ODISEO

A la muerte de Lou, hacía ya diez días que Charlie Price seguía la pista de los secuestradores. Había recibido un anticipo de treinta mil dólares. Gainsborough le dijo que prosiguiera. La ITT le completaría cincuenta mil cuando concluyera.

El 9 de mayo, Price acudió al Point. Así llamaba Gainsborough a su modesta oficina de Lexington Ave., donde solía recibir a sus agentes. Price había elaborado tres informes. Sin preámbulos, abrió su maletín y le pasó el primero.

Resumen de las pesquisas efectuadas por la Agencia Morley (detectives de New York) sobre el punto A.

El Sr. James West, administrador de la Sucesión «Alfred D. Richardson», declaró que tras haber puesto un aviso en el New York Times para vender la mansión, se presentó a sus oficinas la signorina Lucia Di Crescenzo, manager de una coproductora fílmica ítalo-norteamericana, con una atractiva oferta de arriendo, por dos meses, para utilizar la casona como locación de una película. Ofreció 8 000 dólares mensuales, con pago anticipado de la totalidad. Pidió como condición que se le permitiera tapiar el ventanal de una de las habitaciones y el baño contiguo; y asimismo, colocar una chapa de bronce a la entrada. Pagó una caución de 20 000 dólares por daños y perjuicios. En el contrato quedó establecido que debía devolver la casa sin afectar los revoques, pinturas, enlucido de las paredes etc., y que si por necesidades de la filmación se necesitara prorrogar el arriendo, los Richardson le otorgarían el derecho a extender el contrato hasta seis meses, previo pago adelantado de idéntica suma mensual. Pese a lo atractivo de la oferta, la Sra. Ela Richardson, que ya tenía una aceptable oferta de compra, se mostró reacia; pero Lucia Di Crescenzo convenció primero al yerno y éste a la viuda, con el argumento de que una vez filmada la película, quizá pudiera obtenerse mejor precio de venta. El Sr. West describió a la signorina Di Crescenzo como una mujer de unos 35 años, pelo corto, rizado, castaño claro, ojos verdes, estatura media, algo gruesa, con una leve cojera al andar y que hablaba un inglés muy fluido pero con acento italiano.

Con los esposos Togawa (propietarios del molino donde los secuestradores recibían los llamados de quienes se interesaban por la subasta), habló el supuesto director de la película. Dijo llamarse Pierre Klimo. Según la descripción de la Sra. Togawa, tiene alrededor de 50 años, es delgado, mide unos 5 pies y 10 pulgadas, ojos castaños, pelo oscuro, piel muy blanca, maneras y atuendo elegantes. Habla inglés británico pero con un acento extranjero, probablemente francés. Les ofreció 6 000 dólares por disponer del molino durante todo el mes de abril. Habló con ellos a finales de febrero y les dejó una seña de 2 000 dólares.

La Sra. Togawa se interesó por la película. Klimo le dijo que se llamaría La venganza de San Patricio. El molino iba a ser la residencia de un pintor, protagonista del film. Es todo lo que pudo averiguar.

Desde las casas vecinas nadie vio en el molino más que a una mujer rubia, cuyas señas generales coinciden vagamente con las dadas por West sobre Lucia Di Crescenzo. Llegaba todos los días y permanecía un par de horas por la mañana. Nadie habló con ella. Nadie la vio de cuerpo entero. Parecía tener unos 40 años. (Se adjunta la reconstrucción fisionómica de Klimo, gentileza del FBI, elaborada con las declaraciones de los esposos Togawa. Ocho testigos que vieron a la mujer se contradijeron tanto que no se le ha podido elaborar un identikit). En el molino no ha aparecido ningún indicio que sirva de pista.

En el registro de la propiedad artística no figura ninguna película titulada La venganza de San Patricio, ni nadie del ambiente cinematográfico norteamericano, inglés o francés, conoce a ningún director ni productor llamado Pierre Klimo.

El supuesto administrador de la Sucesión Christopher B. Maxwell, según la tarjeta que presentara al secretario del Royal Chess Club de New York, tiene los mismos rasgos generales descritos por los Togawa. El Sr. Kramer, actual presidente, a quien se le consultara el ofrecimiento de Klimo, declaró no haber tenido la menor sospecha de malas intenciones y hasta se había propuesto acudir a Attica, el día 5 de mayo, para conocer la muestra y presenciar la subasta. Motu proprio, Klimo les dejó un compromiso firmado de ceder al club, en carácter de comisión por servicios prestados a la subasta, el 2 por mil del monto total obtenido, y ofreció en el acto una caución de 5 000 dólares, que no se le aceptó, con el argumento de que el club recibe donaciones pero no hace negocios. A nadie le pareció extraño que alguien estuviese dispuesto a pagar la divulgación de una subasta relacionada con Capablanca, en uno de los más selectos clubes ajedrecísticos de Nueva York.

Gainsborough observó el identikit, oyó las declaraciones de los testigos, revisó las cuentas presentadas por los detectives y los honorarios de la agencia.

—Okey, deme el otro informe.

Averiguaciones practicadas en Bogotá por Luis Sagebién, puertorriqueño, funcionario de la Sección de Homicidios del FBI, que presta actualmente asesoría técnica al Depto. Administrativo de Seguridad (DAS) colombiano. Punto B.

El apartado aéreo número 17 245 de AVIANCA perteneció hasta el mes de enero del presente año, a un fotógrafo bogotano que recibió 200 dólares por traspasarlo a nombre de Alberto Suárez, el chofer, que fue localizado de inmediato. Alberto declaró que un Sr. Pierre Klimo, de Sears Roebuck, le había pedido hacer la gestión porque quería tener un apartado postal para correspondencia confidencial. Según Alberto Suárez, Klimo hablaba buen español pero con acento inglés. A través de los datos brindados por el chofer, se localizó a los dos policías del F-2 y a la camarera Elbia, del Café Victoria. En los tres casos había utilizado sus servicios y los había retribuido generosamente. Con las declaraciones de estos cuatro testigos, se reconstruyó la fisonomía de Klimo (que como puede verse, coincide, en general, con la obtenida en el FBI).

En el Hotel Tequendama nadie recordó el rostro del identikit, pero una recepcionista del San Francisco asegura haberlo visto en el hall, aunque no recuerda con precisión qué día. Según esa mujer, llevaba una maletín muy elegante, que le llamó la atención. Se le hizo ver una foto del maletín y lo recordó. En ningún lugar del hotel apareció luego un maletín de ese tipo.

Todo hace suponer que quien se llevó el dinero, introdujo el maletín completo dentro de un bolso o una maleta más grande. En los baños turcos nadie recuerda el rostro del identikit. No quedó ninguna firma ni constancia escrita. En Sears Roebuck de Colombia, no conocen a Pierre Klimo.

En el tercer file, venía la información sobre el punto C.

Resumen de las averiguaciones practicadas por los detectives de la Agencia Albin & Lesky a los que se proporcionó las fotos de los identikits del FBI y del DAS.

Los dos maletines empleados en Bogotá fueron adquiridos a finales de marzo en una tienda de Brooklyn. Un vendedor reconoció por el identikit, al señor que se los comprara.

Desde el día 13 hasta el 17 de abril, la taquilla de la Grand Central Station fue ocupada por un mismo usuario, del que no existe ningún registro. Ninguno de los empleados que trabajaron ese día recuerda quién pagó la caución de la llave.

La forma como se obtuvo el pasaporte de Peter Stevenson es muy curiosa. Peter Stevenson es un barman que trabaja en un night club de Columbus Circus. Klimo le propuso un negocio muy atractivo. Se trataba de montar un bar de lujo en Bogotá. Klimo pondría el dinero y Stevenson su know how. Klimo había comenzado a frecuentar el night club a mediados de febrero. En total no había estado más de 4 ó 5 veces; pero siempre en horas en que había poca gente y podía conversar con Stevenson.

En abril se apareció después de un par de semanas y dijo que acababa de llegar de Colombia. Había conseguido un local estupendo y era necesario que Peter fuera para dirigir el montaje. Bastaría con que estuviera tres días. Como Stevenson no se decidía Klimo le puso en la mano 2000 dólares y ofreció costearle el viaje más los gastos. Stevenson aceptó, obtuvo su pasaporte y consiguió una visa de turismo en el consulado de Colombia. Luego Klimo le pidió el pasaporte para encargarse de los pasajes en Branniff y desapareció para siempre. Eso ocurrió exactamente el día del secuestro, por la noche.

Gainsborough se puso a cargar pensativamente la pipa. Lo único positivo obtenido hasta ahora eran los identikits, que no podían considerarse pistas. Seguramente eran disfraces. Por tanto, los treinta mil dólares de Capote no habían producido todavía ni una sola pista. Klimo resultaba un personaje cada vez más inquietante.

Bien. ¿Y qué resultado habían arrojado las pesquisas de Price en París y Madrid?

Price había estado en el cuartel general de INTERPOL, en París, donde tenía amigos. Un funcionario que oyó el resumen muy general del caso Capote, afirmó que desde hacía quince años, la INTERPOL conocía a Klimo bajo el seudónimo de Odiseo. Se lo consideraba un habilísimo secuestrador. Nunca se había denuncias llegaban a la policía después de pagados los rescates. Se conocían dieciocho golpes suyos; pero se suponía que había cometido otros, de los que quizá nunca se enterara nadie. Sus rasgos operativos más característicos eran:

—disfraces convincentes;

—el escoger víctimas muy solventes y atraerlas a viviendas fastuosas donde les dispensaba un trato cortés;

—preparación puntillosa de sus golpes, con fuerte inversión monetaria, que luego cargaba al monto de los rescates.

—complicidad con una mujer;

—el hablar varios idiomas con diferentes acentos (tanto él como la mujer).

Ninguno de los identikits obtenidos a lo largo de su carrera había servido para nada. Su red de acción conocida era Buenos Aires, México, Nueva York, París, Milán, Madrid y Barcelona. Price había podido ver un extracto de su carrera que figuraba al inicio del dossier. Eso de alquilar casas para una supuesta filmación ya lo había usado en otras dos ocasiones. En 1970 había dado un golpe por cuatro millones de dólares. En la INTERPOL lo llamaban Odiseo porque así había firmado los anónimos de su primer secuestro. Su trabajo, donde nunca se derramara una gota de sangre, había despertado cierta simpatía en París. Hacía tres años, con falsas credenciales de un funcionario policial argentino, permaneció varias horas en los archivos de INTERPOL estudiando su propio dossier. Conocía las trampas que se le habían tendido. A los pocos días envió una carta de agradecimiento por los elogios que había merecido su labor. Sugería que no se molestaran ya en buscarlo. Estaba a punto de retirarse y pensaba escribir sus memorias. Desde entonces, para Navidad les hacía llegar saludos y el anuncio de que aplazaba su retiro.

Gainsborough sintió una cosquilla sinuosa desde la nuca hasta la frente, como si su cuero cabelludo comenzara a ondular. Solía ocurrirle desde niño, cuando sentía algún temor. Siempre supuso que era el síntoma de una descarga de adrenalina. Quizá por eso mismo a otros se les paraban los pelos.

«Y no es para menos», se dijo. «Si los documentos del L-15 han caído en manos de Odiseo, no es para menos».

—Un personaje de mucho colorido —logró comentar, indiferente.

—Sin duda —asintió Price—; pero lo más simpático y crazy, es lo que averigüé en Madrid.

El día 15 de abril, una mujer había entregado en la residencia del ataché cultural de la embajada española en Washington, un paquete y una carta, de la que Price había obtenido una fotocopia. ¿Mr. Gainsborough leía bien español?

Of course.

Gainsborough se puso los espejuelos y leyó:

Sr. Alonso de Arévalo y Villafranca

EMBAJADA DE ESPAÑA

WASHINGTON D.C.

Muy señor mío:

Este cuadro es patrimonio de la humanidad y la historia ha delegado en España su custodia. Sospecho que ha sido robado del Museo del Prado. En su lugar ha quedado, quizá, una copia hábil. Es El tránsito de la Virgen, del paduano Andrea Mantegna. Tiene 500 años. Es justo que retorne a Madrid su patria adoptiva. Lo saluda un esteta, desfacedor de entuertos.

—¿Y era cierto lo del robo? —se apresuró a preguntar Gainsborough.

—Si lo era —dijo Charlie con expresión escéptica—, el director del Museo del Prado no quiso admitirlo. Parece que en Madrid investigaron bien la cosa y llegaron a la conclusión de que era una broma. Un copista que trabaja en el museo reconoció haber sacado hace algunos años, tres copias de ese mismo fresco por encargo de un cliente que vivía en New York.