La revelación

El suave calor de la mañana primaveral en Roma logró elevar, momentáneamente, el ánimo del padre Donato Cavalieri mientras caminaba hacia su trabajo, aunque no tardaron mucho en aparecer los demonios personales con los que luchaba un día tras otro, que le hacían preguntarse incesantemente si estaba haciendo lo suficiente para limpiar el buen nombre de su hermano Camillo.

Donato había tenido acceso al expediente de su trágico fallecimiento, pero la documentación era escasa y, además, no aportaba nada nuevo respecto a lo que el informe de la policía y las conversaciones con antiguos compañeros de Camillo ya le habían dado a conocer sobre su muerte.

Había intentado una y mil veces que su mentor, el sacerdote Varelli, le ampliara detalles de lo ocurrido, pero el anciano se negaba a tratar con él el tema de la muerte de su amigo. Con ese silencio, Donato intuía que estaba intentando protegerle de algo, pero no sabía de qué.

Esa mañana, a la misma hora, Giacomo Varelli abandonaba la consulta del médico. El diagnóstico del médico confirmaba lo que él ya sabía. Su tiempo de vida tenía ya un límite fijado que no iba más allá de unos pocos meses.

No pensaba decirle nada a Donato para no preocuparle, pero, por otra parte, algo en su interior le repetía que el joven merecía saber otra verdad, la verdad sobre la muerte de su hermano, y no había nadie más que él para contársela.

Esa noche, como hacía a diario, Donato visitó a su tutor para interesarse por su salud. Le encontró muy demacrado, aunque con un infrecuente ánimo para conversar.

El anciano le pidió que se sentara, porque tenían que hablar. Mientras tanto, se encaminó hacia un armario del que sacó un voluminoso material distribuido en dos grandes carpetas. Regresó con fatiga a la sala y comenzó a explicarle.

—Lo que vas a escuchar, por más increíble que te parezca, tiene que ver con tu hermano. Es algo que quizá traspase los límites del entendimiento humano —manifestó, sintiendo cómo la tensión invadía el cuerpo de Donato—. Tal vez debía haberte contado todo esto antes, pero tenía miedo de que fuera perjudicial para ti, quería protegerte.

—¿Y por qué lo haces ahora? —inquirió el joven.

—Porque siempre he tenido miedo de que, con tu vehemencia y afán por descubrir la verdad, te metieras en problemas graves y terminaras igual que tu hermano. Ya no puedo hacer nada más para impedirlo y mi tiempo en esta tierra es más bien escaso. No es justo que siga ocultándote lo poco o mucho que puedo conocer del caso —dijo el anciano sacerdote.

Donato se emocionó, ese hombre que tenía delante era su única familia y le veía tan desmejorado físicamente y tan mayor que temía pensar que pronto le perdería para siempre.

—Debo empezar diciéndote que yo investigué, hasta lo que me fue posible, la muerte de Camillo —dijo el viejo sacerdote—, pero aún existen situaciones sin aclarar. Mi trabajo en la Secretaría de Estado me abrió muchas puertas y me dio acceso a diversos lugares y personas, muchas de las cuales me debían favores y silencios que he sabido guardar con discreción a lo largo del tiempo. Todo ello generó agradecimientos y complicidad.

Donato le escuchaba sin articular palabra, mientras su emoción iba en aumento.

—Tuve que forzar confidencias para llegar a conocer parte de lo ocurrido, pero la información que he obtenido nunca podrá salir a la luz pública, ya que ha sido revelada bajo la firme promesa de que ninguna de estas personas se vería involucrada —explicó el anciano—. Aquí, en estas carpetas, está todo lo que he ido recopilando durante años. Ahora es para ti. En estas páginas se encuentra una gran parte de la verdad; léelas con detenimiento.

Durante la charla, que se desarrolló a lo largo de varias horas, Varelli fue relatando muchos detalles del caso, hasta que el viejo sacerdote comenzó a mostrar evidentes signos de cansancio que Donato intentaba ignorar. Se encontraba ante la revelación que había deseado conocer desde la desaparición de Camillo.

—Para entender la vida de tu hermano —señaló Varelli—, debes leer los folios en el orden en que están. No debes apresurarte ni saltarte informes buscando explicaciones sin leer todo como está relatado aquí —dijo casi sin fuerzas el anciano.

Tras convencerle de que necesitaba descansar, Donato acompañó a su amigo al dormitorio, y lo dejó arropado en el lecho. Se sentó en un sillón de la salita, y se dispuso a leer los informes y los documentos que contenían las carpetas.

Allí se desgranaban los trabajos de su hermano junto a otros artículos publicados en la prensa y en internet todo aparecía mezclado y desordenado. Por ejemplo, se recogía el caso del sacerdote Marcello Pellegrino Ernetti, nacido en Rocca Santo Stefano en 1925 y fallecido en Venecia en 1994; también aparecía nombrado como Pellegrino Alfredo Maria Ernetti.

Según los documentos, Ernetti era un padre benedictino que se convirtió en uno de los exorcistas más famosos del Vaticano. También obtuvo reconocimientos como experto en música y como científico. Con apenas dieciséis años, Ernetti logró ingresar en la abadía veneciana de San Giorgio Maggiore. Posteriormente, tras realizar sus estudios como alumno ejemplar, obtuvo licenciaturas en Teología, Lenguas Orientales, Filosofía y Letras, Física Cuántica, así como la diplomatura en Piano, y a su vez se convirtió en un prolífico escritor. Sin embargo, los mayores reconocimientos le fueron otorgados por su labor docente sobre la música prepolifónica anterior al siglo XI, hasta el punto de que obtuvo la única cátedra que existía en esa época dedicada a esta materia.

A principios de la década de 1950, Ernetti se trasladó a Milán para poder estudiar la rama de la física que se ocupaba de la vibración de las voces, denominada oscilografía electrónica. Allí compartió investigaciones con el padre Agostino Gemefli y, un día de septiembre de 1952, mientras ambos se encontraban analizando la armonía de la musicalidad gregoriana, de pronto escucharon una extraña voz que salía del magnetófono. Gemefli la identificó como la voz de su difunto progenitor.

«Yo te ayudo. Siempre estoy contigo». Fue la frase que quedó allí registrada en respuesta a un ruego que realizaba de forma constante Agostino Gemefli a su padre fallecido. Hicieron todo tipo de investigaciones hasta que llegaron a la certeza de que no había dudas sobre lo que habían registrado. Estaban ante la primera psicofonía de la historia.

Donato Cavalieri leyó una antigua nota periodística que profundizaba en el descubrimiento de Ernetti y Gemefli: «Preocupados por las reticencias católicas ante el contacto con los muertos, los sacerdotes solicitaron audiencia a Pío XII, quien les tranquilizó asegurándoles que “la existencia de esta voz es un hecho científico que no tiene relación con el espiritismo. Lo que pasa es que se han registrado ondas sonoras procedentes de alguna parte. Este experimento quizá llegue a convertirse en la piedra angular de un gran hallazgo científico que posiblemente fortalecerá la fe de la gente a partir de ahora”. No obstante, el pontífice decidió mantener el descubrimiento en absoluto secreto». Aun así, los dos sacerdotes continuaron profundizando en esas investigaciones.

Donato comprendió que la investigación sobre Ernetti, en la que había participado su hermano, iba más allá de los límites de la imaginación. Todo parecía una locura difícil de asimilar, pero continuó leyendo los informes:

Tiempo después, Ernetti dijo haber participado en la creación y construcción junto con otros científicos —entre los que incluía, supuestamente, a Enrico Fermi y Wernher von Braun— de un cronovisor, una máquina que permitía captar imágenes y sonidos del pasado. El padre Ernetti aseguraba haber podido visualizar la fundación de Roma en el año 753 a. C. o ver cómo se destruían Sodoma y Gomorra. Ernetti manifestó poder recomponer el texto original de las Tablas de la Ley de Moisés y a su vez el Thyestes de Quinto Ennio. Aseguraba que se tenían imágenes y sonidos previos al suicidio de Hitler. También afirmó haber captado una imagen de Jesucristo durante su calvario en la cruz. Presuntamente, el Vaticano y el papa Pío XII en persona estaban en conocimiento de este invento.

Todo sonaba a fraude, a locura descabellada. ¿A qué conclusión habría llegado su hermano, después de interrogar a Ernetti?, se preguntaba el teólogo.

Con escepticismo, Donato continuó leyendo. Los fundamentos de este descubrimiento, según su inventor, se justificaban en el principio de la física clásica, según el cual «la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma». En un artículo se hablaba sobre el invento en el cual había participado Ernetti y se exponía que las ondas sonoras y visuales son energía y que, por ello, están sometidas a las mismas leyes físicas que la materia, las cuales una vez emitidas no se pierden, sino que se diluyen o decodifican. El artefacto inventado lograría acceder a las ondas luminosas y sonoras del pasado, conformándolas para reconstruir las mismas imágenes y sonidos que las integraron en su origen.

Entre los documentos, encontró páginas de periódicos y revistas de la época que se habían ocupado del tema. Allí, ante sus ojos, apareció un ejemplar del semanario italiano Domenica del Corriere, del 2 de mayo de 1972, con un titular que, en su momento, habría acaparado la atención de muchos: «Inventada la máquina que fotografía el pasado». Más adelante, se señalaba que un equipo de doce físicos, encabezados por un sacerdote, había creado un aparato capaz de fotografiar el pasado que incluso había llegado a registrar la vida entera de Cristo. Y daba pruebas de tan inaudita noticia con la publicación de una imagen del rostro sufriente de Jesús en la crucifixión. Leyó partes de la entrevista al padre Ernetti:

Padre Ernetti: Esta máquina puede provocar una tragedia universal.

Periodista: ¿Por qué?

Padre Ernetti: Porque priva de la libertad de palabra, la acción y el pensamiento; de hecho, incluso el pensamiento es una liberación de energía, por lo que se emitirá. Por medio de la máquina, usted sabrá lo que piensa el vecino o el oponente. Las consecuencias serían dos: o una masacre de la humanidad o bien surgiría una nueva moral. Es por eso que es necesario que estos dispositivos no estén disponibles para todos, sino que permanezcan bajo el control directo de las autoridades.

Por su parte, en otro artículo de prensa el padre Luigi Borello, que discrepaba con Ernetti, entendía que estaba claro que una invención como esta depararía sorpresas para el mundo. Si se puede reconstruir lo que sucedió, podrían resolverse todas las dudas, todos los crímenes, todas las conspiraciones. No habría ningún secreto, la vida privada desaparecería. Cada acción, en razón de que se convierte en energía, vaga por el espacio y podría ser recogida por cualquier persona con un cronovisor.

Donato quedó impresionado con las conjeturas que hablaban de la peligrosidad del cronovisor porque, si realmente funcionara, podría mostrar una historia distinta a la que conocemos y nos han contado y revelar que acontecimientos extraordinarios atribuidos a Jesús podrían haber sido inventados por sus discípulos y que los hechos considerados fundamentales en la Historia escrita y el nacimiento de las religiones nunca existieron.

Pero pensó que todo era información de conocimiento público y que tal vez serían solo conjeturas de sus autores, muy respetables, pero artículos que no profundizaban en el tema, se dijo para no preocuparse por un invento que en realidad no sabía si era real o ficción.

Otro artículo publicado en la red revelaba: «Tres meses después de la publicación de la noticia en el Domenica del Corriere, Ernetti quedó desacreditado cuando se descubrió que una imagen del rostro de Jesús que, según él, demostraba la viabilidad de su cronovisor no era más que la fotografía de un crucifijo venerado en el Santuario del Amor Misericordioso de Collevalenza, en Perugia».

Tiempo después, en otro trabajo periodístico se señalaba: «Han pasado muchos años sin que Ernetti comparezca ante los medios de comunicación. Lo más obvio sería pensar que estaba avergonzado; sin embargo, no todo va a resultar tan evidente. Cuesta creer que un hombre de su elevada talla intelectual y moral haya estado involucrado en un fraude tan burdo. A nadie le extrañaría que, de existir el ingenio capaz de recuperar el pasado, hubiera sido interceptado y vetada su difusión por parte de las autoridades civiles o religiosas, temerosas de las consecuencias derivadas de su utilización, ya que con él se podrían desvelar la mayoría de los secretos de grandes personajes y se resolverían, de igual manera, casi todas las incógnitas históricas. Como han afirmado algunos, “sería posible, por ejemplo, contemplar los milagros de Jesús”. Pero ¿y si se descubriera, por ejemplo, que tales prodigios no sucedieron tal como nos han contado, sino que fueron un invento de sus discípulos? Entonces se produciría una crisis religiosa sin precedentes».

En otra publicación se decía: «Ernetti ha declarado que la Iglesia le ha puesto una mordaza para impedirle hablar. Desprestigiar su trabajo resultaba muy fácil para la jerarquía eclesiástica. Además, de este modo se garantizaba la burla de la opinión pública al investigador y a su trabajo, asegurándose el dominio omnipotente del Vaticano sobre el invento. Pero aún hay más. En 1965, el diario Il Giorno difundió que los servicios secretos del Vaticano, en colaboración con los del contraespionaje italiano, detuvieron a un ingeniero llamado Antonio Beretta bajo la sospecha de que trabajaba para el KGB. Lo cierto es que el arrestado era un experto en la teoría de la relatividad que había trabajado durante ocho años al servicio del padre Ernetti. La única información que podía haber vendido a los soviéticos habría sido la relacionada con las actividades desarrolladas en el laboratorio de Ernetti, en San Giorgio Maggiore».

En una parte de la información se señalaba algo que implicaba a la Unión Soviética: «Durante un congreso internacional, un funcionario del Ministerio del Interior soviético, Sergei Antonov, confió a un delegado occidental que “los propios trabajos de nuestros físicos nos inducen a pensar que el equipo de San Giorgio ha debido de realizar ya la grabación en magnetófono de la explosión de Sodoma y Gomorra, así como la inscripción de las Tablas de la Ley en el Sinaí”». Y en un artículo publicado por el diario ruso Pravda, se leía: «Las investigaciones sobre la reconstrucción del pasado efectuadas en Italia bajo el control del Vaticano y del Ministerio del Interior están mucho más avanzadas de lo que se ha difundido. Es un trabajo fuertemente vigilado por los servicios secretos del Vaticano».

Donato Cavalieri entendía que la presión y el desprestigio se habían utilizado para hundir a Ernetti. Pero no se explicaba por qué, si todo era verdad, el sacerdote había hecho público su trabajo. Era un enigma que tal vez habría descubierto su hermano.

Además, otros hechos complicaban aún más la historia. El descubrimiento no habría sido de Ernetti, sino de otro religioso, el padre Luigi Borello, quien en todo momento había desacreditado el trabajo y la supuesta invención de Pellegrino Ernetti.

Borello señalaba que, a partir de una idea de Albert Einstein en su teoría de los neutrinos, se podía confirmar que toda materia inanimada posee la capacidad de «almacenar».

Luigi Borello habría desarrollado una técnica que permitiría ver y oír aquello que ha quedado memorizado en las partículas de la materia inanimada. Su teoría divergía de la de Ernetti: «No solo los animales tienen memoria. El rastro de una señal luminosa o de un sonido quedaría también impreso en la materia inanimada. Una piedra recuerda, pero no tiene manera de comunicarlo». Sin embargo, las conclusiones de ambos sacerdotes eran idénticas: «Cada vez que los sonidos o imágenes afectan a la materia, que se transforma en parte en energía estática, pueden ser de nuevo recreados como una forma de energía aún desconocida».

En los documentos guardados cuidadosamente por Varelli, se indicaba que Ernetti había presentado los resultados de sus descubrimientos al papa Pío XII y también a otros científicos y cardenales, y la conclusión había sido unánime: era peligroso para la humanidad, por lo que se le prohibía hablar de ello.

¿Qué descubrió Camillo Cavalieri en los interrogatorios practicados a Pellegrino Ernetti? ¿En qué podría relacionarse esta investigación con su propia muerte?

Las horas iban pasando, y la luz del amanecer se filtraba por el ventanal de la sala. Donato vio aparecer a su amigo y tutor, que venía a invitarle a desayunar.

—Antes te pido que me aclares algunas dudas —suplicó Donato.

—Dime.

—¿En qué oficina o departamento trabajaba Camillo?

—Debo decirte que tu hermano trabajaba al margen de nuestros servicios de inteligencia, no informaba de sus investigaciones al director o al jefe de ese sector, solo al papa. —Y agregó—: Eso despertaba algunos celos dentro de los servicios.

—¿Qué relación existe entre el cronovisor y el fallecimiento de mi hermano?

Giacomo Varelli había tomado la firme decisión de contarle todo al joven, de hablarle de todas sus sospechas y certezas sin omitir nada.

—La aparición del cronovisor generó el interés de múltiples potencias extranjeras, los servicios rusos, por ejemplo, pero fue Estados Unidos la que obtuvo, de primera mano, parte de la información. Sus científicos trabajaban de manera independiente desde muchos años antes en un experimento similar que ya estaba, en la época que nos ocupa, en la fase final de desarrollo, pero con escaso éxito —explicó el anciano.

—Sigue contándome —rogó Donato.

—Yo he hablado con varios físicos que creían en la posibilidad de la existencia del cronovisor, pero muchos otros eminentes investigadores siempre negaron de plano esa posibilidad, explicándome que el supuesto cronovisor se basaba en la idea de que existe una sustancia sutil que llena el vacío en la que quedarían grabadas las ondas de energía de algunos acontecimientos. En realidad, todos ellos quedan grabados, pero con el tiempo su energía se dispersa, no desaparece. Es la misma idea en la que se basan las psicofonías de las que hablaban Ernetti y otros científicos, es decir, algo queda registrado como energía y por su gran impacto es posible recuperarlo sin apenas distorsiones. El cronovisor sería una cámara de fotos del éter, se trata de encontrar el lugar del éter donde aquel acontecimiento quedó grabado y limpiar toda la energía que se haya ido acumulando en esa parte del éter con el paso del tiempo.

—Concrétame qué función cumpliría el éter en este caso —le requirió Donato.

—No soy un experto, pero he estudiado el tema en profundidad —objetó el anciano, pasando a contarle lo que había averiguado—. Algo similar al éter ya fue postulado por Aristóteles para poder explicar la existencia de movimiento más allá de la esfera lunar. Aquí, en la Tierra, basta con los cuatro elementos básicos: aire, fuego, tierra, aire; pero, más allá, es necesaria una sustancia más perfecta, capaz de mantenerse inalterable: en la traducción de Aristóteles es la quinta esencia.

»En la Edad Media, la Iglesia y el pensamiento tomista recuperaron la teoría de la existencia de esta sustancia para convertirla en una especie de comodín para explicar cómo se propaga la luz o para rellenar aquellos agujeros negros de los que no puede saberse qué contienen. Para la Iglesia, el vacío es una suerte de herejía, puesto que Dios creó un mundo lleno. Pero si todo está repleto, entonces no es posible el movimiento. Por eso el éter es tan útil, es muy ligero además de ser enormemente elástico.

»El éter es la quinta esencia de Aristóteles, gozaba de gran popularidad como hipótesis hasta que, en el año 1887, los físicos Michaelson y Morley hicieron un experimento para calcular la densidad y el movimiento propio del éter. Conclusión: el experimento arrojaba un resultado absurdo, es decir, no existía el éter.

»La física actual ha rechazado la idea del éter (lo cual no quiere decir que no exista, simplemente que es una suposición no necesaria para explicar fenómenos como la luz).

—¿Dónde se encuentra la relación de todo esto con mi hermano? —reiteró Donato Cavalieri.

—En que los norteamericanos sospechaban que el cronovisor del Vaticano había sido una filtración de sus investigaciones sobre un proyecto que realizaban en secreto la NASA, el Pentágono y la CIA. El supuesto invento, que según ellos ya desarrollaban basándose en otros principios, apareció y se hizo público a través de las declaraciones de Ernetti. ¿Quién les había traicionado?, se preguntaban, sospechando que algunos de sus científicos habían entregado las pruebas y planos del aparato a los servicios secretos del Vaticano. Además, si era secreto, ¿por qué Ernetti contó a la prensa su descubrimiento? Pero surgió otra versión que señalaba que todo sería una estratagema de los servicios de inteligencia norteamericanos; ellos no tendrían ninguna máquina de fotografiar el pasado, solo buscaban apoderarse del invento de Ernetti.

—Sigo sin entender dónde encaja mi hermano en todo esto —puntualizó el joven sacerdote.

—La CIA, la NASA y el Pentágono sabían que Camillo había realizado la única investigación rigurosa y profunda sobre Ernetti y su cronovisor. Sus averiguaciones secretas, solo conocidas por Pablo VI, quien ordenó guardar estricto silencio sobre el tema, podrían aclarar dónde se encontraba la verdad o la mentira. Era demasiada casualidad que se estuviera trabajando en investigaciones similares; y tu hermano, aparte de Ernetti y sus supuestos colaboradores, era el que mejor conocía el asunto. Creo que los norteamericanos ocultan información sobre lo que le ocurrió a Camillo. Además, en los mentideros se inventaban o se magnificaban los hechos; incluso se afirmaba que Ernetti le habría pedido a tu hermano que guardara un informe que contenía las pruebas fehacientes que demostraban que su invento era propio y que realmente funcionaba. También se aseguraba que Camillo era depositario del único plano de la máquina que quedaba, ya que Pablo VI habría ordenado que se destruyera toda prueba de los experimentos.

—¿Nunca le preguntaste a Camillo sobre la existencia de ese informe? —preguntó el hermano.

—Varias veces, pero su rostro se turbaba y me decía que no debía hablar sobre el tema, que tenía prohibido hacerlo —respondió el anciano.

—Lo que no entiendo —razonó el joven sacerdote— es por qué los norteamericanos no intentaron acercarse directamente a Ernetti, como hicieron con mi hermano.

—Con Ernetti les hubiera resultado imposible intentar algo sin ser descubiertos, nuestro servicio secreto lo tenía vigilado día y noche —aclaró Varelli—. En esos años no existían relaciones diplomáticas con Estados Unidos, y cualquier acto de presión a un sacerdote dentro de Roma habría desencadenado un escándalo de proporciones inimaginables.

Donato se quedó desolado, ambos estaban muy lejos todavía de la verdad, que en realidad era muy diferente de lo que ellos intuían hasta el momento. Lo único que creían probable era que la CIA, la NASA y el Pentágono podrían estar implicados en el trágico final de Camillo Cavalieri.