Capítulo 10

Otros trastornos relacionados con los lácteos

«En ocasiones pienso, ¿bebería la leche del pecho de una mujer a quien ni siquiera conozco? - No. Así que me digo, ¿por qué tendría que beberme la de una vaca?»

Devon Aoki, modelo y actriz

En este capítulo se comenta la presunta relación que se ha encontrado entre los productos lácteos y otros tipos de trastornos de más difícil clasificación.

Enfermedad de Parkinson

La enfermedad de Parkinson provoca temblor, rigidez muscular y problemas para moverse. La causa subyacente es la pérdida progresiva de las neuronas que producen dopamina, una sustancia cerebral implicada en el movimiento. La comunidad científica ha sido incapaz de encontrar la causa exacta de esta enfermedad desde la primera vez que se describió, y muchos sospechan que intervienen una combinación de factores ambientales, la herencia genética y el envejecimiento.

Diversos estudios han intentado examinar si algún aspecto de la dieta podría desencadenar la enfermedad, pero la gran mayoría han obtenido resultados contradictorios y poco claros.

Sin embargo, el Dr. Chen y sus colegas de Harvard llevaron a cabo un estudio en el año 2002 en busca de la influencia de los alimentos en el Parkinson que sí arrojó resultados concretos. Realizaron un seguimiento sobre 47.331 hombres adultos (del Health Professionals Follow-Up Study) y 88.563 mujeres adultas (del Nurses’ Health Study), desde mediados de la década de 1980 hasta 1998, registrando lo que comían y verificando si alguno de ellos desarrollaba la enfermedad de Parkinson. Durante el periodo a estudio, 210 hombres y 184 mujeres desarrollaron la enfermedad [178].

Dichos investigadores encontraron que los hombres que tomaban las mayores cantidades de productos lácteos presentaban una probabilidad más alta de desarrollar la enfermedad respecto a aquellos que tomaban las menores cantidades. Los mayores amantes de los lácteos tomaban al menos 3 raciones diarias, mientras que los de menor consumo reconocieron tomar menos de 1 ración por día. Por otra parte, en el grupo de las mujeres no lograron establecer ninguna relación causal con respecto al consumo de lácteos, curiosamente.

En 2005 se publicaron los resultados de un estudio sobre la incidencia de Parkinson en base a los datos del seguimiento de 7504 hombres durante 30 años en el Honolulu Heart Program (Programa Cardiaco de Honolulu) [507]. Los investigadores compararon la incidencia de Parkinson con la ingesta de leche y de calcio de los sujetos. No se encontró relación de la enfermedad con la ingesta de calcio (tanto lácteo como de otras fuentes). Sin embargo, encontraron un incremento de 2’3 veces en la incidencia de la enfermedad en el grupo de alta ingesta de leche, en comparación con el grupo que no consumían leche.

Otras investigaciones sugieren que las lactoferrinas de la leche participarían activamente en el mecanismo de degeneración neuronal de la enfermedad de Parkinson, relacionado con el metabolismo del hierro en las células [508][509]510). La lactoferrina podría ser una de las causas de la excesiva acumulación de hierro en el cerebro en esta y otras enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, el Huntington o la esclerosis lateral amiotrófica [510].

En 2007 se publicó otro estudio sobre este tema [511]. Los autores investigaron la asociación entre la ingesta de productos lácteos y el riesgo de enfermedad de Parkinson entre 57.689 hombres y 73.175 mujeres del Cancer Prevention Study II (II Estudio para la Prevención del Cáncer) desarrollado por la American Cancer Society (Sociedad Americana del Cáncer). De los casos de Parkinson identificados durante el seguimiento, se desprendía que el consumo de productos lácteos estaba positivamente asociado con el riesgo de dicha enfermedad. El metaanálisis de todos los estudios prospectivos confirmaban un riesgo moderadamente elevado entre las personas con un alto consumo de productos lácteos, siendo más acentuado en el caso de los hombres (riesgo relativo 1’8) pero también en las mujeres (riesgo relativo 1’3).

Demencia senil

Un estudio desarrollado en la Universidad de Duke, Carolina del Norte, Estados Unidos, sugiere que el calcio y la vitamina D de los productos lácteos pueden estar provocando daños en el cerebro y demencia en personas mayores [534]. En él, estudiaron el cerebro de 232 personas entre los 60 y los 86 años de edad. Los resultados, publicados en 2008, indicaban que el exceso de calcio estrecharía los vasos sanguíneos del cerebro, conduciendo a daños neuronales, y esto estaría agravado por la vitamina D, que regula la retención y la actividad del calcio. Las personas que consumían la mayor cantidad de calcio y vitamina D tenían significativamente mayor probabilidad de presentar un volumen total superior de lesiones cerebrales.

Otro estudio realizado en Finlandia, cuyos resultados se publicaron en 2008, investigó la asociación entre el consumo de grasa en la mediana edad y la aparición de discapacidad cognitiva en años posteriores [585]. Descubrieron que la ingesta abundante de grasa saturada de los productos lácteos estaba asociada con una peor función cognitiva global y peor memoria prospectiva en la tercera edad.

Migrañas

El origen de las migrañas o dolor de cabeza es confuso, y tienen multitud de manifestaciones. No obstante, muchas personas aprecian una relación directa o indirecta con la alimentación. Algunos alimentos de nuestra dieta pueden desencadenar ataques de migraña en individuos susceptibles, y en algunos casos esto se podría producir a través una reacción alérgica, aunque no siempre, pudiendo intervenir otros factores. Se han citado como posibles alérgenos asociados a las migrañas alimentos como las frutas cítricas, el té, el café, el cerdo, el chocolate, la leche, los frutos secos, ciertas verduras y las bebidas de cola [438]. Se recomienda detectar cuál es el alimento implicado y evitar su consumo para prevenir las migrañas.

Por otro lado, ciertos compuestos químicos que contienen algunos alimentos, en especial las aminas biógenas, provocan un efecto inflamatorio que desencadena el dolor de cabeza en personas sensibles y con manifiesta tendencia a sufrir migrañas. Precisamente en los quesos se ha determinado una concentración considerable de aminas biógenas producidas por los microorganismos responsables de su maduración, como la histamina (la principal responsable del malestar), la tiramina, la dopamina o la serotonina. La mayor o menor concentración de estas últimas, que varía según el tipo de queso, potencia el efecto tóxico de la histamina. Fisiológicamente y en condiciones de normalidad, la histamina es degradada por la enzima diaminooxidasa (DAO) y eliminada por las heces. Sin embargo, ante un exceso de aminas biógenas, el organismo sintetiza catecolaminas como adrenalina y noradrenalina, sustancias que provocan vasodilatación arterial cerebral y que son causa aparente de la migraña por consumo de queso. Los quesos maduros y curados, así como los más fermentados, son los que contienen más aminas biógenas [439].

De hecho, según un estudio realizado por la catedrática en Nutrición y Bromatología de la Universidad de Barcelona Carmen Vidal, el 95% de los migrañosos estudiados han demostrado tener un déficit de dicha enzima, lo que provoca una acumulación de histamina en el cuerpo que contribuye a desencadenar más ataques de migraña [440]. Un mayor consumo en verano de leche fresca por las mañanas, de frutas como la fresa o la naranja en el postre; de atún en conserva y tomate como ingredientes en las ensaladas, de marisco, o de carne no fresca, facilitan la ingesta de cantidades altas de histamina, una molécula que aumenta el riesgo de padecer ataques de migraña. Sin embargo, algunos de los alimentos, sin contener mucha histamina, provocan la liberación endógena de esta sustancia. Entre los alimentos que recomiendan evitar en este sentido se incluyen los productos lácteos: la leche de vaca, mantequillas, los quesos madurados, como el manchego, el gruyere o el roquefort. El consumo de alcohol también inhibe la acción de la enzima DAO antes descrita.

Meningitis

En el número de enero de 2004 de la revista científica The Lancet, se publicó un artículo firmado por el Dr. Farber, de Canadá [489]. En él señalaba a una bacteria como responsable de meningitis. Según los investigadores, ciertos casos severos de meningitis han sido asociados con fórmulas infantiles y con leches en polvo. Lo achacan a una bacteria llamada Enterobacter sakazakii, presente en los productos que contienen leche en polvo, y que al no ser destruida por la pasteurización representa un serio riesgo sanitario para los consumidores. No obstante, el Dr. Farber comenta:

«Puesto que ahora sabemos que este organismo puede estar ampliamente extendido en nuestro entorno, puede ser prudente actuar con cautela antes de embarcarse en exigencias estrictas por parte de los organismos reguladores en relación con la presencia o ausencia de este organismo en diversos alimentos elaborados».

Los investigadores están de acuerdo en que este riesgo representa un serio problema emergente en la nutrición pediátrica [490][491].

Recordemos que el uso de leche en polvo en particular, y de multitud de subproductos lácteos en general, está muy extendido como ingrediente en infinidad de artículos de alimentación.

Enfermedad de las vacas locas

La “enfermedad de las vacas locas”, o encefalopatía espongiforme bovina (EEB) es una enfermedad degenerativa del sistema nervioso de reciente aparición. Los primeros casos de animales enfermos se declararon en el Reino Unido en 1986. En 1996 se detectó en el ser humano una nueva enfermedad, una variante de la Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, que se relacionó con la epidemia de EEB en el ganado vacuno. Es una enfermedad causada por priones (la acumulación del prión en las células neuronales origina la muerte celular, dejando lesiones que dan al tejido nervioso un aspecto de esponja), y que se puede transmitir a los seres humanos a través del consumo de partes de animales infectados, sobre todo tejidos nerviosos.

Desde su aparición ha habido controversia sobre la posibilidad de que se pudiera transmitir por la leche, aunque se procuró tranquilizar a la sociedad insistiendo en que no había ningún riesgo. Debido a los largos tiempos de incubación de la enfermedad, es un tema de difícil estudio. Pero diversos estudios han apuntado a que, al igual que otros fluidos corporales, la leche podría ser un vehículo de transmisión de la enfermedad. En 2006 se publicó un estudio que buscaba determinar la posible presencia de priones en la leche [570]. Los investigadores identificaron proteínas de prión en la leche de vacas, ovejas y cabras, y también en leche humana, en distintas proporciones. También las encontraron en leche comercializada (homogeneizada y pasteurizada), e incluso vieron que el tratamiento UHT (temperatura ultra elevada) sólo disminuye parcialmente la concentración. Aunque en este estudio no investigaron la infectividad de la leche en sí, consideran muy posible que estos agentes puedan representar un riesgo.

Otro estudio británico publicado en 2009 detectó priones en la leche de ovejas expuestas a la misma enfermedad (llamada scrapie en las ovejas) al menos 20 meses antes de manifestar signos clínicos de la enfermedad[571]. Los investigadores confirmaron la secreción de priones en la leche durante las primeras fases de progresión de la enfermedad y el papel de la leche en la transmisión de dichos priones.

Acné

La hormona progesterona de las vacas, que aparece en la leche, se descompone en andrógenos, los cuales han sido catalogados como un factor en el desarrollo del acné, al estimular las glándulas sebáceas de la piel [1][309]. El acné es el flagelo de los adolescentes, coincidiendo con una época de la vida en que el consumo de leche puede ser bastante elevado. Algunos adolescentes presumen de beber varios litros de leche al día, y algunos especialistas han observado que sus pacientes bebían mucha más leche que el resto de la población general. Y lo que es más importante, han advertido que el acné mejora tan pronto como dejan de consumir leche.

Los investigadores opinan que la hormona IGF-1 actuaría como estimulante general [500][501][502][503], sinergia con las hormonas esteroides presentes en la leche. La epidemia de acné en los adolescentes occidentales se explicaría por la estimulación de las glándulas sebáceas mediada por el consumo de leche. Además del IGF-1 también influiría la estimulación de la insulina, tanto por el consumo de leche como de otros alimentos con índice glucémico alto.

Un estudio de la Escuela de Salud Pública de Harvard publicado en 2005 se basó en los datos de 47.355 mujeres del Nurses’ Health Study y llegó a la conclusión de que había una asociación positiva entre el acné y la ingesta total de leche y de leche desnatada[504]. En otro estudio de los mismos investigadores de 2006, analizaron los datos de 6094 chicas adolescentes de un estudio prospectivo de cohortes, encontrando también una asociación positiva entre ingesta de leche y acné [521]. En otro de sus estudios posteriores, del año 2008, analizaron los datos de 4273 adolescentes de un estudio prospectivo de cohortes, encontrando igualmente una asociación positiva entre la ingesta de leche desnatada y el acné [522].

Otra hipótesis para explicar por qué el consumo de lácteos estimula la aparición del acné sería la presencia de altas cantidades de yodo en la leche [503]. El yodo aparecería en cantidades excesivas como resultado del enriquecimiento de los piensos animales y por los tratamientos desinfectantes (yodó-foro) de ubres y material de ordeño.

También parece ser que el acné persistente en la edad adulta con altos niveles de IGF-1 podría ser considerado como indicador de un mayor riesgo de cáncer [500][503]. Tal como han indicado los estudios epidemiológicos, existe una potente relación de los lácteos con tres glándulas sensibles a las hormonas: las glándulas mamarias, la próstata y las glándulas sebáceas.

Leche y estreñimiento

Un estudio de 1998 relacionó claramente el consumo de leche de vaca con el estreñimiento crónico en los niños [253]. Se estudiaron 65 niños y niñas que demoraban entre 3 y 15 días cada deposición y de los cuales muchos no respondían a laxantes fuertes. El 68% de ellos notaron alivio de su estreñimiento cuando suprimieron el consumo de leche de vaca. Mediante biopsia, se observaron signos de inflamación del intestino, y con frecuencia se asociaban fisuras anales y dolor con el estreñimiento. La eliminación de la leche de vaca resolvió estos problemas. Cuando la leche de vaca fue reintroducida en su dieta entre los 8 y 12 meses después, todos los niños volvieron a desarrollar estreñimiento entre los 5 y los 10 días siguientes.

Otros estudios posteriores han confirmado lo mismo, como uno desarrollado en Brasil en 2001, en el que concluyeron que la alergia o intolerancia a la proteína de leche de vaca debería ser considerada como causa de estreñimiento crónico en los niños [523].

En un estudio de 2008 realizado en Hong Kong sobre 368 niños elegidos al azar [524], se observó que los niños con estreñimiento tenían una ingesta significativamente inferior de fibra dietética y micronutrientes como vitamina C, ácido fólico y magnesio, atribuible al consumo insuficiente de alimentos vegetales. También observaron que en esos niños, la ingesta de leche era ligeramente superior.

En otro estudio del año 2010 realizado en el Hospital de Cruces, de Bilbao, estudiaron si los niños con estreñimiento respondían a una dieta libre de proteínas de leche de vaca [525]. Encontraron una clara asociación entre el consumo de leche de vaca y el estreñimiento en más de un tercio de los niños estudiados.

Otro estudio de 2010 realizado en Egipto comprobó también que la alergia a la leche de vaca es un importante factor etiológico del estreñimiento en bebés y niños pequeños (un 77’7% de los casos) [591].

Según el Dr. Esteves, las grasas saturadas en general enlentecen el tránsito intestinal y por esta razón los quesos son, junto con la carne, importantes causantes de estreñimiento [337]. Además, como vimos en el capítulo anterior, la acción opiácea de las casomorfinas (sustancias derivadas de la digestión de la caseína de la leche, especialmente abundantes en el queso) también incidiría sobre el tránsito intestinal, con efecto astringente [272].

Caries dental

Resulta irónico saber que la leche podría en realidad provocar caries dental, cuando todos la consumen pensando que fortalece los huesos y los dientes. La Dra. Francés Castaño de la Universidad de Pennsylvania, opina que bajo ciertas circunstancias beber leche puede realmente ayudar a dañar los dientes. Muchas madres acostumbran a dar un biberón a su bebé justo antes de ir a dormir, o se lo dan en la misma cuna. El bebé chupa de la tetina hasta que se duerme. Y entonces comenzarían los problemas: durante el sueño cesa la secreción de saliva, y la leche que queda en la boca ni se digiere ni se traga, sino que permanece sobre los dientes y se vuelve agria. Esta leche agria es un excelente alimento para las bacterias que pueblan la boca. Estas mismas bacterias son responsables de la formación de la placa dental que provoca la caries en la superficie de los dientes. Esto es especialmente cierto cuando tales prácticas son mantenidas después de los 12 meses de edad del bebé[1]. Este riesgo de caries producida por biberón, puede suceder con un biberón que contenga fórmula, leche, zumo o cualquier otro líquido rico en carbohidratos [202].

Enuresis nocturna

La enuresis nocturna es la pérdida involuntaria de orina que sucede durante el sueño, lo que vulgarmente se conoce como mojar la cama. En los niños, se suele relacionar con un desarrollo inmaduro del control de la vejiga o con aspectos emocionales. Pero un estudio desarrollado en Italia en 1999 sobre niños con este trastorno planteó la posibilidad de que la enuresis nocturna pueda estar causada por la hipercalciuria absortiva (mayor absorción de calcio en el intestino), que obliga a su excreción por la orina [531]. Los autores comprobaron que la eliminación de los lácteos en la dieta de los niños influía decisivamente en el manejo de los episodios de enuresis.

Por otro lado, se ha comprobado que mantener la lactancia materna en los bebés durante más de 3 meses resulta protector frente a la enuresis nocturna infantil [532].

Halitosis

La halitosis, o mal aliento, define el olor desagradable del aire emitido por la cavidad oral. Las bacterias que colonizan la lengua (muchas de ellas capacitadas para degradar proteínas, péptidos y aminoácidos) son las mayores responsables de la producción de mal olor. La presencia de sustratos alimenticios abundantes en la boca determina el aumento de las poblaciones bacterianas capaces de metabolizar dichos sustratos: por ejemplo, una ingestión elevada de alimentos proteicos que contengan aminoácidos sulfurados, como es el caso de las carnes, los huevos, la leche y los productos queseros, puede proporcionar en mayor medida las fuentes y los sustratos principales para el metabolismo bacteriano putrefactivo[441].

Diabetes (tipo 2)

La leche de vaca también ha sido relacionada con la aparición de la diabetes tipo 2 (de la edad adulta), por las mismas razones que está asociada con la enfermedad cardíaca —su elevada concentración de calorías. Su alto contenido de proteínas y grasas excede los requisitos del organismo humano. Incluso en la leche semi-desnatada, cuyo contenido de grasa es sólo del 2% en teoría, esa grasa representa en realidad el 31% de las calorías que aporta[97].

Algunos estudios parecen indicar que el consumo de lácteos, especialmente los desnatados, tendrían un efecto preventivo de la diabetes tipo 2. El Dr. McDougall habla de esta teoría [548] afirmando que llegan a esa conclusión errónea al pensar que dichos lácteos tendrían un efecto favorable sobre el peso corporal (el mayor factor de riesgo). Pero esto no es cierto, no demuestran un efecto directo sobre el peso corporal. El Dr. McDougall hace una observación al respecto de que las personas que consumen lácteos desnatados son más conscientes de la salud y por ello consumen más frutas y verduras, más carbohidratos, menos alcohol, y son más activos físicamente —toda una serie de factores saludables que lógicamente pueden distorsionar el efecto real de los lácteos sobre la incidencia de la diabetes. El Dr. McDougall insiste en que la diabetes es una enfermedad por exceso de nutrición. El cuerpo responde al exceso de acumulación de grasa volviéndose resistente a la insulina y las fases posteriores de esta resistencia se caracterizan por el aumento de azúcar en sangre, la diabetes.

Un ensayo realizado en Dinamarca sobre 24 niños de 8 años analizó si un elevado consumo de proteína (de leche o de carne) en un breve espacio de tiempo incrementaba la resistencia a la insulina en niños sanos [592]. Los resultados mostraron que la ingesta elevada de leche, pero no de carne, incrementa la secreción y la resistencia a la insulina, cuyas consecuencias a largo plazo son desconocidas.

Comportamiento antisocial

El Dr. Oski cita otra observación sorprendente, aportada por otro estudio en el que encontraron una relación manifiesta entre un consumo elevado de leche y el comportamiento anti-social, al comprobar que la dieta del grupo de delincuentes juveniles estudiados contenía casi diez veces más leche que en el grupo de control [1].

Infertilidad

Se ha descubierto que la galactosa, un azúcar simple resultante de la digestión de la lactosa de la leche, tiene un efecto pernicioso sobre los ovarios (ver capítulo 2), pero también sobre la fertilidad. Según un estudio realizado en 1989 por el Dr. Daniel Cramer y sus colegas de Harvard[263], cuando el consumo de lácteos excede la capacidad de los enzimas de descomponer la galactosa, ésta puede acumularse en la sangre y afectar a los ovarios femeninos.

Para intentar descubrir si este azúcar también afecta a la fertilidad, el equipo del Dr. Cramer comparó los datos de tasas de fertilidad de 36 países, con el consumo de leche per cápita, y la hipolactasia (la incapacidad de los adultos para digerir la lactosa). Claramente, aquellas poblaciones en las que la hipolactasia es poco frecuente, tienen un consumo de leche elevado, y por tanto una mayor exposición dietética a la galactosa.

En 1994 publicaron los resultados de dicho estudio [277], que arrojaba una correlación significativa entre el consumo elevado de leche y una disminución en la fertilidad, en mujeres con tan sólo de 20 a 24 años de edad. La fuerza de esta asociación —y la velocidad de la disminución en fertilidad— crece conforme se estudian los grupos sucesivamente mayores en edad. En Tailandia, por ejemplo —donde el 98% de los adultos son hipolactásicos— el promedio de fertilidad en las mujeres de 35 a 39 años es sólo un 26% más bajo del rango de edad pico (25 a 29 años). En contraste, en Australia y en el Reino Unido, donde la hipolactasia afecta a sólo el 5% de los adultos, el promedio de fertilidad de los 35 a 39 años es un 82% por debajo de la edad pico.

Muchos factores —incluyendo costumbres, tasas de divorcio, uso de anticonceptivos, y nivel económico— afectan a la fertilidad. Sin embargo, indica el Dr. Cramer, este nuevo análisis «confirma demográficamente lo que hemos observado clínicamente, en mujeres con galactosemia (la inhabilidad de metabolizar la galactosa). Las mujeres que presentan este desorden, y que tienen altas concentraciones de este azúcar en sus tejidos, son estériles».

No obstante, a pesar de la evidencia de que los lácteos y la galactosa podrían interferir la fertilidad al afectar la función ovulatoria de los ovarios, se han desarrollado pocos estudios y los resultados son inconsistentes. En 2007, investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard publicaron un estudio al respecto [573]. Estudiaron a 18.555 mujeres del Nurses’ Health Study II durante 8 años. Las mujeres que consumían dos o más raciones diarias de lácteos desnatados presentaban un riesgo de infertilidad 1’85 veces mayor. En cambio, no se observó ninguna relación con la lactosa o el calcio, y el consumo de lácteos enteros reduciría el riesgo de infertilidad (a pesar de estar asociados a muchos otros problemas de salud).

En cuanto a la fertilidad masculina, según un estudio sobre alimentación y calidad del semen realizado por el Instituto Bernabeu de Alicante (una clínica de reproducción asistida), publicado en 2009 [669], la ingesta frecuente de alimentos lipofílicos como los productos cárnicos o la leche de vaca afectaría negativamente a la calidad del semen, mientras que algunas frutas y verduras mantendrían o mejorarían la calidad del mismo.

Embarazos múltiples

En el año 2006 se publicó un estudio que había evaluado el posible efecto que podía tener la dieta sobre las tasas de embarazo múltiple (gemelos) [530]. Puesto que el factor IGF está incrementado en las vacas con frecuencia mayor de embarazos múltiples, examinaron el efecto de los factores que influyen en los niveles de IGF en las mujeres, en especial el efecto de las dietas con o sin leche. Las mujeres veganas, que excluyen los productos lácteos de su dieta, presentaron una tasa de embarazo gemelar que era tan sólo la quinta parte de las de vegetarianas y omnívoras. Su conclusión era que las dietas que incluyen productos lácteos, especialmente en zonas donde se dan hormonas de crecimiento al ganado, incrementan las posibilidades de tener embarazos múltiples debido a la estimulación de los ovarios.