«Soy Ted Rask y esto es un reportaje del canal Five Live News en exclusiva desde Clayton, una pequeña y tranquila ciudad sumida en una crisis que algunos ya han bautizado como la crisis del asesino de Clayton. Mucha gente tiene miedo de salir de casa por la noche y algunos lugareños están atemorizados incluso a plena luz del día. A pesar de esta dominante sensación de aprensión, no deja de haber esperanza: la policía y el FBI han hecho un avance extraordinario en la investigación».
Eran las seis de la tarde y estaba viendo las noticias. Mi madre decía que era muy raro que un chaval de quince años se interesase tanto por ellas, pero ya que no teníamos Juzgados TV, las noticias locales eran generalmente lo único que me atraía. Además, el asesino en serie era todavía una noticia candente y la cobertura continua de Ted Rask sobre el asunto se había convertido en el programa más visto en la zona, a pesar de —o puede que gracias a ello— ese aire ansioso de melodrama que le daba a todo. Fuera azotaba una tormenta de nieve típica de noviembre, pero dentro de casa nos calentábamos frente a la hoguera del frenesí mediático.
«Como recordarán del primer reportaje que hice sobre la muerte de David Bird, un granjero de la zona —dijo Rask—, cerca de la escena del crimen se encontró una sustancia aceitosa. En un principio sospechamos que se trataba de una mancha que habría dejado el coche en el que se dio a la fuga el asesino; sin embargo, las pruebas forenses han arrojado a la luz que se trata de una sustancia de naturaleza biológica. Según una fuente no revelada de la investigación, el FBI ha conseguido aislar una minúscula muestra de ADN en avanzado estado de degeneración. Esta misma mañana han podido identificar que el material genético tiene un origen humano pero, desgraciadamente, la pista no lleva más allá. El ADN no corresponde a ninguna de las víctimas y tampoco a ninguno de los sospechosos, a personas desaparecidas en la zona ni ninguna que aparezca en los registros de muestras de ADN del estado. No obstante, debo dejar claro que la base de datos disponible es muy limitada: la tecnología es nueva y hay muy pocas ciudades cuyos registros vayan más allá de cinco años atrás. A falta de una prueba extendida de ADN comparable a la base de datos nacional de huellas dactilares, es posible que no se llegue a identificar jamás».
Tenía una mirada tan dura y seria que parecía que pretendiese ganar un premio de periodismo sólo a base de carisma. Mi madre seguía odiándolo y se negaba a ver los reportajes. «Sólo es cuestión de tiempo —había dicho— antes de que empiece a señalar a gente con el dedo y acabemos linchando a alguien». En la ciudad la tensión era evidente y la posibilidad de un tercer asesinato pendía sobre nuestras cabezas como una nube.
«Mientras que la policía investigaba las pruebas de la escena del crimen —dijo Rask—, el equipo de Five Live News ha estado indagando y hemos dado con un dato muy interesante: un caso sin resolver de hace más de cuarenta años en el que se encontró una sustancia negra muy similar a la hallada en este caso. ¿Podría ayudar a atrapar al homicida? Más detalles sobre esta historia esta noche a las diez. Ted Rask, Five Live News. Te devuelvo la conexión, Sarah».
Sin embargo, Ted Rask no volvió a las diez: el asesino de Clayton lo pilló antes. El cámara lo encontró a las ocho y media pasadas, en el callejón de detrás del motel; lo habían destripado y le faltaba una pierna. Tenía la cara y la cabeza cubiertas de una sustancia espesa, acre y de color negro; debía de estar caliente, porque lo había dejado plagado de ampollas rojas como una langosta.
• • • • •
—He oído que has estado aterrorizando a los chicos del instituto —me interpeló el doctor Neblin.
Pasé el comentario por alto y miré por la ventana, pensando en el cadáver de Rask. Había algo en ese asunto que no estaba… bien.
—No quiero que utilices mi diagnóstico como arma para asustar a la gente —dijo Neblin—. Estamos aquí para que mejores, no para que le lances la patología en la cara a otras personas.
Caras. La cara de Rask estaba cubierta de ese moco viscoso… ¿Por qué? Me parecía algo humillante, pero el asesino nunca se había comportado así. ¿Qué estaba pasando?
—No me estás haciendo ningún caso, John —dijo Neblin—. ¿No estarás pensando en el homicidio de anoche?
—No fue un homicidio —dije—, fue un asesinato en serie.
—¿Hay alguna diferencia?
—Por supuesto —respondí y hice girar la silla para mirarlo fijamente. Me sentía prácticamente… traicionado por su ignorancia—. Usted es psicólogo, tendría que saberlo. El homicidio es… bueno, es diferente. Los asesinos son borrachos o maridos celosos; tienen motivos para sus actos.
—¿Los asesinos en serie no los tienen?
—La única motivación es matar —dije—. Un asesino en serie tiene un punto que le convierte en una persona hambrienta o vacía; y matando llena ese hueco. Llamarlo homicidio lo convierte en algo… barato. Hace que suene estúpido.
—Y tú no quieres que un asesinato en serie parezca estúpido.
—No es eso. Es… no sé cómo decirlo. —Volví a mirar por la ventana—. No me parece correcto.
—A lo mejor estás intentando convertir a los asesinos en serie en algo que no son —dijo Neblin—. Quieres que tengan una especie de trascendencia especial.
Resentido, no hice caso a sus palabras. Fuera los coches avanzaban lentamente sobre la capa de hielo que cubría la calle. En ese momento deseaba que uno de ellos patinara y se llevase a un peatón por delante.
—¿Viste las noticias de anoche? —preguntó Neblin.
Sacó mi tema favorito como cebo para que volviera a hablar, pero me quedé callado, mirando por la ventana.
—Me parece algo sospechoso —dijo— que el reportero anunciase que tenía una pista relacionada con el asesino y después muriera tan sólo hora y media antes de poder revelar esa información a todo el mundo. Me parece que había averiguado algo.
Gran razonamiento, Sherlock. En las noticias de las diez habían llegado a la misma conclusión.
—No quiero hablar sobre este tema —contesté.
—Entonces quizá podamos hablar sobre Rob Anders.
Me volví hacia él.
—Quería preguntarle quién se lo ha contado.
—Ayer me llamó la orientadora del instituto. Que yo sepa, sólo ha hablado con ella y conmigo. Pero le has provocado pesadillas.
Sonreí.
—John, no tiene gracia. Es una señal de agresividad.
—Rob trata muy mal a otros alumnos —dije—, y lo hace desde tercero. Si quiere ver señales de agresividad, sígalo durante unas horas.
—La agresividad es normal entre los chicos de quince años —afirmó Neblin—, independientemente de si son unos abusones o no. Lo que a mí me preocupa es cuando proviene de un sociópata de quince años que está obsesionado con la muerte; sobre todo cuando hasta ahora has sido un modelo perfecto de comportamiento no hostil. ¿Qué es lo que ha cambiado últimamente, John?
—Bueno, pues hay un asesino en serie en la ciudad que le roba partes del cuerpo a la gente. A lo mejor ha oído hablar de ello: ha salido en las noticias.
—¿La presencia de un homicida en la ciudad te afecta?
El monstruo del otro lado del muro se revolvió.
—Es que se trata de algo muy cercano —dije—; más que cualquiera de los asesinos que estudio. Consulto libros y busco información sobre asesinos en serie en internet por… bueno, no por diversión, pero ya sabe a qué me refiero. Y todos se encuentran muy lejos. Son reales y ese hecho forma parte de su fascinación, pero… esto es el culo de Estados Unidos. Se supone que tienen que existir en la realidad de otra parte, no aquí.
—¿Tienes miedo del asesino?
—No temo que me mate. Hasta ahora las tres víctimas han sido hombres adultos, así que supongo que va a mantener ese patrón, cosa que significa que estoy a salvo. Que mi madre, y Margaret y Lauren están a salvo.
—¿Y tu padre?
—Él no está aquí. No sé por dónde anda.
—Pero ¿temes por él?
—No —respondí lentamente.
Era cierto, pero había algo que le estaba ocultando y me daba cuenta de que Neblin lo sabía.
—¿Hay alguna cosa más?
—¿Debería?
—Si no quieres hablar de ello, no lo haremos —dijo Neblin.
—Pero ¿y si es necesario? —pregunté.
—Entonces, hablaremos de ello.
A veces los terapeutas eran de mente tan abierta que me parecía un milagro que fuesen capaces de retener algo ahí dentro. Lo miré fijamente durante unos instantes mientras sopesaba los pros y los contras de la conversación que ya sabía que íbamos a tener, y al final decidí que tampoco me iba a perjudicar.
—La semana pasada soñé que mi padre era el asesino —dije.
Neblin no reaccionó de ninguna manera.
—¿Qué hacía?
—No lo sé, ni siquiera venía a verme.
—¿Querías que te dejara ir con él cuando salía a matar? —preguntó.
—No —dije sintiéndome incómodo en la silla—. Quería llevármelo yo a él, a un lugar donde no pudiera seguir matando.
—¿Y qué pasó?
De pronto ya no quería seguir hablando del tema, aunque yo mismo lo había sacado. Sé que me estaba contradiciendo, pero esto puede pasar cuando sueñas que matas a tu padre.
—¿Podemos cambiar de tema?
—Claro que sí —dijo y anotó algo.
—¿Puedo ver la nota?
—Claro.
Neblin me pasó el cuaderno.
Primer motivo: asesino en la ciudad. No quiere hablar del padre.
—¿Por qué ha escrito «primer motivo»?
—El primer motivo por el que asustaste a Rob Anders. ¿Hay más?
—No lo sé.
—Si no quieres hablar de tu padre, ¿qué tal si hablamos de tu madre?
El monstruo de detrás del muro se revolvió. Me había acostumbrado a pensar en él como un monstruo, pero no era más que yo. O por lo menos mi parte más oscura. Seguramente piensas que tener un monstruo real escondido en tu interior es espeluznante, pero, créeme, es mucho, mucho peor cuando en realidad se trata de tu propia mente. Llamarlo monstruo me alejaba de ello un poco y me hacía sentir un poco mejor. No mucho, pero me conformo con lo que sea.
—Mi madre es idiota —dije— y ya no me deja entrar en la trastienda de la funeraria. Ya hace casi un mes.
—Hasta anoche no había muerto nadie en casi un mes —afirmó—. ¿Para qué querías ir a la trastienda si no había nada que hacer?
—Solía ir bastante a pensar —dije—. Me gustaba.
—¿Hay algún otro lugar al que puedas ir a pensar?
—Voy al lago Friqui, pero ahora hace demasiado frío.
—¿El lago Friqui?
—El lago Clayton. Allí va gente muy rara. Pero es que prácticamente he crecido en la funeraria; no me la puede quitar así como así.
—Una vez me contaste que sólo llevabas unos años ayudando en la trastienda —dijo el doctor Neblin—. ¿Hay otras partes de la funeraria a las que también te sientas ligado?
—El reportero murió anoche —dije pasando por alto su pregunta— y a lo mejor nos lo traen. Para el entierro lo enviarán adonde vivía, claro, pero igual lo traen primero para que lo embalsamemos. Necesito ver el cadáver y ella no me lo va a permitir.
Neblin hizo una pausa.
—¿Por qué necesitas ver el cadáver?
—Para saber qué está pensando —dije mirando por la ventana—. Intento entenderle.
—¿Al asesino?
—Hay algo que no encaja y no doy con qué es.
—Bueno, si eso es lo que quieres, podemos hablar del asesino.
—¿De verdad?
—De verdad. Pero, cuando acabemos, tendrás que contestar cualquier pregunta que te haga.
—¿Qué pregunta?
—Lo averiguarás cuando te la haga —dijo Neblin con una sonrisa—. Entonces, ¿qué sabes del asesino?
—¿Sabía que al primer cadáver le robó un riñón?
Neblin ladeó la cabeza.
—No había oído nada de esto.
—Nadie lo sabe, así que no vaya contándolo por ahí. Cuando el cuerpo llegó a la funeraria le faltaba un riñón; parecía como si todo lo demás hubiese pasado por una picadora, pero había sacado el riñón con un corte limpio.
—¿Y el segundo cuerpo?
—Se llevó el brazo —contesté— y tenía el abdomen rajado, pero no le sacó las tripas: la mayoría de las entrañas seguían dentro.
—Y del tercero se llevó una pierna —dijo Neblin—. Interesante. O sea, que el hecho de que en el primer ataque los órganos estuvieran apilados era fortuito: no está ritualizando los asesinatos, sino que sólo se queda con algunas partes de los cuerpos.
—Eso es exactamente lo que le conté a mi madre —dije estirando las manos hacia arriba.
—¿Justo antes de que te echara de la trastienda?
Me encogí de hombros.
—Supongo que es un comentario bastante escabroso.
—Lo que a mí me interesa —dijo Neblin— es cómo abandona los cuerpos: no se los lleva ni los esconde, sino que los deja ahí para que los encuentren. Normalmente eso significa que el asesino trata de decir algo: debemos ver el cadáver y comprender el mensaje que intenta darnos. Pero si lo que dices es cierto, entonces no está dejando los cadáveres a la vista a propósito, sino que se trata de un ataque fulminante para después desaparecer rápidamente. Pasa el mínimo tiempo posible con las víctimas.
—Pero ¿qué significa eso? —pregunté.
—En primer lugar, seguramente aborrece lo que está haciendo.
—Eso tiene mucho sentido —asentí—. No se me había ocurrido.
Me sentí estúpido por no haberlo pensado. ¿Por qué no se me había ocurrido que quizá al asesino no le gustaba matar?
—Pero al reportero lo desfiguró —dije—, debía de tener otro motivo además de querer acabar con su vida.
—En los asesinos en serie —afirmó Neblin— es muy probable que el motivo sea de tipo emocional: estaba enfadado, frustrado o confundido. No cometas el error de pensar que los sociópatas no sienten: tienen sentimientos muy intensos, pero no saben qué hacer con sus emociones.
—Ha dicho que no le gusta matar, pero hasta ahora se ha llevado recuerdos de los tres. Eso no tiene sentido: ¿por qué se lleva algo de un hecho que no quiere recordar?
—Buena reflexión —dijo Neblin y lo anotó en el cuaderno—. Pero ahora te toca contestar a mi pregunta.
—Vale. —Suspiré y miré por la ventana—. Venga, acabemos con este asunto.
—Dime qué hacía Rob Anders justo antes de que lo amenazases de muerte.
—No lo amenacé de muerte.
—Hablaste sobre su muerte de forma amenazadora —dijo Neblin—, no hiles tan fino.
—Estábamos en el gimnasio del instituto, en el baile de Halloween, y me estaba molestando. Tomándome el pelo, tirándome el vaso… cosas así. Y luego yo estaba hablando con alguien y él se acercó y se puso a burlarse de mí, y yo sabía que solamente había dos formas de deshacerme de él: darle un puñetazo o asustarlo. Una de mis normas es no hacer daño a nadie, así que lo asusté.
—¿No hay normas para no amenazar a nadie de muerte?
—No había surgido el caso. Ahora ya tengo una.
—¿Con quién hablabas?
—¿Qué más da?
—Es por curiosidad.
—Con una chica.
El monstruo de detrás del muro gruñó; un reproche entre dientes, pero fuerte. El doctor Neblin ladeó la cabeza.
—¿No tiene nombre?
—Brooke. —De pronto me sentía incómodo—. No es nadie; vive en nuestra calle desde hace años.
—¿Es guapa?
—Es un poco joven para usted, doctor.
—Permíteme que te lo pregunte de otro modo —dijo sonriendo—: ¿te atrae?
—Creía que estábamos hablando de Rob Anders.
—Era curiosidad, sin más. —Anotó algo en el cuaderno—. De todos modos más o menos ya hemos terminado. ¿Quieres hablar de alguna cosa más?
—No creo.
Miré por la ventana; los coches pasaban con cuidado entre los edificios, como escarabajos en un laberinto. La furgoneta de Five Live News se dirigía lentamente hacia el este, saliendo de la ciudad.
—Parece que los ha ahuyentado —dijo Neblin al darse cuenta de lo que estaba mirando.
Seguramente tenía razón… espera. Exacto. Era la pieza que me faltaba.
El asesino los había ahuyentado.
—No es un asesino en serie —dije de pronto.
—¿No? —preguntó Neblin.
—Nos hemos equivocado. No puede serlo. No se escapó después, sino que, como usted dijo, lo embadurnó de la cosa esa y lo dejó a la vista. No intentaba simplemente eclipsar las noticias; quería asustarlos para que se marcharan. ¿No se da cuenta? ¡Tenía un motivo!
—Y tú crees que los asesinos en serie no los tienen.
—No los tienen —dije—. Busque en todos los perfiles de criminales de los que disponga y jamás encontrará un asesino en serie que mate a una persona sólo porque se esté acercando demasiado a la verdad; la mayoría de ellos hacen lo que sea por conseguir más atención de los medios, no menos. Les encanta; la mitad de ellos escriben cartas a la prensa.
—¿Crees que la fama no cuenta como motivo?
—No es lo mismo —dije—. No matan porque quieran atención; quieren atención porque matan. Desean que la gente vea lo que hacen. El motivo básico sigue siendo matar: la necesidad fundamental que los asesinos intentan satisfacer. Y este tipo ha hecho otra cosa. No sé qué es, pero ahí está.
—¿Qué me dices de John Wayne Gacy? —preguntó Neblin—. Mataba a homosexuales porque quería castigarlos. Es una razón.
—Muy pocas de sus víctimas eran homosexuales. ¿Cuánto ha leído sobre él? Lo de los gais no era un motivo, sino una excusa. Necesitaba matar, y si decía que castigaba a los pecadores se sentía menos culpable.
—John, estás demasiado entusiasmado —me interrumpió Neblin—. Quizá deberíamos dejarlo aquí.
—Los asesinos en serie no tienen tiempo de matar a reporteros metomentodo porque están demasiado ocupados asesinando a gente que encaje en el perfil de sus víctimas: viejos, niños, universitarias rubias, lo que sea. ¿Por qué el nuestro es diferente?
—John.
Empecé a marearme un poco, como si estuviera hiperventilando. El doctor Neblin tenía razón: debía parar. Respiré hondo y cerré los ojos. Ya tendría tiempo para esto más adelante. De todos modos, sentí como una inyección de energía, como el sonido del agua fluyendo en mis oídos. Este asesino era diferente, era algo nuevo.
Amenazador, el monstruo de detrás del muro husmeó el aire: olía a sangre.