—ME has dado un susto de muerte. —Faith no dejaba de temblar.
Lee entró en la habitación y miró alrededor.
—¿Qué haces en mi despacho?
—¡Nada! Sólo daba una vuelta. Ni siquiera sabía que tuvieras un despacho aquí.
—No tenías por qué saberlo.
—Al entrar me pareció oír un ruido al otro lado de la ventana.
—Oíste un ruido, pero no procedía de la ventana —repuso señalando la jamba de la puerta.
Faith advirtió que había un trozo rectangular de plástico blanco en la madera.
—Es un sensor. Si alguien abre la puerta del despacho, activa el sensor, que hace sonar mi buscapersonas. —Extrajo el dispositivo del bolsillo—. Si no hubiera tenido que tranquilizar a Max en casa de la señora Carter, habría subido mucho antes. —Frunció el entrecejo—. Esto no me ha gustado nada, Faith.
—Oye, sólo estaba mirando, matando el tiempo.
—Interesante elección de palabras: «matando».
—Lee, no tramo nada contra ti, te lo juro.
—Acabemos de prepararlo todo. No quiero hacer esperar a tus banqueros.
Faith evitó mirar de nuevo el teléfono. Lee no debía de haber oído el mensaje. Buchanan lo había contratado para seguirla. ¿Había matado al agente anoche? Cuando subieran al avión, ¿sería capaz de lanzarla al vacío desde una altura de nueve mil metros y prorrumpir en carcajadas mientras ella caía en picado entre las nubes sin dejar de gritar?
Por otro lado, Lee podría haberla matado en cualquier momento desde la noche anterior. Lo más fácil habría sido dejarla muerta en la casita. Entonces cayó en la cuenta: habría sido lo más fácil a no ser que Danny quisiera saber cuánto le había contado al FBI. Eso explicaría por qué estaba viva todavía y por qué Lee parecía tan ansioso por hacerla hablar. En cuanto lo hiciera, él la mataría. Y ahora se disponían a tomar un avión con destino a una comunidad costera de Carolina del Norte que, en esa época del año, estaría prácticamente desierta. Salió de la habitación, sintiéndose como una condenada camino de su ejecución.
Veinte minutos después, Faith cerró la pequeña bolsa de viaje y se colgó el bolso del hombro. Lee entró en el dormitorio. Se había vuelto a poner el bigote y la barba y se había quitado la gorra de béisbol. En la mano derecha tenía la pistola, dos cajas de munición y la pistolera.
Faith lo vio guardar los objetos en un estuche resistente y especial.
—En los aviones no se pueden llevar armas —comentó.
—No me digas. ¿De verdad? ¿Cuándo dictaron esa norma tan absurda? —Lee cerró el estuche con una llave que se guardó en el bolsillo antes de mirar a Faith—. En los aviones se pueden portar armas si las enseñas cuando facturas el equipaje y rellenas una declaración firmada. Se aseguran de que el arma esté descargada y guardada en un estuche reglamentario. —Golpeó con los nudillos el aluminio resistente de la caja—. En mi caso todo está en orden. Comprueban que la munición no exceda las cien balas y que vaya en el embalaje original del fabricante o, en su defecto, en uno homologado por la FAA. Eso también está en orden en mi caso. Luego marcan el paquete con una etiqueta especial y lo envían a la zona de carga, lugar al que me costaría acceder si quisiera utilizar el arma para secuestrar el avión, ¿no crees?
—Gracias por la explicación —dijo Faith, cortante.
—No soy un maldito aficionado —replicó Lee con vehemencia.
—Nunca he dicho que lo fueras.
—Bien.
—Vale, lo siento. —Faith vaciló ya que, por varios motivos, en especial por su supervivencia, deseaba establecer una especie de tregua—. ¿Quieres hacerme un favor?
Lee la observó con recelo.
—Llámame Faith.
Ambos dieron un respingo al oír el timbre.
Lee comprobó la hora.
—Un poco temprano para recibir visitas.
Faith, no sin asombro, lo vio mover las manos como una máquina. En unos veinte segundos, había desenfundado la pistola y la había cargado. Colocó el estuche y las cajas de munición en su pequeña bolsa de viaje y se la colgó del hombro.
—Recoge tu bolsa.
—¿Quién puede ser? —Faith notó que le palpitaba la sien.
—Vamos a averiguarlo.
Salieron al pasillo en silencio y Faith siguió a Lee hasta el recibidor.
Lee echó una ojeada a la pantalla de televisión. Un hombre esperaba en la entrada del edificio con un par de paquetes en los brazos. El conocido uniforme marrón se distinguía bien. Mientras miraban, el hombre pulsó de nuevo el timbre.
—Es de UPS —dijo Faith exhalando un suspiro de alivio. Lee no apartó los ojos de la pantalla.
—¿Estás segura? —Oprimió un botón de la pantalla que servía para mover la cámara y Faith pudo ver la calle situada frente al edificio. Faltaba algo.
—¿Dónde está el camión? —preguntó al tiempo que volvía a invadirla el miedo.
—Buena pregunta. Y resulta que conozco perfectamente al tipo de UPS que sigue esta ruta, y no es ése.
—Tal vez esté de vacaciones.
—Acaba de pasar una semana en las islas con su nueva novia. Y nunca viene tan temprano, lo que significa que tenemos problemas.
—Podríamos salir por la parte trasera.
—Sí, estoy seguro de que se han olvidado de cubrirla.
—Sólo hay un hombre.
—No, sólo vemos un hombre. Él cubre la entrada. Es probable que quieran hacernos salir por detrás directos a sus brazos.
—Así que estamos atrapados —susurró Faith a duras penas: El timbre sonó una vez más y Lee alargó la mano para pulsar el botón del interfono.
Faith se lo impidió.
—¿Qué diablos haces?
—Ver qué quiere. Dirá que es de UPS y lo dejaré entrar.
—Vas a dejarle entrar —repitió Faith con languidez. Observó la pistola—. ¿Y piensas liarte a tiros en el edificio?
Lee endureció el semblante.
—Cuando te diga que corras, mueve el trasero como si un tiranosaurio te pisara los talones.
—¿Que corra? ¿Adónde?
—Sígueme. Y no hagas más preguntas.
Pulsó el botón del interfono, el hombre se identificó y Lee le abrió la puerta. Acto seguido, accionó el sistema de seguridad del apartamento, abrió de un golpe la puerta de la entrada, agarró a Faith del brazo y la arrastró hasta el pasillo. Había una puerta frente al apartamento. No tenía ningún número. Él la abrió mientras Faith escuchaba los pasos del hombre de UPS en la planta baja del edificio. Entraron rápidamente y Lee cerró sin hacer ruido tras de sí. Todo estaba a oscuras, pero era obvio que Lee conocía bien el lugar. Llevó a Faith hasta la parte trasera y pasaron a lo que parecía un dormitorio.
Lee abrió otra puerta que había en la habitación y le hizo señas para que entrara. Nada más entrar, Faith topó con una pared. Cuando él entró, estaban realmente apretados, como si se encontrasen en una cabina telefónica. Lee cerró la puerta y los envolvió la oscuridad más densa que ella había sentido jamás.
—Hay una escalera de mano justo frente a ti —le susurró él al oído, sobresaltándola—. Aquí están los travesaños. —Lee le agarró la muñeca y le hizo tocar los escalones con los dedos—. Dame la bolsa y empieza a subir. Ve despacio. En estos momentos importa más el silencio que la velocidad. Te seguiré. Cuando llegues arriba del todo, párate y entonces yo te guiaré.
En cuanto comenzó a ascender, le dio un acceso de claustrofobia, y, puesto que se había desorientado, se mareó un poco. Era el momento perfecto para devolver todo lo que tenía en el estómago, aunque fuera bien poco.
Al principio, subió lentamente. Luego cobró seguridad y aligeró el paso. Pero entonces se saltó un peldaño, resbaló y se dio un golpe con la barbilla en uno de los travesaños. El brazo fornido de Lee la atrapó de inmediato y la sostuvo. Faith tardó unos instantes en recobrar el equilibrio, intentó no pensar en el dolor que sentía en la barbilla y continuó subiendo hasta que notó el techo sobre la cabeza y entonces se detuvo.
Lee todavía estaba un travesaño por debajo de ella. De repente, subió al mismo peldaño, con las piernas a ambos lados de las de Faith, de modo que las de ella quedaban entre las suyas. Se inclinó sobre ella haciendo un gran esfuerzo y Faith no estaba segura de qué es lo que quería hacer. Como tenía el pecho apretado contra los peldaños, cada vez le costaba más respirar. Por un momento horroroso, pensó que la había llevado hasta allí para violarla. Entonces un chorro de luz la golpeó desde arriba y Lee se separó de ella. Faith levantó la vista, parpadeando. La visión del cielo azul tras el terror de la oscuridad era tan maravillosa que le entraron ganas de gritar de alivio.
—Sube a la azotea, pero quédate agachada, lo más agachada que puedas —le musitó Lee al oído.
Ella subió, se puso a cuatro patas y miró en torno a sí. La azotea del viejo edificio era llana, con una superficie de grava y alquitrán. Había varios aparatos de calefacción antiguos y voluminosos y otros de aire acondicionado más modernos. Les servirían para ocultarse; Faith se deslizó y se agachó junto al más cercano. Lee todavía estaba en la escalera. Aguzó el oído y luego echó un vistazo al reloj. El hombre de UPS habría llegado a la puerta de su apartamento en esos momentos. Llamaría al timbre y esperaría a que Lee abriese. Les quedaban unos treinta segundos antes de que el tipo se diera cuenta de que no había nadie. Lo idóneo sería disponer de más tiempo y encontrar la manera de atraer a las otras fuerzas que Lee sabía que estaban en el exterior del edificio. Extrajo el teléfono del bolsillo y marcó un número a toda prisa.
Cuando la persona respondió, Lee dijo:
—Señora Carter, sov Lee Adams. Escúcheme, quiero que deje a Max en el pasillo. De acuerdo, sé que acabo de dejárselo. Sé que subirá a mi apartamento. Eso es lo que quiero. Yo, esto, olvidé ponerle la inyección que necesita. Por favor, dése prisa, necesito salir de aquí lo antes posible.
Se guardó el móvil en el bolsillo, subió las bolsas, luego salió por la abertura y cerró la trampilla tras de sí. Inspeccionó la azotea con la vista y localizó a Faith. Agarró las bolsas y se deslizó hasta donde ella estaba.
—Tenemos poco tiempo.
Sonaron unos ladridos y Lee sonrió.
—Sígueme —le indicó a Faith.
Agachados, se aproximaron al saliente del tejado. La azotea del edificio contiguo al de Lee estaba un metro y medio más abajo. Le hizo señas a Faith para que lo tomara de las manos. Ella obedeció y Lee la ayudó a descender por el saliente, sujetándola bien fuerte hasta que sus pies tocaron el suelo. En cuanto él hubo bajado, oyeron gritos que procedían del edificio de Lee.
—Muy bien, ya han comenzado el asalto total. Pasarán por la puerta y activarán la alarma. No tengo contratada la opción de comprobación de llamada por parte de la empresa de seguridad, así que la policía no tardará en llegar. Dentro de unos minutos se armará una buena.
—¿Y qué hacemos mientras tanto? —preguntó Faith.
—Tres edificios más y luego bajamos por la escalera de incendios. ¡Andando!
Unos minutos después, salieron corriendo de un callejón y enfilaron una tranquila calle de las afueras flanqueada por varios edificios de apartamentos de poca altura. Había coches aparcados a ambos lados de las calles. Faith oyó, al fondo, que alguien jugaba al tenis. Divisó una cancha rodeada de pinos altos en un pequeño parque situado frente a los bloques de apartamentos.
Faith notó que Lee observaba la hilera de coches aparcados junto a la acera. Luego corrió hasta la zona del parque y se inclinó. Al erguirse tenía una pelota de tenis en la mano, una de las muchas que habían caído allí a lo largo de los años. Cuando Lee regresó al lado de Faith, ella vio que estaba haciendo un agujero en la pelota de tenis con la navaja.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Sube a la acera y camina con tranquilidad. Y mantén los ojos bien abiertos.
—Lee…
—¡Hazlo, Faith!
Ella dio media vuelta, subió ala acera y avanzó al mismo paso que Lee, que iba por la otra acera escrutando con la mirada todos los coches aparcados. Por fin, él se detuvo junto a un modelo lujoso que parecía nuevo.
—¿Hay alguien mirándonos? —preguntó.
Faith negó con la cabeza.
Lee se acercó al coche y apretó la pelota de tenis contra la cerradura, con el agujero de la pelota orientado hacia la puerta. Faith lo miró como si estuviera loco.
—¿Qué haces?
Por toda respuesta, Lee golpeó la pelota de tenis con el puño, expulsando todo el aire alojado en la misma hacia el interior de la cerradura. Faith, boquiabierta, vio que las cuatro puertas se abrían.
—¿Cómo lo has hecho?
—Entra.
Lee se deslizó al interior del coche y Faith hizo otro tanto. Lee agachó la cabeza bajo la columna de dirección y encontró los cables que necesitaba.
—A estos coches nuevos no se les puede hacer el puente. La tecnología… —Faith se calló al oír que el coche arrancaba.
Lee se incorporó, puso el coche en el modo marcha y se alejó del bordillo. Se volvió hacia Faith.
—¿Qué?
—Vale, ¿cómo es posible que la pelota de tenis sirviera para abrir el coche?
—Tengo mis secretos profesionales.
Mientras Lee esperaba en el coche con la mirada alerta, Faith logró entrar en el banco, explicar lo que quería al director adjunto y firmar, todo ello sin desmayarse. «Calma, chica, cada cosa a su tiempo», se dijo. Por suerte, conocía al director adjunto, quien estudió con curiosidad su nuevo aspecto.
—La crisis de la mediana edad —dijo Faith respondiendo a su mirada—. Decidí que necesitaba un aspecto más juvenil y desenfadado.
—Le sienta bien, señorita Lockhart —respondió él con cortesía.
Faith lo vio sacar su llave, introducirla junto con la copia del banco en la cerradura y extraer la caja. Salieron de la cámara y él depositó la caja en el interior de una cabina situada frente a la cámara reservada para los usuarios de las cajas de seguridad. Mientras el director adjunto se alejaba, Faith no le quitó ojo.
¿Era uno de ellos? ¿Llamaría a la policía, al FBI o a quienquiera que estuviera matando gente por ahí? En cambio, el director adjunto se sentó a su escritorio, abrió una bolsa blanca, sacó una rosquilla glaseada y comenzó a devorarla.
Satisfecha por el momento, Faith cerró la puerta tras de sí. Abrió la caja y observó el contenido por unos instantes. Luego vació todo en el bolso y cerró la caja. El joven la guardó en la cámara y ella salió del banco con la mayor tranquilidad posible.
Ya en el coche, Faith y Lee se dirigieron hacia la interestatal 395, donde tomaron la salida que llevaba al GW Parkway y se dirigieron al sur hacia el aeropuerto nacional Reagan. A pesar de que era la hora punta de la mañana, llegaron a tiempo.
Faith contempló a Lee, quien tenía la mirada perdida, sumido en sus pensamientos.
—Lo has hecho todo muy bien —dijo ella.
—En realidad nos la hemos jugado más de lo que me habría gustado. —Se calló y sacudió la cabeza—. Estoy preocupado por Max, por muy estúpido que suene dadas las circunstancias.
—No suena estúpido.
—Max y yo hemos estado juntos mucho tiempo. Durante años sólo he contado con él.
—No creo que le hayan hecho nada en medio de tanta gente. —Sí, eso es lo que te gustaría creer, ¿no? Pero lo cierto es que si matan personas, un perro no tiene muchas oportunidades.
—Siento que hayas tenido que hacerlo por mí.
Lee enderezó la espalda.
—Bueno, al fin y al cabo, un perro es un perro, Faith. Y tenemos otras cosas de que preocuparnos, ¿no?
Faith asintió.
—Sí.
—Supongo que lo del imán no funcionó del todo. Me habrán identificado en la cinta de vídeo. Aun así han sido muy rápidos. —Negó con la cabeza, con una mezcla de admiración y temor—. Tan rápidos que da miedo.
Faith se desmoralizó; si Lee estaba asustado, ella tenía motivos para estar aterrorizada.
—Las perspectivas no son muy alentadoras, ¿verdad? —dijo.
—Tal vez esté mejor preparado si me cuentas qué está ocurriendo.
Tras presenciar las proezas de Lee, Faith deseaba confiar en él, pero la llamada de Buchanan le resonaba en los oídos, como los disparos de la noche anterior.
—Cuando lleguemos a Carolina del Norte, desembucharemos. Los dos —puntualizó Faith.