Despierto en mi diminuta celda dormitorio situada en la parte de atrás del Palacio (donde antes vivían los esclavos o los sirvientes), odiando a mi cuerpo por sus perversidades. Mis uñas se están volviendo quebradizas y se agrietan con facilidad. Cuando voy por los pasillos tengo que procurar mantenerlas bien lejos de las paredes, pues pueden engancharse y romperse. Mis pechos aumentan de tamaño convirtiéndose en hemisferios de chocolate y los pezones sobresalen igual que gusanos en la tierra húmeda. Mis pezones se han vuelto excepcionalmente tiernos y sensibles a toda clase de roces, mientras que los pechos se vuelven ásperos debido al líquido que se concentra en ellos, convirtiéndose en bolsas de una gruesa membrana granulosa repleta de esponja empapada. Su peso tira de mis omoplatos, tensando la piel hasta tal punto que mis clavículas asoman de unos huecos muy profundos, haciendo que la parte superior de mi cuerpo parezca ridículamente flaca.
La mano de un fantasma oculto me está borrando para volverme a dibujar usando trazos más oscuros y toscos. Un grueso trazo de puro alquitrán se zambulle hacia mi vientre, igual que un cartel indicador difícil de comprender.
Estoy en la Gran Sala de los Sutras, limpiando todo lo que es liso, redondo y dorado.
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A solas en mi celda, sigo las pistas dejadas por el feto que hay en mi interior, atónita. ¡Mira, aquí están, encima de mi vientre! ¡Sobre mis pechos! Está viajando dentro, hacia alguna parte. No camina; aún no tiene pies dignos de ese nombre. Pero aun así deja senderos de pegajosa oscuridad desde dentro. Cuando intento predecir sus movimientos siempre voy un paso por detrás de él, porque no puedo verle. Y él tampoco puede verme. Sin embargo, hay senderos y huellas que nos unen. Soy su horizonte, su límite. Aun así, es el feto quien hace que me curve a su alrededor. De no ser por él no tendría esta forma de ahora. Me curva. Deja marcas en mi vientre para medirme. Pero esas marcas se ensanchan y se vuelven más ásperas a medida que me curvo, por lo que en realidad no puede tomarme las medidas. Y así, por extraño que parezca, nos contenemos el uno al otro. Cada uno es el límite que limita al otro. Sólo las observaciones más indirectas son posibles.
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Si la naturaleza del espacio que ambos ocupamos y deformamos es un problema casi insoluble, la escala temporal que compartimos es aún más discutible, pues mis sueños me hacen salir del tiempo y allí es donde está el feto, esperándome. En realidad él es mucho más viejo que yo..., es tan viejo como la vida misma, a la que recapitula. Yo sólo he vivido dieciocho años, mientras que él ya ha cubierto mil millones de años de evolución. En lo que a mi sentido del tiempo respecta, tengo la sensación de estar suspendida en equilibrio sobre su vasta (¡y, aun así, minúscula!) base, igual que otro Potala empalado sobre la punta de una montaña escondida dentro de él.
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Hablo de esto con Feng, que ha venido a verme. Mueve la cabeza en silencio, aprobando mi análisis.
—¿Te das cuenta de que, después de esto, podrás interrogar a la Bestia Estelar de una forma más efectiva? Comprenderás mejor la naturaleza del problema..., la frontera que hay entre nosotros y el resto del universo, entre nuestra clase de conciencia y la conciencia cósmica de la Bestia Estelar...
Voy a la Sala del Sutra, allí donde se guarda desde hace mil años el casco del Rey Sang Zan Gan Bu, constructor del Potala, y me lo pruebo, imaginándome que es un casco del Bardo unido a esa Bestia del cielo mediante ordenadores y radares. El casco está cubierto de inscripciones en manchú, mongol y tibetano: mensajes dirigidos al Cielo.
El casco de oro pesa demasiado, así que acabo quitándomelo y lo limpio con un trapo.
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Feng me arrastra a apasionadas conversaciones sobre el origen de la vida y el universo..., aunque es él quien pone toda la pasión. Mantiene que el universo no pudo empezar «desde fuera» y que no puede estar originado por ninguna fuerza exterior, o de lo contrario no sería un universo. La vida tampoco puede tener ningún origen exterior al universo, o de lo contrario no sería vida, sino meramente maquinaria. La actividad debe ser su propia agente, su propia engendradora, dice; y que la vida surja de sí: misma es un reflejo de que el universo surgió de sí mismo. Cada uno es inconcebible sin el otro. Parece creer que toda esta metafísica caerá en oídos bien dispuestos a recibirla sólo porque estoy embarazada.
¿Pretende dar a entender que mi embarazo es necesario para el universo? ¿O que el universo es necesario para mi embarazo? Sé cuál fue la causa de mi embarazo: Ahmed Klimt, y las (disculpables) maniobras del Bardo. Aun así, ya no tengo la sensación de que ésas hayan sido las únicas causas. El puro y simple hecho del embarazo se ha impuesto a todo lo demás, convirtiéndose en un agente libre que actúa por voluntad propia...
—Lila, ¿te das cuenta de que la vida es muy poco plausible? Estadísticamente, su existencia resulta ridícula. ¡Hay tantas combinaciones químicas posibles! Haría falta un tiempo superior a toda la historia del universo para poner en práctica una mera parte de ellas. Y, sin embargo, la vida surge casi tan pronto como le resulta posible hacerlo.
—Si la vida es tan necesaria para el universo, ¿qué razón hay para que la Bestia Estelar intente eliminarla?
—Una buena pregunta. Suponte que el universo no puede «conocer» su propia naturaleza, debido a ser justamente eso, «uni». Es único, es la unidad. No puede llegar a examinarse a sí mismo por entero. Para conocerse tendría que negar una parte de sí mismo..., la parte que «conoce». Tendría que rechazarla. Puede que la Bestia Estelar sea algo parecido a eso, un aspecto rechazado, un aspecto creador de límites programado en la mismísima estructura de la realidad...
Y Feng se dedica a darme sermones sobre el Cosmos, como si fuera una especie de Nammk'a Dbyns enloquecido. Y me pregunto si el mundo no se habrá vuelto loco; si la Bestia no estará infiltrándose en nuestras mentes, atravesando nuestras defensas.
Algo todavía más horrible: ¡que ya se haya infiltrado en mí! ¿Es posible que el auténtico plan del Bardo sea extraer y encarnar aspectos del fenómeno que llamamos «Bestia Estelar» y darles un cuerpo humano? Nunca llegué a ver cómo eran esas guarderías de Virginia Beach, y ahora me acosa la imagen de seres inhumanos encerrados en ellas: seres de conciencias extrañas y deformes, mitad de la Tierra y mitad del universo alienígena. Seres que no son sino instrumentos biológicos para medir el enigma del universo en términos humanos.
—Los bebés intemporales de Virginia Beach —murmura Maimuna cuando se lo cuento, fascinada ante ese horror—. Bebés que son mitad una cosa y mitad otra..., bebés que están a caballo del límite..., sondas. ¿Será posible?
Y Feng, ¿no estará guiándome delicadamente a la comprensión final de que es muy probable que dé a luz un monstruo?
Un día soleado, como regalo especial, los dobdobs nos permiten salir al tejado. Llevamos gruesos abrigos acolchados. Los picos de las montañas están cubiertos de nieve, y una ligera nevada ha hecho que todo el tejado se volviera blanco. En los últimos dos siglos Lhasa ha visto más nieve y lluvia que en todo el millar de años anteriores, pues los chinos llevaron a cabo un gran plan de repoblación forestal antes de que llegara la Bestia Estelar. Maimuna me informa orgullosamente de ello..., como si fuera obra suya. El clima sigue siendo bastante seco. Ventoso, polvoriento. Nos sentamos en uno de los pabellones de techo dorado mientras el aire nos quema los dientes y las fosas nasales. Contemplamos las montañas, acampadas en la nada, en el confín del espacio, sorbiendo té tibio enriquecido con mantequilla. Gigantas de muchas razas y mestizajes acuclilladas sobre un iceberg deslumbrante, con sus cuerpos observándose ciegamente a sí mismos, preguntándose qué habrá dentro de ellos...
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Encerrado en un sitio al que no puedo llegar, un ser extraño da vueltas y vueltas en mi interior. Soy su universo de tejido viscoso, jadeando y ondulando igual que un pulmón, respirando espasmódicamente en busca de aliento. Mis venas saturadas de gas forman rejillas que encierran un mar mineral dentro del que los pescaditos de la grasa juegan y dan volteretas.
Soy el Océano, y hace poco que fui penetrado por el rayo. La punta al rojo blanco del rayo me golpeó dejando una dulce herida, una gota de cera caída en el agua. Mis aguas se cerraron alrededor de esta suave y feroz energía. Poco después, un delgado palito de cera desarrolló puños y una cabeza demasiado grande para él y empezó a chocar contra mis costas y mis límites.
Y ahora está llegando a la orilla: entra en el bosque placentario para convertirse en un renacuajo gigante que se mueve cautelosamente para no ser detectado por quien pueda estar escondido detrás de los helechos, un renacuajo acuclillado, inmóvil y rechoncho como una piña, perdido entre el palpitar de la espesura... Intento escapar a la mirada de este renacuajo (mientras camino por mi universo, que es yo misma, igual que un Dios en el Primer Día de la Creación), y mi pie se hunde en una temblorosa viscosidad verde; no hay suelo que me sostenga. Me hundo a través de aguas gelatinosas hasta llegar al tapón mucoso de la creación. Lo sacaré. Me vaciaré y entonces..., ¡de nuevo el espacio azul sobre la roca desnuda! Tiro con todas mis fuerzas. Por entre la pálida luz biliosa de esas aguas asoman cuerdas hechas de algas que proceden del núcleo central. Más y más zarcillos se apoderan de mí, y el agua se espesa dentro de mi garganta y mis pulmones...
Me despierto sintiendo el miedo y el asco que me inspiran esos sueños. Mis tobillos, hinchados por los fluidos, no volverán a ser delgados. Mis muslos se pegan el uno al otro. Mis pulmones son aplastados por una presión que nace bajo ellos. Se acabó el tragar aire..., mis horizontes se unen.
¡Si pudiera volver ahora mismo a esa tienda de oro alzada bajo las estrellas! Sí, allí arriba tiene que haber espacio suficiente.
¡No, no podría haber espacio suficiente!
¡Toda la masa del universo me aplastaría bajo la forma de la Bestia del Horizonte que aprisiona a la Tierra!
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—Feng..
—¿Sí?
—Tengo miedo.
—No te preocupes, tenemos las mejores Comadronas Descalzas. Un niño nacido del Bardo no puede sufrir daño alguno. Y una madre del Bardo tampoco.
—No es eso, Feng.
—¿Y bien? Tienes que contármelo, ya lo sabes.
Feng, siempre paciente. Hoy no es Feng el loco, sino Feng el Señor de la Gran Muralla que impide que el Dragón devore la Comuna del Hombre. Feng con su perfecto muro del Potala hecho de dientes, aunque tenga algún problema en la mandíbula... Me inspiras confianza y, al mismo tiempo, desconfío de ti. Eres un hombre de gran poder. Ahora lo sé; y, sin embargo, esta sociedad no es de las que exhiben su poder. En vez de eso lo oculta cuidadosamente, borrando toda pista que indique rango o jerarquía. El poder visible corrompe al hombre y atormenta a la sociedad. Ahora ya no puede haber hombres importantes, nada de políticos, presidentes, reyes o creadores de reyes; sólo queda la Humanidad.
—Te escucho, Lila.
—Temo que el bebé no sea humano —balbuceo por fin—. Temo que lleve la Bestia Estelar dentro. Sus pensamientos estarán alterados para que pueda revelaros algo sobre la Bestia del Horizonte que acecha ahí arriba. ¡Eso es lo que el Bardo quiere! ¿A qué viene mandar tantos «suministros médicos» por avión alrededor del mundo? ¿Qué clase de suministros son? ¿Muestras de sangre? ¡No, es material genético! ¡Muestras de códigos genéticos que sólo los grandes ordenadores pueden descifrar y comprender! ¿Qué hace que alguien sea candidato al Bardo? ¡Algo oculto en sus genes! Un potencial..., basado en quién es más vulnerable a la enfermedad causada por la Bestia Estelar. Algo capaz de permitir que nosotras, esos potenciales, demos a luz bebés que lo representen. Ésa es la razón de que volemos en el momento más adecuado para la concepción. ¡Las viajeras del Bardo no importan, sólo importan sus bebés! Los bebés..., todo el Bardo gira alrededor de los bebés.
—Para la mujer embarazada todo el mundo gira alrededor del bebé —sonríe.
—¡No, Feng! No te burles de mí. Ésa es la razón de que la plata fluya hacia el oro: sirve para crear extensiones mentales de esa cosa que hay allí arriba, porque sólo podemos comprenderla en términos humanos. Y ésos son los únicos términos humanos con los que nos atrevemos a trabajar..., los bebés. ¡No me extraña que la guardería de Miami sea secreta! ¿Por qué no está en pleno desierto del Sahara, rodeada de bombas atómicas?
Feng agita la cabeza en un gesto de compasión.
—No podrías estar más equivocada. Tienes mi palabra. El Bardo es una organización humana en el sentido más literal del término. Está consagrada a servir a la Humanidad. La guardería de Miami es secreta para preservar la democracia, para que nadie tenga la sensación de que existe un grupo de privilegiadas, una élite. Lila, no debes caer en la trampa de la división, ni aunque sea en potencia. En lo más hondo de nuestro corazón todos seguimos siendo individualistas, monos llenos de envidia.
—¿Cómo es posible mantener la democracia mediante mentiras?
—No veo de qué mentiras hablas. Se trata de controlar la información por el bien de todos. Eso no es mentir. ¿Crees que la gente podría ser feliz sabiendo que la Bestia Estelar existe, y sabiendo que no puede hacer nada al respecto?
Sus ojos vagan por el fresco de la vieja Lhasa con sus uniformes. Estamos hablando en la Gran Sala de los Sutras. Probablemente los uniformes no fueron más que una convención del artista, igual que las olas estilizadas del río y el único plano visual sobre el que están dibujados los edificios. Toca con la punta del dedo una figura sentada en un bote en mitad del río color fresa. El pescador está desnudo; su túnica color rosa yace sobre la orilla.
—Es extraño. La conciencia reside en el individuo y, sin embargo, el individuo jamás puede comprender realmente qué es la conciencia. Por lo tanto, le parece un milagro: un «alma». Y, aun así, desea desesperadamente tener pruebas de su existencia. Eso le impulsa a convertirse en un animal social. —Su dedo parece dibujar a los monjes que rezan y los jinetes que hacen piruetas—. La sociedad da la impresión de ser una conciencia más amplia que puede llegar a conocerle y comprenderle. Y, realmente, no lo es. Al menos, todavía no. Desde los comienzos de la historia, la sociedad no ha sido sino la suma de los fracasos de todas sus partes para conocerse a sí mismas. Piensa en los animales..., ¡viven sumidos en la naturaleza! Y piensa después en el Hombre..., qué separado de ella está; qué grande es su alienación. Sin embargo, gracias a eso puede examinar el mundo. La Humanidad debe volver a entrar en el mundo y el universo con la conciencia que ha adquirido. Cuando eso ocurra, toda la historia de alienación de la Humanidad —con los engaños del Bardo incluidos—, habrá llegado a su fin y dejará de tener importancia. En cuanto has subido por la escalera ya no necesitas seguir teniéndola bajo tus pies y puedes retirarla.
Su dedo va de un grupo de monjes que están meditando en un patio a un puente cubierto que cruza un arroyo.
—El agua refleja. ¿Sabías que la palabra «reflexión» significa «volver a doblar», igual que le ocurre a la luz en un espejo? Pero, ¿cómo es posible que un cosmos reflexione sobre sí mismo? Piensa en esa palabra. «Universo» quiere decir «una vuelta», y no porque la luz se vea doblada hasta regresar a su punto de origen siguiendo la curvatura del espacio, no... Significa «una vuelta» porque el universo es lo que podría ser visto ejecutando la hazaña mental de darse la vuelta tan deprisa que consiguieras ver la totalidad de ti mismo. El perro persigue su propia cola; ¡un día la pilla por sorpresa y consigue atraparse a sí mismo! Ese es el momento de la iluminación.
Da la impresión de estar provocándome deliberadamente..., esparciendo pistas que llevan hasta algún gran secreto mientras, al mismo tiempo, me guiña el ojo e intenta confundirme.
—¿Estás diciéndome que la Bestia Estelar es el espíritu del universo? ¿Que ha venido a contemplarse a sí misma en nosotros..., en la Humanidad?
—¿El Universo como un Todo manifestándose a sí mismo? —dice Feng sin responderme, limitándose a servirme de eco—. Sí, quién sabe... —Sus dientes relucen como los de un animal de presa: una barrera imposible de romper. Sí, una barrera puede ser un animal de presa... Si la Bestia Estelar lo es, Feng también.
Y entonces el universo parece caer del techo de piedra convertido en una gelatina que sumerge mi cabeza, ahogándome.
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Mi carne es un mapa de venas: corrientes de color púrpura nacidas del mar interior. Mi vientre se hincha rígidamente a causa del líquido y los miembros que giran dentro de sí mismos. La gravedad se invierte y atrae el mar hacia mis pulmones.
Del ombligo hacia abajo mi cuerpo está hendido por una línea negra como el azabache, una línea que ahora es mucho más negra que mi piel. La línea me parte en dos, anticipando el ya cercano momento en que me romperé igual que una fruta demasiado madura, haciendo salir de mi cuerpo al ser-límite que acecha en su interior.
¡Estoy dividida en dos partes, igual que el coco de mar! Lonchas de carne suave se contemplan unas a otras desde los dos lados de la divisoria. Soy Dos en Una, vengo de las Seychelles y estoy varada en mis propias orillas.
Sigo hinchándome en las entrañas de este gélido palacio de piedra, vestida con mis ropas acolchadas, aguardando la Primavera y el Nacimiento.