El momento de la despedida

La noche siguiente a la reunión con el profesor Geiser, el español y el sacerdote italiano no pudieron descansar mucho en la residencia de la Comunidad en Kew Gardens. Demasiadas cosas en las que pensar les quitaban el sueño.

Después de comer algo y de una larga tertulia con la hermana Agustina sobre temas personales, Cavalieri se sintió algo más reconfortado espiritualmente. Comenzaba a admirar a esa mujer que lo había dejado todo para luchar por lo que entendía que era el cambio imprescindible que necesitaba la Iglesia de Cristo para revitalizarse sin excluir a nadie.

Ahora solo faltaba que llegara la hora de partir hacia el aeropuerto para iniciar el viaje a Venecia.

Rafael Menéndez preparaba sus maletas en una habitación contigua a la suya. La casa estaba en silencio.

Cerca de la medianoche, Cavalieri oyó unos golpes en la puerta de su dormitorio. Encendió la luz y vio el rostro desencajado de Rafael.

—Vístete deprisa, la residencia está siendo asaltada, las cámaras de vigilancia indican que estamos rodeados. Coge tu pasaporte y nada más, saldremos por un túnel de emergencia. Los vigilantes de seguridad les entretendrán el tiempo necesario para que podamos huir —le explicó el español casi sin aliento.

Mientras se vestía atropelladamente, Donato atinó a preguntar:

—Y la hermana Agustina, ¿dónde está?

—Ella ya está fuera de peligro, se encuentra en otro lugar. Los demás compañeros se han quedado para enfrentarse a los intrusos.

—Pero no podemos abandonarlos —reflexionó el sacerdote en voz alta—. Yo me quedaré para ayudarles. El motivo de esta reyerta es porque me buscan a mí.

—¡Tú estás loco! Ellos saben lo que hacen, sopesan los riesgos y los asumen, están preparados para ello. Vamos, date prisa, debemos irnos ya —le apremió Menéndez.

En contra de lo que le dictaba el corazón, Cavalieri cogió el pasaporte, unas pocas ropas, el sobre con los documentos que Varelli le entregara antes de partir de Italia y acompañó a su interlocutor en la huida.

Se dirigieron hacia el sótano y allí, detrás de un mueble, se encontraba una puerta de emergencia. Una vez traspasada, los dos corrieron por un túnel algo rudimentario que los llevaría lejos de la residencia.

Casi mil metros después estaba la salida. Se trataba de una zona boscosa donde les esperaba un automóvil conducido por un miembro de la Comunidad.