12

Nos llevaron a un gran dormitorio del octavo piso sobre cuya puerta había dibujada una esvástica. La habitación tenía dos camas. La ventana estaba protegida por barrotes. En el suelo, junto al cubículo de la ducha y el retrete, había una gran colchoneta de ejercicios, y la mesa tenía un lector de microfichas con un montón de documentos microfotografiados junto a él. La mujer tomó asiento en una cama y nos hizo una seña para que nos sentáramos en la otra, mientras el hombre se quedaba de pie, con la espalda apoyada en la puerta.

—Nuestra defensa se basa en transmitirle a la Bestia las pautas del pensamiento humano una vez han sido tremendamente amplificadas. La Bestia intenta anularlas respondiendo a ellas con sus propios «pensamientos». Podemos emitir hasta tres o cuatro repeticiones de vuelos anteriores, no más. Ésa es la razón de que no podamos automatizar el sistema y de que necesitemos tener muchos viajeros. Pero, aunque pudiéramos automatizarlo, no lo haríamos. A largo plazo la defensa pasiva acabaría resultando inútil. Tenemos que averiguar más cosas sobre la Bestia Estelar. Ésa es la razón de que vuestras conversaciones de Asura sean especialmente importantes, tanto las preguntas que formuláis como las respuestas que recibís...

—¡Dijiste que todo el viaje era una ilusión! Asura es una ilusión..., ¡una alucinación programada!

—Cierto. ¿Cuál crees que sería el nivel de cordura del mundo si todos conocieran la existencia de esa criatura que lleva tantos años flotando sobre sus cabezas? Tuvimos que crear la ficción de los mundos alienígenas y sus razas amistosas para el consumo público. Pero también tenemos que mantener esa ficción de cara a los viajeros, pues permite producir la energía kundalini y conseguir datos de la Bestia de una forma mucho más eficiente que el viajar sabiendo la verdad. Por eso programamos vuestros hipocampos con la «ruta» hacia Asura, y el casco del Bardo os da una bonita alucinación visual y auditiva con árboles y pájaros..., que aceptáis gracias a que los dibujos yantra y los sonidos mantra os hipnotizan.

—¿Nos comunicamos con algún ser alienígena o no?

—Oh, sí, Lila. Hicisteis preguntas de gran importancia. El contenido de los vuelos puede ser una ilusión, de acuerdo..., ¡al igual que la ventana de esa sala de control que hay arriba no es más que una imagen grabada en una cinta! Pero la estructura formal de los vuelos es real: es decir, la pauta de vuestros pensamientos y de todo vuestro campo corporal durante el vuelo es real. Naturalmente, la Bestia Estelar no responde a lo que le decís, pero tiene que responder a la forma en que han sido expresados vuestros pensamientos cuando le lanzamos sus pautas. Las respuestas que obtenéis de los «asuranos» son, en su mayor parte, producidas por ordenador. Se las somete a un proceso de regularización para que no parezcan demasiado absurdas y para que sean recibidas en un lenguaje humano. Por lo tanto, el sistema contiene un filtro de retroalimentación. Aun así, hemos aprendido a hacer encajar ciertas áreas conceptuales en ciertas longitudes de onda de la Bestia con un considerable grado de precisión. Parte del «significado» emitido por la Bestia logra filtrarse realmente en la conversación. ¡Hablo de «significado»! Creo que es mejor usar ese término que no el de «su visión del universo»..., suponiendo que pueda guardar cierta relación con la nuestra. ¡Ésa es la razón de que analizar la estructura lógica de las barreras, los horizontes, el todo y la parte o las matemáticas de cómo concibe el espaciotiempo sea un problema tan vital!

—¿Y tenemos que perder el tiempo produciendo bebés con esa amenaza suspendida sobre nuestras cabezas? —se quejó Maimuna.

—Estoy de acuerdo en que resulta muy molesto, sí, pero es inevitable. El campo corporal humano es lamentablemente débil comparado con las disrupciones que la Bestia puede llegar a producir. Necesitamos los estímulos más potentes para hacer que funcione al máximo; y la auténtica experiencia central de la vida, más fuerte aún que el trauma del nacimiento, una experiencia que también es imitada durante vuestra entrada en el espacio del Bardo, es el acto de la concepción, el viaje primigenio del óvulo y la semilla hacia la fertilización en las trompas de Falopio, y lo que ocurre cuando se encuentran...

—¡Nadie se acuerda de eso! —protesté yo—. En ese momento no hay ningún cerebro capaz de recordarlo.

—Las células recuerdan, Lila. ¿Acaso Backster no descubrió que el esperma humano puede percibir el daño causado en las membranas mucosas de la nariz de su donante, estando a quince metros de distancia de él, cuando éste olía una sustancia corrosiva? ¿Y no descubrió que los huevos de gallina se «desmayan» cuando sus compañeros de nidada son hervidos cerca de ellos? ¿Y qué hay del experimento en el que una planta conectada a un galvanómetro logró identificar al «criminal» que, un poco antes y actuando con el máximo disimulo, había matado a otra planta en la misma habitación donde estaba ella? Ésa fue la primera prueba científica sólida de que una célula viva goza de percepción y memoria. Y, pensándolo bien, ¿cómo podía ser de otra forma? Si no, ¿cómo habría sido posible que la primera materia viviente se hubiera logrado organizar a sí misma antes de que se hubiera desarrollado ningún sistema nervioso capaz de cumplir tal tarea?

»¡El conocimiento existe, podéis creerme! Podemos llegar a esos recuerdos biológicos de la ovulación, despertándolos, y ése es el momento en que la energía kundalini llega a su máxima potencia para proporcionarle su fuerza y su pauta ordenadora a la inminente fusión de los campos corporales del esperma y el óvulo..., recapitulando todo lo que sucedió durante la concepción de la madre, años antes. Ése es el momento en el que los ritmos del cuerpo y el cerebro alcanzan su máxima potencia y las redes de radar pueden amplificarlos y proyectarlos. —Nos sonrió, como si estuviera haciéndonos una confidencia—. La verdad es que la red que protege el mundo es obra de las mujeres. La energía kundalini masculina es bastante más débil. ¡Después de todo, no podemos esperar que el campo corporal del hombre se prepare para concebir una vez al mes!

—¡Pobre Klimt! —Me reí—. Tan orgulloso de su virilidad y su cuerpo... ¡Qué pendiente estaba de cada palabra pronunciada por ese viejo pájaro sabio alienígena!

—Ah, si los alienígenas existieran... Técnicamente hablando, el campo corporal es un efecto creado por un campo electromagnético en asociación con un plasma de partículas altamente ionizadas que permean y rodean todo el cuerpo. Pero también puedes pensar que todo el sistema nervioso, cerebro incluido, es una antena que mide aproximadamente mil kilómetros de largo, cuidadosamente doblada y enroscada sobre sí misma. Si ahí fuera hubiese algunos «transmisores» alienígenas lo bastante hábiles y deseosos de entrar en contacto, y si hubiera alguna forma de que las cargas eléctricas del campo corporal pudieran ser sincronizadas con el efecto de campo de la Acción a Distancia, resulta perfectamente concebible pensar que tu campo corporal sería capaz de recibir algún tipo de mensaje llegado de las estrellas. Cuando se empezó a investigar el Efecto Backster, incluso hubo algunas pruebas que inducían a pensar en ello: había comunicaciones biológicas que llegaban del espacio..., y estábamos interceptándolas. Hay grabaciones que muestran cómo ciertas plantas del desierto californiano recogían señales codificadas de naturaleza desconocida procedentes de la Osa Mayor.

»Por desgracia, la Bestia Estelar puso fin a esa clase de experimentos. Es la manta aislante perfecta. Y tenemos que mantenerla a raya. Al menos podemos emitir el campo corporal y las pautas del pensamiento humano hacia los cielos de la Tierra usando transmisores mecánicos convencionales. Y funciona, gracias a Dios, siempre que vuestro campo corporal esté al máximo de potencia.

»Tenemos que actuar esperando que no haya fertilización del óvulo y, aun así, estamos obligados a crear las condiciones más favorables para que se produzca. Es una lástima, cierto, y más teniendo en cuenta lo escasos que son los talentos utilizables en el Bardo...

—Sí, ¿cómo nos localizáis? —preguntó Maimuna. Y yo añadí:

—Daba la impresión de que se esperaba que pasáramos las pruebas años antes de someternos a ellas..., ¡aunque se supone que todo el mundo tiene las mismas oportunidades!

—Al principio se estudiaron los ritmos cerebrales de las víctimas de la Bestia Estelar, y luego se filmaron sus campos corporales usando la fotografía Kirlian del aura. ¡Gracias a Dios, la acupuntura ya había hecho que la medicina tradicional china y su concepto del campo corporal fueran aceptados por los occidentales antes de la llegada de la Bestia Estelar! De no haber sido por eso, habríamos estado perdidos. Hoy en día se utiliza la acupuntura, las películas del aura y los encefalogramas, empezando a una edad tan temprana que no podéis recordarlo. Los Médicos Descalzos poseen los conocimientos necesarios para hacerle esas pruebas a todos los niños. Ése es nuestro primer sistema de localización. Más tarde, los Maestros usan pruebas de aptitud para saber cuál es la mejor forma de reforzar y desarrollar un campo corporal prometedor: jugar al go, estudiar álgebra, practicar la danza kathakali, lo que sea... Cada una de esas disciplinas sirve a ese propósito, Maimuna..., se utiliza cuanto pueda crear una mente bien ordenada y llena de energía.

—¿Y todo es decidido de antemano, años antes de las pruebas finales?

—Se detecta a los posibles candidatos. Claro que siempre existe la posibilidad de que no lleguen a desarrollar sus talentos latentes... Si anunciáramos sus nombres ese conocimiento sería contraproducente, pues produciría pereza y autoindulgencia. Además, eso crearía unos terribles problemas sociales. Todos los Maestros y Médicos Descalzos han sido indoctrinados para guardar el secreto, y se les somete a un condicionamiento prácticamente imposible de romper.

—¡Bueno, adiós igualdad! —dijo Maimuna, lanzando una áspera carcajada.

El hombre frunció el ceño.

—¡Si fracasamos, todos los seres humanos tendrán las mismas posibilidades de enloquecer y morir! Te aseguro que eso sí será totalmente democrático.

—Es necesario para mantener la estabilidad social —dijo la mujer en un tono de voz más suave—. Todo el invento de los mundos alienígenas, y el que todo el mundo posea el potencial necesario para volar hasta ellos... Lo irónico es que el tener más acceso a la información y estar más cerca de la fuente va haciendo aumentar tus probabilidades de averiguar la verdad; y eso hace que se os deba vigilar de una forma cada vez más estricta. Cuanta menos relación tengáis con todo este asunto, menos vigiladas estaréis. Es todo lo contrario del totalitarismo. Aquí la élite se encuentra sometida a una estricta supervisión..., y la gente corriente vive feliz libre de esa carga, aunque deba someterse a unas obvias reglas básicas de ecología social. La verdad es que, si habéis de crecer desarrollando las mentes que necesitamos, es preciso que la sociedad se sienta libre y feliz y que tenga unos amigos alienígenas.

—¿Cuántas viajeras del Bardo han averiguado la verdad sobre Asura? —preguntó Maimuna con una cierta preocupación..., seguía queriendo ser especial, de una forma o de otra.

—Oh, bastantes —dijo la mujer, sonriendo—. Pronto os reuniréis con ellas...

¿El viejo espectro del casquete polar?

Pero no.

—Iréis a Lhasa —siguió diciendo. Y los labios de Maimuna se curvaron en una gran sonrisa de triunfo—. Allí daréis a luz, y es allí donde trabajaréis después del parto. Lhasa es para quienes conocen la verdad. Allí se utiliza la fachada de los rakshasas. Es la forma más práctica de programar los vuelos... Os hipnotizaremos. Aceptaréis la ficción. Pero, tanto antes como después del vuelo, sabréis que es tan sólo una fachada. La auténtica pesadilla vendrá cuando estéis despiertas. Saber que la Bestia Estelar existe, saber que el universo es nuestro enemigo... Creo que haber averiguado la verdad no ha sido demasiado inteligente por vuestra parte, ¿comprendéis?

La sonrisa de Maimuna se esfumó; sentí un estremecimiento.

La mítica Lhasa..., sí. Otra embajada alienígena.

Otra Sala de Guerra.

Y el horror que intentaba aplastar la Tierra.

• • • • •

Pasamos una semana encerradas tras esa esvástica roja, dedicando parte de nuestro tiempo a ejercicios de yoga con un médico dobdob supervisándonos; y dedicamos una parte de tiempo bastante mayor a examinar los informes secretos del Bardo sobre aquel extraño ser que cubría la Tierra igual que un sudario.

La primera conmoción del descubrimiento se fue esfumando. Empezamos a sentir una cierta excitación infantil al pensar que nos enfrentaríamos con este invasor misterioso: seríamos las heroínas y campeonas del mundo. Estar embarazada parecía un problema insignificante comparado con lo que ahora sabíamos. Un bebé era algo que se iba haciendo por sí solo. Nosotras teníamos que realizar un esfuerzo consciente para cambiar todo nuestro ser y aceptar la enormidad de aquel nuevo conocimiento.

Y, gradualmente, desde lo más hondo de nuestras entrañas, nació una conciencia biológica de que todo el Programa Defensivo y la forma de dirigirlo era algo justo y necesario. Aquel nido yantra que rodeaba la Tierra se unió a nuestros pequeños nidos de carne y hueso, los que protegían esos fetos que estaban floreciendo en nuestro interior, y todo se mezcló y se sincronizó, creando un conjunto armónico.

• • • • •

Sam Shaw volvió a encargarse de llevarnos al aeropuerto de Miami.

Partimos al amanecer, pasando por el punto de control de la Avenida Julia Tuttle. Maimuna estaba particularmente animada. Su capa de áspera sofisticación parecía haberse derretido, y bajo ella emergía una nueva Maimuna, un ser positivo y optimista lleno de expectación ante lo que nos ocurriría. Llevaba sus pendientes con lo que casi era un aire de ostentación. ¿Y por qué no? Siempre habían sido una imagen de cuál era la situación real. Sí, el mundo estaba envuelto en una red dentro de la que acechaba una araña mantenida a distancia de su presa. La mosca de la humanidad estaba encerrada y no podía moverse. ¡Y, sin embargo, que esa mosca extendiera las alas bastaba para hacer que la araña hambrienta no pudiera alcanzarla!

Comparado con ella, Sam no parecía de muy buen humor: ¿estaría calculando cuánto combustible extra habría que desperdiciar para llevarnos hasta Lhasa (adonde, de todas formas, parecía tener que volar)?

—Primero iremos a Maui —le dijo por fin a Maimuna, respondiendo a su diluvio de preguntas.

—¿Donde van a construir el nuevo centro del Bardo?

—Tengo que llevar un poco de equipo allí. —Se concentró en la tarea de conducir el vehículo.

—¡A menos que haya algo de alegría, la vida carece de objeto, y casi podríamos ir dejando entrar a la Bestia Estelar! —insistió Maimuna—. Disfrutemos del viaje, ¿de acuerdo? Por favor, Sam...

—Por favor, no hables nunca de la Bestia Estelar en público.

—¡Estamos solos, vamos en un jeep!

—Estamos al aire libre, niñas. No debéis hablar sobre cuál es el auténtico propósito del Bardo, ¿entendido? Estaba pensando en llevaros a ver el nuevo centro del cráter Haleakala. Pero, si no podéis mantener cerrada la boca ni para proteger el secreto más importante del mundo...

—Estaremos tan calladas como dos ratoncitos —dijimos a coro.

—¿Qué crees que pasaría si se nos ocurriera contárselo a alguien? —me murmuró Maimuna con una sonrisa traviesa.

Sam la oyó.

—Ni se te ocurra. —Se dio unas palmadas en su pistolera dobdob—. Tengo órdenes. Sois muy valiosas, cierto, pero tendría que impediros hablar.

Eso sí que nos estropeó el viaje..., aunque nos costaba mucho creer en su amenaza. La despreocupación con que la había proferido me dejó muy sorprendida. Aquella forma de aceptar órdenes sin rechistar... En cierta forma, era todavía más sorprendente que el descubrimiento de que la Bestia Estelar estaba suspendida sobre nuestras cabezas. El que hubiera hablado de una forma tan tranquila hizo que, poco a poco, empezara a creer que decía la verdad, y un poco después empecé a estar de acuerdo con su actitud. ¿Un simple mecanismo defensivo por mi parte? ¿Estaba identificándome con el punto de vista de quien me amenazaba? Quizá. Pero pensaba que el hecho de que el Bardo le ocultara la verdad al mundo —¡y que lo hiciera con tanta habilidad!— hablaba en favor suyo. De lo contrario no tendríamos un mundo de Ecología Social estable, y el nuevo sentimiento de alegría social y alegría en el cuerpo humano tampoco existiría. Sí, todo aquello debía ser defendido..., si era necesario, incluso con un arma.

Es posible que Sam hubiera decidido hablar de esa forma para impresionarnos. Las armas de los dobdobs eran casi totalmente simbólicas. No había llegado a decir que usaría su arma, sino solamente que nos «impediría hablar». Tuve la sensación de que había en él cierto puritanismo, una especie de repulsión hacia lo que estábamos haciendo..., un rechazar el amor del cuerpo y la alegría social que le amargaban y le llenaban de resentimiento. En lo más hondo de su corazón es probable que pensara en Miami Beach como en uno de esos antiguos «burdeles» y, de haber sido posible, habría preferido lanzarse contra la Bestia Estelar y combatirla mediante balas y cohetes, antes que con el fruto del amor humano. Pero jamás lo diría en voz alta, y de ahí venía su sequedad.

Con todo, la estructura de su personalidad hacía que él también fuera valioso. Su misma rigidez hacía que dentro de su cabeza todo estuviera perfectamente controlado. Era el dobdob en quién más se podía confiar, el hombre idóneo, el único que podía conocer la verdad sobre el Programa Defensivo y, además, viajar por todo el mundo.

• • • • •

El aeropuerto se hallaba situado en plena ciudad y estaba casi totalmente ocupado por colonias de búhos. La hierba que brotaba entre las pistas de aterrizaje mostraba las señales de sus nidos. Despegamos.

Horas después aterrizamos en Maui. Ya había oscurecido. Pasamos la noche en un hotel de una ciudad llamada Kahului y cenamos en una terraza con arcadas que dominaba la bahía: nos sirvieron estofado de cabra en cuencos. Un dobdob hawaiano, un hombre gordo que parecía un luchador, se pasó la noche dormitando en la terraza de nuestra habitación, sentado en una mecedora que no paraba de crujir, como si quisiera recordarnos que seguía ahí.

Por la mañana, Maimuna le rogó a Sam que nos dejara acompañarle a las montañas. ¡Sólo un tiempo después se me ocurrió que el puntilloso Sam jamás habría sido capaz de dejarnos sin vigilancia a treinta o cuarenta kilómetros de distancia mientras que él se iba a las montañas solo!

Un camión nos esperaba delante del hotel, cargado con las habituales cajas de cartón en las que se leía SUMINISTROS MÉDICOS / CORREO AÉREO / URGENTE. Supuse que contendrían perfiles de campos corporales. O datos sobre la Bestia Estelar. De hecho, esto era una auténtica emergencia a escala mundial: las bacterias humanas luchaban contra este intento cósmico de acabar con ellas. Personalmente, aquella mañana no tenía la sensación de ser una bacteria; todo mi cuerpo palpitaba lleno de vida, felicidad y ganas de reír. Kahului era un conjunto de patios sonrientes, arcadas y fuentes. Molinos azucareros, factorías de melaza y envasadoras de piña dejaban escapar sus deliciosos aromas. Los campos de juegos estaban llenos de niños preciosos con pieles color ámbar, marrón y crema. Había cascadas de cabello negro, cabezas rizadas y coletas... Todos podían reír y jugar porque el Bardo había logrado ocultarles el terror de los cielos. Aquella mañana habría sido capaz de morir para defender este mundo único y maravilloso y su cargamento de vida.

La vegetación estaba por todas partes, densa y abundante. La tierra se cubría de lianas y enredaderas que se desparramaban sobre fábricas y hogares: jengibre, jazmín, hibisco. Árboles con raíces aéreas que parecían zancos y hojas como espadas. Árboles con brotes de terciopelo, plumas o pelusa. Árboles con flores que parecían patas de cangrejo hervidas. El aire cantaba, lleno de colores y olores. No era extraño que los niños cantaran también. Hasta la misma tierra cantaba. Sí, el Bardo había obrado bien.

Cruzamos unos campos de caña de azúcar y empezamos a subir por un camino sinuoso junto al que había pastizales para reses y caballos, rumbo a las tierras altas. La temperatura fue haciéndose más fresca; no tardamos en ver bosques de eucaliptus y cañadas llenas de vegetación. Algunos árboles tenían el tronco cubierto de borlas rojas.

En un sitio llamado Puu Nianiau la carretera se dividía en dos caminos para carros: uno de ellos estaba muy descuidado, con baches repletos de vegetación, y el otro había sido reparado recientemente. Subimos por él sin ninguna dificultad. El cambio de altura estaba empezando a hacerme sentir mal, y tenía que tragar grandes cantidades de aquel aire frío y aromático para conseguir el oxígeno suficiente. No tardé en estar temblando; Maimuna estornudó.

—Hay anoraks detrás de mi asiento —dijo Sam—. Ponéoslos. Pronto estaremos a tres mil metros de altura.

Nos internamos en una zona de neblinas, y el sol se convirtió en una tenue lámpara color pizarra. Ante nosotros se alzaban varios grupos de edificios y dos grandes platos de radar apuntando en ángulo hacia el cielo, telarañas cubiertas de rocío. Nos detuvimos en un punto de control —un cobertizo metálico a cuyo alrededor se veían las ruinas de algunas chozas de piedra—, y el sol se abrió paso por entre la neblina. Estábamos casi al borde de un acantilado que caía hacia un extraño paisaje distorsionado en el que asomaban la cabeza unos conos amarillos y púrpuras de gran altura.

Cuando el dobdob encargado del puesto nos devolvió las tarjetas fuimos hacia uno de los domos geodésicos. Sam dijo que debíamos quedamos en el camión mientras descargaba las cajas. Pero justo entonces sentí un terrible calambre en el bíceps de mi pierna derecha, que había quedado aprisionado contra el asiento. Los músculos se tensaron hasta formar una apretada pelota de dolor.

Gemí y me retorcí igual que un pez en la punta de un arpón, y acabé abriendo la puerta y bajé del jeep para dar saltitos y hacerme masaje en la pierna hasta devolverle la vida. Después fui cojeando hacia el misterioso acantilado, con Maimuna siguiéndome.

El acantilado se extendía hacia la izquierda y la derecha formando un vasto círculo. Comprendí que estaba contemplando un gigantesco volcán apagado. Neblinas de tonos pastel giraban sobre una jungla atravesada por aquellos brillantes obeliscos de cenizas, cada uno de ellos tan alto como aquel abominable Edificio para el Montaje de Vehículos de Cabo Cañaveral. Todo lo que había allí abajo se veía borroso, tal era la cantidad de calina y distorsiones.

Maimuna dejó escapar una exclamación y señaló hacia el volcán.

Un arco iris acababa de nacer entre dos de aquellos gigantescos pilares que ahora, unidos por el puente de esa curva espectral, parecían tan altos como montañas; bajo aquella arcada luminosa se alzaban dos siluetas increíbles, ogros de niebla pintada, agitando a su alrededor miembros de gigante.

—Somos nosotras. ¿No lo ves? —siseó Maimuna. Movió el puño e, inmediatamente, uno de los gigantes hizo lo mismo, amenazándonos.

Los monstruos ya estaban empezando a disolverse, igual que almas en pleno proceso de desintegración.

—Una alucinación programada —murmuré—. Esto debe ser un nuevo mundo alienígena que el Bardo va a descubrir. Un mundo habitado por gigantes de niebla. Deben estar haciendo pruebas con sus máquinas...

Sam volvió para llevarnos al camión y nos dijo que no, que aquello era tan sólo un fenómeno natural, pero la verdad es que no le creímos. Abandonamos aquel sitio fantasmagórico, donde dentro de unos cuantos años más Lilas, Maimunas y Klimts harían el amor, creerían en el mito del Bardo y discutirían sobre barreras y límites con inmensos gigantes de niebla. Volvimos al calor y los aromas de las tierras bajas.

Una vez en el hotel, me pasé media hora practicando yoga. Maimuna no quiso acompañarme. Verse tan terriblemente ampliada en el cráter parecía haber producido un perverso avance en su embarazo, convirtiéndola repentinamente en un ser torpe, pesado y quejumbroso.