«El mejor y más efectivo servicio de espionaje que conozco en el mundo es el del Vaticano»
SIMON WIESENTHAL
Desde el restablecimiento de las relaciones, varios miembros de la curia romana fueron enviados a Estados Unidos, concretamente a Langley, Virginia, para recibir un curso de formación en la academia de la CIA.
Entre las sombras del Vaticano, movía los oscuros hilos un hombre a quien el pontífice polaco había designado como su primer agente en asuntos reservados: Luigi Poggi, el sacerdote que dirigía los servicios secretos de la Santa Sede. Este había realizado con éxito investigaciones sobre la Europa comunista y mantenía estrechas relaciones con el Mosad y la CIA, entre otras importantes agencias de espionaje internacional.
Luigi Poggi, hermético y analítico, era el hombre ideal para el cargo que desempeñaba. Había organizado, entre otras, delicadas misiones de negociación en Varsovia, así como reuniones secretas en Praga y en Moscú con miembros del Politburó.
Nacido el 25 de noviembre de 1917 en Piacenza, Italia, Poggi había realizado en esa ciudad todos sus estudios previos a la ordenación sacerdotal, hasta que fue enviado después a Roma, en 1944, para especializarse en diplomacia en la Academia Pontificia Eclesiástica.
Durante sus años de servicio, ostentó altos cargos dentro del clero romano, siempre bajo las órdenes directas de varios papas que habían confiado totalmente en sus consejos. Con la llegada de Juan Pablo II, ocupó un cargo que, curiosamente, no aparece en ninguna de sus biografías personales: jefe de los servicios secretos de la Santa Sede.
El servicio de espionaje del Vaticano data de varios siglos atrás, y fue designado con distintos apelativos a lo largo de su historia. Fue creado en 1566 por Pío V y se conoció como Santa Alianza. En 1913, a instancias de Pío X, se creó el servicio de contraespionaje, que recibió el nombre de Sodalitium Pianum.
El exjefe de los servicios secretos del Vaticano a mediados del siglo XVII, el cardenal Paluzzo Paluzzi, manifestó: «Si el papa ordena liquidar a alguien en defensa de la fe, se hará sin preguntar. Él es la voz de Dios y nosotros, su mano ejecutora».
Desde operaciones secretas en territorio italiano o en cualquier otro lugar del mundo, la mano secreta del Vaticano había intervenido en asesinatos de reyes, ejecuciones de enemigos de la fe, desestabilizaciones de gobiernos, secuestros, financiación del terrorismo al servicio de sus fines y fomento de estrechos lazos con la mafia internacional para blanquear dinero, entre otras muchas actividades non sanctas.
Después del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, en 1984, monseñor Poggi se presentó ante Su Santidad con una petición concreta de la CIA.
La inteligencia norteamericana le solicitaba que enviara a Estados Unidos a un teólogo de relevancia que ejercía su cargo en Roma, el padre Camillo Cavalieri, para analizar unos supuestos escritos antiguos en arameo descubiertos en una excavación cercana a Jerusalén por investigadores estadounidenses.
La experiencia de Poggi le indicaba que se trataba de una petición inusual y a la vez extraña: el sacerdote Cavalieri era un teólogo investigador que jamás había aparecido como referencia en ningún documento del Vaticano, ya que habían evitado exponerlo públicamente debido precisamente a eso, a que sus trabajos e investigaciones se desarrollaban en el entramado de asuntos confidenciales de la Iglesia católica sobre los que, lógicamente, debía mantenerse una estricta reserva y silencio.
«No, decididamente no es el teólogo que debemos enviar a Estados Unidos —pensó el sacerdote—, propondremos otro nombre», se dijo a sí mismo, para después preguntarse por qué los estadounidenses tendrían tanto interés por este sacerdote anónimo y desconocido.
Cavalieri no debía salir de Italia, era un miembro selecto de la curia. Además, figuraba entre los pocos elegidos que conocían y habían investigado uno de los secretos mejor guardados por la Santa Sede.
Propusieron a otro teólogo a la CIA para enviarlo a Estados Unidos como asesor, pero recibieron inmediatamente una respuesta en clave rechazando el cambio de persona. Parecía que todo se iba a quedar como estaba.