La puerta del segundo laboratorio estaba abierta de par en par. Las luces estaban encendidas y las pantallas del ordenador despedían su fulgor incandescente. Todo estaba dispuesto para ellos.
Jenny había intentado mantener la esperanza de que todavía podían resistir, de que aún les quedaba alguna oportunidad, por remota que fuera, de influir en el curso de los acontecimientos. Ahora, aquella frágil ilusión se había desvanecido. Estaban impotentes. Solamente harían lo que esa cosa quisiera. Sólo irían donde esa cosa les permitiera.
El sexteto se apretujó en el interior del laboratorio.
—Y ahora, ¿qué?
—A esperar —respondió Jenny.
Flyte, Sara y Lisa se instalaron ante las tres brillantes pantallas del ordenador. Jenny y Bryce se apoyaron contra un aparador y Tal se quedó junto a la puerta abierta, observando el exterior.
Afuera la niebla era cada vez más densa.
A esperar, había dicho Jenny a Lisa. Sin embargo, la espera no resultaba fácil. Cada segundo era una tortura de tensas y morbosas expectativas.
¿De dónde vendría la muerte la próxima vez?
¿Y en qué forma fantástica?
¿Y a quién le tocaría ser el siguiente?
Por fin, Bryce dijo:
—Doctor Flyte, si esas criaturas prehistóricas han sobrevivido millones de años en lagos y ríos subterráneos, en las simas marinas más profundas… o donde sea… y si salen a la superficie para alimentarse… ¿cómo es que no son más frecuentes las desapariciones en masa?
Flyte se frotó el mentón con una mano delgada y de largos dedos antes de responder:
—Porque sólo encuentran seres humanos en contadas ocasiones. —¿Y eso?
—Dudo que exista más de un reducido puñado de estas bestias. Tal vez se ha producido algún cambio climático que mató a la mayoría y obligó a las restantes a mantener una existencia subterránea y subacuática.
—De todos modos, incluso un puñado de esas criaturas…
—Un puñado reducidísimo —insistió Flyte—, repartido por la Tierra. Y tal vez sólo se alimentan de vez en cuando. Piense en la boa constrictor, por ejemplo. Esa serpiente se nutre sólo una vez cada varias semanas. Así pues, tal vez esa cosa se alimente de manera irregular, a intervalos de varios meses o incluso pongamos que una vez cada par de años. Su metabolismo es tan radicalmente distinto del nuestro que casi resulta posible cualquier suposición.
—¿Podría su ciclo vital incluir períodos de hibernación que duraran no ya una estación o dos, sino años enteros? —preguntó Sara.
—Sí, sí —dijo Flyte, asintiendo con la cabeza—. Muy bien pensado. Eso explicaría también por qué son infrecuentes sus encuentros con el hombre. Y permítame recordar que la humanidad puebla menos del uno por ciento de la superficie del planeta. Incluso si se alimentara con cierta frecuencia, el antiguo enemigo sólo toparía con nuestra raza en escasas ocasiones.
—Y cuando tal encuentro se produjera —añadió Bryce—, sería muy probable que tuviera lugar en el mar, ya que la mayor parte de la superficie terrestre está cubierta por las aguas.
—Exacto —asintió Flyte—. Y si atrapara a todos los ocupantes de un barco, no quedarían testigos y jamás tendríamos noticia de tales contactos. La historia del mar está, en efecto, llena de relatos de naves desaparecidas y barcos fantasmas de los que jamás se han encontrado las tripulaciones.
—El Mary Celeste —dijo Lisa, mirando a Jenny.
Jenny recordó que su hermana había mencionado aquel caso durante la tarde del domingo, cuando habían acudido a la casa de sus vecinos, los Santini, y habían encontrado la mesa preparada para la cena.
—El Mary Celeste es un caso famoso —asintió Flyte—, pero no es el único. Son cientos y cientos los barcos que han desaparecido en circunstancias misteriosas desde que existen registros náuticos fiables. Con buen tiempo, en épocas de paz y sin la menor explicación «lógica». En conjunto, los marinos desaparecidos deben de sumar decenas de miles.
—Esa zona del Caribe donde se han esfumado tantas naves… —dijo Tal desde su posición junto a la puerta abierta.
—El Triángulo de las Bermudas —apuntó Lisa al instante.
—Sí —asintió Tal—. ¿No podría ser que…?
—¿Que indique la presencia de uno de esos seres multiformes? —adivinó Flyte—. Sí, es posible. A lo largo de los años, se han producido también en esa zona algunas misteriosas desapariciones de poblaciones de peces, de modo que parece aplicable la teoría del antiguo enemigo.
En las pantallas destellaron unos datos:
OS ENVÍO UNA ARAÑA.
—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó Flyte.
Sara tecleó:
ACLARACIÓN.
Se repitió el mismo mensaje.
OS ENVÍO UNA ARAÑA.
ACLARACIÓN.
MIRAD POR AHÍ.
Jenny fue la primera en verla. Estaba sobre la mesa de trabajo a la izquierda del terminal que estaba utilizando Sara. No era tan grande como una tarántula, pero sí mucho mayor que una araña corriente.
Se enroscó sobre sí misma retrayendo las patas hacia el cuerpo. Y cambió. Primero, tembló ligeramente. El color negro fue reemplazado por el familiar gris-marrón-rojo de la criatura multiforme. La masa de carne amorfa asumió otra forma más grande: se convirtió en una cucaracha, un insecto terriblemente repugnante y demasiado grande para ser real. Y luego, en un ratoncillo de bigotes retorcidos.
En las pantallas aparecieron nuevas palabras.
AQUÍ TIENE LA MUESTRA DE TEJIDO QUE HA SOLICITADO, DOCTOR FLYTE.
—¡Cuánta colaboración, de repente! —se admiró Tal.
—Porque sabe que nada de cuanto descubramos nos ayudará a destruirlo —replicó Bryce, de mal talante.
—Tiene que haber un modo —insistió Lisa—. No podemos perder la esperanza. Sencillamente, no podemos.
Jenny contempló con asombro cómo el ratón se disolvía en un moco de tejido informe.
ESTE ES MI SANTO CUERPO, QUE YO OS ENTREGO, escribió la criatura, prosiguiendo sus burlas con referencias religiosas.
La masa vibró y se agitó internamente, formando pequeñas concavidades y convexidades, nódulos y huecos. Era incapaz de permanecer totalmente inmóvil, igual que había sucedido con la gran masa que había matado a Frank Autry; también ésta había parecido no poder o no querer estar quieta ni siquiera un segundo.
CONTEMPLAD EL MILAGRO DE MI CARNE, PUES SÓLO EN MÍ PODRÉIS ALCANZAR LA INMORTALIDAD. NO EN DIOS. NO EN CRISTO. SÓLO EN MÍ.
—Ya entiendo a qué se refieren cuando dicen que eso se complace en burlarse y ridiculizar —comentó Flyte.
La pantalla parpadeó. Apareció un nuevo mensaje:
PODÉIS TOCARLA.
Parpadeo.
NO SUFRIRÉIS DAÑO SI LA TOCÁIS.
Nadie se movió hacia el bulto pulsante de carne extraña.
TOMAD MUESTRAS PARA VUESTRAS PRUEBAS. HACED CON ELLA LO QUE DESEÉIS. Parpadeo.
QUIERO QUE ME ENTENDÁIS.
Parpadeo.
QUIERO QUE CONOZCÁIS MIS MARAVILLAS.
—No sólo tiene conciencia de sí mismo, sino que parece poseer también un ego muy desarrollado —comentó Flyte.
Por fin, con un titubeo, Sara Yamaguchi alargó la mano y puso la yema de un dedo contra la pequeña masa de protoplasma.
—No es caliente como nuestra carne. Es fría y un poco… grasienta.
La pequeña muestra de tejido del ser multiforme se agitó, temblorosa.
Sara retiró rápidamente la mano.
—Necesitaré seccionarla.
—Ajá —dijo Jenny—. Necesitaremos un par de cortes transversales para el microscopio óptico.
—Y otro para el microscopio electrónico —dijo Sara—. Y otro fragmento mayor para los análisis de composición química y mineral.
A través del ordenador, el antiguo enemigo les animó.
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