CAPÍTULO 38
Una oportunidad de luchar

Unos zarcillos de niebla se deslizaron al interior del laboratorio por la puerta abierta del vehículo.

Sara estaba sentada junto a una mesa de trabajo, inclinada sobre un microscopio.

—Es increíble —dijo en voz baja.

Jenny estaba sentada ante otro microscopio, al lado de Sara, y examinaba una de las muestras del tejido del ser multiforme.

—Jamás he visto una estructura celular como ésta.

—Es imposible… pero aquí está —musitó Sara.

Bryce se colocó detrás de Jenny, esperando con ansia a que la doctora le permitiera echar un vistazo a la muestra. Naturalmente, no entendería gran cosa. No sabría diferenciar una estructura celular normal de otra anormal. Sin embargo, era preciso que la viera.

Aunque el doctor Flyte era un científico, su especialidad no era la biología; la estructura celular significaría poco más para él que para Bryce. Sin embargo, también él estaba impaciente por echar una ojeada. Se inclinó sobre el hombro de Sara, esperando. Tal y Lisa permanecían cerca, nerviosos también por contemplar al Diablo en un portaobjetos.

Volcada todavía sobre el microscopio, Sara dijo:

—La mayor parte del tejido carece de estructura celular.

—Lo mismo sucede con esta muestra —confirmó Jenny.

—Pero toda la materia orgánica debe tener estructura celular —continuó la genetista—. La estructura celular es una definición de la materia orgánica, un requisito de todo tejido vivo, animal o vegetal.

—La mayor parte de esta sustancia me parece inorgánica —afirmó Jenny—. Aunque, naturalmente, eso no puede ser.

—Desde luego —intervino Bryce—. Todos sabemos muy bien lo vivo que está.

—Bueno, algunas células sí que tiene, aquí y allá —dijo Jenny—. No muchas. Unas pocas.

—En esta muestra también hay algunas —confirmó Sara—. Pero cada una parece existir con independencia de las demás.

—Están muy separadas, en efecto —continuó Jenny—. Es como si nadaran en un mar de materia indiferenciada.

—Membranas celulares muy flexibles —dijo Sara—. Un núcleo trifurcado. Eso es muy raro. Y ocupa aproximadamente la mitad del espacio interior de la célula.

—¿Qué significa eso? —preguntó Bryce—. ¿Es importante?

—Ignoro si es importante o no —contestó Sara, frunciendo el ceño—. La verdad es que no sé qué pensar de ello.

En las tres pantallas destelló una pregunta:

¿NO ESPERABAIS QUE LA CARNE DE SATÁN FUERA MISTERIOSA?

El ser multiforme les había enviado una muestra de su carne del tamaño de un ratón, pero hasta entonces sólo habían utilizado una parte para realizar diversas pruebas. La mitad de la sustancia permanecía en una cápsula hermética sobre la mesa de trabajo.

El tejido tembló como si fuera gelatina. Se convirtió de nuevo en una araña y empezó a dar vueltas sin cesar dentro del recipiente.

Se convirtió en una cucaracha y corrió durante unos momentos de un lado a otro del platillo.

Se convirtió en una babosa. En un grillo.

En un escarabajo verde con un delicado dibujo en el caparazón.

Bryce y el doctor Flyte ocupaban ahora los asientos ante los microscopios, mientras Lisa y Tal esperaban su turno.

Jenny y Sara se colocaron ante una de las pantallas del ordenador, donde se estaba reflejando el resultado de un examen automático de muestras en el microscopio electrónico. La genetista había programado el aparato para que se concentrara en el núcleo de una de las células del ser multiforme.

—¿Tienes alguna idea? —preguntó Jenny.

Sara asintió pero no apartó los ojos de la pantalla.

—De momento sólo puedo hacer suposiciones con muy poca base. Con todo, diría que la materia indiferenciada, que forma sin duda la gran masa de la criatura, es la sustancia que puede transformarse en cualquier estructura celular que desee. Es el tejido que imita las células de un perro, de un conejo, de un ser humano… Sin embargo, cuando la criatura está en reposo, esa materia carece de estructura celular propia. En cuanto a las células dispersas que pueden observarse… bueno, de algún modo deben ser quienes controlan el tejido amorfo. Las células dan las órdenes liberando una serie de enzimas o señales químicas que indican a ese tejido sin estructurar la forma que debe adoptar.

—Entonces, esas células dispersas deben permanecer intactas en todo momento, sea cual sea la forma que adopta la criatura.

—En efecto, eso parece. Por ejemplo, si el ser multiforme adoptara el aspecto de un perro y tomáramos una muestra del tejido de éste, encontraríamos células de perro. Pero aquí y allá, dispersas entre el resto de la muestra, encontraríamos también esas células flexibles con sus núcleos trifurcados que nos permitirían demostrar que el perro no era un animal real.

—¿Crees que alguno de estos datos nos puede ayudar a salvar la vida? —preguntó Jenny.

—No veo cómo.

En la cápsula de Petri, el recipiente de cristal que contenía el resto de la muestra de tejido, el pedazo de carne amorfa había asumido de nuevo la identidad de una araña. A continuación, la araña se disolvió en varias decenas de pequeñas hormigas que se arremolinaron unas contra otras y recorrieron en grupo el fondo del platillo. Pronto, las hormigas se juntaron de nuevo para formar una sola criatura, un gusano. Éste se agitó durante unos instantes antes de convertirse en una cochinilla de gran tamaño. Y ésta, a su vez, se convirtió en un escarabajo. El ritmo de los cambios parecía estar acelerándose.

—¿Qué hay del cerebro? —exclamó Jenny en voz alta.

—¿A qué te refieres? —replicó Sara.

—Ese ser debe de tener un centro inteligente. Desde luego, su memoria, sus conocimientos y su inteligencia no deben de estar almacenados en esas células dispersas.

—Es probable que tengas razón —asintió la genetista—. Es muy posible que en algún lugar de esa criatura haya un órgano análogo al cerebro humano. No con las características del nuestro, desde luego, sino algo muy distinto. Muy distinto pero, en el fondo, dedicado a funciones similares. Probablemente, ese órgano debe de controlar las células que hemos visto y éstas, a su vez, dirigen el protoplasma informe.

Con creciente excitación, Jenny añadió:

—Esas células cerebrales deberían tener al menos una característica importante en común con las células dispersas del tejido amorfo: Nunca cambian de forma.

—Seguramente tienes razón. Resulta difícil imaginar que la memoria, la inteligencia y el pensamiento lógico puedan almacenarse en un tejido que no tenga una estructura celular permanente, relativamente rígida.

—En tal caso, ese cerebro sería vulnerable —dijo Jenny.

Un destello de esperanza brilló en los ojos de Sara.

—Si el cerebro no es un tejido amorfo —continuó Jenny—, no puede ser reparado cuando ha sufrido daños. Si se le hiciera un agujero, éste permanecería. Y si los daños son suficientemente graves, ese cerebro podría perder la capacidad para controlar el tejido amorfo que forma su cuerpo, y éste moriría también.

Sara contempló fijamente a su interlocutora.

—Jenny, creo que acabas de encontrar algo.

Bryce intervino para decir:

—Si localizáramos el cerebro y le disparáramos unas cuantas balas, tal vez lograríamos detener a esa criatura. Sin embargo, ¿cómo podríamos encontrar ese centro vital? Algo me dice que ese ser multiforme mantiene su cerebro muy protegido, oculto bajo el suelo y muy lejos de nosotros.

Jenny advirtió que sus expectativas empezaban a difuminarse. Bryce tenía razón. Tal vez el cerebro fuera el punto débil de la criatura, pero no tendrían ocasión de comprobar tal teoría.

Sara estudió el resultado de los análisis químicos y mineralógicos de la muestra de tejido.

—Una lista de hidratos de carbono extremadamente larga —explicó—. Y algunos de ellos en cantidades considerables. Sí, un contenido muy elevado de hidratos de carbono.

—Bueno, los compuestos de carbono son elementos básicos de todo el tejido vivo —comentó Jenny—. ¿Qué tiene de especial esta muestra?

—Su abundancia —respondió Sara—. Esa sustancia posee un grado anormalmente alto de carbono en muchos y muy distintos compuestos.

—¿Nos puede ayudar eso de algún modo? —No lo sé —dijo Sara, pensativa.

Después continuó repasando las hojas impresas donde se reflejaban los restantes datos.

Cochinilla.

Saltamontes.

Oruga.

Escarabajo. Hormigas. Oruga. Cochinilla.

Araña, tijereta, cucaracha, ciempiés, araña.

Escarabajo-gusano-araña-caracol-tijereta.

Lisa contempló la masa de tejido del recipiente, el cual estaba experimentando una serie de rápidos cambios que se sucedían mucho más de prisa que antes, más y más de prisa a cada minuto que pasaba.

Algo iba mal.

Petrolato —dijo Sara.

—¿Qué es eso? —quiso saber Bryce. —Una especie de gel de petróleo.

—¿Un gel? ¿Algo parecido a la vaselina? —intervino Tal.

Flyte se volvió hacia Sara y comentó:

—No pretenderá usted decirnos que ese tejido amorfo está compuesto sencillamente de petrolato.

—No, no —se apresuró a responder Sara—. Desde luego que no. Esto es materia viva. Sólo afirmo que existen semejanzas en los índices de hidrocarburos. La composición del tejido es mucho más compleja que la del petrolato, por supuesto. Contiene una serie de elementos químicos y minerales más extensa incluso que la presente en el ser humano. Una larga lista de ácidos y alcaloides… Todavía no alcanzo a imaginar cómo efectúa el proceso de nutrición, cómo respira, cómo funciona sin sistema circulatorio y sin un sistema nervioso visible, ni cómo elabora nuevo tejido sin utilizar la reproducción celular. Sin embargo, esas cifras excepcionalmente altas de hidrocarburos…

La genetista dejó la frase a medias. Sus ojos parecieron perder la concentración. Su mirada se perdió en el infinito, sin reaccionar ante los datos que tenía ante sí.

Tal Whitman observó a Sara y tuvo la sensación de que la mujer se había excitado repentinamente por alguna razón. Aunque ni su rostro ni sus gestos experimentaron el menor cambio, se apreciaba en Sara un innegable aire nuevo y el teniente intuyó que la mujer acababa de intuir algo importante.

El teniente volvió los ojos hacia Bryce. Las miradas de ambos hombres se cruzaron y Tal comprendió que el comisario también se había dado cuenta del cambio experimentado por Sara.

Casi inconscientemente, Tal Whitman cruzó los dedos.

—Será mejor que vengáis a ver esto —dijo Lisa en tono urgente.

La chiquilla estaba de pie ante la cápsula de Petri que contenía la porción de tejido que no habían utilizado en las pruebas.

—¡De prisa, venid aquí! —insistió Lisa al ver que no respondían inmediatamente.

Jenny y los demás se congregaron a su alrededor y contemplaron la masa encerrada en el recipiente.

Saltamontes-gusano-ciempiés-caracol-tijereta.

—Está cambiando cada vez más de prisa —dijo Lisa.

Araña-gusano-ciempiés-araña-caracol-araña-gusano-araña-gusano…

Y, luego, todavía más rápido:

… arañagusanoarañagusanoarañagusano…

—Apenas ha empezado a cambiar a gusano cuando ya vuelve a iniciar el cambio a araña otra vez —comentó Lisa—. Es un absoluto frenesí, ¿lo veis? Le está sucediendo algo.

—Parece como si hubiera perdido el control, como si se hubiera vuelto loca —dijo Tal.

—Como si sufriera una especie de crisis —apostilló Flyte.

De pronto, la composición de la pequeña masa de tejido amorfo cambió. Brotó de ella un fluido lechoso y, finalmente, el tejido quedó reducido a una pasta húmeda, inerte y sin vida.

No volvió a moverse.

No siguió cambiando de forma.

Jenny deseó tocarla, pero no se atrevió.

Sara tomó una cucharilla de laboratorio y tanteó con ella el tejido del recipiente.

Continuó sin moverse.

Sara lo agitó con el instrumento.

El tejido soltó más de aquel fluido, pero no reaccionó de ningún otro modo.

—Está muerto —dijo Flyte en voz baja.

Bryce pareció electrizado ante aquella novedad y se volvió hacia Sara.

—¿Qué había en ese recipiente antes de que depositara la muestra de tejido? —preguntó la genetista.

—Nada.

—Debía de tener algún residuo…

—No.

—Piense, por favor. Nuestras vidas dependen de esto.

—No había nada en esa cápsula, seguro. La saqué del esterilizador.

—Unas trazas de algún elemento químico…

—Estaba absolutamente limpia.

—Aguarde, aguarde —insistió Bryce—. En ese recipiente debía de haber algo que ha reaccionado en contacto con el tejido del ser multiforme, ¿no cree? ¿No le parece evidente?

—Y, sea lo que sea, esa sustancia es nuestra arma —dijo Tal.

—Sí, esa sustancia es lo que causa la muerte al multiforme —añadió Lisa.

—No necesariamente —intervino Jenny, lamentando tener que echar por tierra las esperanzas de su hermanita.

—En efecto, parece demasiado sencillo —asintió Flyte mientras se pasaba una mano temblorosa por sus rebeldes cabellos canos—. No saquemos conclusiones precipitadas.

—Sobre todo cuando existen otras posibilidades —añadió Jenny.

—¿Otras? ¿Cuáles? —preguntó Bryce.

—Bien… sabemos que la masa principal de esa criatura puede desprenderse de partes de sí misma y darles cualquier forma que desee, que puede dirigir la actividad de esas partes desprendidas y que puede traerlas de nuevo a su seno como hizo con esa parte con forma de perro que envió para matar a Gordy. En cambio, supongamos ahora que una parte desprendida del cuerpo principal sólo puede sobrevivir un breve período de tiempo en esa situación, separado del cuerpo madre. Supongamos que el tejido amorfo precisa de un aporte constante de una enzima concreta para mantener la cohesión. De una enzima que no se fabrica en esas células de control independientes repartidas por el tejido…

—… una enzima que sólo es producida por el cerebro del ser multiforme —terminó la frase Sara, al hilo de las palabras de Jenny.

—Exacto —asintió Jenny—. En tal caso… cualquier parte separada de la masa principal debería reintegrarse a ésta para reponer el suministro de esa enzima vital, o de la sustancia que sea.

—No parece una teoría inverosímil —concedió Sara—. Al fin y al cabo, el cerebro humano produce también enzimas y hormonas sin las cuales nuestro cuerpo no podría sobrevivir. ¿Por qué no habría de desempeñar funciones parecidas el cerebro de ese ser multiforme?

—Está bien —dijo Bryce—. Entonces, ¿qué significa este descubrimiento para nosotros?

—Si realmente es un descubrimiento y no una mera suposición equivocada —respondió Jenny—, significa que podríamos destruir a todo ese ser multiforme si lográramos dañar su cerebro. El antiguo enemigo no podría separarse en varias partes y escapar para continuar viviendo en otras encarnaciones. Sin las enzimas esenciales, hormonas o lo que sea elaboradas por el cerebro, las partes separadas terminarían por disolverse en una masa sin vida, igual que ha sucedido con la muestra contenida en ese recipiente.

Bryce exhaló un suspiro, decepcionado.

—Volvemos a estar como antes. Sería preciso localizar su cerebro para tener alguna posibilidad de asestarle un golpe mortal, pero esa cosa jamás nos permitirá algo así.

—No estamos como al principio —replicó Sara. Señaló hacia la masa pastosa y añadió—: esto nos revela otro hecho interesante.

—¿Cuál? —preguntó Bryce con la voz ronca de frustración—. ¿Es algo útil, algo que nos dé esperanzas de salvarnos, o se trata de otra información que no nos lleva a ninguna parte?

—Ahora sabemos que ese tejido amorfo existe en un delicado equilibrio químico que es posible romper.

La genetista dejó que sus palabras calaran en los demás.

Las profundas arrugas de preocupación del rostro de Bryce se suavizaron ligeramente.

—La carne de esa criatura puede ser dañada —continuó entonces Sara—. Puede ser destruida. En esa cápsula de vidrio está la prueba.

—¿Y cómo vamos a usar ese descubrimiento? —quiso saber Tal—. ¿Cómo podemos romper ese equilibrio químico?

—Esto es precisamente lo que debemos determinar —contestó Sara.

—¿Tiene alguna idea? —preguntó Lisa a la experta.

—No —respondió Sara—. Ninguna.

Pero Jenny tuvo de pronto la sensación de que Sara Yamaguchi estaba mintiendo.

Sara ardía en deseos de explicarles el plan que se le había ocurrido, pero se obligó a no decir una palabra. Por un lado, su estrategia sólo permitía un leve hálito de esperanza y no deseaba despertar en los demás expectativas sin base que tal vez luego habrían de olvidar. Por otra parte, había algo más importante: si les contaba lo que tenía en mente, y si por algún milagro resultaba que había dado con el medio de destruir al ser multiforme, éste podría oírla, conocer sus planes y detenerla. No había ningún lugar seguro donde pudiera discutir sus pensamientos con Jenny, Bryce y los demás. Lo mejor que podía hacer por el momento era mantener al antiguo enemigo satisfecho y complaciente.

Pero también debía disponer de tiempo, de algunas horas, durante las cuales poner en marcha el plan. El ser multiforme tenía millones de años de edad; era prácticamente inmortal. ¿Qué representaban unas pocas horas para él? Probablemente, accedería a su petición. Sólo probablemente.

Tomó asiento ante una de las terminales de ordenador con los ojos ardiéndole de fatiga. Necesitaba dormir. Todos lo necesitaban. La noche estaba a punto de terminar. Se pasó la mano por el rostro como si con ello pudiera quitarse de encima el cansancio. Después, tecleó:

¿ESTÁS AHÍ?

SÍ.

HEMOS REALIZADO UNA SERIE DE PRUEBAS, escribió mientras los demás se congregaban en torno a ella.

LO SÉ, replicó la criatura.

ESTAMOS FASCINADOS. DESEARÍAMOS CONOCER MUCHAS COSAS MÁS.

DESDE LUEGO.

QUERRÍAMOS HACER OTRAS PRUEBAS.

¿PARA QUÉ?

PARA SABER MÁS ACERCA DE TI.

ACLARA ESO, replicó la criatura, burlona.

Sara meditó la respuesta un instante, y luego escribió:

EL DOCTOR FLYTE NECESITARÁ UNOS DATOS ADICIONALES PARA PODER ESCRIBIR ACERCA DE TI CON SUFICIENTES DATOS.

ÉL ES MI MATEO.

FLYTE NECESITA MÁS INFORMACIONES PARA ESCRIBIR TU HISTORIA COMO ES DEBIDO.

La criatura hizo destellar una respuesta de tres líneas en el centro de la pantalla:

UNA FANFARRIA DE TROMPETAS

LA HISTORIA MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA

UNA FANFARRIA DE TROMPETAS

Sara no estuvo segura de si sólo estaba burlándose de ellos o si realmente el ego de la criatura era tan enorme como para comparar en serio su propia biografía con la vida de Cristo.

Hubo un parpadeo en la pantalla y apareció una nueva frase:

LLEVAD ADELANTE ESAS PRUEBAS.

TENDREMOS QUE SOLICITAR MÁS EQUIPO DE LABORATORIO.

¿POR QUÉ? AQUÍ YA TENÉIS UN LABORATORIO PERFECTAMENTE EQUIPADO.

A Sara le sudaban las manos. Las restregó contra sus pantalones antes de teclear la respuesta.

ESTE LABORATORIO ESTÁ PERFECTAMENTE EQUIPADO, PERO SÓLO PARA UN REDUCIDO CAMPO DE INVESTIGACIONES: EL ANÁLISIS DE LOS AGENTES QUÍMICOS Y BIOLÓGICOS UTILIZADOS EN LA GUERRA. NO TENÍAMOS PREVISTO UN ENCUENTRO CON UN SER DE TUS CARACTERÍSTICAS. NECESITAMOS OTROS APARATOS DE LABORATORIO PARA PODER HACER LAS INVESTIGACIONES PRECISAS.

ADELANTE.

TARDAREMOS VARIAS HORAS EN TENER LOS APARATOS AQUÍ. ADELANTE.

Sara contempló la palabra en la pantalla, verde sobre fondo verde, sin atreverse casi a creer que hubiera sido tan sencillo ganar esas horas preciosas.

Una vez más, escribió en el teclado:

TENDREMOS QUE VOLVER AL HOTEL PARA UTILIZAR EL TELÉFONO.

ADELANTE, PERRA ASQUEROSA. ADELANTE, ADELANTE, ADELANTE, ADELANTE.

Sara tenía de nuevo las manos húmedas. Volvió a secarse el sudor en los pantalones téjanos y se puso en pie.

Por el modo en que los demás la miraban, comprendió que se habían dado cuenta de que ocultaba algo y que entendían sus razones para guardar silencio.

Sin embargo, ¿cómo era posible que lo supieran? ¿Tanto se le notaba? Y si ellos lo sabían, ¿lo habría percibido también esa cosa?

Sara carraspeó. Luego, con voz temblorosa, murmuró:

—Vámonos.

—Vámonos —dijo Sara Yamaguchi con voz temblorosa.

Sin embargo, Timothy Flyte intervino de inmediato:

—Esperad. Sólo un par de minutos, por favor. Tengo que comprobar una cosa.

Tomó asiento ante la terminal del ordenador. Aunque había echado una cabezada durante el vuelo, su mente no estaba todo lo despierta que debería. Sacudió la cabeza, respiró profundamente varias veces y, por fin, tecleó:

SOY TIMOTHY FLYTE.

LO SÉ.

TENEMOS QUE CONVERSAR.

ADELANTE.

¿HEMOS DE HACERLO A TRAVÉS DEL ORDENADOR?

ES MEJOR QUE LAS ZARZAS ARDIENDO.

Durante un par de segundos, Timothy no comprendió a qué se refería. Cuando al fin captó el chiste, casi se echó a reír en voz alta. Aquel condenado ser tenía un sutil y perverso sentido del humor.

Flyte tecleó:

TU ESPECIE Y LA MÍA DEBEMOS VIVIR EN PAZ.

¿POR QUÉ?

PORQUE COMPARTIMOS LA TIERRA.

IGUAL QUE EL GANADERO COMPARTE LA TIERRA CON SUS RESES. VOSOTROS SOIS MI GANADO.

SOMOS LAS DOS ÚNICAS ESPECIES INTELIGENTES SOBRE LA TIERRA.

CREES QUE SABES MUCHO, PERO EN REALIDAD CONOCES MUY POCO.

DEBEMOS COLABORAR, insistió Flyte con terquedad.

VOSOTROS SOIS INFERIORES A MÍ.

TENEMOS MUCHO QUE APRENDER LOS UNOS DE LOS OTROS.

YO NO TENGO NADA QUE APRENDER DE TU ESPECIE.

PODEMOS SER MÁS LISTOS DE LO QUE TÚ CREES.

VOSOTROS SOIS MORTALES, ¿NO ES CIERTO?

SÍ.

PARA MÍ, VUESTRAS VIDAS SON TAN BREVES Y CARENTES DE IMPORTANCIA COMO PUEDEN SERLO PARA VOSOTROS LA CORTA VIDA DE LAS MOSCAS EFÍMERAS.

SI ESO ES LO QUE OPINAS, ¿POR QUÉ TE INTERESA QUE YO ESCRIBA O NO ACERCA DE TI?

ME DIVIERTE QUE UN MIEMBRO DE TU ESPECIE HAYA LLEGADO A PLANTEAR LA TEORÍA DE MI EXISTENCIA. ES COMO SI UN MONO HUBIERA APRENDIDO ALGÚN TRUCO DIFÍCIL.

YO NO CREO QUE SEAMOS INFERIORES A TI, tecleó Flyte con gesto decidido.

SOIS GANADO.

CREO QUE DESEAS QUE ESCRIBA SOBRE TI PORQUE HAS DESARROLLADO UN EGO MUY HUMANO.

TE EQUIVOCAS.

CREO QUE NO FUISTE UNA CRIATURA INTELIGENTE HASTA QUE EMPEZASTE A ALIMENTARTE DE CRIATURAS INTELIGENTES, DE SERES HUMANOS.

TU IGNORANCIA ME DISGUSTA.

Timothy Flyte continuó desafiándole:

CREO QUE JUNTO A LOS CONOCIMIENTOS Y LOS RECUERDOS QUE HAS ABSORBIDO DE TUS VÍCTIMAS HUMANAS, TAMBIÉN HAS ADQUIRIDO TU INTELIGENCIA. NOS DEBES A NOSOTROS TU PROPIA EVOLUCIÓN.

La criatura no respondió.

Timothy borró la pantalla y continuó tecleando:

TU MENTE PARECE TENER UNA ESTRUCTURA MUY HUMANA: EGO, SUPEREGO, ETCÉTERA.

SOIS GANADO, replicó la criatura.

Parpadeo.

CERDOS, escribió el ser.

Parpadeo.

ANIMALES DOMÉSTICOS.

Parpadeo.

ME ABURRES.

Y, a continuación, todas las pantallas se quedaron en blanco. Timothy se echó hacia atrás en su asiento y exhaló un suspiro.

—Un buen intento, doctor Flyte —comentó el comisario Hammond.

—¡Qué arrogante es! —exclamó Flyte.

—Propia de un dios —asintió la doctora Paige—. Y ésa es, más o menos, la opinión que tiene de sí mismo ese ser.

—En cierto modo —intervino Lisa Paige—, puede decirse que realmente lo es.

—Sí —murmuró Tal Whitman—. A todos los efectos prácticos, podría perfectamente ser un dios. Tiene todos los poderes que atribuimos a una divinidad, ¿no es cierto?

—O a un demonio —añadió Lisa.

Más allá de las farolas y por encima de la niebla, la noche tenía ahora un tono gris. La primera claridad difusa del alba había surgido en el horizonte.

Sara habría preferido que el doctor Flyte no desafiara tan abiertamente al ser multiforme. Le preocupaba que hubiera provocado su enfado y que ahora se echara atrás de la promesa de concederles más tiempo.

Durante el breve paseo desde el laboratorio móvil hasta el Hilltop Inn, la mujer avanzó esperando que alguna criatura monstruosa surgiera de entre la niebla y se abatiera sobre ellos. Aquella cosa no debía llevárselos. Ahora, no. Ahora, por fin, tenían un leve destello de esperanza.

Entre la niebla y las sombras que cubrían el resto del pueblo se escuchaban extraños sonidos animales, lúgubres ruidos ululantes distintos de cualquier cosa que Sara hubiese oído en su vida. La criatura seguía dedicada a sus incesantes imitaciones. Un aullido infernal, inquietantemente próximo, hizo que los supervivientes se apretaran todavía más unos junto a otros.

Sin embargo, nada les atacó.

Las calles, aunque no silenciosas, estaban vacías y tranquilas. No había ni un soplo de brisa y la niebla flotaba inmóvil en el aire.

Tampoco les acechaba nada en el interior del hotel.

Sara tomó asiento ante la mesa central de operaciones y marcó el número de la base de la Unidad de Defensa Civil en Dugway, Utah.

Jenny, Bryce y los demás se colocaron a su alrededor para escuchar la conversación.

Debido a la crisis de Snowfield, el habitual sargento de guardia del turno de noche en el cuartel general de Dugway no estaba solo. El capitán Daniel Tersch, médico del cuerpo de Sanidad del Ejército y especialista en contención de las enfermedades contagiosas, tercero en el mando de la unidad, estaba de servicio para dirigir cualquier operación de apoyo que fuera necesario emprender.

Sara le explicó sus últimos descubrimientos —los exámenes al microscopio del tejido del ser multiforme y el resultado de Ips diversos análisis mineralógicos y químicos— y Tersch se mostró fascinado aunque el tema quedaba lejos de su especialidad.

—¿Petrolato? —preguntó en un momento de la narración, sorprendido por lo que Sara Yamaguchi le estaba contando.

—El tejido amorfo sólo se parece a esa sustancia en que posee una combinación similar de hidrocarburos que registra valores muy elevados. Sin embargo, su composición es mucho más compleja, mucho más sofisticada.

La genetista hizo hincapié en aquel descubrimiento particular pues quería asegurarse de que Tersch lo comentaría con otros científicos del equipo de Dugway. Si algún genetista o bioquímico tomaba en cuenta este dato y luego revisaba la lista de aparatos y materiales que Sara se disponía a solicitar, indudablemente sabría reconocer el plan que tenía en mente. Si algún miembro de la unidad de Defensa Civil captaba realmente su mensaje, podría preparar el arma en la propia base antes de enviarlo todo a Snowfield, ahorrándole a Sara la tarea lenta y peligrosa de montarla con la criatura multiforme mirando en todo momento por encima de su hombro.

Lo que no podía hacer Sara era explicar abiertamente a Tersch su plan, pues tenía la absoluta certeza de que el antiguo enemigo estaba escuchando la conversación. Había un extraño y ligero zumbido en la línea telefónica…

Finalmente, Sara expuso su necesidad de conseguir aparatos de laboratorio complementarios.

—La mayoría de ellos pueden pedirse prestados a universidades y laboratorios industriales del norte de California —indicó a Tersch—. Necesito que utilice usted los hombres, los transportes y la autoridad del ejército para reunir y hacerme llegar todo ese material lo antes posible.

—¿Qué necesita? —respondió Tersch—. Usted dígamelo y lo tendrá ahí en cinco o seis horas.

Sara recitó una lista de aparatos y utensilios que, en realidad, no le interesaban en absoluto y terminó diciendo:

—También necesitaré la mayor cantidad que sea posible reunir del pequeño milagro de la cuarta generación del doctor Chakrabarty. Y dos o tres unidades dispersoras de aire comprimido.

—¿Quién es Chakrabarty? —preguntó Tersch, sorprendido.

—Usted no le conoce.

—¿Cuál es ese pequeño milagro? ¿A qué se refiere?

—Usted limítese a tomar nota: Chakrabarty, cuarta generación.

Sara deletreó el apellido.

—No tengo la más remota idea de qué es todo esto —murmuró él.

Magnífico, pensó Sara con considerable alivio. Perfecto.

Si Tersch hubiera sabido cuál era el pequeño milagro del doctor Ananda Chakrabarty, seguramente habría soltado algún comentario inconveniente antes de que ella pudiera impedirlo. Y habría puesto sobre aviso al antiguo enemigo.

—Está fuera de su especialidad —respondió—. Es muy lógico que no conozca ese apellido ni haya oído hablar del aparato. —Sara habló ahora apresuradamente, tratando de cambiar de tema con disimulo y lo antes posible—. Ahora no tengo tiempo de explicárselo, doctor Tersch. Hay otras personas del programa ABQ que, sin duda, sabrán qué aparato es el que le pido. Póngase a trabajar en esto. El doctor Flyte arde en deseos de continuar sus estudios de la criatura y necesita todos los objetos de la lista lo antes posible. ¿Ha dicho cinco o seis horas?

—Con eso bastará —afirmó Tersch—. ¿Cómo se lo podemos hacer llegar?

Sara volvió la mirada hacia Bryce. El comisario no querría poner en peligro a otro más de sus hombres para que llevara el cargamento hasta el pueblo. Por eso, indicó al capitán Tersch:

—¿Podría traerlo un helicóptero militar?

—Así lo haremos.

—Será mejor decirle al piloto que no intente aterrizar. La criatura multiforme podría pensar que intentamos escapar y, en tal caso, lo más probable es que atacara a la tripulación y nos matara a todos el mismo instante en que el helicóptero tocara tierra. Indique al piloto que permanezca en el aire y haga bajar el paquete mediante un cable.

—El bulto será bastante voluminoso —comentó Tersch.

—Estoy segura de que podrán bajarlo —replicó ella.

—Está bien. Voy a ponerme manos a la obra inmediatamente. Y que tengan buena suerte.

—Gracias —dijo Sara—. La necesitamos.

Colgó el aparato.

—Así, de pronto, cinco o seis horas parece mucho tiempo —comentó Jenny.

—Una eternidad —asintió Sara.

Todos estaban visiblemente ansiosos por conocer su plan pero sabían que no podían hacer el menor comentario al respecto. Sin embargo, incluso en su silencio, Sara detectó una nueva nota de optimismo.

«No tengas demasiadas esperanzas», se dijo a sí misma, presa de los nervios.

Cabía la posibilidad de que el plan no funcionara. De hecho, las probabilidades estaban en su contra. Y si el plan fracasaba, el ser multiforme descubriría lo que habían intentado hacer y daría cuenta de ellos de alguna manera especialmente brutal.

Fuera, había empezado a amanecer.

La niebla había perdido su fulgor pálido. Ahora la bruma era deslumbrante, blanca como la nieve, y destellaba con los reflejos de los primeros rayos matinales.