NOTA IMPORTANTE: Las cartas y fragmentos siguientes son fotocopias de la correspondencia que Bernardo me dirigiera en la década de los años 50, más alguna carta mía y otros documentos. Yo mismo he seleccionado estos materiales para incluirlos en el dossier. Me interesa ilustrar todo lo excepcional que hay en la vida del personaje, porque sin esa excepcionalidad, jamás se hallaría en la situación en que se halla.

CARLOS CASTELNUOVO

Valparaíso, 2 de julio de 1950

Querido padre Castelnuovo:

No me esperaba una carta tan bondadosa. Gracias. Y yo que me temía no recibir respuesta… Muchas gracias. Me la trajo el agente del buque en Puerto Montt, unos minutos antes del zarpe.

Llevamos dos días en medio de un zarandeo fenomenal que me escamotea las cosas y las ideas. Desde el ojo de buey me asomo a un mundo gris. Por las crujías se me bambolean en escorzo las figuras humanas. Dedico gran parte de mi energía a reprimir el vómito.

Fuera de luchar por mi verticalidad en este mundo oblicuo, mi vida es pura rutina. Lo más importante hasta ahora, me ocurrió en Punta Arenas. Ese día yo estaba franco en la co cina y lo había pasado encerrado en mi camarote, entre los brazos de una ramera blanca y gorda, de bellísimos ojos amarillos techados por unas cejas glabras, naturales. Ya puede usted imaginarse cómo me sentía bajo el doble influjo de aquella mirada ultraterrena y los nobles vinos de esta tierra…

De pronto ocurrió algo inesperado. La víspera, yo había estado a bordo de un carguero noruego, en el camarote de un tripulante argentino. Allí vi y probé, por primera vez, un fruto abundante en el centro y norte de Chile: la chirimoya, una cantata de sabores. Cuando me despedí, me regalaron unas cuantas que guardé en el armario de mi camarote. Y bien, mediaba ya la tarde, yo seguía en cónclave con mi gorda, que tiene mucho de niña. De pronto, le anuncié una sorpresa. Hice que cerrara los ojos y, sin que me viera, saqué una chirimoya del armario y se la puse entre las manos. «Adivina qué es», le dije. Se puso muy pálida y sin abrir los ojos, empezó a decirme güevón, conchatumadre, etc.

La gorda es nativa de Quillota, un pueblo donde se producen justamente las mejores chirimoyas de Chile. Tras los insultos, ahogada en sollozos, comenzó a nombrar a su mamá y a pedirle perdón por haberla abandonado, y a prometer regalos a sus hermanitos cuando volviera. Sentada en un rincón, acariciaba la chirimoya como si fuera una muñeca y se la acercaba a las mejillas surcadas de lágrimas. Cuando me aproximé para pasarle la mano por el pelo, me alejó de un manotazo. Luego se enjugó las lágrimas, comenzó a vestirse con energía y me pidió fríamente que le pagara. Por toda despedida me dijo, con la lengua trabada por el vino: «¡La cagaste, pu’ huevón!». La vi desde la borda alejarse tambaleando sobre el paisaje nevado.

Espero que me sirva de lección. Y no es la primera vez que me pasa: despertar la niña pura que hay en algunas putas, suele ganar más odio que gratitud. Ellas sólo alquilan su cuerpo, y con razón se enfurecen cuando uno se pone a manosearles el alma.

Y hablando de paisajes, padre, no comparto su admiración por la naturaleza fueguina. Quizá haya pasado usted en otra estación. A mí me resultó monótona, incolora. Hubiera preferido conservar intactas en el recuerdo las imágenes de tierras sombrías que aparecían en la Vida de Hernando de Magallanes, de la colección Araluce, aquella que adaptaba biografías para niños. Sólo en la parte occidental, donde el canal se angosta, evoqué entre los solemnes acantilados algo del dramatismo que me imbuía de niño al pensar en los misterios australes.

Por hora, dedico casi todo el tiempo libre a estudiar griego moderno. Conseguí una gramática y un diccionario griego-francés. Todavía hablo muy poco, pero ya entiendo bastante.

En general, la necesidad de adaptarme a esta atmósfera brutal de la marinería, el trabajo lleno de incomodidades en la cocina, la variedad de paisajes, las mujeres, los puertos siempre diferentes, están produciéndome un efecto saludable; pero al mismo tiempo, noto que comienza a arrastrarme una fuerza centrífuga, ignoro hacia dónde.

Que dios me proteja.

Hasta siempre,

Bernardo.

P.S. Atracaremos durante varios días en Antofagasta, y luego seguiremos a El Callao y Guayaquil. Le sugiero que me escriba al puerto colombiano de Buenaventura. En el papelito adjunto está la lista de direcciones para todas las agencias de nuestro barco, hasta Vancouver.