Capítulo 7

Mucosidad y depósitos anormales

«Una reacción común ante la invasión de proteína de vaca en nuestro sistema inmune es la salida de moco por las membranas de la nariz y la garganta… El flujo de moco puede provocar congestión nasal, dolor de garganta, carraspera, bronquitis y las infecciones de oído recurrentes que asedian a tantos niños».

Dr. Michael Klaper

Según el Dr. Frank Oski, los datos muestran que alrededor de la mitad de los niños estadounidenses presentan algún tipo de reacción alérgica a la leche. Para todos estos niños (e igualmente para los adultos que también sean alérgicos a los lácteos), la leche es un generador de mucosidad y puede conducir a problemas persistentes como expectoraciones crónicas y sinusitis, asma e infecciones de oído [1].

El Dr. Klaper también advierte de estas complicaciones en su libro sobre la infancia [6], y explica cómo la leche activa la producción de moco. Cuando la proteína de otro animal entra en contacto con el propio sistema inmune, se genera una respuesta alérgica/inmune en diversas partes del organismo. Una reacción común a dicha invasión de proteínas extrañas es la producción de mucosidad en las membranas nasales y de la garganta. El flujo de moco resultante puede crear congestión nasal crónica, dolores de garganta persistentes, carraspera, bronquitis e infecciones de oído recurrentes, unos molestos trastornos que afectan a tantísimos niños (y a sus padres también) [6][58][59][60][61][62].

El 80% de la proteína láctea es caseína, una proteína altamente alergénica. El consumo de caseína ocasiona la producción de histaminas en nuestro organismo, y después de moco. La reacción puede llegar retardada, y como es ingerida continuamente (los productos lácteos componen una parte importante de la dieta convencional), no se suele apreciar un efecto directo. Pero eliminando todos los lácteos durante una semana, la mayoría de las personas sienten claramente la diferencia en cuanto a la congestión nasal[158].

Las alergias provocan dolores de cabeza por sinusitis. Esto se debe al polen o al polvo, por supuesto, ya que las mismas membranas mucosas dilatadas que provocan congestión o moqueo también provocan dolor en los senos que se encuentran en la frente y alrededor de los ojos. Pero los alimentos también producen alergias y muchas veces entran en nuestro cuerpo en cantidades que el polvo o el polen jamás podrían alcanzar, y por tanto pueden ocasionar fácilmente problemas sinusíticos. Por desgracia, muchas personas viven durante años con problemas de sinusitis relacionados con la alimentación sin que nunca lleguen a reconocer la causa de sus síntomas [8].

Los productos lácteos, por ejemplo, son una causa identificada de producción de mucosidad, y por esta razón los cantantes de ópera suelen evitarlos. Pueden congestionar y atascar las membranas mucosas, desde la garganta y los bronquios hasta los oídos y senos cerebrales[8].

Según el Dr. Barnard, es muy posible que los tests de detección de alergias sobre la piel no detecten dicha intolerancia. Pero lo que está claro es que en muchas personas que toman leche aparece un síndrome aparentemente alérgico y se debe tener en cuenta en relación con las enfermedades respiratorias crónicas o la sinusitis. El elemento responsable de la leche no es la grasa, sino las proteínas, por lo que la leche desnatada provoca los mismos problemas que la entera. Puede que una única dosis no llegue a provocar ningún efecto perceptible, pero la exposición continuada provoca un empeoramiento gradual[8].

El hecho de que la leche estimule la producción de moco es considerada por muchos como una creencia, ya que en la literatura científica no ha habido una explicación satisfactoria del mecanismo salvo en casos asociados a alergia. Sin embargo, en 2010 se ha publicado un artículo con una hipótesis sobre este mecanismo [564]. Según indican, una casomorfina derivada de la digestión de la caseína de la leche estimula la producción mucosa del intestino, y podría también suceder lo mismo con las glándulas similares del tracto respiratorio.

Los depósitos anormales de minerales

Un exceso de calcio procedente de los productos lácteos puede acumularse en los riñones o en el sistema cardiovascular[10]. En la aterosclerosis se produce un depósito de calcio y otras sustancias en el interior de las arterias, en forma de placas de ateroma, dificultando la circulación de la sangre (ver capítulo 4).

Como ya vimos, las proteínas animales hacen que se pierda el calcio de los huesos y que se expulse con la orina, y este hecho, junto con otros cambios producidos por una dieta rica en proteínas animales, constituye un escenario ideal para la formación de cálculos renales de calcio. Más del 95% de los cálculos renales en las sociedades occidentales están compuestos principalmente por calcio [96].

Una investigación realizada en Harvard reveló que la ingesta de proteína animal aumenta la excreción de ácido úrico y de calcio y reduce la de citrato urinario, siendo todos ellos factores que predisponen a la formación de cálculos renales en los hombres [403]. Lo mismo sucede con las mujeres. El Nurses’ Health Study (Estudio de Salud de Enfermeras) reveló la existencia de un riesgo incluso mayor de formar cálculos por la ingesta de proteínas animales que el que se encontró en los hombres [115]. El impacto de los productos animales no sólo se debe a la cantidad de proteínas que contienen, sino también al tipo de proteínas, pues son ricas en aminoácidos azufrados, que son los que exigen la presencia de calcio para neutralizar la acidez que provocan [8].

La adición de vitamina D sintética a la leche de vaca parece ser también causa de bastantes problemas. Al igual que sucede con la vitamina A, el exceso de vitamina D puede resultar tóxico, originando unos niveles excesivos de calcio en la sangre y en la orina, una mayor absorción de aluminio por parte del organismo y depósitos de calcio en tejidos blandos [252].

Aunque el contenido natural de vitamina D de la leche es muy bajo (unas 40 UI), es una práctica habitual enriquecerla, especialmente en las versiones desnatadas. Sin embargo, al analizar muestras de leche se ha podido detectar variaciones importantes en el contenido de vitamina D, apreciándose que algunas de ellas tenían hasta 500 veces el nivel indicado, mientras que otras tenían poca vitamina o nada [376]. La excesiva adición de vitamina D a la leche puede conducir a una hipervitaminosis D, manifestada por trastornos severos e incluso la muerte [417].

La deposición de sales de calcio y fósforo en los tejidos blandos se puede clasificar en 3 categorías: calcificación metastásica, calcificación distrófica y calcinosis [179].

La calcificación metastásica se produce cuando los niveles de calcio-fósforo son elevados. Estas calcificaciones afectan a tejidos normales. Las enfermedades asociadas con este problema son el hiperparatiroidismo, los neoplasmas, el síndrome leche-alcalino, la hipervitaminosis D y la calcinosis tumoral.

La calcificación distrófica se produce en presencia de un metabolismo normal pero en tejidos dañados o desvitalizados. Los trastornos incluidos en esta clasificación son: el síndrome Ehlers-Danlos, el pseudoxantoma elástico, la arteriosclerosis obliterante, las calcificaciones venosas, los trastornos de deposición de cristales, y la calcificación resultante de trastornos neurológicos.

La calcinosis también sucede en personas con un metabolismo normal. Se produce en la mayoría de los casos en tejidos subcutáneos, en la piel y en el tejido conjuntivo. Algunos trastornos asociados son: la calcinosis universal, la calcinosis circunscrita, la esclerodermia, la dermatomiositis y el lupus sistémico eritematoso.

El síndrome de leche y alcalinos

El síndrome de leche y alcalinos es causado por el consumo excesivo de leche (que tiene niveles altos de calcio) y antiácidos solubles de tipo alcalino, especialmente bicarbonato sódico, durante un período prolongado [288]. Consiste en tres factores: altos niveles de calcio (hipercalcemia), un cambio en el equilibrio ácido-básico del cuerpo hacia los álcalis (alcalosis metabólica) e insuficiencia renal.

La combinación de dichas sustancias provoca fallos en la excreción renal, lo cual puede generar depósitos de calcio en riñones y otros tejidos. Puede derivar en náuseas, dolor de cabeza, debilidad, confusión y daño renal. El síndrome de leche y alcalinos con frecuencia es un efecto secundario del tratamiento de las úlceras pépticas, aunque en la actualidad es menos común dado que los tratamientos no antiácidos para la indigestión, las úlceras gástricas y las úlceras pépticas han reemplazado la mayor parte del uso de antiácidos.

Por otro lado, puesto que el consumo de antiácidos interfiere en el aprovechamiento del calcio podría tener un efecto sobre los huesos. Un amplio estudio realizado en el Reino Unido mostró que su consumo está asociado con un mayor riesgo de fractura de cadera [539].

Esta condición se ve exacerbada por el consumo de vitamina D (añadida a la leche o en forma de suplementos). De hecho, la incidencia de este síndrome está aumentando en gran parte como consecuencia del uso generalizado de suplementos de calcio y vitamina D sin receta médica [540]. La publicidad para el tratamiento o la prevención de la osteoporosis han fomentado su consumo. En este caso se produciría por el calcio añadido más que por la leche, razón por la cual los expertos proponen cambiar el nombre al síndrome de leche y alcalinos por el de síndrome de calcio y alcalinos, ya que refleja mejor la epidemiología y la comprensión de este desorden.

Una variante de este síndrome fue observada en un caso de otra forma[289]. Se trataba de un paciente que, sin tener úlcera ni tomar leche, tuvo que ser hospitalizado por fallo renal agudo. En su caso, el paciente ingería yogures diariamente y tomaba un medicamento que contiene carbonato cálcico (Rolaids). Su trastorno fue descrito como síndrome Rolaids-yogur.