La superiora de la Comunidad, acompañada por Donato Cavalieri y el español Rafael Menéndez, entró en una habitación donde una larga escalera de cemento descendía a una zona poco iluminada. De pronto, las luces se encendieron con intensidad y Donato observó cómo se abría una puerta metálica después de que la mujer marcara una clave en un teclado alfanumérico que estaba situado en la pared.
Había un estrecho túnel de paredes de hormigón y, al final del mismo, tres enormes puertas metálicas como la primera. A la derecha, otro teclado alfanumérico donde la superiora volvió a introducir un código que les franqueó el acceso.
Ante sus ojos apareció una espaciosa sala llena de mesas de trabajo donde una veintena de hombres y mujeres se encontraban realizando distintas tareas.
—Las personas que le presentaré pertenecen al área de estudios científicos. Por su propia seguridad, no le informaremos de sus nombres reales. Esta sala es la piedra angular de nuestra Comunidad —explicó Agustina a su invitado—. Aquí estudiamos y analizamos los diferentes enigmas que tenemos interés por resolver.
—¿Relacionados con qué? —quiso saber el padre Cavalieri.
La superiora eludió la pregunta y se apresuró a acercarse a una mujer que trabajaba en una mesa sobre la que se encontraban los que parecían ser unos documentos antiguos.
—Quiero que conozca a esta científica, la doctora Ele —dijo, iniciando las presentaciones.
La investigadora era menuda, de cabellos rubios y delicadas facciones. Extendió la mano para estrechar la del recién llegado. Después, Agustina se volvió hacia el visitante:
—La doctora, junto a un grupo de colaboradores, está analizando ciertos manuscritos antiguos y cotejándolos con otros.
—Acompáñenme —les invitó la científica.
En la mesa, debidamente protegidos y resguardados con cubiertas plásticas especiales libres de ácidos, varios manuscritos eran objeto de estudio.
—En este momento, hemos finalizado la recuperación de un material que nos han enviado —señaló la doctora—, y ahora lo estamos analizando.
—¿Sobre qué tema? —inquirió el sacerdote.
La doctora Ele dirigió la mirada hacia la superiora, en espera de su autorización para poder responder a la petición del joven. Entonces, la hermana Agustina hizo un leve gesto de asentimiento.
—Son escritos originales y fotografías de manuscritos de Isaac Newton —respondió.
—¿Los que se exhiben en la Universidad de Jerusalén, que tratan sobre la posibilidad de que el fin del mundo se produzca en 2060? —le preguntó Cavalieri.
—No. Son otros documentos inéditos de Newton —respondió con firmeza la doctora.
—¿Descubiertos recientemente?
—Se podría decir que sí. Además, son la confirmación de la teoría de su autor sobre la interpretación que hace del Libro de Daniel, que sostiene la hipótesis de que los días que describe este profeta son en realidad años y, por tanto, tendría sentido la suma del tiempo que se expresa para el cumplimiento de las profecías —explicó la doctora Ele.
—Eso ya lo afirmaba Newton en los manuscritos que se encuentran en Israel —intervino Menéndez, que hasta ese momento había permanecido en silencio.
—Sí, pero ahora tenemos otro material de mayor relevancia que debemos analizar. Por eso, solo he dicho que confirmarían algunas teorías de Newton sobre las profecías incluidas en el Libro de Daniel. En esto, debemos mostrarnos muy cautos —aclaró la investigadora—. Además, también debemos aplicarlo a la cuestión de las setenta semanas que vaticina Daniel y a los «tres tiempos y medio» de apostasía.
»En la interpretación de las profecías relacionadas con el tiempo, Newton sostenía que “los días de Daniel son años”. Él aplicó este principio a las setenta semanas, asegurando que el “día profético” es “un año solar” y que un “tiempo” en este vaticinio es equivalente también a un año solar.
»“Y los tiempos y las leyes fueron desde entonces dados en su mano por un tiempo y el medio de un tiempo, dos tiempos o tres tiempos y medio; es decir, por 1260 años solares, considerando un tiempo como un año calendario de 360 días, y un día por un año solar”.
»En las Sagradas Escrituras, se habla de la forma de contar el tiempo, los días y los años de manera diferente a la que estamos acostumbrados —indicó la científica.
A continuación levantó una carpeta, buscó una hoja determinada y le explicó antes de leer:
—El lenguaje profético del Libro de Daniel y el Libro de la Revelación, aun cuando están escritos en diferentes idiomas (arameo y griego), coincide en expresar tres «tiempos» y medio de esta manera:
Y hablará hasta palabras contra el Altísimo, y hostigará continuamente a los santos mismos del Supremo. Y tendrá intención de cambiar tiempos y ley, y ellos serán dados en su mano por un tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo (Daniel 7:25).
Y empecé a oír al hombre que estaba vestido de lino, quien estaba encima sobre las aguas de la corriente, mientras él procedió a levantar la [mano] derecha y la [mano] izquierda a los cielos y a jurar por Aquel que está vivo para tiempo indefinido: «Será por un tiempo señalado, tiempos señalados y medio. Y tan pronto como haya habido un fin de hacer añicos el poder del pueblo santo, todas estas cosas llegarán a su fin» (Daniel 12:7).
Pero las dos alas de la gran águila le fueron dadas a la mujer, para que volara al desierto, a su lugar; allí es donde es alimentada por un tiempo y tiempos y medio tiempo, lejos de la cara de la serpiente (Revelación 12:14).
—Algunos analistas han cuestionado la manera de contar el tiempo de Newton —puntualizó Rafael Menéndez.
—Es verdad, pero eso no quiere decir que estén en lo cierto —intervino la doctora Ele—. Otros lo han calculado de la misma forma en que Newton lo hizo, incluidas las Sagradas Escrituras, en varios pasajes y con distintas apreciaciones.
—¿Sobre eso están investigando ustedes? —intervino el sacerdote.
—En buena parte, sí —respondió la científica—, pero lo que estamos desarrollando es más extenso. Nos encontramos, mediante programas experimentales, introduciendo información en el cerebro de un equipo, digámoslo de una forma entendible, en una supercomputadora con tecnología avanzada que nos proporciona datos puntuales de algunos acontecimientos relevantes de la Historia, horas y fechas concretas del instante en que ocurrieron. Eso nos sirve para fijar, casi sin margen de error, un punto de referencia que nos permite «entrar» en el tiempo y en el momento exacto que queremos visualizar —explicó la doctora Ele.
—Todo eso es discutible y muy poco creíble —enfatizó Cavalieri.
—Perdone, padre, pero ya casi nada parece ser lo que en verdad es —dijo la científica.
—¿A qué se refiere? —inquirió el sacerdote.
—A que algunos avances científicos puestos en duda actualmente han sido constatados como evidencias hasta hace poco tiempo y han marcado los estudios y las creencias de muchos. Ahí tiene la teoría de la relatividad de Einstein como ejemplo. La Organización Europea para la Investigación Nuclear ha realizado recientemente un estudio, el experimento Ópera, según el cual unas partículas subatómicas llamadas neutrinos habrían alcanzado una velocidad ligeramente mayor a la de la luz. Aunque todo eso no fue más que un imperdonable error que sirvió para que muchos trataran de desprestigiar a Einstein.
—Me gustaría que me hablara de Newton —solicitó Cavalieri.
La mujer ni siquiera cuestionó su petición, estaba encantada de poder hablar con alguien de fuera de aquella organización en la que llevaba demasiado tiempo encerrada.
—La relatividad de Einstein no invalidó la física de Newton en cuanto a las velocidades humanas —declaró la científica, y comenzó a explicárselo.