Capítulo 52

FAITH se había enfundado unos vaqueros y una sudadera y estaba sentada en la cama mirándose los pies descalzos. El sonido de la motocicleta se había apagado como engullido por un enorme vacío. Echó un vistazo a la habitación y le pareció que Lee Adams nunca había estado allí, que jamás había existido. Había dedicado mucho tiempo y esfuerzo al intentar librarse de él y, ahora que se había marchado, sentía que toda su alma se veía arrastrada al vacío que Lee había dejado tras de sí.

Al principio creyó que el ruido que oía en la casa silenciosa se debía a los movimientos de Buchanan. Luego pensó que quizá Lee hubiera regresado. De hecho, le había parecido oír la puerta trasera.

Cuando se levantó de la cama se le ocurrió de repente que no podía tratarse de Lee porque no había oído la motocicleta entrar en el garaje; una vez que la asaltó la idea, el corazón empezó a latirle de forma descontrolada.

¿Había cerrado la puerta con llave? No se acordaba. Sabía que no había activado la alarma. ¿Acaso Danny estaba dando vueltas por la casa? Por algún motivo, Faith tenía la certeza de que no era él.

Se acercó despacio a la ventana y miró al exterior al tiempo que aguzaba el oído al máximo. Sabía que el ruido no era fruto de su imaginación. Alguien había entrado en la casa, de eso no le cabía la menor duda. En ese preciso instante, alguien se encontraba dentro. Escudriñó el pasillo. En el dormitorio que había utilizado Lee había otro panel de control de la alarma. ¿Podría llegar hasta él, activar el sistema y el detector de movimiento? Se arrodilló y gateó por el corredor.

Connie y Reynolds habían entrado por la puerta trasera y se habían internado en el pasillo de la planta baja. Connie apuntaba al frente con la pistola. Reynolds iba detrás de él, sintiéndose desnuda e impotente sin su arma. Abrieron todas las puertas de la planta baja pero encontraron todas las habitaciones vacías.

—Deben de estar arriba—susurró Reynolds al oído de Connie.

—Espero que haya alguien —le respondió él en voz baja y con una entonación que no presagiaba nada positivo.

Los dos se quedaron petrificados al percibir un ruido procedente del interior de la casa. Connie señaló la planta superior con el dedo y Reynols asintió para mostrar su conformidad. Se acercaron a las escaleras y subieron. Afortunadamente, los escalones estaban enmoquetados y amortiguaron el sonido de sus pasos. Llegaron al primer rellano y se detuvieron, escuchando con atención. Silencio. Siguieron avanzando.

Por lo que alcanzaban a ver, la planta estaba vacía. Caminaban a lo largo de la pared, volviendo la cabeza casi a la vez.

Justo encima de ellos, en el pasillo superior, Faith yacía boca abajo en el suelo. Se asomó al borde del descansillo y experimentó un ligero alivio al ver que se trataba de la agente Reynolds. Cuando avistó a los otros dos hombres que subían por las escaleras desde la planta baja, todo el alivio se esfumó.

—¡Cuidado! —gritó Faith.

Connie y Reynolds se volvieron para mirarla y dirigieron la vista hacia donde señalaba. Connie apuntó con la pistola a los dos hombres, quienes también tenían encañonados con sus armas a ambos agentes.

—FBI —rugió Reynolds a los hombres de negro—. Suelten las armas. —Normalmente, cuando daba esa orden, se sentía bastante segura de la respuesta. En aquel momento, teniendo en cuenta que eran dos pistolas contra una, no tenía tanta confianza.

Los dos hombres no dejaron caer las armas. Continuaron avanzando mientras Connie ponía la pistola en dirección a uno y otro hombre alternativamente.

Uno de ellos alzó los ojos hacia Faith.

—Baje aquí, señorita Lockhart.

—Quédate ahí arriba, Faith —dijo Reynolds, mirándola fijamente—. Ve a tu habitación y cierra la puerta con llave.

—¿Faith? —Buchanan apareció en el pasillo, despeinado y con ojos somnolientos.

—Usted también, Buchanan. Ahora —ordenó el mismo hombre—. Baje.

—¡No! —gritó Reynolds, desplazándose hacia adelante—. Escúchenme bien, una unidad de elite viene en camino. La hora prevista de llegada es dentro de dos minutos. Si no sueltan las armas inmediatamente, les sugiero que echen a correr si no quieren vérselas con esos tipos.

El hombre sonrió.

—No va a venir ninguna unidad de elite, agente Reynolds.

Reynolds no fue capaz de ocultar su sorpresa, que aumentó sobremanera al escuchar las siguientes palabras del hombre.

—Agente Constantinople —dijo él dirigiéndose a Connie—, ya puede marcharse. La situación está bajo control, pero agradecemos su ayuda.

Lentamente, Reynolds se dio vuelta y contempló a su compañero boquiabierta y totalmente consternada.

Connie le devolvió la mirada con una clara expresión de resignación en el rostro.

—¿Connie? —Reynolds tomó aire con rapidez—. No puede ser, Connie. Por favor, dime que no.

Connie toqueteó la pistola y se encogió de hombros. Poco a poco distendió su postura.

—Mi plan era que salieras viva de ésta y que te readmitiesen. —Se volvió hacia los otros dos hombres. Uno de ellos sacudió la cabeza con decisión.

—¿Eres tú el infiltrado? —preguntó Reynolds—. ¿Y no Ken?

—Ken no era un espía —contestó Connie.

—¿Y el dinero de la caja de seguridad?

—Procedía de su comercio de cromos y monedas. Pagaba siempre en efectivo. De hecho participé en algunas operaciones con él. Yo estaba al corriente de todo. Engañaba a Hacienda. ¿Qué más daba? Mejor para él. De todos modos, la mayor parte de ese dinero iba a parar a las cuentas para la universidad de sus hijos.

—Me hiciste pensar que él era el responsable de las filtraciones.

—Claro, no quería que pensaras que era yo. Es obvio que eso no habría resultado demasiado positivo.

Uno de los hombres corrió escaleras arriba y desapareció en uno de los dormitorios. Salió al cabo de un minuto con el maletín de Buchanan. Condujo a Faith y a Buchanan escaleras abajo. Abrió el maletín y extrajo el casete. Reprodujo parte de la grabación para confirmar su contenido. Acto seguido, rompió el casete a la fuerza, sacó la cinta y la lanzó a la chimenea de gas antes de accionar el interruptor. Todos observaron en silencio cómo la cinta se convertía en una masa pegajosa.

Mientras Reynolds presenciaba la destrucción de la cinta no pudo evitar pensar que tenía ante sí los últimos minutos de su vida. Miró a los dos hombres y luego a Connie.

—¿Entonces nos han seguido hasta aquí? No he visto a nadie —dijo con amargura.

Connie negó con la cabeza.

—Tengo un micrófono en el coche. Lo han escuchado todo. Nos dejaron encontrar la casa y luego nos siguieron.

—¿Por qué, Connie? ¿Por qué te convertiste en un traidor? Connie pareció reflexionar en voz alta.

—He dedicado veinticinco años de mi vida al FBI. Veinticinco años de buen servicio y todavía estoy en la primera casilla, todavía soy un don nadie. Te llevo doce años de ventaja y eres mi jefa. Porque no quise participar en la farsa política al sur de la frontera. Como no quise mentir ni hacerles el juego me cerraron las puertas de los ascensos. —Negó con la cabeza y bajó la vista.

Volvió a posar los ojos en ella con expresión de disculpa.

—Entiende que no tengo nada contra ti, Brooke. Nada de nada. Eres una agente excelente. No quería que esto terminara así. El plan era que nosotros nos quedáramos fuera y que estos tipos hicieran el trabajo. Cuando me hubieran dado luz verde, habríamos entrado y encontrado los cadáveres. Tú habrías recuperado tu buen nombre y todo habría salido bien. El hecho de que Adams se largara de ese modo nos fastidió el plan. —Connie miró con cara de pocos amigos al hombre de negro que lo había llamado por su nombre—. Pero si este tipo no hubiera dicho nada, quizá se me habría ocurrido alguna manera de que te marcharas conmigo.

El hombre se encogió de hombros.

—Lo siento, no sabía que fuese importante. Pero más vale que se marche. Está amaneciendo. Dénos media hora. Luego puede llamar a la policía. Invente la historia que quiera para las noticias.

Reynolds no apartó la vista de Connie.

—Permíteme que invente una historia para ti, Connie. Es la siguiente: encontrarnos la casa. Yo entro por la parte delantera mientras tú cubres la parte posterior. No salgo. Oyes disparos, entras y nos encuentras a todos muertos. —A Reynolds se le quebró la voz al pensar en sus hijos, en el hecho de no volver a verlos—. Notas que sale alguien y disparas hasta vaciar el cargador. Pero no lo alcanzas, vas tras él, casi te mata pero, por fortuna, logras salir con vida. Llamas a la policía, llegan. Telefoneas a la central y les pones al corriente de la situación. Envían a más hombres. Te critican un poco por venir aquí conmigo pero lo único que hacías era apoyar a tu jefa. Lealtad. ¿Cómo podían culparte? Investigan y nunca consiguen una respuesta satisfactoria. Probablemente piensan que yo era la infiltrada, que me dejé sobornar por dinero. Puedes decirles que fue idea mía venir aquí, que sabía exactamente adónde ir. Entro en la casa y me vuelan la tapa de los sesos. Y tú, pobre inocente, casi pierdes la vida. Caso cerrado. ¿Qué le parece, agente Constantinople? —Casi escupió esas últimas palabras.

Uno de los hombres de Thornhill miró a Connie y sonrió.

—A mí me parece bien.

Connie no le quitó ojo a Reynolds.

—Lo siento, Brooke, de verdad que lo siento.

A Reynolds se le saltaron las lágrimas y se le volvió a quebrar la voz al hablar.

—Dile eso a Anne Newman. Díselo a mis hijos, ¡cabrón! Cabizbajo, Connie pasó junto a ellos y empezó a bajar las escaleras.

—Acabaremos con ellos aquí, uno por uno —dijo el primer hombre. Señaló a Buchanan—. Usted primero.

—Supongo que ésa fue una petición especial de vuestro jefe —comentó Buchanan.

—¿Quién? Quiero un nombre —exigió Reynolds.

—¿Qué más da? —dijo el segundo hombre—. No vivirá para testificar…

En cuanto hubo pronunciado esas palabras una bala lo alcanzó en la parte posterior de la cabeza.

El otro hombre se dio vuelta rápidamente e intentó apuntar con la pistola, pero fue demasiado tarde y recibió un impacto en pleno rostro. Cayó sin vida junto a su compañero.

Connie subió de nuevo las escaleras mientras todavía salía humo de la boca de su pistola. Bajó la mirada hacia los dos hombres muertos.

—Ésta va por Ken Newman, capullos de mierda. —Levantó la vista hacia Reynolds—. No sabía que iban a matar a Ken, Brooke. Te lo juro por mi madre. Pero después de que ocurriera yo no podía hacer otra cosa que aguardar el momento oportuno y ver qué ocurría.

—¿Y jugar conmigo? Ver cómo me suspendían del cargo, cómo arruinaban mi carrera.

—Yo no podía hacer gran cosa al respecto. Como te he dicho, mi intención era sacarte de ésta y conseguir que te rehabilitaran en el cargo. Que fueras la heroína. Dejar que creyeran que Ken había sido el infiltrado. Estaba muerto, ¿qué más daba?

—A su familia le habría importado, Connie.

Connie adoptó una expresión de enfado.

—Mira, no tengo que ponerme aquí a dar explicaciones a nadie, ni siquiera a ti. No estoy orgulloso de lo que hice pero tenía mis razones. No tienes por qué estar de acuerdo con ellas y tampoco te lo pido, pero no pretendas sermonearme sobre algo de lo que no tienes ni idea, señora. ¿Quieres hablar de dolor y amargura? Te llevo quince años de ventaja.

Reynolds parpadeó y dio un paso atrás sin apartar la vista del arma.

—De acuerdo, Connie, nos has salvado la vida. Eso cuenta mucho.

—¿Eso crees?

Brooke extrajo su teléfono móvil.

—Voy a llamar a Massey para que envíen un equipo.

—Deja ese teléfono, Brooke.

—Connie…

—¡Suelta el maldito teléfono inmediatamente!

Reynolds dejó caer el teléfono al suelo.

—Connie, se acabó.

—Nunca se acaba, Brooke, ya lo sabes. Las cosas que sucedieron hace años siempre vuelven para martirizarte. La gente descubre cosas, investiga sobre ti y de repente tu vida se acaba.

—¿Por eso te metiste en esto? ¿Alguien te chantajeaba? Lentamente, Connie recorrió el lugar con la mirada.

—¿Qué coño importa?

—¡A mí me importa! —exclamó Reynolds.

Connie exhaló un profundo suspiro.

—Cuando mi esposa enfermó de cáncer, el seguro no cubría todos los tratamientos especializados. Los médicos pensaban que con ciertos tratamientos quizá tuviera alguna posibilidad, unos cuantos meses más de vida. Me hipotequé hasta el cuello. Agoté nuestras cuentas corrientes y aun así no había suficiente. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Dejarla morir? —Connie sacudió la cabeza con gesto enfadado—. Así que un poco de coca y otras drogas desaparecieron de la sala de pruebas del FBI. Al poco tiempo alguien lo descubrió y de repente tuve un jefe nuevo. —Se calló y bajó los ojos por unos instantes—. Y lo peor es que June murió de todos modos.

—Puedo ayudarte, Connie. Puedes acabar con esto ahora mismo.

Connie sonrió con tristeza.

—Nadie puede ayudarme, Brooke. Hice un trato con el diablo.

—Connie, déjalos marchar. Se acabó.

Él negó con la cabeza.

—He venido aquí a cumplir una misión. Y me conoces lo suficiente para saber que nunca dejo el trabajo inacabado.

—¿Y luego qué? ¿Qué historia inventarás para salir de este aprieto? —Miró a los dos cadáveres—. ¿Y ahora quieres matar a tres más? Esto es demencial. Haz el favor.

—No tan demencial como entregarme y pasarme el resto de la vida entre rejas. 0 quizá acabar en la silla eléctrica. —Encogió sus fornidos hombros—. Ya se me ocurrirá algo.

—Por favor, Connie. No lo hagas. No puedes hacerlo. Te conozco. No puedes.

Connie examinó su pistola, se arrodilló y recogió el arma con silenciador de uno de los hombres muertos.

—Tengo que hacerlo y lo siento, Brooke.

Todos oyeron el clic. Connie y Reynolds reconocieron enseguida el percutor de una pistola semiautomática.

—¡Suelta la pistola! —bramó Lee—. ¡Ahora mismo o te perforo la cabeza!

Connie se quedó paralizado y dejó caer la pistola al suelo. Lee subió las escaleras y presionó la boca del arma contra la cabeza del agente.

—Me tienta mucho matarte, pero me evitaste el problema de tener que vérmelas con dos gorilas más. —Lee se volvió hacia Reynolds—. Agente Reynolds, le agradecería que recogiera la pistola y apuntara a su amiguito.

Ella obedeció mientras observaba enfurecida a su compañero.

—¡Connie, siéntate ahora mismo! —ordenó.

Lee se acercó a Faith y la abrazó.

—Lee —fue todo lo que ella alcanzó a decir, al tiempo que se refugiaba en sus brazos.

—Gracias a Dios que decidí volver.

—¿Puede explicarme alguien de qué va todo esto? —inquirió Reynolds.

Buchanan dio un paso adelante.

—Yo, pero no servirá de nada. La prueba que tenía estaba en esa cinta. Tenía la intención de hacer copias pero no tuve oportunidad antes de salir de Washington.

—Es obvio que tú sabes qué está pasando aquí —le dijo Reynolds a Connie—. Si cooperas, te reducirán la condena.

—Sí, a lo mejor dejan que yo mismo me ate a la silla eléctrica —espetó Connie.

—¿Quién? Maldita sea, ¿quién está detrás de esto que tiene tan asustado a todo el mundo?

—Agente Reynolds —dijo Buchanan—, estoy convencido de que dicho caballero espera recibir noticias de todo esto. Si no las recibe pronto, enviará a más hombres. Sugiero que lo evitemos.

—¿Por qué he de confiar en usted? —soltó Reynolds—. Lo que debería hacer es llamar a la policía.

—La noche que asesinaron al agente Newman —explicó Faith— le dije que quería que Danny testificara conmigo. Newman me dijo que eso no ocurriría nunca.

—Y tenía razón.

—Pero creo que si estuvieses al corriente de todos los hechos no pensarías eso. Lo que hicimos estaba mal, pero no había otra solución…

—Vaya, ahora sí que lo tengo todo claro —repuso Reynolds con ironía.

—Eso puede esperar —se apresuró a decir Buchanan—. Ahora mismo debemos ocuparnos del hombre que está detrás de estos dos. —Señaló con la cabeza a los hombres muertos.

—Puedes añadir uno más a la cuenta —le informó Lee—. Está fuera, dándose un baño en el mar.

Reynolds estaba exasperada.

—Aquí todo el mundo parece saberlo todo menos yo. —Se dirigió a Buchanan con el ceño fruncido—. Bueno, le escucho, ¿qué sugiere?

Buchanan había empezado a responder cuando todos oyeron el sonido de un avión que se acercaba. Dirigieron la vista a la ventana y vieron que ya había amanecido.

—Es el servicio aéreo. Ya es de día. El primer vuelo de la mañana. La pista está al otro lado de la calle —aclaró Faith.

—Eso sí lo sabía —manifestó Reynolds.

—Sugiero que utilicemos a su amigo —propuso Buchanan mirando hacia Connie— para comunicarnos con esa persona. —¿Y qué le decimos?

—Que la operación ha sido todo un éxito pero que sus hombres han muerto en la refriega. Él lo entenderá, por supuesto. Es normal que haya víctimas. Pero le haremos creer que Faith y yo hemos sido eliminados y la cinta destruida. Así se sentirá seguro.

—¿Y yo? —preguntó Lee.

—Dejaremos que seas nuestro comodín —respondió Buchanan.

—¿Y por qué motivo debo hacer eso —quiso saber Reynolds—, cuando podría llevaros a vosotros, a Faith y a él —apuntó con la pistola a Connie— a la Oficina de Campo, recuperar mi puesto y quedar como una heroína?

—Porque si lo hace, el hombre que ha provocado todo esto quedará libre. Libre para hacer otra vez algo parecido. Reynolds parecía confusa y preocupada.

Buchanan la escrutó.

—La decisión está en sus manos.

Reynolds los miró uno a uno y luego posó los ojos en Lee. Se fijó en la sangre de la manga, los cortes y las magulladuras del rostro.

—Nos has salvado la vida a todos. Probablemente seas el más inocente de toda la casa. ¿Qué opinas?

Lee se volvió hacia Faith y luego hacia Buchanan antes de dirigirse a Reynolds.

—Me parece que no puedo darte una razón de peso, pero el instinto me dice que deberías fiarte de él.

Reynolds exhaló un suspiro.

—¿Puedes ponerte en contacto con ese monstruo? —le preguntó a Connie, que no contestó—. Connie, será mejor que colabores con nosotros. Sé que estabas dispuesto a matarnos a todos y no debería importarme lo que te pase. —Guardó silencio y agachó la cabeza por unos instantes—. Pero me importa. Es tu última oportunidad, Connie, ¿qué dices?

Connie abría y cerraba sus grandes manos con nerviosismo. Miró a Buchanan.

—¿Qué quiere que diga exactamente?

Buchanan se lo explicó con todo lujo de detalles y Connie se sentó en el sofá, tomó el teléfono y marcó un número. Cuando respondieron a la llamada dijo:

—Aquí… —Pareció avergonzarse por un momento—, aquí Mejor Baza. —Al cabo de unos minutos, Connie colgó el teléfono y los miró—. Bueno, ya está.

—¿Se lo ha tragado? —preguntó Lee.

—Eso parece, pero con estos tipos nunca se sabe.

—Bueno, eso nos dará un poco más de tiempo —dijo Buchanan.

—Ahora tenemos ciertas cosas de las que ocuparnos —aseveró Reynolds—. Como unos cuantos muertos. Y yo tengo que informar de todo esto. —Fijó la vista en Connie—. Y encargarme de que te encierren.

Connie la observó airado.

—En eso queda la lealtad —dijo.

Brooke le devolvió la mirada.

—Tú elegiste. Lo que hiciste por nosotros te ayudará. Pero vas a pasar mucho tiempo en prisión, Connie. Por lo menos vivirás. Eso ya es más de lo que consiguió Ken. —A continuación se dirigió a Buchanan—. ¿Y ahora qué?

—Sugiero que nos marchemos de inmediato. Cuando estemos lejos de esta zona puede llamar a la policía. Una vez en Washington, Faith y yo nos reuniremos con el FBI y les contaremos lo que sabemos. Debemos mantenerlo todo en el más absoluto de los secretos. Si ese hombre se entera de que estamos colaborando con el FBI, nunca conseguiremos la prueba que necesitamos.

—¿Ese tipo ordenó matar a Ken? —preguntó Reynolds.

—Sí.

—¿Defiende intereses extranjeros?

—De hecho, usted y él tienen el mismo jefe.

Reynolds lo miró, sorprendida.

—¿El Tío Sam? —dijo despacio.

Buchanan asintió.

—Si confía en mí, haré lo posible por ponérselo en bandeja de plata. Tengo una asignatura pendiente con él.

—¿Y exactamente qué espera a cambio?

—¿Para mí? Nada. Si no hay más remedio, iré a la cárcel. Pero quiero que Faith quede libre. A no ser que me lo garantice, por mí ya puede llamar a la policía.

Faith lo agarró del brazo.

—Danny, tú no vas a pagar por todo.

—¿Por qué no? Fue cosa mía.

—Pero tus motivos…

—Los motivos no sirven de excusa —replicó Buchanan—. Yo sabía que corría ese riesgo cuando decidí infringir la ley.

—¡Yo también, maldita sea!

Buchanan se volvió hacia Reynolds.

—¿Acepta el trato? Faith no va a la cárcel.

—En realidad, no estoy en situación de ofrecer nada. —Reflexionó sobre el tema por unos instantes—. Pero puedo prometer algo: si es sincero conmigo, haré todo cuanto esté en mi mano para que Faith quede libre.

Connie se levantó con el rostro lívido.

—Brooke, necesito ir al baño, es urgente. —Le temblaban las piernas y se llevó una mano al pecho.

Brooke lo miró con recelo.

—¿Qué ocurre? —Escudriñó sus facciones pálidas—. ¿Estás bien?

—A decir verdad, podría estar mejor —musitó, dejando caer la cabeza hacia un lado y encorvándose.

—Lo acompañaré —dijo Lee.

Mientras los dos hombres se acercaban a las escaleras, Connie pareció perder el equilibrio y se apretó con fuerza el pecho con el rostro contraído de dolor.

—¡Mierda! ¡Oh, Dios mío! —Cayó sobre una de sus rodillas, gimoteando, al tiempo que le goteaba saliva de la boca y empezaba a emitir gritos ahogados.

—¡Connie! —Reynolds corrió hacia él.

—¡Le ha dado un ataque al corazón! —exclamó Faith.

—¡Connie! —repitió Reynolds mientras contemplaba a su compañero enfermo, que pronto se puso a convulsionarse en el suelo.

El movimiento fue rápido, demasiado rápido para un hombre de más de cincuenta años, si bien, la desesperación podía combinarse con la adrenalina en un abrir y cerrar de ojos en circunstancias como aquélla.

Connie se llevó la mano al tobillo. Allí guardaba una pistola compacta. Antes de que alguien tuviera tiempo de reaccionar, Connie estaba apuntándolos con el arma. Tenía ante sí varios objetivos, pero escogió a Danny Buchanan y disparó.

La única persona que reaccionó con la misma rapidez que Connie fue Faith Lockhart.

Desde su posición, al lado de Buchanan, vio el arma antes que los demás y advirtió que el cañón apuntaba a su amigo. En su mente escuchó la detonación que propulsaría la bala que mataría a Buchanan. Lo inexplicable fue la rapidez con la que actuó.

La bala alcanzó a Faith en el pecho; profirió un grito ahogado y se desplomó a los pies de Buchanan.

—¡Faith! —gritó Lee. En vez de intentar reducir a Connie, se abalanzó sobre ella.

Reynolds apuntó a Connie con la pistola. Cuando él se dio vuelta para encañonarla, la imagen de la pitonisa se le apareció en la mente. Esa línea de la vida demasiado corta. AGENTE FEDERAL MADRE DE DOS HIJOS MUERTA. En su cabeza vio el titular con nitidez. Todo aquello resultaba casi paralizante. Casi. Reynolds y Connie se clavaron la mirada. Él alzó la pistola para apuntarle a la cabeza. Apretaría el gatillo, a Brooke no le cabía la menor duda. Tenía el valor suficiente, las agallas para matar. ¿Y ella? Tensó el dedo en el gatillo de su pistola mientras el mundo parecía ralentizarse al ritmo de un fondo submarino, donde la gravedad quedaba anulada o era muy superior. Su compañero. Un agente del FBI. Un traidor. Sus hijos. Su propia vida. Ahora o nunca. Reynolds apretó el gatillo una vez y luego otra. El retroceso era corto, su puntería perfecta. Cuando las balas penetraron en el cuerpo de Connie, se le estremeció todo el organismo mientras su mente quizá continuara enviando mensajes, no consciente todavía de que estaba muerto.

Reynolds tuvo la impresión de que Connie la miraba inquisitivamente mientras caía y la pistola se le escapaba de la mano. Esa imagen la perseguiría para siempre. Brooke Reynolds no respiró hasta que el agente Howard Constantinople quedó tendido en el suelo, inmóvil.

—¡Faith! ¡Faith! —Lee le rasgó la camisa y dejó al descubierto la horrible herida sangrienta que tenía en el pecho—. ¡Oh, Dios mío, Faith! —Estaba inconsciente y apenas se percibía su respiración.

Buchanan la contemplaba horrorizado.

Reynolds se arrodilló junto a Lee.

—¿Es muy grave?

Lee levantó los ojos, angustiado. Era incapaz de articular palabra.

Reynolds inspeccionó la herida.

—Grave —afirmó—. La bala está dentro. Se ha alojado justo al lado del corazón.

Lee observó a Faith. Empezaba a palidecer. Se notaba que la vida se le escapaba con cada breve inspiración.

—¡Dios mío, no, por favor! —exclamó Lee.

—Tenemos que llevarla rápidamente a un hospital —dijo Reynolds. No tenía la menor idea de dónde estaba el más cercano ni mucho menos de dónde había uno que tuviera un buen quirófano, que era lo que Faith realmente necesitaba. Buscar por la zona en coche sería como firmar el certificado de defunción de Faith. Podía llamar a los paramédicos, pero a saber cuánto tiempo tardarían en llegar. El rugido del motor de la avioneta hizo que Reynolds mirara por la ventana. En pocos segundos se le ocurrió un plan. Se acercó corriendo a Connie y le arrebató la placa del FBI. Por un breve instante, se fijó en su antiguo compañero. No debía sentirse mal por lo que había hecho. Sin duda él estaba dispuesto a matarla. Así pues, ¿por qué la atormentaban los remordimientos? Connie estaba muerto. Faith Lockhart no. Por lo menos de momento. Reynolds regresó rápidamente junto a Faith.

—Lee, vamos a tomar el avión. ¡Date prisa!

El grupo corrió al exterior, con Reynolds en cabeza. Oyeron que los motores del bimotor aceleraban, preparándose para el despegue. Reynolds apreto el paso. Iba directa al seto hasta que Lee la llamó y le señaló el camino de acceso. Torció en esa dirección y llegó a la pista de aterrizaje al cabo de un minuto. Miró hacia el extremo opuesto. El avión estaba girando, preparado para rodar a toda velocidad por la pista y despegar; su única esperanza se esfumaría en cuestión de segundos. Recorrió el asfalto a toda velocidad, hacia el avión, al tiempo que blandía la pistola y la placa gritando «¡FBI!» a todo pulmón. El aeroplano se acercaba a Brooke a toda velocidad cuando Buchanan y Lee, que llevaban a Faith, irrumpieron en la pista.

Finalmente, el piloto reparó en la mujer armada que se aproximaba al avión. Desaceleró y el ruido de los motores disminuyó.

Reynolds se aproximó al aparato, mostró la placa y el piloto abrió la ventanilla.

—FBI —dijo Reynolds con voz ronca—. Tengo a una mujer herida de gravedad. Necesito su avión. Llévenos inmediatamente al hospital más cercano.

Él echó un vistazo a la placa y a la pistola y asintió anonadado.

—De acuerdo.

Subieron todos a la avioneta y Lee abrazó a Faith contra su pecho. El piloto hizo girar la nave de nuevo, regresó al final de la pista e inició el despegue una vez más. Un minuto después el bimotor se elevaba en el aire para surcar el cielo ya iluminado.