Roma, 10 de enero de 1994
Querido Carlos:
Ojalá pudiera alcanzar a los ochenta y un años tu disciplina de nadador y caminante. A mí ya no me responden las tabas ni el fuelle. Y sin embargo, creo que nunca he sentido tan fuertes deseos de vivir. Mi relación con Margarita ha alcanzado su mejor momento en treinta años. Es verdad que la vida, hasta su último día, está llena de sorpresas. Y ahora te haré partícipe de una grandísima, que viví hace cuatro días.
Hans van der Putten, el estudiante que me ayudara en la pesquisa del tesoro en Holanda, instigado por Margarita, me proporcionó el pasado 6 de enero, un inmejorable regalo de Reyes y cumpleaños.
En el 76, cuando descubrió la crónica de Greiff (donde el autor explica la captura y ajusticiamiento del mudo traidor, etc…) Hans llegó a interesarse tanto por la historia del tesoro, que quiso leerla completa y me pidió un ejemplar de la Confesión. Yo le fotocopié el original y el muchacho, por su analogía con el italiano, que domina, logró desentrañar lo esencial del texto, y coincidió conmigo en la historicidad del documento. Entonces decidió trabajarlo para su tesis de grado. Pero además de historiador, Hans es un maniático de la computación y desde su ordenador, se comunica con otros maniáticos del mundo entero.
Desde que yo le encargara rastrearme algunos personajes de la Confesión, él circuló entre sus compinches electrónicos los nombres de Álvaro Cancino de Mendoza, Pambelé, Cornelia van den Heede, sus familiares, y cuantos seudónimos usara Álvaro en sus andanzas. Es tan puntilloso, que elaboró un inventario con declinaciones en latín de esos nombres, por si aparecían en documentos oficiales, escrituras, testamentos, etc. como era lo usual en la época. Y según me explicó, desde que existe el correo electrónico (que todavía no sé qué es, pero también le llaman E mail), se han creado, sobre todo en las universidades, cofradías de especialistas que se ayudan internacionalmente sobre los temas más diversos. Y entre otras comunidades electrónicas a las que pertenece Hans, participa en una de especialistas en el siglo XVII. Y en cuanto circuló su pedido de ayuda, alguien puso una alerta en su computadora que ahora, casi cinco años después, acaba de revelar algo extraordinario. Muy excitado, Hans me llamó desde Amsterdam; pero como yo no estaba en casa, habló con Margarita que concibió la idea de darme una sorpresa. Y ahora, agarráte.
Recientemente, una vieja familia de la nobleza austríaca puso en venta un castillo cerca de Salzburgo, repleto de muebles de los siglos XVII y XVIII y muchos objetos de arte. El consorcio turístico que ha adquirido el castillo, se deshizo de una serie de antiguallas sin interés. Entre ellas figura un cuerno de la abundancia, en oro macizo de 14 kilates, y colosales dimensiones. El diámetro de la boca es de 24 cm y tiene 65 cm de largo, con un peso total de 13 kg. Pues bien, Margarita fue a Salzburgo y lo adquirió por 280 000 dólares. Y para mi indignación y sorpresa, el mamarracho amaneció sobre mis chancletas el seis de enero. No pude disimular el desagrado. Ni siquiera pude darle las gracias. Y ella, secundada por Hans, que bajó desde Amsterdam expresamente para no perderse la tomadura de pelo, se puso a elogiar el trabajo de orfebrería y a decir que lo quería en un lugar bien visible de la casa. Me pusieron en aprietos, pero no me engañaron del todo. Margarita es una mujer de buen gusto. No era posible…
Por fin, cuando vieron que no me harían estallar, Margarita me puso una lupa en la mano y me señaló una inscripción latina, grabada en la boca del cuerno. En una gótica diminuta, pude leer:
DE ABUNDANTIA CORDIS MEI ET DE GRATITUDINE NON LINGUA, CARISSIME PAULE, QUA CAREO, SED HOC CORNUS LOQUITUR[6].
Y por la parte externa del mismo borde, en mayúsculas y más grandes:
ME FECIT MARCUS SIENENSIS AD FESTIVITATES IN MEMORIAM LIBERTATIS PAULI PAMBELLI DE MANU DOMINI ALBERTI CANCINI CONSECRATAE IN FLORENTIAM ANNO DOMINI MDCXLVI[7].
Ese munífico, agradecido y deslenguado manumisor apellidado Cancino, y su liberto Paulo Pambello, por quien tanto afecto demuestra, no pueden ser sino nuestros Álvaro y Pambelé. De modo que si estaban vivos en Italia en 1646, dieciocho años después del asalto al convoy de la plata, resulta evidente que Johannes Greiff mintió intencionadamente al referir sus muertes con tanto detalle.
¿Por qué mintió el holandés?
Te dejo con el sabor en la boca.
Dentro de unos días, cuando nos veamos por allá, tendremos de qué hablar.
Un abrazo,
Bernardo.