En el camino correcto

Cuando Donato recibió la orden de presentarse ante el subdirector Moretti, no imaginaba el motivo de la cita. Uno de los hombres que inspiraba más temor y respeto dentro de las paredes del Vaticano le recibiría en audiencia privada y esa era la causa de su inquietud.

Cinco minutos antes de la hora fijada, el joven sacerdote se presentó en la secretaría de Franco Moretti. Esperó casi media hora antes de ser recibido en el despacho del subdirector del espionaje vaticano. Entró con algo de temor en la amplia y luminosa estancia donde Moretti, sentado detrás de un gran escritorio de roble, le estaba esperando con una amplia sonrisa en el rostro.

Después de los saludos protocolarios, la conversación transcurrió por temas intrascendentes hasta llegar al verdadero motivo del encuentro.

—¿Cómo se siente en su trabajo? —le preguntó Moretti.

—Muy bien, monseñor —fue la tímida respuesta del sacerdote.

—Me alegro mucho —dijo el subdirector—. Estamos tratando de mejorar las condiciones de trabajo en su departamento de Claves y Comunicaciones. Es fundamental estar al día, sobre todo teniendo en cuenta los constantes avances que se producen a diario en el campo tecnológico…

Donato no sabía qué decir, solo podía asentir con la cabeza. ¿Por qué estaba allí, si ni siquiera era el jefe del departamento de Claves y Comunicaciones del Vaticano?

—He hablado con su superior directo, y estamos de acuerdo en que es necesario enviar a alguien del departamento a realizar algunos cursos de actualización. También ambos coincidimos en que usted reúne las mejores cualidades, y sería muy beneficioso que fuera usted quien asistiera a esos cursos —señaló Moretti.

Donato Cavalieri se quedó sin palabras.

—No ponga esa cara de incredulidad, tenemos plena confianza en usted.

—Se lo agradezco mucho, monseñor, perdone mi sorpresa… Por supuesto, me siento muy orgulloso de que hayan pensado en mí.

—Bien, entonces, no se hable más. Prepare sus asuntos pendientes aquí, ya que en quince días deberá ausentarse por un periodo de seis meses.

—Disculpe, monseñor… Pero ¿dónde se van a realizar los cursos?

Franco Moretti se levantó de su asiento, rodeó el escritorio hasta quedar delante del sacerdote y le respondió:

—En Estados Unidos, en Langley, Virginia, la sede de la CIA.

Cuando Donato salió de la reunión, deambuló sin rumbo por las calles de Roma. No lograba controlar sus emociones. Viajar a Estados Unidos, al cuartel de la CIA, la organización que, en su fuero interno, presentía que estaba directamente relacionada, de alguna manera, con la muerte de su hermano.

¿Estaría allí la respuesta? ¿Era casual que le enviaran exactamente al lugar adónde le habría sido imposible acceder por otros medios que no fueran el de esa oportuna designación de la Santa Sede? Dudaba enormemente de las casualidades. Parecía un peligroso juego preparado estratégicamente por alguien, pero, aunque fuera así, estaba decidido a participar para limpiar definitivamente la memoria de su hermano.