Ya en vuelo, el joven teólogo abrió el sobre y comenzó a leer el material que le había entregado Varelli.
La universidad hebrea de Jerusalén había recibido, unas cuantas décadas atrás, unos manuscritos inéditos de Isaac Newton como legado de un coleccionista. En esos escritos se revelaban actividades muy poco conocidas del científico inglés, como la alquimia y el estudio de las Sagradas Escrituras. Por el análisis de la documentación, se confirmaba la obsesión de Newton por descifrar los misterios y las profecías del Libro de Daniel.
En el Vaticano, Camillo Cavalieri era uno de los investigadores más especializados en el Libro de Daniel y sus profecías, y quizás era la mayor autoridad en este tema. Cuando le informaron desde Israel de que habían aparecido escritos inéditos de Isaac Newton referentes al profeta Daniel, no lo dudó un instante, viajó a Jerusalén para analizar en profundidad esos documentos.
Del estudio de los mismos extrajo que, desde 1704, Isaac Newton se había dedicado con insistencia a la tarea de calcular la fecha del fin del mundo a partir de la investigación de una parte de la Biblia, en concreto del Libro de Daniel —un texto bíblico del Antiguo Testamento y, a su vez, del Tanaj hebreo—, que en la Biblia cristiana se ubica entre los libros de Ezequiel y Oseas.
Según sus cálculos, diferentes de los de algunas otras predicciones, el científico inglés vaticinó que el fin del mundo ocurriría 1260 años después de la refundación del Santo Imperio Romano por Carlomagno, a quien él asignaba un valor profético. Y, dado que Carlomagno había sido coronado como emperador en el año 800 d. C., quedaba claro que el fin del mundo según Newton sería en 2060, resultado de sumar 1260 a 800. O mejor dicho, a partir de ese año 2060, ya que en su profecía declaraba que:
Y los días de las bestias de corta vida siendo los años de reinos existentes, el periodo de 1260 días, si lo datamos desde la conquista completa de los tres reinos francos por Carlomagno en 800 d. C., terminará en 2060 d. C. Puede terminar después, pero no veo razón por la que terminara antes. Menciono esto no para asegurar cuándo será el tiempo del fin, sino para poner un alto a las apresuradas conjeturas de hombres fantasiosos que frecuentemente predicen el tiempo del fin y, al hacerlo, llevan las sagradas profecías al descrédito tan seguido como sus profecías fallan.
No se trataba de un asunto de menor importancia si lo aseguraba uno de los mayores científicos y matemáticos del mundo y si, además, se tiene en cuenta que era también un teólogo que había dedicado más de cincuenta años al estudio de la Biblia y sus contenidos, en los que, según afirmaba convencido, se encontraban las leyes divinas del universo.
Pero ¿quién era el profeta Daniel y por qué una eminencia científica como Newton se había interesado por él?
El profeta Ezequiel fue contemporáneo de Daniel y también estuvo cautivo en Babilonia «junto al río Quebar» (Ezequiel 1:1-3). En sus revelaciones a Ezequiel, Dios nombra a Daniel tres veces, lo que lo coloca en la misma categoría que Noé y Job. «Si estuviesen en medio de ella estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia librarían únicamente sus propias vidas, dice Jehová» (Ezequiel 14:14, 20, 28:3). Al nombrar Dios a Daniel en sus revelaciones, demuestra que este ya había hecho acto de presencia en el escenario del mundo durante el tiempo de la vida de Ezequiel, en el siglo VI antes de Cristo. Por lo tanto, el Daniel del Libro de Daniel no es un personaje ficticio, sino un varón israelita, contemporáneo del profeta Ezequiel, elevado por Dios mismo al rango espiritual de Noé y Job.
Los escritos que estaba leyendo Donato en el avión eran publicaciones que ya habían sido presentadas en distintos medios y que fueron recogidas por Varelli para agregarlas a los estudios de su amigo Camillo Cavalieri a fin de que sirvieran para ilustrar a su hermano.
Allí estaba un comentario sobre el historiador judío Josefo, que en su obra Antigüedades, XI, VIII, 5, decía que Alejandro Magno no destruyó la ciudad de Jerusalén porque el poderoso conquistador habría tenido conocimiento del Libro de Daniel y habría comprendido que algunas profecías del libro trataban de Grecia. Dado que Alejandro Magno murió en el año 324 a. C., se deduce que el Libro de Daniel fue escrito antes del referido año.
En el año 200 a. C., el Libro de Daniel ya estaba incluido en el canon del Antiguo Testamento. De haber sido escrito después del año 200 a. C., obviamente no lo habrían incluido en este canon de textos inspirados.
Cristo mismo validó la autenticidad del Libro de Daniel al decir: «Cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entiende)…» (Mateo 24:15). Es, pues, del todo evidente que Jesucristo mismo reconoce a Daniel como «profeta» verdadero. De haber sido el Daniel que escribió el libro que lleva su nombre un personaje ficticio, incuestionablemente Cristo no lo habría identificado como «profeta». Y si el Libro de Daniel hubiese sido un mero recuento de hechos ya acaecidos, o una colección de fábulas inventadas por algún impostor del siglo II a. C., seguramente Jesucristo lo habría sabido, y no lo habría citado para apoyar ninguna enseñanza o acontecimiento profetizado.
El volumen de sus escritos esotéricos equivale (más o menos) al de sus trabajos científicos. Newton conocía perfectamente la diferencia entre alquimia y química racional; sin embargo, se decidió por la primera. Entre sus búsquedas alquímicas figuraba el vegetable spirit, una parte de la materia (viva o mineral) «infinitamente ligera y de una pequeñez inimaginable sin la cual la tierra estaría muerta e inactiva».
Entre los diagramas cabalísticos que representaban la piedra filosofal, se encontró también un Index chemicus, donde el científico recopilaba todos los cuerpos conocidos por los alquimistas, así como una larga lista de frases extraídas de las Santas Escrituras acompañadas de sus significados en diversas lenguas.
Newton estaba convencido de que la doctrina antigua había sido viciada y buscaba su sentido original con la misma analítica e igual concentración que empleó en sus célebres trabajos científicos.
Para firmar sus trabajos, Newton empleaba un nombre «secreto», hermético, obtenido como anagrama de su nombre latinizado, Isaacus Neuutonus. Su nombre hermético era: Jeová Sanctus Unus.
Entre sus opiniones teológicas se encontraba la siguiente:
Debemos creer que hay solo un Dios o monarca supremo a quien debemos temer, guardar sus leyes y darle honor y gloria. Debemos creer que Él es el padre de quien provienen todas las cosas, y que ama a su pueblo como su padre. Debemos creer que Él es el pantocrátor, señor de todo, con poder y dominio irresistibles e ilimitados, del cual no tenemos esperanza de escapar si nos rebelamos y seguimos a otros dioses, o si transgredimos las leyes de su soberanía, y de quien podemos esperar grandes recompensas si hacemos su voluntad. Debemos creer que Él es el Dios de los judíos, quien creó los cielos y la tierra y todo lo que en ellos existe, como lo expresan los Diez Mandamientos, de modo que podamos agradecerle nuestra existencia y todas las bendiciones de esta vida, y evitar el uso de su nombre en vano o adorar imágenes o a otros dioses.
Allí, entre muchos manuscritos, había un trabajo al que Newton había dedicado muchos años de su vida: los Doce artículos sobre Dios y Cristo. En ellos, se reunían las creencias religiosas del matemático:
Artículo 1. Hay un Dios, el padre siempre viviente, omnipresente, omnisciente, todopoderoso, el hacedor de cielo y tierra, y un mediador entre Dios y hombre, el hombre Cristo Jesús.
Artículo 2. El padre es el Dios invisible a quien ningún ojo ha visto o puede ver. Todos los otros seres son a veces visibles.
Artículo 3. El padre posee vida en sí mismo y le ha concedido al hijo poseer vida en sí mismo.
Artículo 4. El padre es omnisciente y posee todo conocimiento originalmente en su propio seno, y comunica conocimiento de cosas futuras a Cristo Jesús y nadie en el cielo o en la tierra o bajo la tierra es digno de recibir conocimiento de cosas futuras inmediatamente del padre excepto el Cordero. Y por consiguiente, el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía y Jesús es la palabra o el profeta de Dios.
Artículo 5. El padre es inmutable, ningún lugar es capaz de llegar a estar más vacío o más lleno de Él de lo que lo está por la necesidad eterna de la naturaleza. Todos los otros seres pueden moverse de un lugar a otro.
Artículo 6. Todo culto (fuera oración, alabanza o agradecimiento) que se debiera al padre antes de la llegada de Cristo se le debe todavía. Cristo no vino para disminuir el culto a su padre.
Artículo 7. Las oraciones más eficaces son las dirigidas al padre en el nombre del hijo.
Artículo 8. Debemos rendir gracias al padre solo por crearnos y darnos comida y vestido y otras bendiciones de esta vida, y cualquier cosa que sea lo que le agradezcamos, o deseemos que Él haga por nosotros, se lo pedimos inmediatamente en el nombre de Cristo.
Artículo 9. No necesitamos orar a Cristo para que interceda por nosotros. Si oramos al padre correctamente, él intercederá.
Artículo 10. No es necesario para la salvación dirigir nuestras oraciones a nadie más que al padre en el nombre del hijo.
Artículo 11. Dar el nombre de Dios a ángeles o reyes no va contra el primer mandamiento. Rendir el culto del Dios de los judíos a ángeles o reyes va contra él. El significado del mandamiento es tú no adorarás a otros dioses excepto a mí.
Artículo 12. Mas para nosotros hay un solo Dios, el padre del que proceden todas las cosas y nosotros, y un Señor Cristo Jesús por el que todas las cosas son y nosotros por él. Es decir, debemos adorar al padre solo como Dios todopoderoso, y a Jesús solo como el Mesías, el gran Rey, el Cordero de Dios que fue muerto y nos ha redimido con su sangre y nos ha hecho reyes y sacerdotes.
Dentro del sobre, Donato Cavalieri también encontró un trabajo del norteamericano Martin Gardner, un filósofo de la ciencia y escritor nacido en 1914, quien, en uno de los artículos, se refería a la vida de Newton:
Newton era un devoto anglicano que creía firmemente que la Biblia era una revelación de Dios, aunque admitía que los textos originales habían sido muy deformados por la desaprensiva Iglesia de Roma.
Aceptaba al pie de la letra la versión del Génesis sobre la creación en seis días, la tentación y caída de Adán y Eva, el arca de Noé y el diluvio universal, la sangrienta redención a cargo de Jesús, su nacimiento de una virgen, la resurrección de su cuerpo y la vida eterna de nuestras almas en el cielo o en el infierno. Jamás dudó de la existencia de ángeles y demonios, y de un Satán destinado a ser arrojado a un lago de fuego el día del Juicio Final.
La pasión de Newton por la alquimia solo era superada por su pasión por las profecías bíblicas. Consumió cantidades increíbles de energía mental intentando interpretar las profecías de Daniel en el Antiguo Testamento y el Libro de la Revelación en el Nuevo. Dejó escritas más de un millón de palabras sobre este tema, y se consideraba el primero que había interpretado correctamente ambos libros. Al haber tenido tanto éxito en la resolución de algunos de los misterios del universo de Dios, dedicó su talento a intentar resolver los enigmas planteados por la Sagrada Palabra de Dios.
Newton estaba firmemente convencido de que los libros de Daniel y del Apocalipsis, correctamente descifrados, demostraban que la historia del mundo terminaría con la segunda venida de Jesucristo, seguida por su juicio a los vivos y los muertos.
En sus afirmaciones, Martin Gardner llegaba incluso más allá en sus opiniones personales:
Como millones de protestantes del siglo XVII, [Newton] creía que el papa era el anticristo profetizado en el Apocalipsis: una encarnación de Satán en su último e inútil intento de frustrar el plan de Dios para limpiar de pecado el universo.
Aceptaba la profecía que advierte de que, en los últimos días, los judíos regresarán a Jerusalén y se harán cristianos. A la llegada de Jesús, le seguirá un milenio durante el cual el Señor gobernará el mundo «con mano de hierro».
Sobre la segunda parte del libro de Daniel, el sabio inglés anunciaba el advenimiento de un nuevo reino del Señor: «Y una piedra cortada no con mano, que cayó sobre los pies de la imagen, y rompió los cuatro metales en pedazos, y llegó a ser un gran monte, y llenó toda la tierra, representa que se levantará un nuevo reino, después de los cuatro, y conquistará a todas aquellas naciones, y crecerá hasta ser muy grande, y durará hasta el fin de todos los tiempos».
Seis años después de la muerte de Newton, se publicó en Londres su obra Observaciones sobre las profecías de Daniel y del Apocalipsis de san Juan. El libro se reeditó en 1922, pero desde entonces, sorprendentemente, ha sido imposible encontrarlo.
Después de leer esos informes, el joven sacerdote italiano los volvió a guardar en el sobre, mientras se afanaba por entender lo que aún no había podido asimilar.