El sacerdote perdido

En la secretaría de Franco Moretti, subdirector del servicio de espionaje del Vaticano, se había recibido un comunicado procedente de Estados Unidos: el sacerdote Donato Cavalieri había desaparecido sin dejar rastro.

La información llegó en un mensaje codificado enviado al departamento de Claves y Comunicaciones, cuyo remitente era Francesco Tognetto.

Uno de los ayudantes advirtió a sus colegas de que, lógicamente, esto provocaría el enfado de Moretti.

—En cuanto llegue monseñor, tendremos que informarle de lo ocurrido y soportar su enfado.

—¿Qué puede haber ocurrido? —preguntó otro de los secretarios.

—No lo sé, pero no deja de ser insólito que se nos pierda un sacerdote en Nueva York —respondió el aludido con una sonrisa en el rostro.

Se hizo el silencio en la sala, todos miraron con seriedad y reprobación al sonriente compañero. Este se sintió descolocado y culpable de haber hecho ese comentario fuera de lugar.

La mayoría de los presentes le hicieron notar su enfado.

—Tú hace poco tiempo que trabajas en la secretaría de monseñor Moretti, por eso no conoces la gravedad de la situación. El hermano del joven Cavalieri también desapareció, y días después fue encontrado brutalmente asesinado. Ten cuidado con lo que dices. No sabemos qué hay en el fondo de este asunto.

—Pido disculpas… No lo sabía… —balbuceó el aludido notablemente avergonzado.

Todos siguieron haciendo su trabajo en espera de la llegada del subdirector. Nadie se atrevía a volver a hablar sobre el tema.

Minutos después llegó monseñor Moretti. El más antiguo de sus colaboradores —su hombre de confianza— le comunicó que había llegado una información urgente que debía conocer inmediatamente.

El subdirector le pidió que entrara a su despacho para hablar. Al quedarse solos, el ayudante le comunicó los detalles de la desaparición del sacerdote en Nueva York. Esperaba alguna reacción de su jefe, pero este parecía muy tranquilo después de recibir la noticia.

—Bien, gracias —le dijo—, puedes retirarte, me ocuparé personalmente de este asunto.

El ayudante le dejó solo en el despacho y, en ese momento, una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de monseñor Moretti. Él sabía perfectamente dónde se encontraba Donato Cavalieri.

Una guerra silenciosa se estaba desarrollando en la Santa Sede; dos líneas se enfrentaban otra vez, separadas por una línea muy imprecisa que impedía distinguir cuál era la correcta. La primera batalla parecía haberla ganado el subdirector del espionaje del Vaticano.