Alergia a la proteína de la leche de vaca
«No hay ninguna razón para consumir leche de vaca en ninguna etapa de nuestra vida. Fue diseñada para los temeros, no para los seres humanos, y todo el mundo debería dejar de tomarla hoy mismo».
Dr. Frank A. Oski
Las alergias a la leche de vaca son mucho más frecuentes de lo que se piensa comúnmente. Esta alergia puede presentarse bajo múltiples formas. El asma y la rinitis alérgica, la dermatitis atópica, la urticaria y la alergia gastrointestinal son enfermedades comunes de los bebés y los niños. La leche de vaca parece ser el alimento más comúnmente irritante en las manifestaciones de enfermedad atópica tanto gastrointestinales como cutáneas.
La leche de vaca, o una fórmula derivada de ella, es generalmente el primer alimento que reciben los bebés en grandes cantidades, cuando no se practica la lactancia materna. Esto significa que es también el primer antígeno alimentario con el que se encuentran. Por ello, no es sorprendente comprobar que la leche de vaca es el alimento que más reacciones adversas provoca en los bebés [238].
Se pueden diferenciar dos grandes grupos de reacciones adversas a la proteína de leche de vaca (PLV): la alergia a la PLV y la intolerancia a la PLV.
La alergia a la PLV (hipersensibilidad) tiene un mecanismo inmunológico demostrado, con presencia de anticuerpos en respuesta al antígeno que representa la PLV, y genera síntomas agudos como manifestaciones dermatológicas, gastrointestinales o respiratorias.
En la intolerancia a la PLV no se puede identificar una causa inmunológica, sino que se producen una serie de situaciones agrupadas como un síndrome, caracterizado por síntomas gastrointestinales de repercusión variable sobre el estado nutricional del paciente. Estos síntomas mejoran cuando se elimina la PLV de la dieta, y regresan si se vuelve a introducir.
Por último, hay algunos otros procesos que no tienen un origen bien definido y cuya relación con la leche de vaca es dudosa aunque se sospecha. Es el caso de los cólicos infantiles, ciertos casos de anemia ferropénica y la hermosiderosis pulmonar idiopática [238].
Es difícil evaluar la incidencia de la alergia a la PLV, por la disparidad de criterios empleados en los estudios. Sin embargo, una revisión de estudios prospectivos realizados a nivel mundial arrojó una incidencia de reacciones adversas (tanto alergia como intolerancia) situada entre el 0’3 y el 7’5% de la población durante el primer año de vida. En las series registradas en España, la alergia a la PLV es la tercera causa de alergia alimentaria más frecuente (24’5% de los niños con alergias), detrás del huevo (34’4%) y el pescado (30’4%) [238].
Investigaciones de los últimos años indican que las reacciones adversas a PLV, incluyendo alergia e intolerancia, presentan una incidencia de alrededor del 2% en muestras de lactantes sanos, no seleccionados, nacidos a término [239]. En un estudio realizado en el año 2003 en el Hospital La Paz, se concluyó que la incidencia de alergia a proteínas de leche de vaca en la Comunidad de Madrid era del 1’9%, después de descartarse la alergia en un 46% de las consultas por sospecha fundada [240].
Un estudio italiano del año 1998 estimó que el 14% de los niños sufren dermatitis atópica y que alrededor del 25% sufren reacciones adversas a la leche de vaca [368].
Las reacciones adversas a las proteínas lácteas juegan un importante papel en la dermatitis atópica, también llamada síndrome dermatitis/eczema utópico, y a menudo la hipersensibilidad a la leche de vaca (tanto alérgica como intolerancia) es el primer síntoma de una afección atópica [593][594]. La severidad de la dermatitis atópica en niños con alergia a la leche de vaca es significativamente mayor que en los niños que no la presentan [594].
De forma general, el Dr. Oski resume que la incidencia de la alergia a la leche de vaca ha sido estimada con muchas variaciones, que van desde el 0’3% hasta el 25% de los bebés. Evidentemente, los criterios empleados por los médicos en el diagnóstico deben ser examinados cuidadosamente para poder interpretar sus conclusiones [1].
Según relata el Dr. Oski en su libro, uno de los análisis más cuidadosos de este problema alérgico fue realizado por el Dr. J. W. Gerrard y colaboradores en Saskatoon, Canadá [16].
El Dr. Gerrard y sus colegas supervisaron personalmente el cuidado de 787 bebés, en un intento de determinar la frecuencia de la alergia a la leche entera de vaca. Los bebés fueron seguidos desde su nacimiento. No se hizo ningún intento de persuadir a las madres a elegir una fórmula en lugar de otra. Se registró la edad a la que se introducía cada nuevo alimento a los bebés por primera vez.
Un bebé que presentase uno o más de los siguientes síntomas era considerado candidato a ser alérgico a la leche y después era estudiado con más detalle: (1) congestión nasal persistente o recurrente; ataques de asma o infecciones en el pecho; (2) erupciones cutáneas persistentes o recurrentes; (3) vómitos o diarrea (persistente o recurrente) para la cual no hubiera ninguna otra explicación.
Cuando se sospechaba que un bebé tenía alergia a la leche entera de vaca, se le retiraba la fórmula de leche de vaca y se le ofrecía en su lugar una fórmula a base de soja. Si sus síntomas desaparecían, se le volvía a suministrar leche de vaca. Si sus síntomas volvían a aparecer, se le volvía a retirar la leche y todos los derivados lácteos. Cuando sus síntomas desaparecían era de nuevo “desafiado” con leche y productos lácteos. Sólo si regresaban los síntomas por segunda vez se consideraba al bebé alérgico a la leche de vaca.
De los 787 bebés estudiados, se concluyó que 59 eran alérgicos a la leche de vaca —una incidencia global del 7’5%.
Los síntomas más frecuentemente observados en bebés identificados como alérgicos a la leche de vaca son la diarrea, los vómitos repetidos, el eczema, los ataques recurrentes de congestión nasal y la bronquitis recurrente.
Un estudio minucioso de las anotaciones de las madres reveló que el 25% de los bebés mostraron los primeros signos de su alergia durante los 3 primeros días de recibir la fórmula derivada de leche de vaca y que casi la mitad de los niños mostraban signos de problemas alérgicos durante la primera semana de empezar con dicho alimento.
Cuanto más pronto se iniciaba el consumo de leche de vaca, más probable era que los bebés desarrollasen síntomas alérgicos. Aunque la incidencia global de alergia en niños menores de 1 año fue del 7’5%, uno de cada cuatro niños que recibían leche de vaca antes de los tres meses de edad mostraba algún signo de alergia.
Los niños que eran alérgicos visitaban a su médico con mucha mayor frecuencia que los no alérgicos (el doble de veces) y requerían hospitalización en más ocasiones que los no alérgicos.
El Dr. Gerrard y sus colegas observaron también que esta alergia a la leche de vaca era mucho más probable en niños cuyos padres o hermanos padecían otras enfermedades alérgicas. Esto era especialmente cierto en los niños de padres que habían padecido fiebre del heno o asma.
Se desprende pues de los estudios de este tipo que el consumo de leche de vaca por parte de los bebés humanos genera enfermedad y que cuanto untes entra en contacto el bebé con la leche de otra especie, más probable es que muestre signos de intolerancia [1].
La leche de vaca contiene más de 25 proteínas que pueden producir reacción alérgica en los humanos [238]. Las más destacables son la betalactoglobulina (ante la cual reaccionan entre un 60 y un 80% de los pacientes), las caseínas (un 60%), la alfalactoalbúmina (un 50%), y la seroalbúmina (un 50%). En la mayoría de los casos, están implicadas más de una. Son altamente inmunogénicas, lo cual quiere decir que plantean una fuerte demanda sobre el sistema inmunitario para producir grandes cantidades de anticuerpos y complementos, agotándolo y haciéndonos más vulnerables a las infecciones y a otros tipos de reacciones alérgicas[10]. En personas con un sistema inmunitario debilitado, hay un déficit en la producción de inmunoglobulinas, lo cual ocasiona que algunas de estas proteínas sean absorbidas hacia el flujo sanguíneo contribuyendo a una amplia variedad de enfermedades relacionadas con la autoinmunidad (ver capítulo 8).
La caseína es el principal componente proteico de la leche de vaca. La leche de vaca contiene un 300% más de caseína que la leche humana: mientras que la proporción entre caseína y proteínas séricas es de 80:20 en la de vaca, en la humana es de 20:80[15]. Las caseínas son termoestables, lo que quiere decir que si se es alérgico a una caseína, el hervido o la uperización no evita la reacción.
La caseína es una sustancia muy densa y espesa, que precisamente se utiliza para elaborar uno de los adhesivos más fuertes que se conocen. Se trata de la cola de caseína, muy utilizada para enchapados de madera, adquiere un endurecimiento notable siendo además indiferente a la acción de la humedad. No es de extrañar que la leche de vaca sea el alimento formador de moco más destacado. Esta sustancia de la leche puede obstruir e irritar el sistema respiratorio. De hecho, los productos lácteos están implicados en casi todos los problemas respiratorios.
El bebé humano asimila perfectamente la caseína de la leche materna, pero no puede hacer lo mismo con la caseína de la leche de vaca, que pasa al intestino parcialmente digerida, debido al efecto neutralizante que ejerce la leche sobre la acidez estomacal necesaria para su ruptura. Este problema se agrava en los adultos, ya que con la edad disminuye la cantidad de renina gástrica, que es el primer enzima necesario para comenzar la ruptura de las grandes moléculas de caseína [10].
Durante los primeros seis meses de vida, el intestino delgado del bebé es altamente permeable, para permitir la máxima absorción de las sustancias de la leche materna y los anticuerpos que incluye. Durante este periodo, es cuando el bebé es más vulnerable a desarrollar alergias. Se ha comprobado que fragmentos no digeridos de proteína de vaca pueden atravesar las membranas del intestino y pasar al flujo sanguíneo. Este fenómeno se conoce con el nombre de “síndrome del intestino permeable”. Cuando las proteínas de otro animal entran en contacto con el propio sistema inmunitario, generan una respuesta inmune o alérgica en diversas partes del organismo. Este fenómeno puede conducir a una amplia gama de complicaciones, como el síndrome de colon irritable (colon espástico), la obesidad, la malabsorción de nutrientes y las deficiencias de minerales y aminoácidos [423]
. La leche materna tiene factores inmunológicos que favorecen que la membrana intestinal se impermeabilice, que impida el paso de las moléculas grandes, que son las más sensibilizantes [209].
Una reacción muy común de nuestro sistema inmunitario frente a esa invasión de proteínas extrañas es la secreción de moco a través de las membranas de la nariz y la faringe. El flujo de moco resultante puede provocar congestión nasal, dolor de garganta persistente, carraspera, rinitis, sinusitis, bronquitis, neumonía, otitis y las infecciones de oído recurrentes que afectan a tantísimos niños (y a sus padres también) [6][58][59][60][61][62].
Otras membranas corporales, como las que recubren los pulmones y las articulaciones, pueden reaccionar a la proteína láctea e inflamarse, contribuyendo a enfermedades como el asma y la artritis reumatoide. Se ha comprobado que los pacientes afectados por estas dolencias mejoran de forma sorprendente cuando se elimina la proteína láctea de su dieta [1][11][30][31], y lo mismo sucede con otras afecciones menos severas como el eczema y la psoriasis [6].
Ciertos complejos antígeno-anticuerpo presentes en la sangre de los bebés, formados como resultado de recibir leche de vaca entera o modificada, pueden estar implicados en el desarrollo posterior de alergias, infecciones recurrentes y aterosclerosis [56]. Los complejos inmunológicos de este tipo también son capaces de dañar las articulaciones, en lo que se conoce como artritis reumatoide. Muchos de los pacientes afectados por esta dolencia toman medicamentos antiinflamatorios no esteroides, que producen permeabilidad en el intestino, lo cual facilita a ciertas proteínas (como las lácteas) la entrada en la corriente sanguínea. Estas proteínas pueden entonces producir reacciones inmunitarias en las articulaciones, exacerbando más todavía la inflamación [11]. Esto lo veremos con más detalle en el capítulo 8.
En un estudio realizado en 1993, cuando un grupo de mujeres embarazadas propensas a las alergias (las atópicas, aquellas personas que desarrollan fácilmente una alergia ante sustancias habituales de su entorno) eliminaron todos los productos lácteos durante las seis últimas semanas de embarazo, sus bebés a la edad de 6 meses presentaban niveles sorprendentemente inferiores de anticuerpos para la leche no humana de lo que cabía esperar. Además, sus bebés sufrieron problemas alérgicos en una proporción significativamente más baja durante los 12 primeros meses de vida, en comparación con los bebés de madres atópicas que no habían modificado su dieta [38].
También se ha observado que incluso los bebés amamantados por su madre pueden reaccionar con síntomas alérgicos si ésta consume productos lácteos, pues los fragmentos de proteína láctea no digerida pasan a través de la leche materna hasta el bebé [6]. Esto parece ser un fenómeno generalizado: se detecta betalactoglobulina en la leche del 95% de las mujeres lactantes [238][380].
Las molestias gastrointestinales son sólo una de las muchas formas en que puede manifestarse, siendo la diarrea crónica la más común. Las heces pueden variar en consistencia desde blandas, pasando por semiformadas, hasta acuosas. El moco en las heces es frecuente y algunas contienen restos visibles de sangre roja [1].
En los niños, los síntomas empiezan generalmente poco después de empezar a tomar leche de vaca pero también pueden observarse en niños que toman fórmulas comerciales que incluyen proteínas de leche de vaca. Aquellos que presentan síntomas suaves crecen bien, pero quienes manifiestan una diarrea severa sufren retraso en su ganancia de peso. La diarrea interfiere en la capacidad de absorber los nutrientes de la comida [1].
La mayoría de los bebés con este problema responden inmediatamente con la eliminación de la leche de vaca de la dieta. Todos los síntomas pueden desaparecer en un par de días. Muchos de estos bebés pueden finalmente desarrollar la capacidad de tolerar la leche de vaca, pero esto rara vez sucede antes de los 2 años de edad. En algunos casos puede que el niño tenga que llegar a tener 5 años para que sea seguro darle alimentos que contengan proteína de leche de vaca Un estudio publicado en 2007 puso de manifiesto que este problema tiene una persistencia más prolongada de lo que se creía [536]. Revisaron a 807 pacientes con alergia a la leche de vaca, y de ellos, habían conseguido superar la alergia un 19% a la edad de 4 años, un 42% a los 8 años, un 64% a los 12 años, y un 79% a los 16 años.
Como consecuencia añadida, la irritación producida en el tracto gastrointestinal por la reacción alérgica provoca la pérdida de sangre por el intestino. Esta pérdida conduce a la reducción de los niveles proteicos en la sangre y en consecuencia al desarrollo de una anemia. La reducción de proteínas séricas, si es severa, provoca la hinchazón del abdomen, manos y pies [1].
Esta constituye una forma menos visible de sensibilidad gastrointestinal a la leche de vaca, pero está siendo detectada cada vez con más frecuencia.
Rara vez genera síntomas dramáticos pero provoca un sangrado lento y continuado. Los bebés con este tipo de sensibilidad a la leche pueden perder entre 1 y 5 mililitros de sangre al día en sus heces. Finalmente la continua hemorragia los vuelve anémicos. El volumen de sangre que pierden cada día es demasiado pequeño para ser detectado a simple vista; las heces presentan un valor normal y la sangre sólo puede detectarse mediante análisis químico [1].
Durante los años 1970 se realizaron una serie de estudios que condujeron a la conclusión de que este sangrado gastrointestinal estaba relacionado con la leche de vaca. En un estudio de 1971, 44 de entre 100 bebés que recibieron leche de vaca entera presentaban sangre en las heces [45]. En un informe de 1974, 17 de entre 34 bebés (de 6 a 25 meses de edad) con anemia por deficiencia de hierro (ferropénica) tenían sangrado gastrointestinal provocado por la leche entera de vaca. El sangrado desapareció cuando la leche de vaca fue reemplazada por una fórmula a base de soja[46].
Se estima que en los Estados Unidos la mitad de la deficiencia de hierro en bebés se debe principalmente a este tipo de sangrado gastrointestinal Inducido por la leche de vaca [1]. Esta es una cifra asombrosa si se considera que aproximadamente de un 15 a un 20% de todos los niños menores de 2 años sufren de anemia ferropénica. Con este trastorno, siempre que la leche de vaca es eliminada de la dieta las hemorragias cesan y el tratamiento con «suplementos de hierro corrige la anemia. Si la terapia se aplica mientras el niño sigue bebiendo leche de vaca, la pérdida de sangre sigue produciéndose y contrarresta los beneficios de la medicación.
El consumo de grandes cantidades de leche de vaca ha sido reconocido desde hace tiempo como causa de anemia ferropénica en los bebés. Antes de conocerse este efecto de hemorragia intestinal, se suponía que esta anemia era solamente el resultado de que el niño no estaba obteniendo suficiente hierro en su dieta. De hecho, la leche de vaca contiene menos de 1 miligramo de hierro por litro. Muy poco de este hierro (sólo entre un 5 y un 10% [11][245]) se absorbe en el intestino debido a que otros componentes de la leche se unen al hierro y dificultan su absorción desde el intestino a la sangre. Se ha estimado que un bebé de un año de edad tendría que beber más de 22 litros de leche al día para cubrir sus requisitos de hierro [1]. En consecuencia, si la leche de vaca representa la fuente principal de nutrición para un bebé durante su primer año de vida, no es capaz de proporcionarle suficiente hierro [246].
Muchos niños beben entre 1 y casi 2 litros de leche al día, lo cual satisface su hambre y no les queda apetito para los necesarios alimentos ricos en hierro. De modo que podríamos decir que el consumo de leche de vaca por parte de los bebés produce deficiencia de hierro de dos formas: por un lado proporciona muy poco hierro dietético y al mismo tiempo provoca pérdida de hierro por inducir hemorragias gastrointestinales. Además, la leche de vaca hace disminuir la absorción del hierro de otros alimentos, agravando el problema[39][40][204][245][326]. Algunos de sus componentes, como la caseína, los fosfatos o el calcio, forman complejos insolubles en unión con el hierro, inhibiendo su absorción.
Un estudio sobre bebés en una clínica concluyó que el 60% (dos de cada tres) de los que eran alimentados con leche entera de vaca a una edad temprana desarrollaban anemia ferropénica, y que el 33% (uno de cada tres) desarrollaba deficiencia de hierro sin anemia. Esto sucedía a pesar de que los bebés recibían cereales enriquecidos en hierro y cuidados pediátricos personales[41].
Otro estudio concluyó que cuanto más se posponía la introducción de la leche de vaca, menores eran las probabilidades de desarrollar deficiencia de hierro en bebés entre 9 y 12 meses. De los bebés que recibían leche de vaca antes de los 6 meses de edad, dos terceras partes tenían niveles de hierro insuficientes, y una tercera parte tenían insuficiente hierro cuando se introducía la leche entre los 6 y los 9 meses[42]. Algunos estudios sugieren que los niños que presentan anemia ferropénica tienen más probabilidades de padecer perjuicios perdurables en sus funciones mentales y musculares [43].
La anemia resultante hace que el niño esté irritable, apático y distraído. El bebé llora mucho, la madre le da un biberón de leche para calmarle y el problema continúa empeorando.
Este problema del sangrado intestinal no ha sido estudiado en profundidad en los adultos, aunque ciertos individuos y grupos de población han sido diagnosticados con anemia ferropénica asociada al consumo de productos lácteos. Un estudio italiano publicado en 2009 comprobó que el sangrado rectal recurrente en adultos puede estar causado por hipersensibilidad a alimentos (entre ellos, la leche de vaca) [566]. Por otro lado, los alimentos ricos en grasas —y los lácteos son uno de los ejemplos más destacados— también incrementan las pérdidas de sangre menstruales porque elevan los niveles de estrógenos en las mujeres. Todo esto hace sospechar que los lácteos pueden ser una de las principales causas de anemia ferropénica en adultos [244].
Un 1992 el Comité de Nutrición de la American Academy of Pediatrics (Academia Americana de Pediatría) revisó los efectos de la leche de vaca sobre la salud de los bebés[44]. Citando su bajo contenido de hierro junto con su baja disponibilidad para el organismo, y la posibilidad de hemorragia no visible provocada por la leche, dicho comité concluyó que la leche entera de vaca debía ser totalmente excluida de la dieta durante el primer año de vida, en un esfuerzo por disminuir la incidencia de la anemia. Sin embargo, a pesar de este acuerdo general, en la práctica se suele introducir antes de esa edad, como se comprobó por ejemplo en un estudio escocés en el que se encontró que el 64% de los bebés habían recibido leche de vaca antes de los 9 meses (citado en [11]).
Un estudio realizado en Brasil en 2007, buscaba identificar los factores de riesgo para la anemia infantil, y analizó a 746 niños de entre 6 y 59 meses de edad [543]. Sus resultados revelaron que los factores dietéticos que eran los máximos responsables del riesgo de anemia eran una mayor proporción de calorías procedentes de la leche de vaca y una menor densidad de hierro no hemo.
El cólico del lactante consiste en un cuadro comportamental propio de lactantes pequeños (entre 2 semanas y 4 meses), con una incidencia de aproximadamente uno de cada cinco bebés, caracterizado por el llanto inconsolable, que suele presentarse durante el período de la tarde-noche. Con frecuencia, a estos síntomas se asocian abdomen meteorizado, regurgitaciones, piernas flexionadas sobre abdomen, cara de dolor y puños apretados. A pesar de usar el término “cólico” para su descripción, no existen pruebas de que su origen sea gastrointestinal, y en la actualidad se desconoce cuál es la causa exacta que lo provoca. Aunque posiblemente sea multifactorial, una de las teorías que se barajan es la de alergia o intolerancia a las proteínas de la leche de vaca. Desde hace muchos años, se habla de que algún antígeno alimentario podría estar implicado en el cuadro del cólico del lactante. En la actualidad diversos estudios han relacionado los cólicos con, entre otras causas, una intolerancia a las proteínas de la leche de vaca (la betalactoglobulina o la caseína) que reciben bien sea en la alimentación por fórmula o bien pasadas a través de la leche materna [241]. Antes se creía que las proteínas eran totalmente descompuestas en el aparato digestivo; sin embargo, se ha descubierto que efectivamente hay proteínas de la leche de vaca que pasan intactas de la sangre a la leche materna, y que es un fenómeno muy frecuente [238][380].
En el Journal of the American Dietetic Association se publicaron los resultados de una encuesta realizada a 272 madres que daban el pecho y encontraron que cuando tomaban ciertos alimentos, sus niños solían padecer cólicos [381]. Los culpables más comunes son: la leche de vaca, la cebolla, las verduras crucíferas (por ejemplo, el brécol, la coliflor o el repollo) y el chocolate. La solución recomendada para prevenir los cólicos es evitar esos alimentos, especialmente durante los primeros cuatro meses de lactancia [8].
De hecho, un análisis de 27 investigaciones realizadas al respecto de los cólicos infantiles, arrojó la conclusión de que ni reducir el contenido de lactosa en la dieta, ni incluir fibra o proporcionar infusiones a los bebés sirven para nada, y que los medicamentos tampoco son recomendables. En cambio, el uso de leche hipoalergénica (en la cual las proteínas están modificadas) junto con la modificación de la conducta de los padres (ayudarles a responder mejor al problema de su hijo, reducir la estimulación del bebé y ser más eficaz a la hora de calmarle) forman una terapia útil contra el cólico del lactante [175].
En los lactantes menores de un año, la alergia a la leche de vaca induce un trastorno llamado reflujo gastroesofágico o calasia [257]. Aunque es bastante normal que los bebés tengan vómitos en pequeñas cantidades, el reflujo persistente con vómito frecuente y la consecuente irritación del esófago se manifiesta en el malestar y el llanto permanente del bebé. El reflujo asociado con pérdida de peso o el reflujo que ocasiona dificultad para respirar se considera anormal.
Otra complicación de la leche de vaca, y todavía más seria, es una problemática forma de enfermedad renal persistente llamada nefrosis [1][56]. Se trata de un desorden en el cual un riñón dañado pierde cantidades excesivas de proteína. Esta continua pérdida de proteína por la orina produce un descenso del nivel proteico en sangre; y finalmente acaba en una pronunciada retención de líquidos en el niño. Los niños pueden presentar manos y pies hinchados, así como líquido en el abdomen. Algunos niños pueden proseguir hasta una enfermedad renal permanente y morir.
El Dr. Oski explica que este desorden ha sido descrito por un grupo conjunto de investigadores de las universidades de Colorado y Miami[1]. Para sorpresa de estos investigadores, observaron que cuando se eliminaba la leche de la dieta de estos niños inmediatamente dejaban de perder proteína por la orina y mostraban signos evidentes de mejoría. Cuando se incluía leche en su dieta, en el plazo de uno a tres días se acentuaba fuertemente la excreción urinaria de proteína. Estos investigadores concluyeron que la sensibilidad a la leche y otros alimentos podía jugar un papel esencial a la hora de provocar recaídas en algunos niños con nefrosis.
Algunos investigadores sugieren que también podrían ser atribuibles a la alergia a la leche de vaca algunas de las muertes de bebés catalogadas como ‘muerte súbita del lactante’, pues se ha observado que los bebés que son amamantados tienen menor probabilidad de muerte súbita [11][165] 200,423. Se cree que podría tener relación con las casomorfinas, que son unos fragmentos proteicos derivados de la caseína (la principal proteína de la leche y sus derivados) que poseen actividad opiácea. La llegada de estas sustancias al cerebro inmaduro del bebé podría inhibir el centro de control de la respiración en el tronco cerebral, provocando la apnea (detención de la respiración) y seguidamente la muerte [424][425]. Para más información sobre las casomorfinas, consultar el capítulo 9.
(Otras complicaciones más raras en las que se ha establecido una relación con la alergia a la proteína láctea son la trombocitopenia (un trastorno de la sangre en el cual se presenta un número de plaquetas anormalmente bajo, afectando a la coagulación) [36][37], la hemosiderosis pulmonar (una enfermedad rara en la que se produce una hemorragia de los capilares hacia el interior de los pulmones) [149][150][151] y el síndrome de Heiner (bronconeumopatía por hipersensibilidad a la leche de vaca, con presencia de hemosiderosis) [437].
La mayoría de la gente, y también la mayoría de los médicos, creen que las alergias a los alimentos producen sólo síntomas clásicos como erupciones cutáneas, síntomas respiratorios o desórdenes gastrointestinales. Sin embargo, hay un grupo creciente de evidencias que sugieren que ciertas alergias pueden manifestarse principalmente mediante cambios en la personalidad, las emociones o en el propio sentido general de bienestar.
Tal y como cita la Dra. Langley, un estudio llevado a cabo en Bélgica estudió a un grupo de bebés aquejados de insomnio crónico [35]. Por la noche solían dormir unas 4 horas y media con frecuentes interrupciones. Fueron descritos como irritables y lloraban mucho durante el día, habiendo recibido algunos de ellos medicación sin éxito. Las pruebas médicas y psicológicas no habían encontrado motivo para el insomnio. Al estudiarlos se observó que eran alérgicos a la proteína de leche de vaca. Cuando ésta fue eliminada de su dieta los bebés empezaron a dormir normalmente; al ser reintroducida, el insomnio volvía a manifestarse.
El Dr. Crook es un pediatra que durante su prolongada carrera ha visto a más de 4000 niños con dolencias que podrían ser atribuidas a alergias alimentarias. Él opina que los alimentos más comunes como ofensores son la leche, el maíz y el azúcar de caña, y no es el único experto que piensa así[28][29].
¿Cuáles son los síntomas del síndrome de tensión-fatiga y qué se puede hacer para demostrar la relación entre la comida y el problema?
El niño o adulto con fatiga motriz siempre parece sentirse débil o cansado. El niño puede que interrumpa su juego para descansar o puede que incluso apoye la cabeza sobre su pupitre en la escuela por sentirse tan cansado. Son típicas una somnolencia y torpeza excesivas. Estos niños se muestran particularmente apáticos por las mañanas. Cuesta despertarlos y parece que nunca hayan pasado una buena noche de sueño. A menudo quienes sufren de otras alergias experimentan sensaciones similares unas horas después del contacto con el agente alérgeno.
Obviamente, no todos los niños que sufren de fatiga crónica es a consecuencia de una alergia alimentaria. La anemia, las infecciones u otras enfermedades crónicas deberían ser consideradas como causas posibles antes de llegar a la conclusión de que una alergia alimentaria es la responsable.
Pero con más frecuencia se observa que es responsable la alergia alimentaria, y no esas otras enfermedades.
La tensión es la otra manifestación principal de la alergia alimentaria. Estos niños se muestran inquietos y en constante estado de actividad. Están nerviosos, hacen muecas, se revuelcan, dan vueltas, saltan y en definitiva jamás parecen quedarse quietos sentados. Muchos de estos niños son también excesivamente irritables y jamás se muestran satisfechos.
Aunque el síndrome de “tensión-fatiga” es la manifestación más común de la alergia alimentaria, en ningún modo es la única. Dolores abdominales vagos recurrentes, migrañas repetidas, músculos y articulaciones doloridas, e incluso orinarse en la cama, han sido observados como síntomas de alergia alimentaria.
Muchos niños que sufren de estas alergias presentan un aspecto pálido característico y también ojeras pronunciadas. También pueden tener la nariz que parece cargada todo el tiempo.
A pesar de que todos estos síntomas se refieren a los niños, los adultos también son igualmente propensos a los problemas producidos por los alimentos. El insomnio, la ansiedad o la depresión pueden estar producidos por los alimentos. El principal alimento responsable de tales síntomas tanto en adultos como en niños es la leche entera de vaca.
Como ejemplo de la magnitud de este problema, tenemos la experiencia del Dr. Crook. Durante un período de ocho meses, pasó consulta a 45 niños aquejados de hiperactividad o problemas de aprendizaje en la escuela. En 41 de esos niños se podía demostrar que los síntomas estaban producidos por una alergia alimentaria. En estos niños, los síntomas mejoraron parcial o totalmente cuando el alimento causante era eliminado de la dieta.
El Dr. Crook observó que cada niño era alérgico a una media de tres alimentos. En este grupo de 41 niños, 28 eran sensibles a la leche. La sensibilidad hacia el azúcar de caña era igualmente frecuente; la sensibilidad hacia los huevos, el trigo y el maíz también eran bastante comunes.
La alergia alimentaria debe ser sospechada cuando los síntomas de tensión y fatiga estén presentes, particularmente en conjunción con la palidez y la nariz cargada. El Dr. Crook recomienda eliminar el posible alimento causante entre una y tres semanas. Si el alimento es el responsable, los síntomas mejorarán de forma sorprendente durante este breve intervalo. La reintroducción del alimento en la dieta debería provocar el regreso de los síntomas originales. El primer alimento a eliminar es la leche entera de vaca y todas las recetas y productos que la contengan.
Una vez establecido el diagnóstico de alergia a la proteína láctea, el único tratamiento realmente eficaz es una dieta estricta de eliminación de dichas proteínas, ya que pequeñas cantidades, aunque no produzcan síntomas, pueden favorecer la persistencia o el aumento de la sensibilización. Hay que tener en cuenta que esto no sólo involucra a los productos lácteos de consumo común, sino a todo producto que pueda llevar algún ingrediente lácteo. Los derivados de la leche se pueden encontrar en pequeñas cantidades en una amplísima gama de artículos, lo cual obliga a revisar en detalle las etiquetas de composición. Los posibles alérgenos de la leche de vaca pueden aparecer bajo multitud de nombres: sólidos lácteos, hidrolizado proteico, caseína, suero de leche, lactoalbúmina, lactoglobulina, lactosa… También es ampliamente utilizado el ácido láctico. Aunque su nombre induce a pensar en la leche, puede proceder de la fermentación de la lactosa de la leche pero también de otros azúcares vegetales, así como de la síntesis en laboratorio [442]. Algunos aromas pueden ser de queso o tener leche. Por último, ciertos productos derivados de la caseína, los caseinatos, que se utilizan en la industria alimentaria como aditivos espesantes: H-4511 (caseinato calcico), H-4512 (caseinato sódico), H-4513 (caseinato potásico), también caseinato magnésico y de amonio [235][238].
Otra sorprendente presencia de caseína se ha detectado en otros alimentos, como por ejemplo el salmón, según un caso publicado en la revista The Lancet. Los investigadores describen un caso de reacción en una mujer que era alérgica a la proteína de leche de vaca, tras consumir salmón envasado. Al parecer, el salmón había sido tratado con un preparado enzimático microbiano (la transglutaminasa o mTG) que se ha empezado a comercializar desde no hace mucho, y que se utiliza para reestructurar la carne y el pescado. En esta sustancia se añade caseína como proteína aglutinante, cuyas moléculas entrelazan los tejidos. Tras analizarlo en detalle, los investigadores concluyeron que la pequeña dosis de caseína presente en el salmón (y algo de betalactoglobulina que le acompañaba) era suficiente para inducir una reacción alérgica en personas con antecedentes previos [243].
Conviene recalcar que las leches desnatadas y semi-desnatadas han sido modificadas en cuanto a contenido graso, pero todavía contienen todas las proteínas, y además representando un mayor procentaje respecto al aporte energético[97] con lo cual la posibilidad de generación de alergias o intolerancias no sólo no se evita por consumir este tipo de leches, sino que se ve incrementada.
Para los bebés, existen tres tipos de fórmulas alimentarias que pueden utilizarse cuando se diagnostica alergia o intolerancia a la leche de vaca. Estas fórmulas son las hidrolizadas (en las cuales las proteínas están semidigeridas), las de soja y las dietas elementales (en las cuales hay aminoácidos en lugar de proteínas complejas) [239].
A pesar de todo lo expuesto, la conciencia pública sobre la alergia a la leche de vaca, aunque está aumentando, es todavía marginal. Los padres a menudo se muestran incrédulos de que la leche pueda provocar semejantes síntomas en su bebé. La actitud que prevalece es que la leche de vaca no sólo es un alimento deseable, sino “el alimento ideal” y un elemento esencial en la dieta del niño. Por esta razón, la mayoría de los padres, guiados por sus pediatras, lucharán con todo su empeño por reintroducirla tras dejar unos períodos prudenciales de adaptación, en lugar de hacer caso a la sabiduría innata del organismo de su hijo. La mayoría de los niños (alrededor del 85%) terminan por perder su sensibilización hacia el alimento alergénico entre los 3 y 5 años de edad [426], al menos en cuanto a signos de reacción muy visibles.