—Sí, que pasen.
Un mayor del Ministerio del Interior y otro hombre alto, canoso, de pelo revuelto ¿sesenta y cinco años?, con un maletín en la mano, entraron al despacho.
—Tomen asiento, por favor —dijo ella—. El doctor los va a recibir enseguida.
«Coño, este viejo es igualito a… ¡a Marcelo Mastroiani! Pero más guapo…»
En efecto, facciones regulares, firmes, figura esbelta, más alto y flaco que Mastroiani…
El Mayor traía la cara sudada y se puso a secarse con un pañuelo.
—Treinticuatro a la sombra —comentó la señora, solidaria—. Acaban de darlo por Radio Reloj.
Aquello desató una comparación sobre la humedad y el calor en La Habana, Montevideo, Maracaibo, La Guaira, Santiago de Cuba.
La secretaria observó que el viejo no hablaba como venezolano sino más bien como argentino. Pero había mencionado Montevideo. ¿Sería uruguayo?
En eso, el Fiscal General de la República de Cuba en persona, se asomó a la puerta del despacho.
—¿Mayor Veraguas?
—Mucho gusto, doctor.
—El gusto es mío, adelante, pasen.
—Emilio Casavieja, el doctor Infante —presentó Veraguas. A Emilio se le cayó una libretita y el Fiscal esperó con la mano extendida. Con gran agilidad, el viejo se agachó para recogerla, casi sin doblar las rodillas.
—Mucho gusto, doctor —dijo, enfrentándolo con los ojos negros muy abiertos.
Tenía una mirada vivaz y la voz algo aflautada. Vestía una camisa sport sin cuello. Unas canas ensortijadas le caían sobre la frente.
«¡Qué viejo tan pepillón!», pensó el Fiscal.
—¿Le anunciaron del Ministerio nuestra visita? —preguntó Veraguas.
El Fiscal asintió con un gesto seco.
Un brevísimo diálogo, iniciado por el viejo, volvió a versar sobre los treinticuatro a la sombra.
El Fiscal encendió un cigarro, se enderezó en el asiento, sacó del bolsillo interior de la chaqueta una pluma, arrimó un bloc de notas y se quedó mirando a Veraguas, como diciéndole: «Dale, dispara de una vez». Era evidente que daba por terminado los preámbulos.
Veraguas era un hombre pequeño. Adelantó el busto y empinado sobre la punta del asiento, comenzó a murmurar:
—El compañero Emilio, es un amigo de la Rev…
—¿El compañero qué? —preguntó el Fiscal, con cara de pocas pulgas.
Oía perfectamente, pero siempre que un oficial de la Seguridad se ponía a susurrar como si estuviera conspirando, él se hacía el sordo y lo obligaba a hablar alto. «¡Qué carajo!»
—Emilio —repitió Veraguas—. Le decía que es un amigo de la Revolución y ha colaborado con nosotros desde Venezuela en varias ocasiones.
El Mayor había puesto una mano protectora sobre el hombro de Emilio y hablaba con una sonrisa de niño bueno que al Fiscal le alborotaba la bilis.
—Por encargo del Coronel Eric Fernández vengo simplemente a expresarle que se trata de un hombre de nuestra confianza y a rogarle que lo oiga unos minutos. Eso es todo. Pero primero le ruego que lea este resumen del expediente de Emilio como colaborador nuestro.
El Fiscal recibió los cuatro pliegos doblados y se puso unos lentes:
CRIPTONOMA: Emilio Casavieja.
ALU136CCL (Clave htx).
NOMBRE: Carlos Castelnuovo Lombardo.
NACIDO: El 23 de noviembre de 1913.
«¡Coño! ¡Increíble que tuviera setenta y cinco años! Parecía mucho más joven… ¿Qué rayos andaría buscando en la Fiscalía y con tanto apoyo de los guardias?»
PADRE: Enrico Castelnuovo del Vecchio.
MADRE: María Josefa Lombardo Fuentes.
ESTADO CIVIL: Soltero.
HIJOS: No tiene.
LUGAR DE NACIMIENTO: Colonia del Sacramento, Uruguay.
ESCOLARIDAD: Primaria en Montevideo, Seminario católico en Buenos Aires, estudios sacerdotales en Italia y Bélgica.
Ordenado en Lovaina en 1939.
«¡Vaya, carajo! ¿Un cura?» Si al Fiscal lo hubieran puesto a acertar, nunca se le habría ocurrido.
CURRICULUM PROFESIONAL Y POLÍTICO
1939
Obtiene el Doctorado en Teología summa cum laude.
1940-42
Adscrito a la Curia de Montevideo, integra la comisión investigadora que prepara la pastoral de la Arquidiócesis.
1942-47
Párroco de la Iglesia del Reducto. Intensa actividad caritativa y social, desacuerdos con el Arzobispado. (Véanse adjuntas, fotocopias de su correspondencia con curas obreros de Francia e Italia; carta al Arzobispo de Montevideo, gía cristiana», El Bien Público, Montevideo, 16 de agosto de 1947; «Néotomisme et Sacerdoce», Revue Philosophique de l’Université Catholique de Louvain, Lovaina, abril de 1948).
1947-53
Demovido a la condición de párroco auxiliar de la diócesis de Paysandú en represión por sus recientes desacuerdos con el Arzobispado. (Véase: Sacerdocio o brujería, Imprenta Lozano, Paysandú; «La religión y loscambios socioculturales en el campo uruguayo», Marcha, Montevideo, noviembre de 1950).
1953-60
Párroco de Piedra Sola, población de 1 200 habitantes en el interior del Departamento de Tacuarembó. (Véase su correspondencia con el Padre Camilo Torres Restrepo, con Monseñor Gerardo Valencia Cano, con el Arzobispo de Cuernavaca, con el Padre Carlos Manuel de Céspedes, y sus artículos del período marzo-agosto de 1953).
1960
Carta del 20 de mayo a Su Eminencia, Monseñor Fabre, donde solicita los trámites canónicos para su reducción al estado laical.
1960-67
Intensa prédica sindicalista y revolucionaria entre el campesinado del norte uruguayo, el litoral argentino y el estado brasileño de Río Grande do Sul. Durante este peregrinaje de siete años, junto con una intensa agitación de masas, funda y financia* con fondos cuyo origen no ha explicado, siete escuelas, tres bibliotecas campesinas y un pequeño hospital. Su labor más destacada, fue la creación de sindicatos cañeros en el Departamento de Artigas.
1963
Primera visita a Cuba. (Cf. ALU, L36)
1965
Segunda visita.(Cf. ALU, L122)
1966-70
Activa militancia en el MLN Tupamaros (Cf.ALU, L122, 123, 124)
1970-72
Preso en las cárceles de Libertad, El Cilindro y El Infierno. Padeció fractura de una clavícula, desgarramiento y quemaduras de segundo grado en el esfínter anal, picana eléctrica, submarino. En julio* de 1972, un amigo cuya identidad se reserva, mediante un cuantioso soborno a jerarcas de la policía y un simulacro de acción armada urdido por el propio ejército uruguayo, logra propiciar su fuga en oportunidad de un traslado de cárceles, y su inmediata salida hacia La Habana, vía Chile. Desde agosto hasta diciembre de 1972 estuvo cinco meses hospitalizado en Cuba y recuperó veinte kilos de peso. (Véase foto de enero de 1972 a su llegada).
1973-78
Se instala en Caracas, donde publica la serie adjunta de artículos en diversos periódicos de izquierda. Se destaca en la solidaridad con los presos políticos del continente.
* En 1976 presta una valiosísima colaboración, descrita en el caso Azul (R-177, secreto máximo), y participa valientemente en la actividad contra los criminales de Barbados. (Véanse las partes IV y V de este expediente).
El Fiscal se quitó los lentes, dobló cuidadosamente los papeles y se los devolvió al Mayor.
—Veo que ha tenido una vida agitada y valerosa —comentó, con su primera sonrisa—. Lo oigo…
Emilio recogió los papeles de la mano de Veraguas, que ya iba a guardarlos en un bolsillo, los desdobló, pasó la primera página hacia atrás y los volvió de frente al Fiscal.
—Fíjese, doctor, que hay unos asteriscos al margen…
—Sí, en efecto, y unos subrayados —asintió el Fiscal.
—Pues, bien; los fondos para las escuelas, bibliotecas y el hospitalito, provenían de un amigo mío, llamado Bernardo Piedrahita; el mismo amigo mencionado más adelante, que sobornara a la policía uruguaya para sacarme de la cárcel; de él proceden también los microfilms del detector de submarinos que yo hiciera llegar a Cuba.
El Fiscal oía sin parpadear.
—Permítame añadir —interrumpió Veraguas—, que esos microfilms nos fueron sumamente útiles y que el Ministerio valora altamente la actitud de Bernardo Piedrahita y de Emilio…
«¿Y a mí qué carajo me importa lo que valore el Ministerio…?»
—Prosiga, por favor —interrumpió el Fiscal, dirigiéndose a Emilio.
Lo irritaba que los guardias hablaran de «el Ministerio» a secas, como si el de ellos fuera el único.
Emilio captó el malestar del Fiscal y se apresuró a intervenir.
—Pues bien, doctor, lamentablemente, mi amigo Bernardo Piedrahita, ciudadano uruguayo, está preso en Cuba, acusado de entrar ilegalmente al país.
—¿Por qué lugar? —inquirió, casi indiferente el Fiscal.
—Por Cayo Pepe —dijo Veraguas.
El Fiscal hizo un gesto de extrañeza; abrió un cajón, sacó un libraco indizado de tapas negras y buscó algo.
—El infiltrado capturado en Cayo Pepe se llama Manfredo di Costanza y es un ciudadano italiano —dijo el Fiscal, alzando las cejas.
—Entró con un pasaporte falso —dijo Emilio, mientras abría el maletín que tenía sobre las rodillas—. En estos cuatro sobres, que les ruego leer en orden alfabético, hay argumentos y testimonios que pienso podrían servir para la defensa de Bernardo; pero… quisiera sentirme seguro de que caerán en manos de una persona sensible.
—No entiendo —dijo el Fiscal, otra vez con brusquedad.
—Yo estoy persuadido de que Bernardo no está en sus cabales.
—Si la defensa argumenta en ese sentido, puede tener usted la certeza de que una junta médica estudiará al acusado.
—Peroyome sentiría mejor si contara con que estos materiales sean leídos por una persona ilustrada.
—¿Supone usted que en nuestra Fiscalía hay gente no ilustrada?
—No tengo por qué suponer, doctor, que en un país donde hace treinta años había un alto índice de analfabetismo, tenga muchos instructores fiscales ilustrados.
Al ver a Veraguas incomodísimo revolviéndose en su asiento, tratando de terciar en una bronca inminente, el Fiscal se llenó de simpatía por Emilio. De verdad que tenía cojones el curita.
—Tiene razón —dijo el Fiscal—. Pero si piensa bien las cosas, eso nos honra.
Castelnuovo vio llegado el momento de tirársele a fondo.
—Como revolucionario estoy de acuerdo —dijo—. Pero como amigo de Bernardo, preferiría que usted mismo leyera estos materiales.
—Está bien —dijo el Fiscal, halagado, puesto ya de pie—. Se lo prometo.
En cuanto me forme una opinión ¿a quién debo llamar?