CAPÍTULO 42
El otro lado del infierno

Debajo de Jenny el firme de cemento se quebró con un ruido semejante a un cañonazo.

¡Braaam!

Trató de retroceder gateando, pero no le dio tiempo. El pavimento se hundió y empezó a desaparecer debajo de ella.

Iba a caer al agujero. ¡Santo Dios, no! Si no la mataba la caída, esa cosa saldría de su escondite y la atraparía, la arrastraría hacia abajo, fuera de la vista, y la devoraría antes de que nadie pudiera hacer el menor intento de ayudarla…

Tal Whitman la agarró por los tobillos y la sostuvo. Jenny quedó colgando boca abajo sobre el vacío. La losa de cemento cayó rodando por el agujero y dio en el fondo con un gran estruendo. El asfalto bajo los pies de Tal vibró, empezó a ceder y estuvo a punto de hacerle soltar a Jenny. Después, el teniente retrocedió, tirando de ella y alejándola del borde de la grieta, del que seguían desprendiéndose fragmentos. Cuando estuvieron de nuevo en tierra firme, Tal la ayudó a incorporarse.

Aunque Jenny sabía que era biológicamente imposible que el estómago se le hubiera subido a la garganta, volvió a tragarlo de todos modos.

—¡Dios mío, muchas gracias! —dijo, sin aliento—. Tal, si no hubieras…

—No ha sido nada —respondió él, aunque había estado a punto de seguirla en su caída a la boca del lobo.

«Un día corriente», pensó Jenny, recordando la anécdota de Tal que había oído contar a Bryce.

Entonces vio que Timothy Flyte, al otro lado de la grieta, no iba a ser tan afortunado como ella. Bryce no iba a llegar a tiempo de agarrarle.

El pavimento cedió debajo de Flyte. Una losa de tres metros por uno y medio cayó al agujero llevándose consigo al arqueólogo. Sin embargo, no se estrelló contra el fondo como había sucedido en el caso de Jenny. En aquel lugar la zanja tenía una ladera por la cual se deslizó la losa unos diez metros hasta la base, donde quedó frenada contra otros fragmentos y piedras.

Flyte seguía vivo y lanzaba alaridos de dolor.

—Tenemos que sacarle de ahí en seguida —dijo Jenny.

—Es inútil intentarlo siquiera —respondió Tal.

—Pero…

—¡Mira!

La criatura acudió a por Flyte. Surgió con un estallido de uno de los túneles que recorrían el fondo de la zanja y que, al parecer, conducían a alguna profunda caverna. Un enorme pseudópodo de protoplasma amorfo se alzó tres metros en el aire, se agitó, cayó al suelo, se separó del cuerpo-madre que se ocultaba debajo y tomó la forma repulsiva de una gruesa araña negra del tamaño de un pony. Sólo estaba a tres o cuatro metros de Flyte y se abrió paso entre los pedazos de pavimento, dirigiéndose hacia él con ánimo asesino.

Tendido en la losa de asfalto que le había llevado al fondo de la zanja, incapacitado para moverse, Timothy vio acercarse a la araña. Su dolor quedó sofocado por una oleada de terror.

Las patas negras y peludas encontraron fáciles apoyos en las ruinas y la criatura avanzó mucho más de prisa de lo que lo habría hecho un hombre. Aquellas patas quebradizas tenían miles de pelillos negros, hirsutos, como alambres. El vientre bulboso era liso, lustroso, pálido.

Tres metros. Dos y medio.

Emitía un sonido que helaba la sangre, medio chillido y medio siseo.

Dos metros. Uno y medio.

Se detuvo frente a Timothy y éste se encontró contemplando encima de él un par de mandíbulas enormes, una boca de afilados bordes quitinosos.

La puerta entre la cordura y la locura empezó a abrirse en la mente de Flyte.

De pronto, una lluvia lechosa cayó sobre él. Por un instante, pensó que la araña estaba rociándole de veneno. Entonces comprendió que era el Biosan—4. Bryce y los demás estaban arriba, en el borde de la zanja, apuntando sus aspersores hacia el fondo.

El líquido cayó también sobre la araña. Unos puntos blancos empezaron a salpicar su cuerpo negro.

El aspersor de Bryce había resultado dañado por un fragmento de asfalto y no consiguió extraer una sola gota de él.

Con una maldición se desembarazó del correaje y del aparato dejando caer el depósito en mitad de la calle. Mientras Tal y Jenny lanzaban el Biosan desde el otro lado de la grieta, Bryce corrió a la cuneta y asió los dos recipientes de reserva de aquella solución rica en bacterias que habían rodado por la calzada hasta ir a detenerse junto al bordillo. Cada recipiente tenía un asa y Bryce agarró ambas. El peso era considerable. Bryce corrió de nuevo al borde de la zanja, titubeó y, finalmente, se lanzó ladera abajo hasta llegar al fondo. Consiguió mantenerse en pie y mantuvo asidos con fuerza los recipientes.

No se acercó a Flyte. Jenny y Tal ya estaban haciendo todo lo que podían para destruir la araña. Por su parte, se abrió paso entre los fragmentos de asfalto, dirigiéndose hacia el agujero por el cual había despachado su último fantasma el ser multiforme.

Timothy Flyte contempló horrorizado cómo la araña que se cernía sobre él se metamorfoseaba en un perro enorme. No era un can corriente; era una bestia infernal, un perro de rostro en parte canino y en parte humano. Su pelaje (allí donde no estaba salpicado de Biosan) era mucho más negro que el de la araña y sus grandes patas mostraban unas garras afiladas; sus dientes eran casi tan largos como los dedos de la mano de Timothy. Su aliento hedía a azufre o algo todavía peor.

Empezaron a aparecer heridas en el perro mientras las bacterias devoraban el tejido amorfo, y Flyte recobró un hálito de esperanza.

Mirándole fijamente, el perro le habló con una voz como un puñado de grava deslizándose por un canalón de hojalata.

—Pensé que eras mi Mateo, pero has sido mi Judas.

Las mandíbulas enormes se abrieron de par en par.

Timothy lanzó un grito.

Al tiempo que el fantasma sucumbía a los efectos degenerativos de las bacterias, el animal lanzó una dentellada y le mordió el rostro con furia salvaje.

Desde el borde de la grieta, Tal Whitman contemplaba la escena con su atención dividida entre el espantoso espectáculo de la muerte de Flyte y la misión suicida de Bryce con los recipientes de Biosan.

Flyte. Aunque el perro fantasma se estaba disolviendo bajo los efectos del preparado bacteriológico, cuya acción era similar a la de un ácido corrosivo, su desaparición no se producía a tiempo. El animal mordió al científico en el rostro, y luego en el cuello.

Bryce. A menos de diez metros del perro infernal, Bryce había alcanzado el agujero por el cual había surgido el protoplasma un par de minutos antes. Empezó a desenroscar la tapa de uno de los botes.

Flyte. El perro se cebó con malicia en la cabeza de Timothy. Los cuartos traseros del animal habían perdido su forma y espumeaban mientras se descomponían, pero el fantasma se esforzaba por conservar su forma y seguir lanzando sus dentelladas contra el hombre hasta el último momento.

Bryce. Quitó por fin la tapa del primer bote. Tal la oyó rebotar en un fragmento de asfalto cuando Bryce la arrojó a un lado. El teniente estaba convencido de que algo iba a surgir del agujero, de las profundas cavernas subterráneas, para envolver a Bryce en un abrazo mortal.

Flyte. Sus gritos habían cesado.

Bryce. Inclinó el recipiente y vertió la solución bacteriana en la madriguera subterránea bajo el fondo de la zanja.

Flyte estaba muerto.

Lo único que quedaba del perro infernal era su gran cabeza. Pese a que su cuerpo había desaparecido, pese a estar llenas de llagas supurantes, las mandíbulas fantasmales continuaron cebándose en los restos del difunto arqueólogo.

Allá abajo, Timothy Flyte yacía convertido en un guiñapo sanguinolento.

El pobre hombre habría parecido un viejo encantador.

Con un estremecimiento de repulsión, Lisa, que se encontraba sola en uno de los lados de la grieta, retrocedió apartándose del borde de ésta. Alcanzó la cuneta, avanzó cautelosamente junto a ella y, por fin, se detuvo y permaneció allí, inmóvil y temblando…

… hasta que se dio cuenta de que estaba justo al lado de una boca de alcantarilla. Recordó los tentáculos que habían surgido del desagüe para atrapar y dar muerte a Sara Yamaguchi. Rápidamente, dio un salto para subirse a la acera.

Echó un vistazo a los edificios que tenía a su espalda. Se encontraba en las proximidades de uno de los pasadizos cubiertos entre dos tiendas y contempló con aprensión la verja que lo cerraba.

¿Había algo acechándola, vigilándola desde el interior del túnel?

Lisa se dispuso a saltar de nuevo a la calzada, contempló otra vez la boca de la alcantarilla y decidió quedarse en la acera.

Dio un paso de tanteo hacia la izquierda, titubeó, se movió hacia la derecha y volvió a vacilar. En ambas direcciones había pasadizos y verjas de mal agüero. No tenía sentido moverse. No había ningún lugar donde pudiera considerarse a salvo.

En el preciso instante en que empezaba a verter el Biosan-4 del recipiente azul sobre el agujero del fondo de la zanja, Bryce creyó distinguir algo moviéndose en la oscuridad del hueco. Esperaba ver surgir por él algún fantasma que le atraparía y le arrastraría consigo hacia su guarida subterránea, pero consiguió vaciar el contenido del recipiente sin que nada le acosara.

Bañado en sudor, el comisario se abrió paso entre los fragmentos de cemento y las losas de asfalto y los restos de tuberías arrastrando consigo el segundo bote. Con esfuerzo, rodeó unos cables eléctricos que todavía chisporroteaban al hacer contacto entre sí; después, vadeó un pequeño charco producido por un escape en una conducción de agua. Pasó junto al cuerpo destrozado de Flyte y junto a los restos hediondos del fantasma en descomposición que le había dado muerte.

Cuando alcanzó el siguiente hueco en el fondo de la zanja, Bryce se acuclilló, desenroscó la tapa del segundo recipiente y vertió el contenido en la oscura abertura. Cuando lo hubo vaciado, arrojó el bote a un lado, se apartó del agujero y echó a correr. Estaba ansioso por salir de la grieta antes de que acudiera a por él algún fantasma, como había sucedido con Flyte.

Apenas había cubierto una tercera parte de la pronunciada pendiente, cuya ascensión le resultaba considerablemente más difícil de lo que había pensado, cuando oyó algo terrible a su espalda.

Jenny seguía con la mirada la lenta ascensión de Bryce hacia la calle. La muchacha contuvo la respiración, temiendo que el comisario no fuera capaz de conseguirlo.

De pronto, algo atrajo su atención hacia el primer agujero en el que Bryce había vertido el Biosan. El multiforme surgió del subsuelo y se desparramó por el fondo de la zanja. Tenía el aspecto de una oleada de aguas fecales espesas, gelatinosas; su color era ahora más oscuro que antes, salvo en los lugares donde la masa estaba teñida por la solución bacteriana. El tejido vibraba, se agitaba y hervía como nunca, lo cual era tal vez una señal de degeneración. Las manchas lechosas de la infección se extendían a lo largo de la criatura: una serie de ampollas tomaba forma, se hinchaba y reventaba; unas llagas de aspecto desagradable se abrían en su superficie y supuraban un fluido amarillento de consistencia acuosa. En apenas unos segundos, al menos una tonelada del tejido amorfo había brotado por el agujero. Toda la masa parecía afectada por la enfermedad y continuaba saliendo, más de prisa todavía, como una erupción de lava, como un impetuoso manantial de tejido vivo y gelatinoso que empezó a manar también de otro de los agujeros de la zanja. La enorme masa rezumante se extendió entre los guijarros y formó unos pseudópodos, unos brazos que se agitaban, informes, y se alzaban en el aire para caer con unos movimientos espasmódicos. Y a continuación, surgieron de otros agujeros unos sonidos espantosos: eran las voces de cientos, miles de hombres, mujeres, niños y animales, todas ellas gritando de dolor, terror y absoluta desesperación. Era un gemido agónico tan abrumador que Jenny no podía soportarlo, sobre todo porque algunas de las voces le sonaban familiares, como si pertenecieran a viejos amigos o a buenos vecinos de la muchacha. Se llevó las manos a los oídos, pero fue inútil; el rugido de la doliente multitud seguía taladrándole el cerebro. Naturalmente sólo era el alarido de la muerte de una única criatura, el ser multiforme; sin embargo, dado que éste no tenía una voz propia, se veía obligado a emplear las de sus víctimas para expresar sus emociones inhumanas y su terror en términos intensamente humanos.

La criatura se alzó entre los fragmentos de asfalto caídos al fondo de la zanja. Y trató de alcanzar a Bryce.

A mitad de la ascensión, Bryce escuchó cómo el sonido a sus espaldas, el lamento de un millar de voces desesperadas, se convertía en un rugido de furia.

Se atrevió a volver la mirada y observó que tres o cuatro toneladas de tejido amorfo se habían desparramado ya en el fondo de la grieta, y todavía seguía brotando más, como si las entrañas de la tierra se estuvieran vaciando. La carne del antiguo enemigo se agitaba, saltaba, se llenaba de lesiones como si estuviera afectada por una especie de lepra. El multiforme intentó crear sus fantasmas alados, pero estaba demasiado débil e inestable para completar ninguna transformación; las aves y los enormes insectos a medio formar se descompusieron en una pasta que recordaba al pus, o cayeron de nuevo al charco de tejido del cual habían surgido. A pesar de todo, el antiguo enemigo se aproximaba a Bryce, avanzando en un frenesí de vibraciones y temblores. La criatura ya había inundado casi por completo la base de la zanja y ahora emitía unos tentáculos en plena descomposición, pero todavía poderosos, tras sus talones.

El comisario apartó la mirada y redobló sus esfuerzos para alcanzar el borde de la grieta.

Los dos grandes ventanales del bar Towne, ante el cual se encontraba Lisa, estallaron de pronto llenando de fragmentos de cristal la acera. Uno de ellos le rozó la frente, pero la chiquilla salió indemne del suceso pues la mayoría de los cristales cayó entre el edificio y el lugar que ocupaba.

Una masa obscena, sombría, asomó a través de los ventanales. Lisa retrocedió, dio un traspié y estuvo a punto de caer del bordillo.

El tejido repugnante, viscoso, parecía llenar el edificio del cual empezaba a sobresalir.

Algo se enroscó en torno al tobillo de Lisa.

Unos zarcillos de carne amorfa habían surgido entre las rejas de la boca del alcantarillado situada a su espalda. Y se habían agarrado a sus pantorrillas.

Con un chillido, Lisa intentó desasirse… y descubrió que podía conseguirlo con sorprendente facilidad. Los tentáculos, delgados como gusanos, se desprendieron de sus tobillos. A lo largo de los zarcillos empezaron a aparecer llagas y lesiones que se abrieron de inmediato y, en cuestión de segundos, el tejido quedó reducido a una pasta fangosa, inanimada.

La masa repulsiva que sobresalía del bar también estaba sucumbiendo ante las bacterias. Fragmentos de tejido espumeante se desprendieron de la masa principal y cayeron a la acera con un chapoteo. Aun así, la criatura continuó esforzándose en formar tentáculos que se agitaron en el aire buscando a Lisa, pero con la torpeza de algo enfermo y ciego.

Tal vio estallar los cristales del Bar Towne, al otro lado de la calle, pero antes de que pudiera dar un paso para ayudar a Lisa, otras ventanas reventaron también detrás de él, en el vestíbulo y el comedor del hotel Hilltop Inn. Se volvió, sorprendido, en el instante en que las puertas delanteras del hotel salían despedidas: por ellas y por las ventanas destrozadas surgieron toneladas de protoplasma pulsante (¡Oh, Dios santo! ¿Cómo era de grande aquella maldita cosa? ¿Como el pueblo entero? ¿Como la montaña de la cual había salido? ¿Infinita?) que se desparramó formando un sinnúmero de tentáculos como látigos, marcados por la enfermedad pero apreciablemente más activos que la parte de la criatura que perseguía a Bryce en la zanja. Antes de que Tal tuviera tiempo de alzar la boquilla de su aspersor y pulsar el mando de apertura, los fríos tentáculos le encontraron, le sujetaron con una fuerza incontenible y empezaron a arrastrarle por la calzada en dirección al hotel, hacia el muro de materia viscosa que todavía seguía surgiendo por las ventanas. Los tentáculos empezaron a quemarle a través de las ropas y notó la piel escaldada, llena de ampollas. Soltó un aullido: los ácidos digestivos de la criatura le estaban corroyendo la carne y notó quemaduras como de un hierro de marcar en el pecho y los brazos. Notó un dolor lacerante que le recorría el muslo izquierdo y recordó el tentáculo que había decapitado a Frank Autry segándole el cuello con el ácido. Pensó en su tía Becky y…

Jenny esquivó un tentáculo que trataba de alcanzarla.

Roció con el aspersor a Tal y los tres apéndices como serpientes que le habían inmovilizado.

El tejido en descomposición empezó a afectar a los tentáculos, pero éstos no degeneraron por entero.

En la carne de la bestia surgieron nuevas heridas, incluso allí donde no había alcanzado la rociada de Jenny. La criatura entera estaba contaminada; estaba siendo corroída por dentro. No podía durar mucho más. Tal vez el tiempo justo de matar a Tal Withman.

El teniente estaba gritando, debatiéndose.

Jenny, frenética, soltó la boquilla del aspersor y se acercó más a Tal. Asió entre las manos uno de los tentáculos que apresaban al hombre e intentó soltarlo.

Otro tentáculo se enroscó en torno a ella.

Jenny se desembarazó de su vacilante abrazo y comprendió que la facilidad con que lo había logrado era una demostración evidente de que la criatura estaba perdiendo rápidamente la guerra con las bacterias.

Producto de la pugna, quedaron entre sus manos pedazos de tentáculo, masas de tejido muerto que despedían un hedor terrible.

Entre náuseas tiró cada vez con más fuerza del tentáculo que apresaba a Tal hasta que, por fin, cedió; a continuación hizo lo mismo con los dos apéndices restantes y el teniente cayó como un fardo al pavimento, sangrando y jadeando.

Los tentáculos ciegos, torpes, no llegaron a rozar a Lisa. Se retiraron al interior de la masa vomitiva que había surgido del bar Towne. Ahora, aquella enorme monstruosidad latía espasmódicamente y soltaba pedazos espumeantes, infectados, de su masa.

—Está agonizando —dijo Lisa en voz alta, aunque no había nadie lo bastante cerca para oírla—. El Diablo está agonizando.

Bryce cubrió a rastras los últimos metros, casi en vertical, de la pared de la grieta. Alcanzó el borde y se encaramó a él con un último esfuerzo.

Volvió la vista hacia la pendiente que acababa de salvar. Un lago increíblemente grande de tejido amorfo gelatinoso ocupaba el fondo de la zanja inundando los restos de rocas caídas, pero estaba prácticamente inactivo. Algunas formas humanas y animales intentaban todavía cobrar forma en su superficie, pero el antiguo enemigo estaba perdiendo su capacidad para reproducir otros seres. Sus fantasmas eran ahora imperfectos y de movimientos lentos. El ser multiforme desaparecía lentamente bajo una capa de su propio tejido muerto y descompuesto.

Jenny se arrodilló junto a Tal. Observó en los brazos y el pecho del teniente unas marcas amoratadas. Además, una herida abierta, sangrante, cruzaba en toda su longitud el muslo izquierdo.

—¿Te duele? —preguntó.

—Cuando me tenía agarrado, entonces sí que me dolía. Muchísimo. Ahora no tanto —respondió Tal, aunque su expresión no dejaba lugar a dudas sobre el padecimiento que debía estar soportando.

La enorme masa de tejido viscoso que había surgido del hotel Hilltop Inn empezó ahora a retirarse, a retroceder hacia las conducciones subterráneas de las cuales había salido, dejando tras sí el residuo gomoso de su carne descompuesta.

Una retirada mefistofélica. Un regreso al inframundo. Una vuelta al otro lado del Infierno.

Satisfecha al comprobar que no corrían un peligro inminente, Jenny estudió con más detenimiento las heridas de Tal.

—¿Mal asunto? —preguntó él.

—No tanto como temía —respondió Jenny, obligándole a permanecer tendido—. Te falta la piel en algunas zonas. Y parte del tejido adiposo bajo la epidermis.

—¿Las venas? ¿Las arterias?

—Nada. Esos tentáculos ya estaban muy debilitados cuando te atraparon. Demasiado para causarte quemaduras profundas. Hay muchos capilares rotos en el tejido superficial y ésta es la causa de la pérdida de sangre, pero las hemorragias no son tan graves como cabría esperar. Iré a por mi maletín cuando consideremos que se puede entrar en el hotel sin peligro y te medicaré contra una posible infección. Creo que tal vez tendrás que internarte en un hospital durante un par de días en observación, sólo para estar seguros de que no se produce una reacción alérgica retardada al ácido o a alguna toxina. Sin embargo, lo cierto es que te encuentro en buen estado.

—¿Sabes una cosa? —dijo Tal.

—¿Qué?

—Estás hablando como si todo hubiera terminado.

Jenny parpadeó.

Volvió la vista hacia el hotel. Escrutó el comedor a través de las ventanas destrozadas. No había rastro del antiguo enemigo.

Dio media vuelta y contempló la calle. Lisa y Bryce estaban rodeando la zanja abierta por la criatura para reunirse con ellos.

—Creo que así es —respondió Tal—. Creo que todo ha terminado.