La Comunidad

«Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación».

(Primera epístola del apóstol Pablo a los corintios, 14:34-35)

El automóvil ya había recorrido gran parte del trayecto y se dirigía a una finca ubicada en Kew Gardens, un barrio situado en Queens, cerca del club de tenis de Forest Hill.

Donato, sentado a su lado, trataba de reconstruir aquella insólita situación. El vehículo avanzaba por la avenida Metropolitan y, al llegar a la intersección con la calle Brevoort, giró a la derecha y avanzó más despacio hasta llegar a la calle Abingdon. Allí, ante una típica vivienda norteamericana de dos plantas con grandes ventanales, se detuvo.

—Es aquí —dijo Menéndez con tranquilidad—. Como puedes ver, no hay nada extraño. Te habrás dado cuenta de que no te hemos puesto una venda en los ojos para que no pudieras reconocer el recorrido y la ubicación de este lugar. Debes confiar en nosotros, todo es muy sencillo.

El italiano simuló pasar por alto la explicación y preguntó:

—¿A quién venimos a ver?

—A una persona que te dará las explicaciones que buscas —aclaró el interpelado—. Imagino todo lo que estará pasando en este instante por tu cabeza, pero no se me ocurre qué más hacer para que comprendas que ninguno de nosotros piensa hacerte daño.

—Bien —dijo Donato—. Ya estoy aquí, de nada vale entrar en mayores planteamientos. Entremos…

—Espera, no salgas todavía del vehículo —le interrumpió el otro acompañante—, debemos cumplir con el protocolo de seguridad.

Por un transmisor que llevaba en la mano, se comunicó con alguien de vigilancia apostado en las inmediaciones del lugar, y le preguntó si podían continuar.

—Pueden entrar directamente al garaje —fue la respuesta que recibieron a través del aparato.

—De acuerdo…, avancemos —resolvió el hombre, y con lentitud condujo el automóvil hasta el garaje de la vivienda.

La puerta automática se abrió para permitirles la entrada. Ya en el interior, Menéndez le indicó a su invitado que podían salir del vehículo. Caminaron por un estrecho corredor hasta llegar a una inmensa sala, que no tenía nada en su decoración y mobiliario que no llevara a pensar que se encontraba en el interior de una típica mansión norteamericana: alfombras y sillones de buena calidad, televisor de alta tecnología, y dos mesas y varias sillas de madera noble acordes con la elegante decoración del lugar.

Por otra de las puertas de acceso a la sala apareció una mujer de unos cuarenta años, de rostro demacrado y vestida con ropas sencillas, que contrastaba con el ambiente del lugar.

Donato observó con detenimiento a la recién llegada.

—Buenos días —saludó la mujer, y agregó—: Tomen asiento. La hermana superiora les atenderá enseguida. ¿Desean beber algo? ¿Café, té o agua?

Menéndez miró a Cavalieri esperando la respuesta de su acompañante, pero solo notó en este un leve movimiento de cabeza que dejaba claro que no le apetecía tomar nada.

—Gracias, pero no necesitamos nada por el momento. Esperaremos aquí —indicó Menéndez a la persona que les había recibido.

—Bien —dijo la mujer y abandonó la sala. Mientras esperaban, el italiano intentaba descubrir algunos aspectos sobre la hermana superiora que les atendería. ¿Dónde estaba? ¿Quiénes eran las personas que vivían allí dirigidas por esa mujer?