La noticia se conoció en Roma a través del periódico L’Osservatore Romano, que, en su edición del 9 de enero de 1984, informaba ampliamente de que, después de 116 años, se restablecían las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Estados Unidos.
Días después, Giacomo Varelli contaba sobre su escritorio con una gran cantidad de periódicos norteamericanos en los que aparecía publicada la noticia. En algunos de ellos ocupaba grandes espacios, dándole una relevancia que contrastaba con otras publicaciones donde la información sobre el tema se resumía en unas pocas líneas.
Debía preparar un dosier que incluyera el tratamiento que los medios de prensa estadounidenses le daban a la recuperación de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
Observó con cierta preocupación las reacciones de las iglesias protestantes, de los baptistas, de los adventistas del séptimo día y de los evangélicos, que alzaban sus voces con enfado manifiesto, e incluso habían lanzado anuncios de corte bastante agresivo en la prensa para hacer público su desacuerdo con el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y el Vaticano.
Señalaban —según pudo saber el sacerdote— que con ese reconocimiento se violaba la Constitución estadounidense, ya que dotaba a la Iglesia católica de una posición privilegiada en detrimento de las demás religiones. Asimismo, amenazaban con llegar hasta las últimas consecuencias para impedir lo que ellos entendían como una amenaza a la libertad de culto.
«Estas reacciones están dentro de lo previsto», pensó al recordar un informe confidencial preparado por los investigadores del servicio secreto de la Santa Sede que había circulado de forma reservada entre algunos miembros del clero con participación directa en la elaboración del acuerdo con el gobierno norteamericano.
Varelli era consciente de que, dentro del propio clero romano, existían detractores de la normalización de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, pero ese era un asunto que les correspondía dirimir a otros y no a él. Comenzó a redactar su informe, recortando los artículos periodísticos que incluiría en el dosier para después fotocopiarlo y enviarlo a los miembros de la Comisión Pontificia del Estado Vaticano y a los investigadores del servicio secreto.
Le esperaba una larga jornada de trabajo en su despacho, clasificando las noticias para, posteriormente, traducirlas del inglés al italiano.