18

Feng parecía realmente disgustado por el incidente..., y yo estaba segura de que ni él mismo lo entendía del todo. ¡Desde luego, la experiencia de Kushog no guardaba ninguna relación con el fabricar bebés!

A veces los niños se dedican a arrancarles las alas a las moscas —murmuró—. ¿Qué se puede hacer ante eso? Crecen... No, aquí sólo se realizan vuelos al mundo de los rakshasas. Tienes razón. El vuelo debe contar con un hombre y una mujer. ¿Qué pasó? Un programa experimental para adiestrar la mente fue introducido por el ordenador en el canal de emisión, nada más. Los dobdobs de abajo actuaron siguiendo las instrucciones del programa. No tendría que haber sido introducido en el sistema principal.

—¿Abajo?

—Los antiguos refugios donde está la Sala de Guerra.

—Supongo que debió ser una prueba del cráter de Maui, ¿no? Las nieblas, todo lo demás...

Me dirigió una sonrisa de gratitud. La sonrisa de alguien que se alegra al ver que tú misma acabas de proporcionarle una explicación satisfactoria. Una sonrisa de absolución.

También me ofreció una taza de té. Me había llevado a uno de los pabellones dorados del tejado. No estando embarazada, había aprendido a disfrutar del sabor salado y mantecoso típico del té tibetano.

Comprendí que no iba a revelarme nada más sobre el viaje de Kushog. En vez de eso, para distraerme de un horror, me habló de otro...

• • • • •

Llevaba consigo un sobre lleno de fotos. Ya las había visto en Miami: las «víctimas de la Bestia Estelar». Les eché una mirada y torcí el gesto.

—Son auténticas, Lila. Millones de personas llegaron a sentarse en la calle y murieron, y todo empezó en 1995. No fue por culpa de ninguna Bestia Estelar, claro está. Era una especie de encefalitis. La enfermedad del sueño.

Apareció de repente y en todo el mundo, me dijo Feng. Ochenta años antes, durante la Primera Guerra Mundial, ocurrió algo parecido, aunque a una escala bastante menor. Una epidemia inexplicable. Era como si una parte de la raza humana pareciese estar decidida a romper todo tipo de relación con un mundo que se había vuelto imposible de soportar, como si hasta las mismas pautas rectoras de la vida se hubiesen convertido en un embrollo indescifrable...

La Primera Guerra fue terrible pero, en muchos aspectos, la situación de la década de los 90 fue aún peor. Pequeñas guerras locales esparcidas por todo el mundo, sabotajes, terrorismo, revoluciones y contrarrevoluciones, golpes de estado y baños de sangre, gobiernos que se derrumbaban... A medida que el sistema monetario mundial se hacía añicos, el comercio se fue convirtiendo en un asunto de trueques y chantajes. La tierra y el mar estaban contaminados; había sequías y hambre. Y siempre estaba la amenaza de una guerra nuclear que acabaría con todo, con lo que la presión psicológica iba aumentando cada vez más. Y las pantallas de televisión y las radios hacían que por lo menos medio mundo estuviera permanentemente conectado a los horrores que no paraban de producirse, igual que un sinfín de gotas de agua cayendo de un grifo mal cerrado, por lo que ése era el espectáculo que flotaba ante los ojos de la gente y zumbaba en sus oídos día y noche, aun suponiendo que ellos mismos no ardiesen, fueran chantajeados, murieran de hambre o sufrieran los estragos del terror. La sobrecarga era insoportable... y el único cortacircuitos que podía romper el círculo vicioso y desconectar a la gente era la enfermedad, física o mental. En los países ricos que seguían contando con unos servicios médicos razonablemente eficientes, de un treinta a un sesenta por ciento de la población había sido atendida a causa de enfermedades mentales al menos una vez en su vida. La «infección» empezó a extenderse incluso al mayor de todos los estados colectivos socialistas, China, que había intentado mantenerse aislada. Y, finalmente, llegó la gran epidemia. Millones de personas preferían entrar en coma a vivir en ese mundo. La evolución tecnológica había sido muy rápida, pero no se había producido ninguna evolución mental que la acompañara.

—Las víctimas de la epidemia ya no podían percibir las pautas rectoras de la vida. No veían nada. Se quedaban inmóviles, paralizadas. A mitad de una frase. A mitad de un gesto..., como ves. Sus ondas cerebrales resultaban muy curiosas. Era como si sus cerebros estuvieran intentando crear ritmos nuevos y muy complicados que no llegaban a formarse debido a su propia complejidad. Como resultado, el cerebro dejaba de llevar a cabo sus funciones más elevadas. Había una droga que los químicos llamaban L-Dopa-Levo-Dihidroxifenilalanina, que podía «descongelar» a esas personas durante un tiempo y les permitía explicar qué creían que les estaba ocurriendo. Decían tener la impresión de que, si deseaban sobrevivir, no les quedaba más remedio que dominar un conjunto de conocimientos demasiado grande y disperso. Sabían que no eran capaces de integrar esos datos en un todo coherente y se quedaban quietos, se oscurecían y acababan convirtiéndose en un punto, y todo eso era un efecto de la pura y simple «gravedad» mental creada por el exceso de datos a percibir que les imponía un mundo caótico.

—No podían vérselas con...

—¡Oh, no! —Feng se inclinó hacia delante con tal premura que derramó un poco de té: el líquido se extendió formando una mancha grasienta—. Ésa era la paradoja. ¡Los enfermos eran los que intentaban abarcarlo todo! Eran aquellos cuya naturaleza les impulsaba a intentarlo. Decían tener la impresión de que esa capacidad estaba dentro de ellos luchando por emerger. Pero fracasaban, y la enfermedad les devoraba. Los que sentían esperanzas eran los más vulnerables.

Una clase de yoga estaba ejercitándose en un tejado. Sus uniformes del Bardo eran banderas rojas y blancas, semáforos de señales. Examiné los caballos rojos que galopaban alrededor de mi taza.

—Supongo que ésos fueron los primeros viajeros del Bardo, ¿no? —dije por fin.

Feng casi suspiró de alivio, tal fue su alegría al ver que lo comprendía.

—¡Dijiste que se quedaban paralizados! le acusé—. Dijiste que morían igual que moscas. ¿Cómo es posible qué tuvieran bebés? —La L-Dopa les descongelaba el tiempo suficiente para ello. Y había más que suficientes. Créeme, no había que animarles. ¡Al contrario! Se reproducían como conejos. Parece que era un efecto de la enfermedad..., aunque quizá fuera un simple impulso biológico de supervivencia. Tanto da. Aquellas personas eran los seres humanos más genéticamente «saturados» del planeta, Lila..., los precursores del individuo más plenamente consciente. Lo trágico es que las terribles presiones de la vida en el siglo veinte les estaban obligando a utilizar un potencial que aún estaba durmiendo en su interior. Les obligaba a ponerlo en práctica prematuramente durante sus propias vidas, en vez de permitir que se expresara en sus hijos o en los hijos de sus hijos. Sí, parecía una broma cruel de la Naturaleza... Los más prometedores debían morir.

—Así que había una Bestia Estelar, dentro de... —Y, de repente, me asaltó la imagen de esos zombies revividos copulando para ser arrojados a un lado tan pronto como se habían apareado y habían producido su descendencia...

—La enfermedad actuó como un indicador: localizó a los que debían aparearse. La epidemia nos mostró cómo debíamos introducir nuestra red en el acervo genético. Naturalmente, desde entonces hemos refinado mucho nuestra técnica.

—Es horrible. —Recordé la historia de un rey de los zulúes. Cuando los blancos invadieron África, lanzó a sus mejores guerreros contra ellos para que los blancos les dispararan sus balas. Deseaba averiguar el alcance y la precisión de sus armas viendo dónde caían sus propios guerreros...

—Sólo pudimos salvar a unos cuantos durante un tiempo. Después de que el bebé hubiera nacido teníamos que dejarles recaer... Pero la epidemia siguió extendiéndose durante mucho tiempo. La raza humana ya casi había evolucionado lo bastante para permitir la aparición de un nuevo ser más consciente. Naturalmente, una epidemia a tal escala junto con el pánico que causaba—, fue la gota de agua que desbordó el vaso para los cada vez más debilitados gobiernos mundiales. Y, naturalmente, la organización mundial más importante dada la situación era la Organización Mundial de la Salud: los gobiernos del mundo le concedieron plenos poderes para que intentara explicar y atajar la epidemia como fuese. Así nació el Bardo..., guiado por auténticos visionarios que habían estado esperando entre bastidores mientras los mediocres y los locos gobernaban el mundo.

Feng movió la mano ampulosamente señalando las colinas de Tangla, igual que aquel rey zulú haciendo avanzar a sus guerreros. La cordillera bien podría haber sido una formación genética, no geológica.

—El mundo se hallaba en un estado de tal inseguridad y agitación que era posible imponerle una nueva forma de sociedad..., una cuyas tensiones no harían que la gente llegara demasiado pronto al punto de ruptura. (¿Tal y como le había sucedido a Kushog?) Además, era posible conseguir que la nueva sociedad abarcara todo el planeta. El primer gran paso fue el control de las comunicaciones..., y la mentira de la Bestia Estelar como causa de la enfermedad para engañar a los altos mandos de las naciones más poderosas y conseguir que colaborasen. Fue el más soberbio de todos los fraudes... Requirió el esfuerzo de muchos científicos para llevarlo a cabo..., una auténtica hermandad de los que ya estaban hartos de tener políticos, burócratas y generales como jefes.

»Pero, aparte estabilizar el mundo, el auténtico objetivo del Bardo es la evolución del ser humano. ¡Si no hubiera sido por el maldito avance tecnológico, la humanidad podría haber evolucionado espontáneamente y sin problemas durante un período de tiempo más largo! La evolución no admite el ejercicio del libre albedrío, igual que ocurre con el respirar. Se trata de un plan biológico incorporado al ser humano, algo programado por el tipo de universo en el que vivimos.

Me miró fijamente.

—Tienes una rara capacidad para ordenar las pautas, Lila. Eso es una característica del Bardo. La verdad es que si el mundo siguiera siendo tan complicado y caótico como antes serías la víctima perfecta, porque siempre acabas obligándote a ver demasiado..., y no eres un ser humano del futuro, sino meramente una precursora.

—Supongo que mi Yungi conocerá todas las respuestas —murmuré abatida, sintiendo que no había nada que me uniera a ella y sin importarme que estuviera en la guardería, lejos de mí.

—Quizás. Estamos seguros de que el universo físico está estructurado para acabar dando origen a la vida y la consciencia. Podrías decir que la vida es el mensaje que el universo se manda a sí mismo hablando de sí mismo. Puede que Yungi sea la respuesta, sí. Ahora podemos crear las circunstancias físicas adecuadas para permitir la aparición de una consciencia superior. Pero no puedo decirte ni que sí ni que no. Puede que la solución esté en sus hijos y en sus hijas, o en sus descendientes. —Los ojos de Feng ardían y su cabeza se balanceaba con el movimiento lento y distraído de una cobra—. Lo que tuvo lugar al final del siglo xx fue el todo-o-nada de la vida consciente en nuestro planeta. Ya hemos logrado dejar atrás ese escollo, aunque nos ha costado mucho sufrimiento y un gran caos. Quizá, aunque parezca perverso decirlo, lo hemos logrado precisamente gracias a ese caos y ese sufrimiento... Nos mostró el camino. Permitió que el Bardo subiese al poder...

El espacio azul caía sobre mi cerebro, oprimiéndolo igual que oprimía el desnudo anillo de las montañas. Entonces, ¿no había en mi interior nada que no fuese ignorancia e inconsciencia? ¿Estaba eternamente dormida?

—Dolor. Y caos. Eso fue lo que Kushog encontró en su viaje de la otra noche. ¿Crees que en el fondo le resultó beneficioso? ¿Crees que eso le despertó y le hizo ser más consciente de sí mismo?

—Fue un error. Ya te lo he dicho.

• • • • •

Al día siguiente acudí a la guardería. Quería ver qué le estaban haciendo a mi Yungi para convertirla en una mujer del futuro. El nuevo centinela dobdob me seguía como si no estuviera muy seguro de qué debía hacer. Al parecer, nadie le había dado instrucciones para que me impidiera ir en esa dirección, alejándome de Maimuna y de los otros viajeros del Bardo a los que podía contaminar; aunque apenas llegamos a la guardería hizo una llamada telefónica para informar de dónde estábamos.

Todas las cunas de los bebés tenían equipos de sonido. Auriculares tan ligeros como plumas reposaban sobre sus cráneos. Un casi imperceptible murmullo musical flotaba en la atmósfera de la sala. Fui hacia Yungi, le quité los auriculares y los acerqué a mi oído mientras la Comadrona Descalza de guardia me observaba, no estoy segura de si pacientemente o con cierta aprensión.

La música era un raga hindú: un río ondulante de veloces y estridentes sonidos metálicos, una telaraña de alambre en la que el sol hacía brillar las gotas de rocío, con sus reverberaciones formando un ritmo cada vez más complicado. ¿Qué daño podía hacerle una música tan hermosa? Dejé que la Comadrona Descalza me quitara los auriculares y volviera a ponerlos delicadamente sobre el cráneo de Yungi. La niña dormía, envuelta en ragas, moviendo los párpados de vez en cuando.

Feng llegó cuando ya me iba, alertado por la llamada telefónica. Me llevó a su despacho, cogiéndome por el codo con la fuerza de un cangrejo y caminando a mi lado con el mismo paso deslizante de ese animal.

—La música es, a la vez, atractiva para los sentidos y matemáticamente rigurosa —observó con voz altisonante mientras caminábamos—. La música reflexiona sobre sí misma. Su forma es su contenido. Eso la convierte en un arte único. Cuando el cerebro del bebé está creando sus propias pautas, le ayuda a programar sus «gestalts» del mundo.

Cuando llegamos a esa caverna, ahora ya familiar, me sirvió más té con mantequilla del gran termo a cuyo alrededor había un dragón anaranjado que se perseguía la cola.

—Realmente, ése es el objetivo de toda la charla sobre exclusiones, inclusiones y horizontes típica de Asura, Lila. Queremos conseguir que el horizonte del conocimiento humano entre en el Hombre para que el Hombre pueda comprender cómo piensa, en vez de limitarse a pensar automáticamente. ¡Cómo despertar del sopor hipnótico de la consciencia ordinaria y aprender a percibir qué es el percibir! Porque, en realidad, la mayor parte de la gente pasa su existencia sumida en un ligero trance hipnótico... Y tú también, aunque probablemente no lo creas.

—¿Qué sabremos entonces, Feng? ¿De qué sirve todo eso? ¿Qué razón hay para que la gente no pueda limitarse a vivir y ser?

—Pareces un animal prehistórico preguntando: «¿Por qué he de evolucionar? ¿En qué puedo convertirme? ¿Qué voy a sacar de ello?». Te diré lo que sentí cuando descubrí cuál era el auténtico plan del Bardo. Yo también he sido viajero del Bardo, ¿sabes? Supongo que engendré algunos niños... Después empecé a sospechar e hice preguntas; y cuando por fin me fueron respondidas..., ¡fue un instante absolutamente maravilloso! Una revelación... ¡Porque en ese mismo instante el universo que hay «ahí fuera» dejó de ser algo extraño e incomprensible! La Humanidad no tenía ninguna Naturaleza-enemigo externo contra la que combatir y a la que domar. ¡Nunca había estado «ahí fuera»! Eso no era más que una ilusión hipnótica. La naturaleza estaba aquí, en cada átomo de mi ser, en cada momento de mis pensamientos, y siempre estuvo ahí..., sumergida en mi interior. Estoy hecho de su misma textura. La Humanidad futura sabrá todo esto directamente, en la vida corriente de cada día. —Sus ojos brillaban. Tú también debes comprenderlo, me suplicaban—. No sólo eso, sino que el cosmos realmente se crea a sí mismo a partir de las consciencias existentes dentro de él, esas consciencias que evolucionan para comprenderlo. La vida no es algo surgido por casualidad dentro del universo. La vida es una parte integrada de él, igual que el pensamiento. ¡Lila, el universo genera vida para que, finalmente, la consciencia sea capaz de generar el universo!

No veía nada. Estaba dentro de una boca; y la boca se estaba cerrando sobre mí.

—Cuando comprendí eso me desprendí de todas mis dudas. Supe que debía esforzarme para conseguir ese objetivo. Los horrores de la década de los noventa hicieron que la humanidad se viera arrastrada hacia la grandeza por algo que siempre habíamos llevado dentro. Eso es lo auténticamente maravilloso... Debes comprenderlo y ayudamos. Aunque sólo sea porque ahora, a través de Yungi, tú formas parte de ese futuro... Yungi es una conexión con ese futuro. Ya te he dicho que es la Esperanza. Pero ese futuro debe llegar de una forma pacífica. La raza humana tal y como la conocemos ahora debe ser absorbida hacia arriba. No debe haber ningún conflicto ni rencor venenoso entre lo Viejo y lo Nuevo. Y eso podría darse con mucha facilidad..., incluso ahora. Lo que más me enfurece es que la gente sigue siendo capaz de rebelarse contra el Bardo..., ¡hasta los dobdobs de la Sala de Guerra serían capaces de ello! Intentarían matar a tu Yungi y a toda la progenie del Bardo. El Bardo tiene que usar los subterfugios para protegerse. Ésa es la razón de que el auténtico plan del Bardo deba mantenerse oculto.

—¿Pretendes decir que si fuese necesario el Bardo le declararía la guerra al mundo? ¡Entonces el Bardo es una auténtica Bestia Estelar!

—Oh, no. En cuanto nos veamos obligados a combatir habremos sido vencidos, y nuestra derrota significará la derrota de toda la raza humana. Todas sus esperanzas se habrán perdido, porque las manos y los pies le habrán declarado la guerra a la cabeza y la habrán estrangulado, con lo que sólo obtendrán un cuerpo inconsciente que carecerá de juicio y de consciencia. Ésa es la razón de que estemos haciendo preparativos en las islas...

—¿Te refieres a Maui?

—No, a sitios mucho más grandes. Ceilán está siendo limpiada, así como Nueva Zelanda y Cuba. La gente que vive en esas zonas está siendo trasladada a otros lugares. Todo debe ser hecho con la máxima discreción... Tienes que ayudarnos, de veras. Necesitamos organizadores, gente que controle el sistema y lo dirija. No tus Sam Shaws, que nos pegarían un tiro si supieran lo que ocurre..., y tampoco necesitamos a tus Maimunas, porque actúan impulsadas por motivos erróneos...

—¿Quieres que os ayude a echar a la gente de sus hogares?

—Nuestro hogar es el mundo. El universo... Madagascar ya ha sido despejada sin ningún tipo de problemas con el pretexto de convertirla en una zona de retiro para ex-viajeros del Bardo.

—¿Una zona de retiro para las reses cansadas de tanto criar?

—¡Nada de eso! El Bardo es el sistema más humano concebible. Necesitamos administradores que comprendan cuáles son los auténticos problemas y que sepan actuar con tacto y cautela. Te he escogido para que seas una de ellos. Estarás protegiendo el futuro de Yungi.

—¡Pero Yungi es una alienígena! —grité, poniéndome en pie.

—Y también es tu hija. ¿Quién supones que era ese asurano con el que hablaste en Miami?

—Era una ilusión programada. Respuestas probables a preguntas sobre barreras y ese tipo de cosas. Igual que en los ordenadores: mete basura y sacarás basura —me burlé, encogiéndome de hombros y volviendo a sentarme.

—Te equivocas —dijo él, sonriendo cortésmente—. Los vuelos están controlados por los hijos del Bardo. ¿Crees que les mantenemos encerrados bajo tierra? Saben qué está pasando mucho mejor que tú. Utilizan equipo de juegos altamente sofisticado conectado a los cascos del Bardo y a los gráficos falsos de la Bestia Estelar. El juego es seguir manteniendo en pie la mascarada de los alienígenas, con todo su debate sobre la mente, los números y el cosmos, y hacerlo de una manera impecable, consiguiendo que todo eso encaje a la perfección con lo que le ocurre al campo corporal durante el vuelo. Y, atención, todo eso en tres niveles simultáneos: el nivel de los mundos alienígenas, el nivel de la guerra con la Bestia Estelar y, por último y el más importante de todos, el nivel de la biología humana. Naturalmente, la discusión con los alienígenas y la guerra con la Bestia Estelar representan lo mismo, ¡sólo que en términos invertidos!: la expansión de la consciencia más allá de sus límites actuales...

—¡Pero los bebés son concebidos durante esos vuelos! ¿Estás diciéndome que todo eso no es más que un juego con seres humanos vivos como piezas?

—¡Exactamente! Es un juego, un juego muy serio. Y, durante el proceso de ese juego, se conciben bebés. Ese es el objetivo del juego: hacer que el campo corporal de la viajera se ajuste al período crítico de la concepción, armonizar la «firma» del campo corporal del niño del Bardo que dirige el juego con los dos adultos que llevan los genes sumergidos para crear un niño semejante y grabar esa firma en el campo corporal de la madre, ¡que ya ha sido adiestrado para responder!, en un momento durante el que óvulo y espermatozoide van a unirse de tal forma que los cromosomas formarán una pauta positiva con los genes del Bardo como dominantes. ¡De esa forma se puede superar el supuesto carácter aleatorio del proceso hereditario!

»No olvides que un espermatozoide, un óvulo y hasta una célula son receptores de información corporal muy sensibles. En la evolución, este plasma de partículas ionizadas que llamamos el campo corporal forma el sistema de pautas primarias para organizar la vida. Es el primer sistema de mensajes de la materia viviente, Lila. Vaya, pero si hasta los cristales inanimados cobran existencia gracias a las «preformaciones»..., ¡campos de energía que anticipan la materia sólida! El sistema existe incluso antes que la vida para que la vida pueda irse edificando sobre él. Aquí hacemos que esta fuerza influya sobre el mismísimo mensaje de la vida encerrado en los códigos del ADN actuando como un filtro electromagnético selectivo capaz de operar a nivel celular que atraerá la combinación adecuada y la implantará en el zigoto resultante, el óvulo fertilizado. Uno de los primeros seguidores de Backster, un hombre llamado Marcel Vogel, le mostró a la gente cómo podían usar su mente para abrirse paso hasta las mismísimas moléculas del ADN que hay en una célula, usando el campo corporal e influyendo en ellas.

»El segundo vuelo, una semana después, sirve para reforzar el campo que ya ha sido grabado y para evitar que el útero de la madre decida abortar en cuanto sienta la «longitud de onda» levemente extraña de la blástula..., ése es el nombre del embrión durante esa etapa preliminar, cuando está unido a la pared del útero, con su futuro «mapa» ya determinado pero aún amorfo en cuanto respecta a la organización celular...

»Y así es como la Humanidad Futura dirige su propia concepción, Lila. ¡Igual que si tirase de sus cabellos para salir de un pozo! Obviamente, los hijos del Bardo deben dirigir el juego. ¿Cómo hacerlo, si no? Nos muestran el camino... que lleva a ellos mismos. Ya hace tiempo que nacieron y han ido creciendo, con sus propios adultos encargándose de supervisarles: cada vez son más numerosos. El proceso ha sido refinado hasta convertirlo en un arte. Y, durante el proceso de grabar la pauta, educan y fortalecen sus propios campos corporales...

—¿Ellos programan los vuelos? Entonces programaron el vuelo de Kushog..., ¡para volverle loco!

Feng negó con la cabeza en un gesto de impaciencia.

—¡Ya te he dicho que eso fue un accidente! ¡Un error! Escúchame. Maimuna siempre te estaba poniendo trampas, ¿no? Bueno, va a volar al mediodía..., y así conseguirá que la dejen embarazada. —Se rió—. Es gracioso. Todas imaginan que han quedado embarazadas durante el segundo vuelo y sólo porque siempre se hacen dos vuelos, uno detrás del otro... Ven conmigo y lo verás por ti misma, Lila. Comprenderás mejor el proceso.

—¿Crees que quiero ver cómo hace el amor? ¡Pareces el encargado de un burdel!

—No, sólo verás abstracciones. Esquemas... Nada de espejos falsos. Ya te lo he repetido más de cien veces, respetamos a los seres humanos. Si no, ¿qué crees que estamos haciendo?

Feng me inspiraba un odio tan glacial que tuve la sensación de llevar dentro un témpano. El odio ya no podía seguir actuando: ahora se limitaba a estar dentro de mí, igual que una roca, pasivo e incapaz de hacer nada. Y la curiosidad tiraba de mí; tenía que saberlo.

Asentí con la cabeza.

Me escoltó hasta la Sala del Gozne, en lo más hondo del palacio; de ahí tomamos un ascensor para llegar a la gran caverna, donde había aparcados un jeep y un camión, vacíos y sin conductor. Apretó un botón que había junto a la puerta del ascensor y la caverna quedó iluminada. Después me llevó hacia una de las grandes puertas de acero de los túneles, metió su tarjeta de «crédito» en una ranura y tecleó un código en un pequeño panel donde había botones numerados.

La puerta se movió sin hacer ruido, ocultándose en la pared de la caverna. En dirección opuesta, a mucha distancia, brillaba una monedita de luz: allí estaba la salida que llevaba a la ciudad de Lhasa.