Nos abrazamos en el oscuro silencio. Un instante después, el mandala del sri yantra brilló ante mis ojos. El mantra ¡HUM! penetró en mis oídos, y cada uno de nosotros entró en el cuerpo del otro. La kundalini se alzó con un salvaje resplandor. ¡TRAM! ¡TRAM!, retumbó el siguiente mantra. Pasamos el segundo triángulo.
¡HRIH! ¡HRIH! Un graznido en mi corazón.
¡RAM! ¡RAM! El resonar de un gong en mi cerebro. Los triángulos se alejaron.
¡OM! ¡OM! El retumbar del más grande de todos los mantras; y el punto bindu central hizo explosión. Se extendió igual que una nova a mi alrededor, absorbiéndome hacia aquel llamear de estrellas. Las estrellas pasaron velozmente junto a mí, formando un gran anillo: un toroide luminoso desde el que me hacían guiños «rayos gancho» de luz plateada, azafrán y zafiro, en los que cada fotón prometía expandirse hasta formar una estrella individual, un mundo, un puerto de refugio. Toda la galaxia se condensó en este anillo de luz hacia cuyo centro estaba volando, yendo de una oscuridad a otra; y, cuanto más deprisa volaba, más atrás iba dejando el anillo de luz y más se encogía éste —como si estuviera a punto de salir de la galaxia—, hasta que se convirtió en un simple aro perdido en el vacío espacial a una gran distancia de mí: una presencia que no era tanto una percepción de mis ojos corpóreos como algo que sentía con el ojo pineal que hay dentro de mi cerebro..., ¡con mi tercer ojo, que había despertado! Todas las estrellas existentes fueron quedando a mi espalda, encogidas hasta convertirse en una sola estrella de gran tamaño, y luego esa estrella se convirtió en un solitario punto luminoso de gran intensidad..., el único punto de luz existente.!Y aún me parecía estar alejándome de él! Pero, en el mismo instante en que me alejaba a más velocidad, descubrí que todos los caminos llevaban hacia él, pues era el único punto que existía. De repente, lo tuve delante y no detrás. Eso hizo que se convirtiera en mi destino..., el único camino por el que podía seguir avanzando.
El punto volvió a convertirse en una nova y me inundó de luz. La luz del día. La luz del día creado por otro sol.
• • • • •
Estaba en un árbol. Todas sus ramas se alzaban hasta la misma altura, sosteniendo un rígido conjunto de hojas interconectadas que se inclinaban hacia el sol del atardecer. Y no era el sol de la Tierra. Era el sol de Proción.
Era un brote verde situado en la punta del árbol, y mi cuerpo alado era un rombo cubierto de plumas de brillante color esmeralda, perfectamente alojado en el nódulo creado por el acto de posarme.
Era prácticamente un cerebro alado. Buche, estómago e intestinos se habían ido atrofiando a medida que mi cerebro aumentaba de tamaño. Mi alimento, la suculenta savia, procedía exclusivamente de mi árbol. Una vez al año mis minúsculos órganos reproductores se hinchaban con la llegada del estro, llamándome a la Gran Mezcla. Cada crepúsculo de Asura, hasta hacía poco, también acudía a la Pequeña Mezcla. Después de milenios, mis alas aún seguían siendo capaces de batir con fuerza, aunque ahora ya no tenía patas ni pies, y el único sitio donde podía posarme era la copa de un árbol, igual que un huevo en su huevera.
¿Qué clase de criatura era yo? Un Árbol-Pájaro. Un Ser Completo, sin divisiones. Y, sin embargo, un ser que necesitaba dividirse para que la Mezcla me permitiera convertirme en un Ser Completo nuevo y distinto, con algo del viejo. Gracias a ello compartía mis alas durante el curso de los milenios con toda la historia de Asura, y a lo largo y ancho de todo el mundo con las muchas otras Identidades que había sido y que volvería a ser cuando este pacto actual de estabilidad hubiera terminado y hubiese cumplido con mi deber hacia los «humanos»...
Entrecerré los ojos para protegerlos de la claridad solar, que ya iba disminuyendo, y me encogí sobre mí mismo igual que muchas otras flores de cráneos verdes que exprimían la savia de los árboles sobre los que estaban, dispersos por todo nuestro mundo.
Islas verdes se alzaban del mar verde, separadas por unos cuantos centenares de aletazos. El agua verde interrumpía el verdor de la tierra. No había continuidad entre la tierra y el mar, salvo la creada por nuestros aletazos. La vida terrestre existía gracias a la exclusión de la química marítima; la vida terrestre alzaba sus ojos hacia el ardor del sol. Nuestro mundo era todo fronteras y límites, entrelazándose unos con otros. Las inclusiones y las exclusiones estaban por todas partes.
Asura, susurró la brisa que precedía al ocaso, rozando los bordes de mis hojas.
El sol se hundía cada vez más deprisa, hinchándose hasta convertirse en una bolsa de yema al apoyarse en el horizonte..., el huevo roto del día, dejando escapar su fluido bajo la curva de Asura.
Y, sin embargo, el huevo del día nunca llegaba a romperse del todo. La yema se limitaba a derramarse sobre la dura cáscara blanca de otros días esparcidos por todo el mundo. Y, de la misma forma, la Mezcla derramaba la yema de mi Identidad anterior en la cáscara intacta de una Identidad futura.
Otro asurano estaba en la misma isla que yo, a unos cuantos aletazos de distancia, y también él guardaba el pacto de la estabilidad. Era el Portavoz, el que Responde, mientras que yo era el receptor de la pareja humana que anidaba en mi mente, el Interrogador. A decir verdad, yo era la pareja humana. Era Lila..., una Lila de Asura.
El sol se ocultó, y mis hojas cambiaron su postura para iniciar la vigilancia estelar de la noche.
Quizás el «sueño» humano fuese una especie de Mezcla... No, en realidad no era eso. Los seres humanos siempre despertaban siendo exactamente iguales a como eran antes. Qué decepcionante debía resultarles. Les compadecía.
O, más bien, creían ser las mismas personas..., mientras que ni tan siquiera eran eso...
Asura, Asura... En lo alto, las primeras alas empezaban a moverse yendo hacia la Mezcla.
Klimt y yo estábamos absorbidos dentro de este «receptor» de Asura, que sólo era plenamente asurano gracias a ser dos seres en uno...
—Uno y uno es uno —triné, dirigiéndome a nuestro Árbol-Pájaro vecino. O canté. O dije. No lo sé. Y, sin embargo, había logrado transmitir un significado.
—Nuestro nombre —cantó Klimt (que había estado aquí antes) es Cags Kyu-ma, creo. Saludos. —Palabras oídas en mi cabeza; su voz carecía de eco o timbre distintivo.
—Saludos. Nuestro propio nombre es Nammk'a Dbyns. «Nammk'a» sirve para nombrar el árbol-nido. «Dbyns» nombra nuestra variable libre, el pájaro que vuela. Pero ahora vuestro nombre es Cags Sgro-ma, Vuestra variable libre «Kyu-ma» ha ido a la Mezcla. Ahora la variante libre «Sgroma» está sentada en el árbol-nido, cuidando de cumplir el pacto de la estabilidad. —Y, enigmáticamente, el asurano añadió—: Los números construyen nidos, igual que hacen los pájaros. Tanto los números racionales como los irracionales...
—Está hablando de matemáticas —murmuró la voz de Klimt. Los números irracionales son los números como «pi»..., la relación de la circunferencia de un círculo con su diámetro, ya sabes.
—Aproximadamente veintidós entre siete —dije yo; ¡hasta ahí llegaban mis conocimientos!
—Un número muy importante. Sin él no puedes crear ningún tipo de geometría —comentó Klimt. Representa una relación geométrica real. En cuanto dibujas un círculo, pi existe. Y, sin embargo, es enteramente irracional. No hay respuesta racional a la expresión «veintidós entre siete». Puedes dividir veintidós por siete eternamente, pero nunca conseguirás una auténtica respuesta definida. O toma la raíz cuadrada de dos... Un cálculo de lo más sencillo, y no tiene ninguna solución exacta. Sólo hay aproximaciones cada vez más y más cercanas que «anidan» alrededor de la respuesta teóricamente perfecta. ¡Ese es uno de los enigmas de los números! Un infinito de respuestas posibles. ¡Por lo tanto, el infinito nace del acto de pensar en los números! La mente y el infinito guardan algún tipo de extraña relación entre ellos. ¡Quizás hasta sea posible que el infinito necesite al pensamiento para que le dé existencia!
Hizo una pregunta que yo coreé obedientemente: supongo que debía ser algo que había quedado pendiente en su última visita.
—¡Sigo sin comprender la razón de que el Número Dos sea distinto del Número Uno duplicado! Los asuranos sólo sois «uno» cuando estáis anidando, ¿verdad? Pero eso sigue requiriendo dos seres distintos..., en tu caso, Nammk'a el Árbol más Dbyns el Pájaro. ¿Cómo es posible que dos entidades separadas sean igual que una sola entidad?
—Dos íntegro —cantó el asurano en respuesta—, es decir, el número «dos» entero, es muy distinto de «dos unos» sumados. Puede que esto te resulte difícil de comprender, pero la verdad es que un «límite numérico» encierra a Dos Íntegro de la misma forma que encierra a Uno Íntegro. Todo un cosmos infinito de números fraccionarios creado por el pensamiento anida entre los números Uno y Dos. Este universo es la unidad de «lo que es uno», y está limitado por un horizonte de «lo que es dos».
Así que íbamos por el buen camino... Límites y horizontes.
—Ahora pensad en el universo del número dos —siguió diciendo el árbol—pájaro—. Es más grande. En cierto sentido, incluye el universo del número Uno, dado que es obvio que el dos incluye al uno. Pero, en otro sentido, excluye la posibilidad de lo que sólo es uno... Ésa es la razón de que los seres humanos nos intereséis. Sólo podéis venir aquí cuando dos de vosotros se unen en el acto sexual. Es la única forma de que podáis conseguir la energía suficiente. Quizá se deba a que cada uno de vosotros tiene un cerebro con dos hemisferios separados, y una mente dividida en parte consciente y parte subconsciente. Hablando de forma muy tosca, cada uno de vosotros sois dos: esa parte que forma la consciencia personal en cualquier momento dado... y todo el resto inaccesible y desconocido. Y, sin embargo, en vuestras mentes el dos no llega a ser un número real, porque no podéis unir esas dos integridades separadas. Seguís siendo «uno más uno»..., seres aislados y parciales.
—Qué razón tiene, Lila... —suspiró Klimt. La eterna división. Macho y hembra, Siva y Shakti, los hemisferios gemelos del cerebro. La parte consciente y la parte subconsciente. Siempre somos seres dobles. ¡Tenemos que unificar esas dos corrientes del ser que hay en nuestro interior! Cuando aprendamos cómo unirlas, estaremos un paso más cerca de comprender el universo.
—Sí, dentro de nosotros hay límites —admitimos en voz alta—. Jamás podremos conocer de forma consciente a nuestro otro yo.
—Comparada con la nuestra, vuestra comprensión del universo está prisionera de esos límites. ¿Os dais cuenta? —replicó Nammk'a Dbyns—. Nunca llegáis a pensar realmente en términos de Dos-íntegro, mientras que un asurano piensa así por naturaleza. Existís gracias a la división. El límite que hay en vuestro interior os derrota. Nosotros existimos gracias a la unión. Permitidme dejar claro que esos Números Reales: el Uno, el Dos, el Tres, el Más Allá, corresponden a auténticas configuraciones del Hiperuniverso, perceptibles para seres que operen en tales niveles numéricos. Toda la materia es un efecto de las ondas, ¿verdad? Las ondas oscilan en el espacio multidimensional. Sin embargo, vuestras mentes todavía no están organizadas para concebir el espacio multidimensional. Las nuestras se hallan mejor organizadas para tal tarea...
—Pero se me ha explicado que nuestros científicos comprenden las matemáticas de las dimensiones imaginarias —dijo Klimt.
(Pensé que los mellizos hausa se lo habrían pasado maravillosamente con todo esto. Francamente, yo estaba empezando a ponerme cada vez más y más nerviosa.)
—¿Dimensiones imaginarias? —trinó el asurano—. ¿Imaginario? Ah, pero es ahí donde os equivocáis. No hay nada de imaginario en esas otras dimensiones. Tienen una existencia real. Lo que pasa es que vuestras mentes no están equipadas para verlas. Las nuestras pueden ver una parte mayor de ellas que las vuestras. Todo el destino de Asura y, a decir verdad, esperamos que el destino de otros mundos, estará dedicado a entrar en contacto con seres de dimensiones más elevadas, seres que realmente habitan en una multiplicidad de dimensiones. Sólo de esta forma será posible comprender el universo. Podéis llamarles Dioses o Demonios, pues sois incapaces de percibir su auténtica naturaleza real...
—Quiero volar —dije, interrumpiéndole. ¡Haberse encarnado en un pájaro y estar obligada a quedarte posada en un árbol, hablando de números en vez de surcar cielos alienígenas y volar sobre un mundo extraño...! Quizá fuera un instinto nacido del cuerpo que me servía como anfitrión, pero deseaba tanto unirme a la Mezcla del Ocaso... El batir de grandes alas susurrando Asura..., sí, eso me fascinaba.
Un esfuerzo de voluntad.
Descubrí que podía desplegar un ala...
—Quiero volar por el cielo... —canté, dejándome dominar por el delirio.
Mi ala colgaba fláccida por entre las hojas.
Algo la había detenido, agarrándose a ella e impidiendo que se moviera.
—¡No debes hacerlo! —rugió la voz de Klimt—. Si haces que este pájaro se aparte del árbol conseguirás matarnos a los dos. ¿No lo comprendes? Se convierten en dos seres separados, dos seres inferiores... ¡Sepáralos, y también separarás nuestras mentes! ¿Qué razón habría para que volvieran a reunirse? Estaríamos perdidos. Enloqueceríamos, moriríamos. Y, de todas formas, ¿quién quiere volar cuando tenemos todo el universo que comprender?
—Yo. Yo quiero volar. Ésa es la excusa que siempre estoy oyendo. Las estrellas se encuentran a nuestro alcance gracias al Bardo, así que no hay razón para moverse ni un centímetro, ¿verdad? Ahora que estamos aquí...
—...sólo en un sentido mental...
—¡Tampoco podemos movernos! ¿Qué es el Bardo, una prisión?
—Mira, ¿qué sacó la gente del poder volar, salvo algunos puñados de polvo traídos del mundo vecino? Has insultado a nuestro anfitrión moviendo sus alas igual que si fuera un títere.
Me rendí. Entristecida, puse mi brazo mental sobre la gran hoja para pegarlo a mi flanco; y el ala volvió a doblarse.
—Nammk'a Dbyns... —dijo Klimt.
—Sigamos hablando sobre la naturaleza de los números y los seres de las dimensiones superiores —trinó el asurano, como si no hubiera ocurrido nada.
Pasamos lo que me parecieron varias horas cantando y discutiendo sobre los números que van del Cero al Seis, su significado, la naturaleza del espacio multidimensional, así como sobre los límites y los horizontes, mientras que la luz de las estrellas se reflejaba en nuestras hojas.
Estábamos empezando a perder energía. Asura ya no parecía tan nítida. La niebla brotaba del mar y se acercaba a las islas. Las estrellas estaban dejando de brillar con tanta fuerza. El horizonte parecía encogerse, acercándose físicamente a nosotros.
—Klimt, todo está cambiando...
—Sí. Cambia. ¿Puedes imaginarte el número de siglos que deberemos pasar practicando el vuelo mental antes de que podamos pasar días en algún otro lugar como hacen los rakshasas en su búsqueda de nuevos mundos, por no pensar ya en otras dimensiones?
Las grandes hojas del árbol se fueron moviendo lentamente hasta rodear el punto de anidar donde nos hallábamos, haciendo que nuestra flor se doblara sobre sí misma hasta que volvió a convertirse en un brote.
Las hojas se tocaron. Se entrelazaron. Se agruparon a nuestro alrededor formando un yantra y volvieron a empujarnos hacia el punto bindu, haciéndonos pasar por él, cruzando la neblina de aquel anillo llameante de luces hacia la oscuridad de la Tierra.
El fuego kundalini se había apagado. Estaba helándome. Totalmente agotados, Klimt y yo tuvimos que ser separados el uno del otro por los dobdobs, que nos dieron masajes y nos envolvieron en mantas.
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Pasamos la mayor parte de la semana siguiente siendo examinados tanto física como psicológicamente, y preparándonos para nuestro siguiente vuelo, que estaba previsto tuviera lugar dentro de ocho días. Al principio mi energía kundalini parecía dormida..., totalmente exhausta. Pero, hacia el cuarto día, mi serpiente ya volvía a erguir vivazmente la cabeza.
En cuanto a mi relación con Klimt, ay... ¡Qué mecánico parecía comparado con cuando estábamos viajando! Temía que pudiera estar furioso conmigo por haber dejado volar caprichosamente mi fantasía en Asura. (¿O debería decir por haber intentado dejarla volar? Los dobdobs me habían dado una buena reprimenda por ello. Pero no me habían quitado el derecho a volar, y ni tan siquiera se me había amenazado con ello..., lo cual me dejó bastante sorprendida.) Cuanto más pensaba en el asunto, más convencida estaba de que Klimt parecía la prueba viviente de algo que había dicho Nammk'a Dbyns, el viejo y sabio árbol-pájaro: los seres humanos gozan de la consciencia gracias, sobre todo, a que la mayor parte de su ser está dominado por el subconsciente. La «consciencia» sólo existe por encima de una cierta frontera encerrada en nuestras mentes, y existe bajo la forma de un arco minúsculo de todo el círculo de operaciones mentales (y, naturalmente, tales operaciones no están restringidas a lo que ocurre en el cerebro, dado que los músculos, los nervios y los órganos corporales también «saben» y «recuerdan», pues de lo contrario el campo corporal no existiría). Por debajo de esa frontera, escondidos, se encuentran la inmensa mayoría de nuestros procesos mentales. Lo que había de especial en Nammk'a Dbyns, lo que le permitía detectar este defecto de nuestra constitución, era el hecho de que su propio «arco» de consciencia podía emprender el vuelo de una forma independiente y dejar atrás todo el resto de su círculo. Podía convertirse en el todo dejando de ser una parte..., aunque, al hacerlo, el arco del pájaro acabara siendo inevitablemente consciente de menos cosas que cuando estaba unido al «círculo» del árbol-pájaro...
Empecé a pensar que Klimt era un arco libre muy pequeño. Cuando se unía mental y sexualmente conmigo durante el vuelo del Bardo para formar un círculo, se volvía un poco más comunicativo, un poco más consciente. Era capaz de ponerse poético y hablar de forma inteligible sobre el significado de la vida, sobre el cómo debíamos integrar nuestras partes separadas. Pero no podía llevarse consigo esa fracción extra de consciencia al volver, salvo como el recuerdo de un sueño inconexo, algo que debía serle explicado con voz seca y precisa a los dobdobs para que lo registraran en cinta y lo archivaran. Empecé a compadecerle.
El día previsto volvimos a volar. Nammk'a Dbyns siguió hablándonos sobre nidos de números, límites y horizontes dé la mente..., y esta vez todo me pareció más interesante, pues apliqué la idea no al cosmos o al universo, sino al sencillo problema de cómo Klimt, mi amante (y supongo que yo misma..., aunque realmente no lograba creerlo), podíamos ser unos seres tan limitados. Esta vez tuve la sensación de que sí estaba aprendiendo algo, de que cuando volviera traería algo conmigo.
Volvimos, exhaustos.
Después de diez días trabajando, nos dejaron descansar durante una quincena.
• • • • •
Maimuna y los mellizos hausa también habían estado volando y ahora descansaban. Maimuna había empezado a volar unos cuantos días antes que yo. Nos contó con todo detalle sus primeros vuelos mientras contemplábamos las olas del Atlántico, verde sobre azul; pero siempre hablaba con una pizca de sarcasmo, y su voz tenía un tono cortante.
—¡Esos asuranos parecen inagotables! Apenas si hemos empezado y míranos, ya nos hemos quedado sin fuerzas. No me extraña que el Bardo necesite miles de viajeros. Y, sin embargo, unos cuantos asuranos pueden encargarse de ese trabajo durante semanas y más semanas...
—¿Cómo es posible cansarse estando posado en un árbol? —preguntó Abdoulaye-H, algo irritado.
—Ah —dijo Maimuna, como si hubiera estado esperando esas mismas palabras—, ¿crees que un árbol puede aburrirse? Todos estamos de acuerdo en que el vuelo es terriblemente emocionante. Pero, en cuanto llegas allí... Una islita, unos cuantos árboles, los mismos viejos pájaros de siempre graznando interminablemente sobre los números y la geometría...
—Yo tuve una conversación fascinante sobre la teoría de los conjuntos —protestó Hamidou-A—. Lo que está incluido en un conjunto y lo que está excluido... —Maimuna dejó escapar un gemido.
—Yo también —dijo su hermano—. Hablamos sobre los números trascendentales y los conjuntos infinitos incontables, y luego hablamos sobre el número transfinito para Todo-Lo-Que-Es y sobre si hay alguna forma de que el Todo pueda ser igual a la Parte. Hablamos sobre el Número Cardinal del Continuo. Todas esas cosas son terriblemente importantes si es que quieres descubrir la lógica del universo. ¡Puede que de los universos, en plural!
Maimuna les lanzó una mirada desdeñosa.
—Voy a contaros un secreto—dije yo, queriendo impresionarles—. Intenté hacer que mi pájaro volara. Sé que fue una estupidez por mi parte. ¡Es realmente peligroso! Pero quería hacer algo. Intenté hacerle volar y movió un ala. Klimt me hizo parar. Podría haber roto la conexión del Bardo.
—Los asuranos nos habrían perdonado —dijo Abdoulaye-H—. Los alienígenas nos consideran algo inapreciable. Somos la cuarta especie de la conexión. Los hermanos pequeños...
—Somos tan inapreciables como niños. Estamos dando nuestros primeros pasos. Tenemos que tropezar de vez en cuando.
—No podemos permitirnos el lujo de tropezar, ¿verdad? ¿Por qué? ¿Por qué no podemos tropezar, si somos unos niños? —preguntó Maimuna—. ¿Qué nos pasaría si se rompiera la conexión del Bardo?
—Que una civilización tropiece es muy distinto a que un niño tropiece. Un gran tropezón, y todo ha terminado sin remedio. —Tonterías. No veo qué hay de tan peligroso en eso. Toda nuestra historia está llena de tropezones, y aún seguimos aquí. Y, por cierto, hablando de niños —añadió con una sonrisita presuntuosa—, ya he tenido un retraso. ¡Estoy embarazada!
Maimuna estaba en lo cierto.