La Orden

Por fuera, el edificio ubicado en Via dei Corridori, cerca de la plaza de San Pedro en Roma, pasaba inadvertido para la mayoría de los que circulaban a diario por ese lugar. No tenía nada en su fachada gris que llamara la atención de los transeúntes o de los turistas que visitaban la ciudad.

En la tercera planta, se encontraba una enorme sala que esa noche se utilizaría para una reunión del grupo de estudios que dirigía el obispo norteamericano John Benton.

Dos hombres estaban preparando dicha reunión. Uno de ellos, a través de un teléfono móvil, estaba terminando de anunciar la convocatoria a los miembros del grupo.

Oficialmente para la Santa Sede, el grupo de estudios encabezado por el obispo Benton se dedicaba a investigaciones sobre santos norteamericanos, con el cometido de divulgar la vida, obra y milagros de los católicos en Estados Unidos. Con esta actividad, la Iglesia de Roma garantizaba su presencia frente a otras religiones con mayor número de fieles en ese país.

Según el orden del día, en la reunión se trabajaría en la preparación de un libro documental sobre la vida y obra de dos santas de origen estadounidense: Elizabeth Ann Bayley y Katherine Drexel.

La realidad, en cambio, era muy diferente: los miembros de ese selecto grupo sabían que todo eso no era más que una tapadera que les permitía trabajar en lo que realmente les interesaba sin despertar sospechas dentro del Vaticano.

El obispo Benton ya hacía mucho tiempo que había dejado de estar al servicio del Dios que está en los cielos y, aunque continuaba aparentando ser un fiel seguidor de los preceptos cristianos, ahora servía a otros amos, a esos que le habían prometido un reino terrenal más acorde con sus ambiciosos sueños de poder.

—Bueno, ya están todos informados de la reunión de esta noche —indicó el responsable de citar a los integrantes del grupo.

—Bien. Avisa al obispo de que ya está todo preparado, tal como él quería —respondió el otro colaborador.

—Sí, pero antes debo informarme, a través de nuestro contacto en Inteligencia, acerca de qué se sabe de Donato Cavalieri en Estados Unidos —manifestó el primero de los ayudantes—. El obispo me lo preguntará y debo contestarle.

—Pero el asunto Cavalieri ya está arreglado, pronto le dirán que el curso se ha suspendido definitivamente y no tendrá más remedio que regresar a Roma —señaló a quien aparentaba ser el encargado de cumplir las órdenes del obispo.

—Eso aún no está confirmado. Además, sabes bien que Benton se altera con facilidad si no se le informa con seguridad y al detalle. No estoy de humor para soportar sus gritos. Intentaré obtener toda la información antes de hablar con él.

—Parece que le tienes mucho miedo… —dijo sonriendo su interlocutor.

—Soy su ayudante personal y el único que aguanta sus ataques de ira cuando las cosas no salen como pretende —comentó con resignación el aludido.