A doña Luisa Fernanda Rudi, presidenta del Congreso de los Diputados, que me presentó el primer tomo de esta trilogía.
A don Florencio Izuzquiza, que, a sus 88 años, me habló de la luna roja.
A mi prima M.ª Rosa Pérez de Irisarri, que mantuvo denodada guerra contra puntos y comas.
A Elvira y Mirentxu Solans, que nacidas gemelas, me hablaron de ellas y me prestaron generosa ayuda para perfilar los personajes de las marquesas de Alta Iglesia.
A Silvia Querini, que me dejó libertad y me ató corto para que consiguiera acabar este libro.
A Emilio Rived, que me explicó cómo salvar un cerezal de la helada.
Al doctor Fernando Orbañanos Celma, que siguió enfermando, sanando y aliviando a mis personajes.