Nota: De esta carta, omito una larga disquisición en que Bernardo me refiere su evolución hacia el deísmo y su abandono de la fe católica.

C.C.

Singapur, 14 de noviembre de 1952

Querido padre Castelnuovo:

[…] El domingo pasado O’Hara me llevó a oír misa en Hongkong. Es un espectáculo grotesco. Los chinos católicos me resultan tan inaceptables como un gaucho budista. Mi experiencia de este último año me ha inducido a descreer del carácter ecuménico de la Iglesia Católica (y de cualquier otra). Estoy persuadido de que toda religión no es más que lo que los romanos definieron con su término religio: un vínculo ético con la tradición, con el mos maiorum de cada pueblo. Y es un vínculo formal. Por eso me fastidia ver chinos rezando a la Virgen. Estoy seguro de que ninguna deidad los oye fuera de sus pagodas.

Durante mi última escala en Calcutta fui en avión hasta Benarés para presenciar los baños potamolátricos. En Adén y Alejandría encontré algunos ciegos mendigando por las calles. Ellos mismos se han arrancado los ojos después de haber visto en la Meca la piedra de la Kaaba. Y en verdad ¿para qué quiere uno los ojos cuando se posee una fe tan vigorosa?

Todo se me confunde, padre. Todo se me asemeja. En esencia, la única constante per orben terrarum es el amor a un Dios supremo. Lo que cambian son las formas, como cambian las razas y las lenguas. Nunca más podré ser católico.

Amén y que Dios me acompañe.

Bernardo.