La ventana del despacho de Feng estaba a gran altura pero el panorama visible desde ella era bastante reducido, pues se limitaba a una cuña oblonga del valle de Lhasa y las colinas de Tangla que lo flanqueaban. El valle estaba cubierto de retazos verdes allí donde crecían las primeras cosechas. La piedra estucada que enmarcaba aquel panorama debía tener por lo menos dos metros de grosor y estaba pintada de un negro azabache; te daba la impresión de estar en una cueva, mirando por una grieta.
—Oímos toda tu conversación con esa joven estúpida, claro está. Hay un micrófono oculto en la pagoda. Se activa gracias a la voz humana y está conectado con el Ordenador de Combate. De hecho, todo el sistema de vigilancia está conectado a él. Las cintas se borran a menos que el sistema capte palabras clave, como anticonceptivos o casquete polar...
—¡Entonces, es igual que los teléfonos de nuestros dormitorios! —Sentí una gran irritación. No era que desease gozar de una intimidad inviolada, pero aquella vigilancia era tan..., tan total...
—No, no, aquellos teléfonos no están preparados para detectar palabras clave. Captan todo lo que se diga en la habitación. Compréndelo, eso significaría que no estabas sola... —Feng hablaba de ello con tal tranquilidad que casi conseguía hacer que sus métodos de espionaje parecieran la cosa más natural del mundo.
¿Qué razón había para que cualquier cosa dicha en un dormitorio fuera digna de grabarse? ¿Cualquier cosa? Realmente, sólo había una respuesta. Si no estabas sola en el dormitorio, era posible que estuvieras haciendo el amor..., de una forma libre y espontánea. Podías estar fabricando tu propio bebé sin un compañero escogido por el Bardo. Y eso no debía ocurrir nunca. Eso echaría a perder los planes del Bardo.
—Espiar hace que los militares se sientan más seguros —dijo Feng. Creo que estaba intentando disculparse. O justificarse, al menos—. Maimuna no sólo posee una ambición venenosa, sino que también es bastante estúpida —siguió diciendo—. Bajo esa capa de sofisticación suya hay mucha superstición y una credulidad que..., oh, ella cree realmente en la magia. Piensa que puede servirle de algo, que funcionará. Tú, en cambio..., tú eres más cuidadosa. Tú piensas. O intentas hacerlo.
—¿Qué vais a hacer con ese brebaje que se tomó?
—Nada. —Sonrió.
—¡No quedará embarazada! Eso echará a perder todo vuestro plan de conseguir bebés para el Bardo.
—¡Pues claro que se quedará embarazada! Analizamos el contenido de esos pendientes en Miami, ya hace mucho tiempo, cuando se los quitó por primera vez... Son drogas, desde luego: un anticonceptivo y una sustancia para aumentar la fertilidad. Están hechas con sustancias naturales que se encuentran en las raíces de ciertas plantas de la sabana, y además son altamente efectivas. Lo que la contracápsula introduce en el sistema es una sustancia sintética basada en un derivado de una planta similar, pero del Amazonas y no del Senegal. Ese viejo médico brujo debía ser bueno, no cabe duda. —Se inclinó hacia delante—. Lo único que hicimos fue poner la araña en el sitio de la mosca y viceversa. ¡Maimuna no ha conseguido más que asegurar doblemente su fertilidad!
Pese al egoísmo de Maimuna, sentí un cierto abatimiento ante su derrota. Feng me contempló con una expresión pensativa.
—Voy a contarte algo más, Lila, porque creo que estás preparada para oírlo y porque, como ya te he dicho antes, piensas antes de actuar. El anhelo de poder de Maimuna le hizo comprender que necesitamos a ciertas personas con los motivos adecuados para que..., ¿cómo lo expresó ella? Ah, sí, para que suban a un peldaño más alto de la jerarquía. Creo que tú eres esa clase de persona. Da la casualidad de que tienes toda la razón en cuanto a los bebés y el Bardo. Sí, queremos que nazcan.
—¡Lo sabía!
—Aunque es una lástima que hayas dado con la verdad tan pronto, porque, y no quiero darte la impresión de que esto es un castigo, has perdido la inocencia y ahora ya no puedes tener más bebés.
—Feng, ¿qué es Yungi? —grité—. ¿Qué me habéis obligado a crear?
—No debes perder la calma. Maimuna estaba en lo cierto cuando hablaba de las buenas intenciones del Bardo. Tu hija es el futuro. Es el camino que lleva hacia delante. Es la esperanza. Seguimos teniendo los mejores motivos imaginables para querer que sólo un mínimo de gente sepa cuál es la razón de que obremos así.
—¡La Bestia Estelar, ya lo sé!
Agitó la cabeza, divertido.
—La Bestia Estelar no existe. No hay ninguna Bestia Estelar.
—Es un cuento de hadas, igual que los alienígenas benévolos. En el estado evolutivo actual de la Humanidad, los cuentos de hadas son imprescindibles. Aun así, tiene que haber cuentos de hadas adecuados a los distintos tipos de personalidad. La mente paranoica que gobernaba el mundo y que se pasó cientos de años viéndose atraída hacia la cima de la política y los ejércitos prefiere los Gigantes Malignos a los Espíritus Bondadosos. Esa mente se alimenta de la hostilidad y las amenazas..., imaginarias, si no las hay reales. ¡Hará cuanto pueda para convertirlas en realidad! Los que saben ver lo que hay tras la primera máscara del Bardo, la de los mundos alienígenas, suelen ser gente de esa clase. Personas básicamente egoístas para las que todo gira alrededor de sí mismas..., aunque a menudo suelen disfrazar tales emociones sintiendo que participan en alguna clase de misión colectiva. Además, siempre están imaginando conspiraciones. Quieren acabar con ellas... o unirse a los conspiradores. Ésos son los Sam Shaw de este mundo. Si Sam Shaw supiera qué nos reserva el futuro, se convertiría en el más ardiente enemigo de tal futuro, puedo prometértelo. En cambio, ahora es un mensajero del cambio y de la sabiduría y no lo sabe.
—Todos esos dobdobs que había en la sala de guerra subterránea de Miami...
—...creen sinceramente que están ayudando a proteger el mundo de una criatura llegada de las estrellas. Es una válvula de escape útil para lo que podrías llamar la eterna mente militar; lo que hacen realmente es descargar su propia agresividad. Aunque, y que Dios nos ayude, si ese tipo de mente es realmente eterno, el Bardo habrá fracasado. Por cierto, siento que Sam Shaw os amenazara con su arma. Aun así, estoy seguro de que eso ayudó a reforzar su autoconfianza. Eso sirve para que el trabajo se haga mejor y de una forma más eficiente.
—¿Qué trabajo? ¡Acabas de decirme que no hay ninguna Bestia Estelar!
—Y no la hay. Lila, vamos a pensar un poco en la evolución. ¿Qué necesita una especie para evolucionar con éxito? Un medio ambiente que no sea ni demasiado pobre ni demasiado rico. Durante millones de años la Tierra fue el sitio ideal: estaba a medio camino entre la pobreza y la riqueza. Y, sin embargo, durante todo ese tiempo, había inmensos recursos de energía ocultos bajo el suelo. Petróleo, carbón, gas: una peligrosa y traicionera abundancia de energía... Cuando desarrollamos una tecnología empezamos a movernos hacia adelante de una forma demasiado rápida y brusca. La evolución social y, sobre todo, la evolución mental, se quedaron lamentablemente retrasadas.
»La evolución tecnológica puede convertirse muy fácilmente en un fin que se justifique a sí mismo. Acaba separándose de la Humanidad. Contiene su propio significado. La tecnología parece ser el sustituto adecuado con el que reemplazar a un buen sistema de conocimientos porque disecciona el mundo con sus herramientas e incluso puede incluir al Hombre en sus disecciones. Sin embargo, es perniciosa. El Hombre debe aprender a conocerse de una forma más directa. Debe ser más consciente de cuál es la naturaleza de sus propios pensamientos, en vez de limitarse a pensarlos igual que si fuera un autómata. Los hombres de la caverna —¿conoces el mito?—, tienen que darse la vuelta y ver. Detrás de ellos hay una luz muy poderosa; pero lo único que ven son las sombras de la existencia.
El Palacio del Potala estaba hecho de cavernas, pensé..., una colmena de cavernas que una conmoción de la naturaleza había levantado hasta una gran altura. Y, en particular, el despacho de Feng era una verdadera caverna. Con su espalda insistentemente encarada hacia la única fuente de luz, Feng daba la impresión de imaginar que yo era una sombra proyectada por su cuerpo: ¡su propia proyección, títere e invento! La astuta suspicacia de Maimuna había hecho que terminara estando en lo cierto. Oh, si Feng pudiera llevar a cabo uno de esos preciosos «giros completos» suyos y verse a sí mismo tal y como realmente era: un capataz de sombras que las obligaba a conocerse a sí mismas mientras se pasaba la eternidad ocultándoles la verdad tras una serie interminable de pantallas —la pantalla de los Mundos Alienígenas, la pantalla de la Bestia Estelar—, ¡pantallas que, no hacía falta decirlo, desaparecerían tan pronto como la gente hubiera aprendido a ver mejor! No, así nadie llegaría a ser más sabio y libre. Así era imposible ver nada. Lo sentía en lo más profundo de mis entrañas. La verdad era algo accesible a todos, no un secreto oculto.
—¿Qué es lo que hay en nuestro interior aguardando el momento de emerger? ¿Qué es lo que parecerá tan inevitable en cuanto haya emergido, tan obvio entonces como inimaginable era antes? ¿Cuál es el siguiente estadio evolutivo, Lila? —me preguntó.
El sol hacía brillar la pintura negra que enmarcaba la ventana, convirtiéndola en un reluciente gong de luz. Dejé escapar una carcajada histérica.
—¿A quién le importa? ¡Los monos no se convirtieron en seres humanos de la noche a la mañana! Para eso hicieron falta millones de años. ¡El mono que se hubiera pasado la vida preguntándose a qué se parecerían los humanos habría sido un mono muy desgraciado! Cada persona vive su vida ahora.
—Ah, es ahí donde te equivocas. En el siglo XX, cuando el huracán tecnológico cayó sobre ellos fingiendo ser la salvación, los hombres no supieron comprender bien la evolución. Tenían a su disposición un período de historia tan pequeño y miserable hacia el que volver los ojos que no podían comprender cuán esencialmente extraños, cuán esencialmente distintos, debieron ser los prehumanos y los pre-prehumanos que vinieron antes que ellos. Pensaban en esos seres como si hubieran sido iguales que ellos, dejando aparte las herramientas y el lenguaje. Y tampoco podían concebir lo extraños que deberían ser los humanos del futuro, comparados con ellos. Volvían a pensar en sí mismos, pero ahora con más herramientas; herramientas mejores, distintas, y quizás hasta con sus cerebros conectados a ordenadores para que les ayudaran a pensar más deprisa. Su bendita ignorancia les hacía suponer que el humano del futuro debería ser muy parecido a ellos, porque estaba claro que la evolución era un proceso muy lento.
»¡La evolución no tiene por qué ser lenta, Lila! Dadas las condiciones adecuadas, puede producirse un cambio enorme en unos centenares de años. ¿Y sabes por qué? ¡Porque un gran cambio de la especie no depende de un solo gene cambiado de sitio o de una sola mutación..., sino de docenas! Una mutación aquí, otra mutación allá, añadiéndose a la primera; este proceso se desarrolla durante millares de años...
—Como proceso, me parece bastante lento.
—Y lo es, al menos superficialmente. La mayor parte de las mutaciones son recesivas, y ésa es la razón de que no se perciba ningún cambio. No nace nada radicalmente nuevo. Y, sin embargo, las mutaciones están siendo constantemente sumergidas en el estanque genético común. En realidad, todo ese estanque genético está siendo preadaptado lentamente para aceptar una nueva criatura. Cuando llega el momento adecuado ese nuevo ser sumergido puede aparecer de repente. Llevamos miles de años sumergiendo el futuro humano en nosotros mismos y, ¿cuál podría ser ese futuro sino un ser humano más plenamente consciente de sí mismo? La Humanidad lleva toda la historia conocida saturándose a sí misma. ¡La función del Bardo es servir como semilla cristalizadora!
—Así que puedes predecir el futuro, igual que el herrero de Maimuna, ¿eh? Bien, ¿cómo se supone que va a ser el hombre del futuro?
Feng me miró con ojos entrecerrados, sopesando astutamente la verdad y la mentira en su mente, igual que una moneda suspendida sobre la yema del dedo. Un empujoncito en cualquier sentido y..., mentiras..., o la verdad. ¿Qué importaba? Estaba segura de que cada verdad acabaría resultando ser una mentira. No había ninguna verdad final a la que llegar. El sol entraba a chorros en la habitación, haciendo difícil ver la expresión de su rostro.
—Lila, si la vida es un proceso aleatorio, aún no ha habido el tiempo suficiente para que tenga lugar. Y, sin embargo, la vida ha surgido..., ¡con el máximo de rapidez posible!
—Eso me has dicho.
—¿Y no es más que un accidente? ¿O acaso hay algo en la estructura física del mismísimo universo que lo predispone a crear esa vida? El Bardo cree que así es. Creemos que la biología está «sumergida» en la física y que en las formas de vida hay una tendencia que las impulsa a crear la conciencia. La conciencia parcial del Hombre actual... O las ballenas y los delfines, quizá. Y, dentro de esta conciencia limitada actual que poseemos, debe de haber..., ¿qué más?
—Entonces, ¿por eso habéis inventado la Bestia Estelar? ¿Y toda esa mística sobre los límites y las fronteras? ¿Algo dentro de nosotros, algo a lo que no podemos llegar? —¿Y si hubiera una verdad final a la que yo pudiera llegar? ¿Y si realmente pudiera abrirme paso por la frontera de mentiras, llegando al otro lado? La luz del sol casi me cegaba.
—La manipulación directa de los genes mediante la cirugía fue otra de las grandes ilusiones tecnológicas —dijo Feng con voz pensativa—. Crear una raza de superhombres usando el escalpelo láser y el microscopio electrónico..., ¡ridículo!
No, el sol no podía cegarme. Yo había visto el corazón de los yantras. Podía luchar, resistirme. El sol no hacía sino disolver a Feng; le volvía tan transparente y vacío como merecía ser. Yo era más real que él.
—Tus temores acerca de Yungi carecen de fundamento. Las máquinas del Bardo no pueden alterar los genes de tu hija. Y tampoco pueden construir nuevos genes. Tenemos que trabajar con la naturaleza, no contra ella. ¿Cómo se puede saber de antemano a qué se parecerá el Hombre del Futuro? El Hombre Autómata intentando predecir y construir al Hombre Consciente sería igual que..., oh, como un ordenador intentando imaginar el funcionamiento de la mente que le ha programado.
»Eso es cuanto quería decirte, por el momento. Piensa en ello. Si quieres considerarlo así, ésta es la primera lección real sobre el Bardo que has recibido en toda tu vida.
El sol se había convertido en un sapo llameante. Se había deslizado hacia el centro de la ventana para escupir veneno en mis ojos.
Feng se puso en pie, tragándose el sapo, eclipsándome, despidiéndome.
Volví a mi habitación, y poco después me trajeron a Yungi de la guardería. Ahora sus ojos ya estaban interrogando al mundo. Era todo un mundo que se hacía preguntas a sí mismo. Era un mundo que nacía gracias al poder de su pensamiento al mismo tiempo que, dentro de su mente, iba formando el mundo que la rodeaba.
¿Era la esperanza? ¿Era el Futuro?
Pero, ¿qué futuro?
Las señales de pinchazos de sus pies —que ahora ya casi no podían verse— me recordaron una extraña historia que un Lama Descalzo nos contó un domingo a los niños en la antigua mezquita. En aquel momento la historia me había parecido absurda: un chiste sin lógica, y nada más. Se me había quedado grabada quizá precisamente por ser tan absurda. Y ahora, de repente, la historia me parecía burlonamente cierta.
Erase una vez un rey que quiso enviarle un mensaje secreto a través del territorio enemigo al rey de otro país. El mensaje no era especialmente urgente, por lo que hizo afeitar la cabeza del mensajero y mandó que se le tatuara el mensaje en su cuero cabelludo. Después, esperó a que volviera a crecerle el cabello y le envió a cumplir con su misión. El hombre llevó el mensaje, oculto en su cabeza..., y, naturalmente, él era tan incapaz de leerlo como los centinelas de la frontera. Llevó el mensaje sin ninguna clase de problemas y, cuando llegó a su destino, le explicó al otro rey cómo leer el mensaje. El rey pidió que le trajeran un cuenco con agua caliente, jabón y una navaja de afeitar.
En cuanto hubieron afeitado la cabeza del mensajero, vieron que el mensaje secreto decía: «Matad a este hombre tan pronto como llegue», así que le cortaron el cuello allí mismo con la navaja de afeitar.
Contemplé los pies de Yungi y pensé en la historia. Aquel mensaje enviado por un rey a otro a través de territorio enemigo se parecía mucho a la predicción de Feng sobre en qué debía convertirse el Hombre..., era un mensaje llevado por un ser humano y, aun así, estaba escondido donde no podía leerlo. En cuanto el mensaje hubiera sido leído, acarrearía el final del Hombre, su muerte.
La historia podía interpretarse de otro modo, como una sugerencia: cuanto menos sepas sobre las cosas, más libre será tu existencia y más feliz vivirás...
Un dobdob tibetano que sólo hablaba tibetano estaba sentado pacientemente en un taburete de tres patas junto a la puerta de mi habitación. No podría advertirle a Maimuna de que sus pendientes habían sido cambiados de sitio.
• • • • •
Tres noches después, Kushog irrumpió en mi habitación, desnudo hasta la cintura y con sus pantalones blancos de cinturilla elástica como único atuendo. Estaba como enloquecido, y su rabia iba dirigida tanto hacia mí como hacia él mismo. Sudaba y temblaba igual que una medusa estimulada por una inmensa dosis de adrenalina: no paraba de hacer poses, y en su rostro se mezclaban el miedo, la exaltación y una especie de éxtasis suicida. Tenía los labios y las mejillas muy hinchados, como un pez ahogándose fuera del agua. Sus ojos estaban tan desorbitados como los de un dios de bronce que sufriera de hipertiroidismo. Llevaba consigo un cirio que mediría medio metro. No sé de qué estaría hecho pero desprendía una pestilencia a carne quemada, como si se hubiera arrancado uno de sus propios miembros y le hubiera prendido fuego para alumbrarse. Agitó el cirio igual que si fuera un brazo extra, haciendo gotear cera caliente sobre mi cara. Sentí chispazos de dolor y luego la tensión de la cera al secarse. Inmensas siluetas enloquecidas bailoteaban por las paredes. Protegí a Yungi con mi cuerpo, medio enterrándola en las mantas. Protestó, agitando los brazos, pero acabó calmándose y se quedó quieta.
—¡Me has abandonado! ¡No volarás más conmigo! Ahora tengo que volar yo solo, sin ayuda —canturreó Kushog con su habitual sonsonete rabioso. Agitó su enorme vela y esparció un nuevo diluvio de cera ardiente que cayó al azar sobre la cama y nuestros dos cuerpos. Logré mover las mantas formando una tienda para Yungi, una bolsa de aire protector. Estaba aterrorizada, pero no podía hacer nada salvo hablarle e intentar calmarle un poco. ¿Habría sido enviado a mi habitación? ¿Sería alguna nueva tortura de Feng, un nuevo truco? Se suponía que tenía un dobdob montando guardia ante mi puerta, encargándose de aislarme. Aunque se hubiese quedado dormido, los gritos de Kushog habrían tenido que despertarle, ¿no? ¡A menos que le hubieran dicho que se hiciese el sordo, que no viera nada! Y los micrófonos, ¿estarían escuchando todo esto?
—El dobdob..., ¿te ha dejado pasar?
—¡Es mi hermano!
—¿Qué? ¿Quieres decir que realmente es hermano tuyo?
—¡Es mi hermano en la nada! Le ayudé a pisotear su Falso Yo mientras meditaba sentado en su taburete. ¡Le hice participar de mi amor fraternal para liberarle!
—¿Quieres decir que le has matado? —Estaba a solas con él. Y Yungi también. En cuanto a los micrófonos dé Feng..., bueno, no había nadie escuchando. Y, si había alguien, entonces esto debía ser algún tipo de prueba sádica, algo en lo que Kushog participaba de buen grado o si no un plan preparado contando con usar su demencia, que tan fácil era de provocar.
—Mi hermano está muerto para el mundo —dijo Kushog, sonriendo. Sus labios se tensaron hasta formar un arco rojizo alrededor de sus grandes dientes amarillos: tenía dientes dignos de un caballo. Su boca se cerró con un seco chasquido. Si quería, un solo bocado suyo bastaría para arrancarme una media luna del brazo.
¿Y si esto era una prueba? ¿Y si debía tomar una decisión, la de salvarme o perecer revelando las confidencias hechas por Feng y diciéndole a Kushog que su adorada defensa de la Tierra no era más que una invención? Sí, seguramente eso bastaría para dejarle anonadado y me libraría de él...
Pero lo que Kushog me dijo a continuación me dejó aún más perpleja, pues me contó que había volado solo: había ido a un nuevo mundo alienígena más terrible que cualquiera de los tres mundos «descubiertos» hasta entonces..., un mundo inventado por la mismísima Bestia Estelar para usarlo como arma contra la psique humana.
—¿Por qué volar sin compañera? —le pregunté—. Tú no puedes tener... —Bebés. Cerré la boca. No, eso era secreto. El secreto de Feng.
—Dijeron que debía volar a un nuevo mundo creado por la Bestia Estelar, un mundo poblado por los seres bestiales que ha inventado. Un mundo que nos atrae hacia él con los peores rayos gancho que se puedan imaginar. Fui escogido porque mi alma es fuerte..., porque puedo luchar contra los demonios que me consumen vivo, porque soy un maestro del Camino del Chöd.
—¿Y realmente volaste solo, sin una mujer?
—Me has abandonado —escupió, haciendo caer más cera ardiendo de su tercer brazo.
—¿Llevabas el casco del Bardo? ¿Contemplaste los yantras? ¿Oíste el mantra... a solas? —Necesitaba saber qué le había ocurrido—. ¿Cómo conseguiste la energía necesaria para volar? Hace falta que un hombre y una mujer estén juntos...
—Me abandonaste. No estabas allí. Pero yo soy fuerte.
—No fue culpa mía. Pero, ¿cómo pudiste hacerlo tú sólo? —Si consiguiera halagar su vanidad...
—¡Hice el chöd para volar! ¿Difícil? ¡No para mí! Quemé mi carne y mis huesos, mi sangre y mis sesos para convertirlos en pura energía. El mundo al que volé era un mundo chöd ¡Tú no podrías haberlo soportado, mujer! Sus rayos gancho anhelaban alguien como yo. La Bestia Estelar se ha vuelto más astuta. Sabe que le arrojamos mundos alienígenas creados por la mente, usándolos como máscaras detrás de las que escondemos para interrogarla. Hasta ahora estábamos a salvo tras la máscara de los rakshasas. Ahora hay un nuevo mundo en los cielos. La Bestia Estelar ha creado un mundo mental y lo ha poblado con seres horribles, y nuestros radares lo captan para enviárnoslo. Hace caer la máscara de los rakshasas. Atrae a los viajeros a una ceremonia del chöd donde aquellos que no sean adeptos acabarán con el cuerpo y la mente devorados. Tenía que volar. ¿Quién si no podría haberlo hecho?
—Estoy segura de que tú eras el más adecuado, Kushog.
Contarme su historia hizo que se calmara un poco. Ya no parecía tanto un demonio de ojos saltones dispuesto a saltar sobre mí para desgarrarme la garganta con sus grandes dientes de caballo: ahora recordaba a un niño gordo terriblemente asustado narrando la peor de todas sus pesadillas.
Mientras me contaba su historia, me devané los sesos buscando una explicación de aquel nuevo mundo alienígena. ¿De dónde había surgido? ¿Y por qué? Kushog parecía estar diciéndome la verdad..., o, al menos, me estaba contando lo que le había sucedido. Empecé a pensar que el Bardo, bajo la forma de un sádico experimento, había revivido el chamanismo más loco y salvaje en las entrañas del Palacio.
Esto es lo que me contó...