Doyme a entender que el nombre de Hernán Díaz de Maldonado, tiene de haber confundido a Vuestra Merced, y como es fama que el Prior de Santo Domingo hace número entre los más vigilantes guardianes de la religión y las buenas costumbres, en viniendo que venga en conocimiento de mi verdadera persona, mucho se ha de amohinar. Ruégole, pues, Fray Jerónimo, tener a lo menos cuenta con declararle que la riguridad desta vida mía, hame enseñado a ser tan bien sufrido, que consiento se me encadene en esta celda, porque puedan defender vuestras mercedes que no salga con escaparme y así queden en potencia propincua de entregarme a la Justicia, al término de mi confesión. Siendo que en esta vida cuéntome por acabado, no deseo ya sino dos cosas: entregar luego mi alma, aliviada de lo que más me pesa, y dar cima a mi designio en beneficio de nuestra fe y que he de referir muy por menudo en las venideras jornadas.
No debe creer Vuestra Merced que mucho me va en ello, la pesadumbre de haber matado a un sacerdote y deshonrado las banderas de un capitán. Ha mucho que no miro en más banderas que las que mis apremios plantan. Si Dios, por su infinita misericordia, fue servido de volverme a su seno de nuevo, sólo por ello pésame el sobredicho crimen; y vez segunda en esta confesión, arrepiéntome del pecado de no llevar por ello encargada mi conciencia, a causa que me estoy harto persuadido de no tenerme la culpa, y aun de que Dios puso el arma en mis manos, por quitar de la faz de la tierra a aquella alimaña perversa y nefanda, tan en daño de las buenas costumbres y de la verdadera religión; y de esta pertinacia no me redujeran, con las mayores razones demostrativas, los más claros doctores de Nuestra Santa Madre Iglesia; mas en este punto y término, debo declarar que después acá, cometí otro pecado desconocido de todas gentes y tan indigno, que aún quizá sobrepuja el término y raya de mis mayores delitos, y a quien he de pasar en silencio, porque Vuestra Merced no sufra con su añadidura y por representárseme como cosa de todo punto verdadera, que Dios, en viendo mis actos de perfecta contrición, ya me ha absuelto dél, y con verdad osaré jurar que así me lo ha hecho saber en apariciones y señales, de las que en su punto daré razón.