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Klimt era bajo y tenía un cuerpo fuerte y nervudo. A sus diecinueve años ya había hecho varios vuelos mentales a Proción. Tenía la piel tan morena como un pedazo de carne seca lustrado por el sol. Cuando se quitó su túnica blanca para practicar las posiciones asana conmigo, descubrí que su cuerpo no parecía estar formado de carne: estaba hecho de músculos que se deslizaban fluidamente, igual que serpientes. Las oscuras pupilas de sus ojos parecieron agujerear mi cuerpo mientras me desnudaba, ¡igual que si estuviera intentando llevar a cabo un ejercicio de «reducción al vacío», conmigo como objeto! Tuve la sensación de que su mirada estaba disolviendo mi piel, mi carne, mis células grasas. Secaba mis fluidos, reduciéndome a un fragmento de coral, un panal vacío. No deseaba mi persona o mi cuerpo; lo único que anhelaba era penetrar más allá de mí, entrar en el espacio que había dentro de mi cuerpo y más allá de él.

Jamás podría «caerme bien». Con todo, estaba lleno de poder mágico. Su presencia alteraba todas mis percepciones, haciéndome sentir una perversa embriaguez.

Ahora los dos estábamos desnudos, dejando aparte los bonetes electroencefalográficos y un parche adhesivo colocado en mi vientre y unido al bonete mediante cables. Klimt tenía pequeños lunares en los muslos y los hombros: parecían fragmentos de gravilla que hubieran chocado con él a gran velocidad y hubieran terminado embutidos en su carne. Necesité uno o dos minutos para darme cuenta de que en su brazo no había ninguna contracápsula. Lo único que quedaba de ella era una cicatriz casi invisible.

—No llevas ningún anticonceptivo...

—Tú también perderás tu cápsula en cuanto llegue el momento de tu primer vuelo real.

—Las contracápsulas alteran los mensajes hormonales, Lila —dijo la voz de nuestra instructora dobdob desde la sala de observación—. De lo contrario, no servirían de nada. Pero desequilibran el campo corporal y si, queremos conseguir algo, tenemos que quitároslas. Los canales del cuerpo deben estar despejados. En cuanto hayáis practicado las asanas sexuales básicas durante unos quince días para que vuestros cuerpos queden sintonizados el uno con el otro, te quitaremos la cápsula...

—¿No hay riesgo de que me quede embarazada apenas haya empezado a volar?

—Oh, algunas mujeres pueden necesitar años para concebir. No te quedarás embarazada de forma automática en cuanto tu cuerpo deje de recibir los anticonceptivos. Aun así, quizás ahora comprendas por qué necesitamos tantas viajeras del Bardo. Existe lo que podrías llamar un riesgo profesional... —Su voz sonaba jovial y animada—. La verdad es que toda la zona de Virginia Beach, al sur de donde estamos, sirve para atender ese tipo de contingencias. Es un sitio precioso, y muy educativo.

—Pero..., el aborto. ¿Supongo que...?

—No, Lila, ni pensar en el aborto. Destruiría el equilibrio de tu campo corporal. Necesitarías dos o tres años para recuperarte, si es que llegabas a conseguirlo. En caso de que quedes embarazada, el niño ha de nacer. Naturalmente, esto parecería terriblemente injusto en el mundo exterior, ya que la población se encuentra sometida a un control tan estricto... Es como si tuvieras un número indefinido de permisos para dar a luz...

Sí, desde luego. Me acordé de Bibi Mwezi y su brazo quemado. El resentimiento sería inevitable.

—Tenemos que ser discretos. Además, los niños no sufren ninguna clase de perjuicio. ¡Al contrario!

—Entonces, Ahmed..., probablemente eres padre, ¿no?

—¿Cómo puedo saberlo? Nunca lo he preguntado. ¿Y qué importa eso, comparado con el vuelo estelar? Estamos perdiendo el tiempo, Lila.

—Supongo que los alienígenas no deben tener este problema, ¿verdad?

—¡Sería bastante difícil, dada su biología! Pero nosotros tenemos que trabajar con los únicos cuerpos de que disponemos. ¡Vamos, a trabajar!

Hicimos bajar los cascos de los soportes ultraligeros e hipermóviles que colgaban sobre nosotros y nos los pusimos en la cabeza, conectándolos a los bonetes craneales. Durante aquellos ejercicios usaríamos cascos sin mascarilla facial para amortiguar un poco el efecto kundalini. Escucharíamos mantras, pero no habría ningún yantra que contemplar. El casco no pesaba nada y su presencia apenas si resultaba perceptible, dejando aparte el hecho que me envolvía en una espesa capa de silencio. Si me movía, el casco flotaría conmigo, tan ligero como una pluma.

• • • • •

Klimt hacía el amor de una forma elegante y gimnástica. Nunca se cansaba. ¿Me atreveré a decir que era «tierno»? Para él, la ternura no era nada más que moverse y actuar sin errores, haciéndolo todo de una forma perfecta. ¡Su manera de hacer el amor no era precisamente ninguna confirmación de la existencia de mi cuerpo! Al contrario, lo negaba, convirtiendo mi carne en nervios y mis nervios en energía.

Bien, sus miembros ya estaban entrelazados con los míos. Usó las palmas de sus manos para corregir amablemente mi postura. Fue resiguiendo la silueta de mi cuerpo sutil —aquel otro cuerpo que había dentro de mi cuerpo, mi cuerpo de energía—, con las uñas de los dedos y la punta de la lengua, buscando los chakras de mi ombligo y mi garganta. Finalmente, me penetró.

El casco del Bardo zumbó en mis oídos, entonando el cántico del sonido-semilla:

HUM, HUM, HUM...

Mi cerebro empezó a vibrar con él, respirando ese HUM igual que si fuera aire. Mis dos hemisferios eran como pulmones que llevaban el ritmo a todos los conductos energéticos de mi cuerpo.

Adopté automáticamente la forma de respiración adecuada. Era perfectamente consciente de cómo mi aliento entraba y salía del cuerpo, pero ya no era simplemente aire: era prana, el aliento del ser. Estaba respirando desde lo más hondo de mi abdomen, igual que un bebé. El poder kundalini empezó a desenroscarse en la base de mi espina dorsal como si fuera una suave oleada de metal fundido, lava salida de un volcán que iba subiendo, subiendo...

La kundalini era una Criatura Distinta feroz y embriagadora que vivía dentro de mí. Y, sin embargo, también era la raíz ignota de mi yo. Le di la bienvenida: ¡Saludos, Criatura de Fuego y Energía! ¡Saludos, Criatura de la Destrucción y el Deleite!

TRAM, TRAM, TRAM, palpitaba mi amante. La kundalini subió hacia mi vientre. El mantra dejó de sonar.

Una voz pastosa empezó a ordenarme que hiciera algo en un idioma extraño, hablando muy despacio.

¡Mulabhanda! ¡Mu-la-bhan-da! —me apremiaba la voz..., lentamente, pues el tiempo fluía sin ninguna prisa.

Oí la palabra tres veces antes de comprenderla. Entonces me acordé. Los «bhandas» son las contracciones musculares del yoga. «Mulabhanda» es la contracción anal que evita la eyaculación y detiene el ascenso de la kundalini. La instructora estaba diciéndome que hiciera bajar nuevamente a mi kundalini. ¡Esto no era más que un ejercicio, y ya casi me había dejado llevar por él!

Así pues, la criatura del fuego y la alegría, la destrucción y el deleite, se detuvo y empezó a hundirse lentamente, bajando por mi columna vertebral.

El tiempo se fue acelerando.

Klimt se apartó ágilmente de mí, desenroscándose.

Nos quitamos los cascos, y los soportes que los sostenían subieron hacia el techo y allí se quedaron. Nuestros bonetes craneales y el parche adhesivo de mi vientre se desprendieron con unos leves plops, y los colocamos sobre la colchoneta igual que si fueran unos bebés de pulpo extraviados.

Cuando intenté ponerme en pie fue como si mi cuerpo se hubiera vuelto de goma; vi chispas ante mis ojos y Klimt, sonriendo levemente, tuvo que sostenerme.

—Necesitas una ducha. Después comer; y luego dormir —añadió, siempre práctico y eficiente.

Las gélidas agujas del agua me revivieron. Poco después estaba devorando mi comida junto a Klimt en el refectorio del hotel. Intenté conseguir que me hablara de su hogar en el norte de África y luego de las posibilidades de tener un bebé (una posibilidad que seguía intentando aceptar, aunque me costaba), pero tuve que acabar abandonando ambos temas de conversación. Klimt no sentía ni el más mínimo interés hacia sus orígenes o hacia su posible descendencia. Me lo imaginé de niño, envuelto en una chilaba blanca, corriendo hacia el vacío ondulante del desierto al amanecer, deseando convertirlo en el plano del Bardo; ¡convirtiendo palmeras en líneas, convirtiéndose a sí mismo en una persona unidimensional! Era un fanático, y siempre lo había sido.

Sin embargo, Ahmed Klimt era la primera persona a la que conocía que había ido a las estrellas. Quizás el vuelo estelar tuviera ese efecto sobre uno. Por lo que sabía, quizás el estar tan terrible mente lejos de la Tierra, perdido dentro de tu mente, podía acabar causando una especie de locura. Podía hacerte sentir que el mundo real no era más que un objeto de cristal transparente y que, inspeccionado más de cerca, se disolvería en el vacío...

• • • • •

Pasaron cinco semanas, y ya estaba lista para volar...

Hubo un tiempo en el que la Embajada de Proción era llamada hotel Momingside Palace. Ahora una bandera verde ondulaba sobre su tejado, mecida por la fuerte brisa, y en ella se veía la lengua llameante de un dragón. Como ojo el dragón tenía un yantra.

Klimt y yo les entregamos nuestras tarjetas de crédito a los dobdobs armados de la puerta, y las tarjetas fueron introducidas en una consola antes de sernos devueltas.

—Klimt, ¿qué aspecto tiene el embajador de Asura? ¿Ves un árbol creciendo en el centro de una habitación, un torbellino de luz? ¿Qué ves?

—En nombre del cielo, aquí en la Tierra no puedes verles. ¡Qué literal eres! Sólo vemos Asura a través de sus ojos cuando volamos hasta allí. Necesitamos un receptor asurano.

—Tú dijiste que ellos no necesitan un receptor humano para estar aquí.

—Su sofisticación es mucho mayor que la nuestra. Llevan decenas de miles de años haciéndolo. Pueden andar sueltos y estar donde les dé la gana. —Agitó su mano en un gesto ampuloso—. Si quisieran podrían estar en cualquier parte, incluso suspendidos en el aire... Pero no les veríamos. Bueno, apenas si podríamos verles.

Pensé en todos los fantasmas y diablos que la gente decía haber visto desde el nacimiento de los registros escritos. ¿Serían visitantes de las estrellas entrevistos durante unos segundos? En tal caso, ¿por qué no podíamos ver a un asurano, ya que no en carne y hueso, sí al menos como alguna especie de manifestación física?

—¡Ponerles centinelas da la impresión de que están encerrados dentro de su embajada sin poder salir de ella! —se rió Klimt. De todas formas, dicen que ese «andar sueltos», como nosotros lo llamamos, exige un terrible gasto de energía. Supongo que por eso se necesita tanto tiempo para expandir la esfera de vuelo del Bardo.

Un dobdob nos llevó hacia un ascensor, y fuimos conducidos hasta el último piso del edificio.

• • • • •

Una vez allí, recibimos las instrucciones anteriores al vuelo en una antesala provista de una pequeña ventana detrás de la cual se podía ver todo el equipo necesario para el control de los vuelos espaciales: una gran habitación con técnicos sentados ante sus consolas; un panel de cristal con un mapa del mundo que ocupaba toda la superficie de una pared, surcado por líneas zigzagueantes; y armarios metálicos con tambores de cinta que giraban, se detenían y volvían a girar. El alambre incrustado en el cristal para reforzarlo y el mismo espesor del cristal de seguridad hacían que toda la escena cobrara una apariencia nebulosa, con un confuso granulado que no permitía ver claramente los detalles.

El dobdob volvió a advertirnos del peligro representado por los «rayos gancho». El Libro de los Muertos tibetano previene continuamente de la falsa atracción emitida por otras estrellas cuando se viaja. La luz de las estrellas desconocidas puede hacer que te extravíes.

Después de habernos hecho la advertencia de rigor, siguió hablando:

—Es muy importante que lo registréis todo en vuestra mente para discutirlo en las sesiones posteriores. Estáis tomando parte en un debate científico de gran importancia. Si algo os parece extraño o pura y simplemente estúpido..., creedme, tratad de recordarlo todo, hasta la última brizna. Durante el vuelo estaréis continuamente bajo observación, claro está, pero necesitamos obtener el mayor número de datos posibles.

»El tema que más debe preocuparos es el concepto de los límites y su estructura lógica. Es un problema básico del conocimiento. Plantea la cuestión de cuánto podemos llegar a saber sobre nosotros mismos y, como resultado, cuánto podemos esperar llegar a saber sobre el universo. Un filósofo de la antigüedad hizo la siguiente pregunta: “¿Cómo podéis imaginaros una mente que esté observando la totalidad de sí misma? Si esta mente se hallara totalmente absorta en su observación, ¿qué estaría observando?”. Bueno, si queremos comprender el cosmos debemos resolver ese acertijo..., porque la mente y el universo tienen, como mínimo, una cosa en común: tanto la una como el otro son sistemas completos y únicos.

»El universo carece de otro límite que no sea él mismo. Por otra parte, es posible que el universo tenga límites internos, igual que nosotros, límites que le permiten ser tal universo..., el único que existe. Al igual que la mente no puede inspeccionar la totalidad de sí misma, tampoco puede hacerlo el universo..., pese al pegamento representado por la Acción a Distancia. Sin embargo, ¿qué clase de límites tiene? Y, asimismo, ¿qué clase de límites internos tiene nuestro propio conocimiento del universo? ¿Hay «alternativas» al universo que conocemos? ¿Hay universos alternativos dentro del marco global del universo, y podríamos conseguir acceso a tales universos?

»Por esencia, un límite incluye algo dentro de sí mismo..., mientras que excluye cuanto no está dentro de él. ¡Pero ese mismo hecho implica que hay algo positivo y definido que se ve excluido! Por lo tanto, ¿es posible que el conocimiento franquee ese límite?

»Los asuranos se encuentran en la posición ideal para comprender este problema al nivel más básico, el del cuerpo. Un pájaro en su árbol. Un pájaro que vuela. Un pájaro en otro árbol. Se incluyen dentro de una entidad más grande que ellos; luego se autoexcluyen al marcharse volando para formar otro ser alternativo con una nueva perspectiva mental. Y, sin embargo, conservan cierta forma de continuidad.

»Necesitamos saber si “nuestro” universo —el único que conocemos— es tan sólo un cosmos parcial, una subdivisión de otro universo mayor... Necesitamos descubrir si otro universo “alienígena” puede compartir parcialmente nuestro propio marco de referencia... y, de ser así, qué clase de límite podemos compartir con él. En otras palabras, ¿cuántas “filtraciones” hay en los límites de este universo nuestro?

»Los asuranos son muy hábiles en eso de cruzar límites, dado el tipo de conciencia y biología que tienen. Así que, por favor, ¡hablad de “límites” con ellos, y esforzaos al máximo! Hacedlo aun si tenéis la impresión de que durante vuestra visita a un planeta alienígena podríais encontrar otro tema de discusión más superficialmente excitante.

Aquello iba dirigido básicamente a mí. La expresión de Klimt indicaba que ya lo sabía.

Más allá del cristal las cintas giraban, los técnicos movían diales e interruptores y garabateaban anotaciones en los listados. El dobdob nos abrió la puerta acolchada.

Y así fue como entramos en la Sala de Contacto para explorar nuestros cuerpos... y, con ello, explorar el universo.