a todas mis preguntas. Sé que conoces a estos chicos, pero dudo de que eso te mantenga actualizado.
—No tienen que hacerlo. Es obvio cómo son. Los conozco desde hace años.
—Estoy comentando las cosas contigo, eso es todo.
—Mira, tú mismo puedes ir a hablar con algunos de sus amigos: Ali Danaher y Robert Harrington podrían ser los principales, pero probablemente te digan lo mismo. Lo que ves es lo que hay sobre Katie.
—Bueno, lo que me queda es lo relacionado a la drogas, embarazo…
Frank estaba moviendo de nuevo la cabeza.
—Desafortunadamente, lo que a mí me queda es algo mucho peor que eso.
O’Connor se quedó callado, luego volvió a coger la agenda electrónica y deslizó el lápiz por la pantalla.
—Entonces piensas en suicidio…
—No es y nunca debió haber sido una posibilidad —dijo Frank—. A mí me han sorprendido los suicidios, pero apuesto mi propia vida a que ella jamás se haría algo así. Katie Lawson no se hizo daño. Me temo que alguien se lo hizo a ella.
Shaun estaba mirando fijamente al vacío. Robert estaba frente al televisor jugando al Hombre Araña.
—Maldición, esto de lanzar la telaraña —dijo Robert. Sin siquiera mirarlo Shaun sabía que su amigo estaba azotando los controles hacia un lado y otro.
—Sabes que eso no ayuda —dijo Shaun—. Golpearlos.
—Cállate —dijo Robert—. He estado en este nivel ocho veces. Ocho.
—Dámelo —pidió Shaun, al tiempo que cogía el control—. Tienes que hacer así.
Los fluidos de telaraña se dispararon de las muñecas del Hombre Araña trasladándolo de edificio en edificio. Luego dio un giro en el aire para adquirir la energía extra que flotaba entre dos rascacielos.
—Eso a mí no me ayuda —dijo Robert—. No tengo idea de lo que acabas de hacer. —Shaun le lanzó el manual de instrucciones y siguió jugando.
Ali Danaher estaba sorprendida de sentir una leve pizca de pánico al hacer entrar al inspector O’Connor a la sala. Ella se sentó en el sofá. A él se lo tragó un sillón desbaratado que había junto a ella y quedó sentado más abajo. Ella contuvo una sonrisa.
—Sé que ya te han hecho bastantes preguntas —le dijo O’Connor, al tiempo que se empujaba hacia el borde del sillón—, pero yo solo quiero aclarar algunas cosas en mi cabeza. Estoy tratando de hacerme una imagen de Katie. ¿Qué clase de persona es?
—Es un encanto.
—¿De veras?
—Sí. Una de esos seres extraños que no son conscientes de ello. Y tiene una gran inteligencia… lo cual me lleva a preguntarme…
—¿Qué cosa?
—Bueno, ¿por qué desapareció?
—¿Tienes alguna teoría?
—No, pero estoy ansiosa por averiguarlo. —Le ofreció una sonrisa irónica.
—¿Era impulsiva?
—A veces, pero nunca lanzada, si es ahí adónde quiere llegar.
—¿Podrías llamarla extrovertida?
—Infantil. Quiero decir, no era tímida, pero tampoco descarada.
—¿Es posible que hablara con algún desconocido?
—Soy yo la que habla con extraños. Y ella terminaba hablando con quien yo hablaba.
—¿Esto es en Mountcannon?
—En Mountcannon no hay extraños. Hablo de cuando vamos a la ciudad.
—¿Katie es ingenua?
—¿Las personas inteligentes son generalmente ingenuas?
—¿Ella se conectaba a Internet?
—Sí. Aunque no mucho.
—¿A qué tipo de sitios?
—Generalmente a los de fabricar bombas.
O’Connor esperó pacientemente.
—Bajar música, horóscopos, cosas de la escuela, entretenimiento, programación de cine —dijo Ali.
—¿Entra en las salas de chat?
—Eh. Solo con maniáticos. No.
—¿Estás segura?
—Bueno, yo no estoy con ella todo el día a todas horas, pero realmente lo dudo. Ella anda demasiado ocupada con sus amigos sanitos —se señaló a ella misma—. Ahh, ya entiendo —le dijo—, usted cree que pueda haberse escapado con algunos de esos tipos viejos y extraños —rió—. De ninguna manera.
—¿Katie era insinuante?
—Eh, ¿ha visto al novio?
—Supongo que lo que quieres decir es que le era fiel.
—Él no es mi tipo, pero sí, creo que se podría decir con seguridad que la mayoría de las chicas normales estarían absolutamente contentas de salir con Lucky.
—¿Era fácil de halagar?
—No. Ella detesta los piropos.
—¿Estaba deprimida?
—No. ¿Adónde quiere llegar con todo esto?
—Solo estoy haciéndote algunas preguntas. —Él miró el cuaderno—. Bueno. Como hija del dueño de un bar, ¿tendrías acceso a…?
Ali lo miró:
—¿A ensuciar vasos?
O’Connor la miró fijamente.
—Yo más bien estaba pensando en el sentido del alcohol.
Ella miró al cielo.
—No me diga…
—Vamos. No llevará demasiado tiempo.
—Mire, eso es lo que yo hago en el bar: Lavar vasos. Los recojo de las mesas, les quito el líquido, inhalo la peste a mono de la cerveza rancia, los cargo en el lavavajillas, lo pongo en marcha, limpio el mostrador, espero a que la máquina termine, la abro, echo vapor en mi acné, descargo los vasos y los guardo en los estantes. Sí, alcanzo a ver la conexión que hay entre eso y la desaparición de Katie. Yo me ocupo de los vasos de cerveza. ¿No será en el espejo en lo que está pensando? Tal vez ella se fue por allí.
—No eres demasiado colaboradora para tratarse de alguien cuya mejor amiga está desaparecida.
—Eso es porque volverá.
—¿Qué es lo que sabes para estar tan segura?
—No es lo que sé sino a quién conozco. Yo conozco a Katie, sencillamente no es el tipo de chica que se vaya y no vuelva.
—Mmm. Tú fumas hierba, ¿verdad?
Ali agrandó los ojos de golpe.
—¿Eh, cómo?
—Me has oído. ¿No es así?
—Supongo que eso significa que ya sabe que es así.
—Sí, lo sabemos. ¿Y Katie?
—No —rió ella—. En absoluto.
—¿Estás segura?
—Eh, sí. Ella es mi mejor amiga. Creo que lo sé.
—¿Alguna vez te pidió drogas?
—Muchas veces. Soy traficante. En Feminax.
—Por favor, ¿podrías tomarte esto en serio?
—Bueno, está bien. Katie jamás consumiría drogas.
—¿Y ella aprobaba que tú lo hicieras?
—¿Qué clase de pregunta es esa? Tenemos dieciséis años. Somos amigas. No aprobamos o desaprobamos lo que hace la otra.
—No —dijo O’Connor pacientemente—. Solo quería saber cómo se sentía ella con respecto a las drogas.
—Mire. Ya le he contado todo esto a Frank. Esto no tiene nada que ver con las drogas —dijo Ali—. Nada. En este tema ella es neutral, ¿de acuerdo? No siente nada en relación a las drogas. Las drogas no forman parte de su vida, ni de su desaparición. Yo fumo hierba en algunas ocasiones. No soy una drogadicta, Katie no está involucrada con el grupo malo, no anda en ningún depósito de ninguna parte recibiendo un cargamento de coca. Solo somos dos chicas de un pequeño pueblo, una de las cuales fuma un porro de vez en cuando y ninguna ha tratado con ningún sujeto dudoso más que… ¿Ve? Ni siquiera se me ocurre ninguno con el que alguna vez haya entablado contacto. Cielos. ¿Qué tiene que ver eso con nuestras insignificantes vidas?
—Está bien ser así.
—No me diga, el mundo es un lugar horrible y nosotros tenemos suerte…
—Sí, de hecho tenéis suerte. Fuera puede llegar a ser bastante nefasto.
—Bueno, puede llegar a ser bastante monótono aquí dentro. Gracias a Dios que Katie provocó un poco de alboroto.
—¿Entonces piensas que ella hizo todo esto para llamar la atención?
—Oh, por el amor de Mike. —Ella miró al cielo con dramatismo—. Debe de haberse sacado un diez en la clase de interpretación literal.
Él la miró.
Ella levantó una mano.
—Y antes de que diga nada, ya sé que no existe una clase de interpretación literal.
Anna apoyó la taza suavemente en el plato y se volvió hacia Martha.
—Recuerdo que una vez me escapé —dijo—. Llené un bolso pequeño, les dejé una nota a mis padres y cogí un autobús a París. Me senté a llorarle a una amiga en McDonald’s. Entonces ella me contó que su madre la golpeaba a ella y a sus hermanos y ahí me di cuenta de que yo estaba loca. Mis padres me adoraban, tenía un hogar maravilloso, yo solo estaba tratando de ponerlo todo a prueba, de desplegar mis alas. Quería tener un poco de independencia, pero en realidad cuando la encontré, quise volver a casa de inmediato.
Martha sonrió y le apretó la mano a Anna.
—Estoy segura de que de eso se trata todo esto, Martha. De una jovencita tratando de tener independencia. Ella sabe que tú la amas, sabe que tiene un buen hogar. Pero tiene dieciséis años, piensa que está preparada para todo. Pero pronto sabrá que no lo está.
—Gracias —dijo Martha—. Eso espero. —Doblaba y desdoblaba un pañuelo de papel—. Sé que he sido estricta con Katie. Yo he pasado por todas las cosas que evité que ella hiciera, como dormir en casa de amigas, salir hasta tarde, o salir con muchachos. Por supuesto cedí cuando conoció a Shaun. Katie no lo sabía pero yo los había visto juntos una vez cuando regresaban de la escuela y de inmediato supe que no tenía esperanza de separarlos.
Anna sonrió.
—Entendería si ella se hubiera ido por algo como eso: si la hubiera obligado a no ver a Shaun. ¿Pero esto? No sé qué es lo que está sucediendo. —Martha se detuvo—. ¿Estás segura de que él no sabe nada?
—Por supuesto —respondió Anna—. Nos lo diría. Él está desolado. Él diría algo.
—Lo sé —dijo Martha—. Lo siento. Tenía que…
—Está bien.
Martha sonrió de nuevo, luego fue a la cocina a preparar más té.
Anna volvió a apoyarse en el sofá e inspiró profundamente. No había nada en Katie que diera que pensar que pudiera huir. No era el tipo de chica que buscaba aventuras; ella estaba lo bastante contenta como para no querer escapar.
Sonó el teléfono. Martha tiró la bandeja con la tetera, salpicándose té caliente sobre las piernas. Lo ignoró y corrió al teléfono. Anna alcanzó a escucharla hablar lentamente.
—No. Definitivamente pantalones vaqueros, Frank. De esos holgados. Sí, el resto está bien, sí.
Colgó y entró en la sala, desanimada.
—Alguien vio a una muchacha con un buzo rosa con capucha, haciendo dedo el domingo, pero llevaba pantalones deportivos y querían cerciorarse si yo pude haberme equivocado, con respecto a lo que llevaba puesto. —Se sentó—. Supongo que no me importa que me llamen para cosas así, pero es que, ya sabes, cada vez que suena el teléfono, casi me da un paro cardiaco.
Anna miró las salpicaduras en las piernas de Martha.
—Ah, estoy bien —dijo Martha—. ¿Sabes?, mi madre solía meter las manos en agua hirviendo para quitar los huevos, o debajo de la parrilla para sacar salchichas. En mi familia hay mujeres fuertes.
De repente empezó a llorar. Anna le trajo un kleenex y se sentó al borde del sillón. Apoyó la mano con delicadeza sobre el hombro de Martha.
—Es extraño como uno no conoce a la gente —dijo Martha, limpiándose la nariz—. ¿Conociste a John Miller? Él solía estar en mi clase. Era un tipo adorable, dulce, encantador. Alguien que haría cualquier cosa por uno. En fin, al terminar la escuela yo fui a Londres, regresé varios años después y escuché que se había trasladado a Australia. Ahora me he enterado de que la mujer lo echó… porque él la golpeaba. Y fue su madre la que me lo contó, me lo confesó en un susurro en el supermercado. Conozco a Mae Miller de toda la vida como a una persona muy discreta. Jamás hablaba de sus cosas. ¿Y ahora empieza a contarme algo tan personal a mí, que soy una conocida ocasional? —Ella movió la cabeza—. Con la gente nunca se sabe. Cualquiera puede sorprenderte.
La vergüenza invadió a Anna. La idea de haber tenido una relación tan íntima con un hombre que había llegado a golpear mujeres le causaba repulsión. Una imagen suya enterrada hacía tiempo sujetándole las manos por encima de la cabeza apareció en su mente. Le causaba repulsión, porque en esa imagen pudo ver una sonrisa dibujada en su rostro.
—Dios mío —dijo Ali bajando las escaleras hasta el cuarto de Shaun—. Katie me debe bastante.
—¿Cómo? ¿Por qué? —dijo Shaun.
—Por pasar por una experiencia absolutamente vomitiva. El tipo al cargo de la investigación, el inspector. Vino a casa para hablar. Lo cual estuvo bien. Y luego empezó: «Sé que fumas hierba». Y yo casi vomito.
—Guau. ¿Y qué le dijiste?
—Yo, como que, bastante bien. Pero no es que no me corra sangre por las venas, casi me pego un tiro en la ingle dentro de una cabina telefónica. Cielos…
Shaun meneó la cabeza.
—Cielos, es increíble.
—Creo que piensan que Katie estaba involucrada en algún tipo de submundo turbio. Raro. Me hubiera reído de no haber estado tan cagada. También andaba preguntando sobre los maniáticos online. —Ella sacudió la cabeza—. Digo, es un absurdo.
—¿Qué? —preguntó Robert.
—Os estáis equivocando al buscarle calificativos. —Se arrojó sobre el sofá y se quejó—. ¿Dónde estás, Katie? Qué chica tan mala eres.
Joe golpeó levemente la puerta y bajó las escaleras.
—¿Quién va ganando? —preguntó.
—Todos, salvo Rob —dijo Shaun.
—Hola, señor Lucchesi —dijo Ali, sonriendo ampliamente. Se apoyó en los codos.
—Hola, Ali. Me gusta tu pelo.
—Negro azulado —dijo ella.
Joe se sentó en el borde de la cama.
—¿Y cómo están todos? —preguntó.
—Regular —dijo Robert—. Ha sido bastante difícil para todos. —Hizo un gesto hacia Shaun—. Todos estamos un poco conmocionados. No sabemos qué es lo que Katie se propone.
Shaun dejó los controles y abandonó el cuarto.
—Cielos —dijo Robert—. No he querido decir que…
—No te preocupes —dijo Joe—. No es culpa tuya.
—Entonces muchachos ¿en dónde estabais vosotros esa noche, cuando Katie…?
Ali fue la primera en hablar:
—Detesto confesárselo, pero yo estaba en casa haciendo la tarea. Un viernes por la noche. —Hizo un gesto con la cabeza.
—¿Robert? —dijo Joe.
—Eh, en el puerto.
—Ah. Con Katie y Shaun.
—No. Con otros, Kevin y Finn. Creo que nosotros estábamos abajo, cerca de la lancha salvavidas y Katie y Shaun estaban arriba, del otro lado.
—Claro. Y no los visteis irse…
—¿No visteis irse a quiénes? —preguntó Shaun, de pie en la puerta con una bolsa de patatas chips.
—A ti y a Katie. Esa noche —dijo Robert rápidamente.
—Solo estoy pensando en voz alta —dijo Joe.
—Interrogando en voz alta —murmuró Shaun.
Joe se puso de pie. Algo le llamó la atención.
—¿Qué es ese raspón que tienes en la mano, allí, Robert?
Él se ruborizó.
—Ah, el fútbol. Soy malísimo. Me choqué con el palo de la portería.
Joe asintió con la cabeza y la furia brilló en los ojos de Shaun.
—Estamos tratando de jugar, papá. —Al ver que Joe no se movía, Shaun dijo gruñendo—. ¿De acuerdo?
—Claro —respondió Joe, al tiempo que se ponía de pie para irse.
Duke Rawlins deambulaba por la pequeña tienda de comestibles al lado de la carretera, escogiendo productos, leyendo etiquetas y volviendo a dejarlas en su lugar. Dos adolescentes lo miraban desde detrás del mostrador. Él se les acercó.
—Señoritas. ¿Qué les gusta comer a todos por aquí?
Ellas intercambiaron miradas y risitas:
—¿Qué quiere decir? —preguntó una de ellas.
—Ya sabes, ¿qué es lo que recomiendan? ¿Cuál es su cena preferida?
—Ah —dijeron ellas al mismo tiempo—. Pasta.
—¿Ambas?
—Sí. A todos les gusta la pasta. Le alcanzaré de las buenas —dijo la otra.
Ella fue hasta la nevera, tomó dos bolsas de penne con salsa de tomate y ajo.
—Aquí tiene. Tome —dijo ella, lanzándole una. Él erró—. Disculpe —dijo ella, riendo tontamente, al tiempo que se acercó y le alcanzó la segunda bolsa.
Él la dejó sobre el mostrador.
—Y dos botellas de coca —dijo él—. Y dos botellas de vino tinto.
—¿Le dirá que cocinó todo solo?
Él rió.
—Mierda —dijo de pronto—. No tengo cocina.
Las muchachas intercambiaron miradas.
—Extraño —comentó una de ellas—. Bueno, puede darles un golpe en el microondas de allá y yo después lo envuelvo con papel aluminio.
—Gracias —dijo él.
—Pero sepa que se le puede volar la tapa —aclaró ella.
Él sonrió.
O’Connor estaba sentado en la oficina de Frank con las manos en los bolsillos, mirando hacia el puerto.
—Ali Danaher —dijo.
—Ah —dijo Frank.
—Te digo que en mi época no era así —señaló O’Connor, dándose la vuelta y sonriendo.
Frank notó que tenía los ojos limpios por primera vez. O’Connor sacudió la cabeza.
—De haberle hablado a un adulto de ese modo, hubiera sido un gran problema.
—¿Has tenido alguna infección en los ojos? —preguntó Frank.
—¿Qué? —preguntó O’Connor—. Ah. ¿Por los ojos rojos? No. Lentes de contacto. Es un poco lista, Ali, ¿eh? En fin, se sorprendió de todo. Supone que no bebe, no se droga, no hay posibilidades de que se conecte a Internet, no a todo.
—Intenté decírtelo —dijo Frank—. No tiene sentido tratar de encajar teorías modernas en una muchacha chapada a la antigua como Katie. Igual que yo con lentes de contacto —dijo levantándose las gafas de leer.
Joe estaba sentado en el estudio, concentrado en el mapa turístico de Mountcannon desplegado sobre el escritorio que tenía enfrente. Mostraba el puerto, la iglesia, las cantinas, dos restaurantes y la cafetería, junto con la carretera panorámica costera pasando el faro y otras dos rutas periféricas del pueblo, una sin salida y la otra que conducía a Waterford. Con un bolígrafo negro, marcó el puerto y la casa de Katie, ignorando la carretera panorámica costera que hubiera llevado a Katie más lejos de la casa; se concentró en las otras dos rutas: Upper Road y Church Road, que formaban una curva para luego conectarse directamente con Manor Road hasta formar un semicírculo disparejo. Hizo anotaciones en los estrechos márgenes blancos y se metió el mapa dentro del bolsillo de la chaqueta.
—¿Cómo están los chicos allá abajo? —preguntó Anna, mientras entraba y se quitaba el abrigo.
—Bien, aunque probablemente pensando que el padre de Lucky es un don nadie.
—¿Por qué?
—Solo les hice algunas preguntas.
Anna miró al cielo.
—¿Y ahora qué es lo que estás haciendo?
—Revisando algunas cosas.
—Ahh, llegó el hombre de palo —dijo ella, señalando una hoja con un gráfico de hombres de palo con nombres debajo y flechas que se conectaban. Miró más de cerca—. Gente de palo —comentó, al ver dos con faldas triangulares—. Ah, menores de palo —explicó al darse cuenta de que representaban a Shaun, Robert, Katie, Ali y a algunos de los demás chicos de la escuela—. ¿Esto es una alineación de jugadores? —dijo con el tono de voz más serio.
Joe levantó la vista:
—¿Qué es lo que Nora Deegan dice sobre «La verdad a medias es mentira verdadera»?
—Bueno, por supuesto que me preocupa hacia donde está yendo tu… mente.
—Yo y mi mente estamos saliendo —dijo él al tiempo que se paraba, la besaba en la mejilla, le apretaba la mano y pasaba junto a ella.
Hizo un desvío por la cocina y tomó una botella de LV8 verde y dos calmantes. Tomó el jeep y lo estacionó en la puerta de la escuela, recorrió a pie el corto trayecto hasta la intersección a orillas del pueblo. La izquierda lo conduciría a la casa de Katie, colina arriba, por el camino regular que ella tomaba a casa. Ir hacia la derecha también lo conduciría allí, con una caminata más larga por Church Road hacia Mariner’s Strand y la carretera a Waterford. Si en cambio ella había doblado en la iglesia a la izquierda, hubiera seguido caminando hasta llegar a Upper Road y luego doblaría a la izquierda hasta llegar a casa. Joe escogió el primer camino, escudriñando el suelo mientras caminaba, absorbiéndolo todo. Rodeó la curva que lo condujo hasta la casa de los Grant, donde vivía Petey con su madre. Luego avanzó hacia la casa de Katie. Antes de llegar se dio la vuelta y regresó hasta la intersección. Esta vez hizo el otro camino, doblando a la derecha por el sendero empinado y angosto hasta donde empezaba Church Road. Un muro torcido evitó que sufriera una abrupta caída a la playa de Mariner’s Strand. Miró el agua de abajo, gris pizarra, enrollándose en forma diagonal hacia la estrecha costa formando olas poco profundas. Miró hacia la izquierda, más allá de la carretera, hacia la vieja iglesia de piedra y el típico cementerio abarrotado de tumbas. Luego se detuvo, y en ese preciso instante supo lo que necesitaba encontrar.
O’Connor salió de la pequeña cocina de la comisaría con dos tazas de café. Dejó una sobre el escritorio de Frank y volvió a acercarse a la ventana. Bebió un sorbo grande.
—Me estaba preguntando, Frank, ¿tú serías capaz de estar bien cerca de estos chicos?
—¿Cómo?
—Obviamente —dijo al tiempo que se daba vuelta—, tu participación es de gran ayuda, porque tú conoces el área, a la gente involucrada, etcétera. ¿Pero crees que tu juicio podría llegar a ser confuso?
—No —respondió Frank, preservando su dignidad con calma.
El portón de hierro del cementerio estaba cerrado con trozos flojos de un sucio cable de remolque. Joe tiró de él hasta que cedió. Cada pisada crujía en la grava al avanzar por entre las hileras de tumbas, luego siguió un silencio mientras iba caminando por la pendiente cubierta de hierba hasta una modesta parcela bien cuidada.
MATTHEW LAWSON 1952-1997
AMADO ESPOSO DE MARTHA
DEVOTO PADRE DE KATIE
Y sobre la tumba yacía una rosa blanca marchita.
Frank se puso de pie para hacerle saber a O’Connor que era hora de irse. En la sala había una carga que él no tenía energía para asumir. Comprendió que lo que O’Connor quiso decir podía habérsele cruzado a cualquier persona por la cabeza en la misma situación. Simplemente se sorprendió de que él tuviera la necesidad de decirlo en voz alta.
Mientras Joe regresaba caminando por el pueblo, el alivio de encontrar evidencia del camino seguido por Katie fue sustituido por el temor. ¿Y si la rosa que había en la tumba del padre no tenía que ver con él? Tal vez se trataba de un anuncio. Como el padre estaba muerto, ella planeaba… Joe sacudió la cabeza. Nadie estaba exento de las profundidades de su negatividad.
O’Connor estaba sentado en el coche y observó a Frank cruzar la calle rumbo a Danaher’s, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. O’Connor sabía que probablemente había estado a la altura de cualquier cosa que Frank esperara del inspector más joven del país. Pero trató de convencerse de que había dicho lo que tenía que decir.
Joe se deslizó en el banco junto a Frank, al tiempo que abrió el mapa de Mountcannon sobre la mesa de Danaher’s.
—Bien —dijo—. Aquí es donde se encontraban en el pueblo. Y aquí están los posibles caminos de salida del pueblo desde allí.
Frank frunció el ceño.
Richie salió del baño de hombres y dijo:
—¿Este hombre habla en serio? ¿Qué es esto?
—Richie —dijo Frank.
—Solo estoy viendo adonde pudo haber ido Katie ese viernes por la noche —declaró Joe.
—¿Por qué? —preguntó Richie.
—Porque creo saberlo.
—Tú no sabes nada —dijo Richie—. Antes de nada, da la vuelta al mapa y mira la fecha en la parte de atrás. 1984. Ese mapa es viejo. La mitad de las cosas…
—He tomado nota y tachado lo que no corresponde.
Richie miró el mapa, luego leyó detenidamente las minuciosas anotaciones en negro con letra de imprenta escritas al margen de la hoja. Le lanzó a Joe una mirada perpleja.
—De todos modos, nada de esto te incumbe a ti —dijo él—. Aquí estamos teniendo una reunión privada. ¿Te importaría?
—Si pudierais mirar solo un segundo. Vosotros creéis que fue por este lado…
—El único motivo por el que sabes algo de lo que opinamos es porque eres amigo de Martha Lawson. Lo que ella te dice o deja de decirte no me interesa. Lo que sí me interesa es que pienses que eso te da derecho a involucrarte en la investigación. Tú solías ser detective en Nueva York. Yo solía trabajar en un bar. Pero no me ves aquí sirviendo cerveza, ¿verdad?
—Richie, hay una jovencita desaparecida —dijo Joe.
—Sí, la novia de tu hijo, ya lo sé. Entonces deberías estar agradecido con que la investigación siga su curso.
—Yo solo quiero ayudar.
—Vosotros, yanquis arrogantes, pensáis que podéis salvar al mundo —opinó Richie.