El arrepentimiento del agente secreto

En 2010, monseñor Franco Moretti ocupaba el cargo de subdirector general en el servicio de inteligencia papal. Algunas veces había observado a distancia los paseos por la plaza de San Pedro de monseñor Varelli y el joven sacerdote Cavalieri; los recuerdos le asaltaban y le provocaban cierto malestar. La angustia se apoderaba de todo su ser y él sabía muy bien por qué. Guardaba un secreto que le hacía sentirse miserable ante sí mismo.

Ocupaba un cargo relevante dentro del Vaticano, poseía cualidades para seguir ascendiendo, pero su conciencia le hostigaba cada día con más fuerza. Para llegar tan alto, había tenido que renegar de sus principios y guardar silencio ante perversas atrocidades en aras de una mejor convivencia con sus aliados norteamericanos.

Cada vez que veía el rostro de Donato Cavalieri, una sensación de vergüenza le invadía, porque, en definitiva, él tenía una idea sobre quiénes pudieron ser los responsables de la espantosa muerte del hermano del joven sacerdote. Aunque no supiera los entresijos, imaginaba perfectamente los motivos.

Era consciente de los enormes esfuerzos de Donato para esclarecer los hechos y limpiar el buen nombre de Camillo Cavalieri, pero él, como subdirector de los servicios secretos, tenía el compromiso de ocultar todo lo que sabía sobre el caso. El coste de mantener la buena relación con los norteamericanos resultaba demasiado caro para su honestidad y, aún más, para su vocación.

Muchas veces se cuestionaba las acciones que debía acometer en su cargo. ¿Era un servidor de Dios o un ejecutor de órdenes que, en muchos casos, le alejaban de los preceptos esenciales de la Iglesia?, se preguntaba constantemente sin obtener respuestas.

Inexplicablemente, cumplía con satisfacción su trabajo, pero, en cada acción que ejecutaba, se sentía impuro y, en muchas ocasiones, se encontraba rezando y pidiendo perdón al Altísimo, con el temor de no ser escuchado.

Día a día iba madurando un proyecto en relación con el tormentoso asunto de Camillo Cavalieri, el honesto sacerdote injustamente acusado de haber llevado una doble vida. La idea de restituir su buen nombre rondaba insistentemente en su cabeza. ¿No se trataría de un mensaje divino?, se preguntaba.