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—Entonces, ¿cuál es la relación secreta que hay entre los tres mundos? —preguntó un día Maimuna, cuando salimos de clase y fuimos a la playa.

¿Había alguna relación? Cada mundo parecía muy distinto de los otros. Criaturas minerales, globos capaces de cambiar de forma, pájaros en sus árboles... En ebullición, congelado, templado y agradable...

Los tres mundos eran muy estables y pacientes comparados con lo que había sido la Tierra en el pasado. No veía forma alguna en que los asuranos o los rakshasas hubieran podido construir una tecnología tal y como nosotros la conocíamos, dada su falta básica de materias primas. Entonces, ¿quería decir eso que la tecnología era el diablo? No, dado que los yidags habían desarrollado una tecnología..., aunque fuese una tecnología orgánica. Pero los yidags no podían desplazarse por su mundo, salvo mediante emisiones. Con todo, los asuranos siempre estaban volando de un sitio para otro... Quizá la combinación fatídica que terminaba con las civilizaciones en desarrollo fuera la tecnología inorgánica más la movilidad más un intenso individualismo. Quizás esa combinación fuera casi inevitable para las culturas de los mamíferos, tanto si evolucionaban partiendo de proto-ratas, proto-simios, proto-osos o lo que fuera. Resultaba significativo que ninguna de las tres razas alienígenas fuera mamífera...

Las olas lamían la orilla trayendo algas y conchas del Atlántico. Vallas de alambre dividían la playa en franjas aisladas. Otros grupos de estudiantes estaban sentados sobre la arena, tomando el sol y hablando, cada grupo en el recinto delimitado por sus vallas.

—¡Está claro que son mundos sencillos! —dijo Maimuna con voz despectiva—. Quiero decir que son realmente simples, casi infantiles... Eso para empezar. ¡Y, especialmente, nuestro precioso Asura!

—Vamos —protestó Hamidou-A—, pero si apenas estamos empezando a aprender cosas sobre él... Eres demasiado impaciente. Ese es el eterno problema de los seres humanos..., lo queremos todo de golpe. Quizá sea nuestra enfermedad de carnívoros: el síndrome de la caza primigenia. ¡Si nos apresuramos, lo más probable es que acabemos tropezando y cayendo! Puede que hagan falta diez millones de años para extender la red de la Acción a Distancia a través de esta galaxia, por no pensar en las otras. ¿Y qué? A escala cósmica, eso no es más que un parpadeo.

—También es mucho tiempo —dije yo—. No puedo evitar el preguntarme si durante ese período de tiempo no habrá civilizaciones que consigan visitarse físicamente las unas a las otras usando naves espaciales.

—¿De qué sirve eso? Ya les visitamos y ellos nos visitan a nosotros. ¿Por qué construir una caja de latón que cuesta la mitad de los recursos mundiales? ¿Quién querría pasarse años encerrado dentro de ella?

Maimuna dio una palmada, como si acabara de tener una inspiración.

—¡Pero ahí fuera debe de haber algo que esté construyendo «cajas de latón»! Tiene que suceder en algún momento u otro. No todas las culturas tecnológicas móviles están condenadas a destruirse. Puede que haya formas de vida que jamás conseguirán viajar usando el sistema del Bardo. No todos los seres humanos pueden hacerlo. ¡Quizás el Bardo tenga miedo de eso! ¡Puede que los rakshasas o los yidags hayan descubierto que cosas metidas encajas de latón vienen hacia nosotros! O quizá sea que nuestros «amigos» no quieren que nosotros fabriquemos cajas de latón, razón por la cual nos mostraron un camino más rápido y sencillo..., ¡para mantenernos lejos de ellos! ¡Para mantenernos fuera del universo mientras nos dan la ilusión de pertenecer a él!

—Jamás podríamos haber construido cajas de latón —protestó Abdoulaye-H—. La clase de mundo que fabricaba naves espaciales ya estaba derrumbándose incluso cuando conquistó la Luna..., si es que a eso puede llamársele conquistar.

—¡Pues, entonces, respóndeme a esto! El vuelo del Bardo es prácticamente instantáneo, ¿de acuerdo? Sin embargo, los rakshasas han necesitado diez mil años para recorrer unos cuantos centenares de años luz. ¿Por qué tardan tanto? ¿Contra qué tiene que abrirse paso el Bardo? ¿Qué fuerza se opone a nosotros?

El muchacho hausa suspiró.

—Para nosotros es muy fácil visitar esos tres mundos. Comparado con lo que sus exploradores están haciendo, con el saltar hacia la nada y buscar un asidero en el vacío...

—Entonces, ¿aceptas una espera de cinco o diez millones de años sólo para que podamos cruzar esta galaxia? Querido muchacho, ¿qué eran los seres humanos hace diez millones de años? ¡No se parecían en nada a lo que somos ahora! ¿Qué seremos en un futuro tan lejano? Seremos criaturas completamente diferentes, debido a la evolución. Pensar en nosotros, la raza humana, como parte del futuro es una pura y simple estupidez. No seremos parte del futuro. No podemos serlo: No consigo entender cómo eres capaz de imaginarte eso.

—Opino que a partir de ahora el Bardo es una forma de evolución para la raza humana...

—Tonterías. ¿Cómo puede serlo? La evolución es un asunto genético, no un asunto de comunicación interestelar. Teniendo en cuenta la velocidad con que se avanza ahora, nuestra especie habrá desaparecido mucho antes de que exista ninguna civilización galáctica. Es una auténtica tragedia. ¿No lo comprendes? La raza humana jamás llegará a conocer el universo por culpa del Bardo.

—Yo diría que el siguiente paso evolutivo está relacionado con el comprender información alienígena e incorporarla —replicó Abdoulaye-H—. En el fondo, la genética no es más que una simple transferencia de información. Fíjate en los yidags: ahí tienes un hermoso ejemplo de una sociedad plenamente consciente de cómo la información crea nuevos individuos...

—¡Oh, sí, seguro! ¡Son un precioso ejemplo de libro escolar! ¡Hasta podrían haberlos inventado para servir como ejemplo! A eso me refería cuando hablaba de lo simples que resultan esos tres mundos alienígenas. Son tan abstractos, tan poco complicados..., ¡igual que un conjunto de ecuaciones!

—Lo consiguieron —dijo Abdoulaye-H, encogiéndose de hombros—. Todas las otras culturas acabaron mal.

—Eso nos han dicho.

—Bueno, de todas formas, a mí me gustan. Son mundos claros y lógicos, no desastres confusos.

El cálido oleaje seguía lamiendo la playa, franja tras franja de espuma burbujeante empapando la arena de Miami y volviendo a retroceder. Salvo por la presencia de los hoteles, todo aquello podría haber estado ocurriendo un millón o mil millones de años atrás. Y sólo estábamos en el año 2170. Los chicos hausa tenían razón. La civilización humana en el planeta llevaba existiendo tan pocos años... Maimuna tendría que aprender a dominar su impaciencia.

• • • • •

Los ejercicios para aprender a controlar la mente y el campo corporal tenían lugar en Villa Vizcaya, que estaba unos cuantos kilómetros al sur. Para llegar allí tuvimos que cruzar la ciudad de Miami.

Miami tenía una cierta cantidad de servicios e instalaciones destinadas al Centro. Vi unos cuantos edificios que habían sido «bancos» y oficinas de «líneas aéreas» que aún conservaban sus viejos nombres encima de las ventanas, como una especie de cómica acusación, aunque al pasar junto a ellos estaba claro que en su interior había dobdobs trabajando en varios tipos de labores administrativas y de registro, y los auténticos nombres de los edificios estaban escritos con letras más discretas sobre las puertas. Un tal «Chase Manhattan Bank» era, en realidad, la «Agencia de Contracápsulas para los Estados del Sudeste»...

Villa Vizcaya era un palacio con elegantes jardines construido por un rico excéntrico hacía doscientos cincuenta años en el estilo de un período aún más antiguo: el Renacimiento italiano. Nuestro instructor dobdob era un persa meloso y de rostro ovalado llamado Shotai. Su piel tenía el color ambarino de un melocotón. Nos condujo por un gran jardín geométrico con fuentes flanqueado por naranjos y muretes blancos. Dos hileras de estatuas colocadas sobre plintos se daban la cara. Rosas rojas y amarillas brotaban entre líneas de setos puntuadas por arbustos. Una gran fuente parecida a un stupa burbujeaba en un estanque de color esmeralda rodeado por pequeñas paredes hechas con pétalos de loto. Senderos y cursos de agua tejían una especie de yantra a su alrededor, un yantra de tamaño natural del que cualquier visitante entraba a formar parte apenas lo había pisado. Colocada en el centro del conjunto, la fuente era su punto bindu. Era el punto inexistente de un jardín mental.

Shotai me inyectó una droga para aumentar la percepción llamada MMDA, un compuesto sintético fabricado con los aceites básicos de la nuez moscada, que ayuda a producir intensas visiones eidéticas pero no de experiencias pasadas sino del Ahora, el Presente, y fortalece los poderes para concentrarse en ellas y darles forma. No poseía ninguno de los efectos un tanto perturbadores de las drogas «divisoras de la mente» que se nos habían administrado antes como preparación para ver Asura y mostrarnos hasta qué punto nuestras mismas mentes estaban compuestas de muchas partes. En realidad, era una droga natural muy antigua presentada bajo una nueva forma. La nuez moscada ya era conocida en los viejos textos sagrados hindúes. El dobdob persa me dijo que debía quedarme totalmente inmóvil y concentrar toda mi atención para grabar en el ojo de mi mente cada árbol, cada rama de cada árbol, cada brote de cada hoja de cada rama. Después debía memorizar las rosas, los setos, los cursos de agua, las estatuas...

Estuve como mínimo una hora sin moverme, limitándome a mirar.

Cuando creí estar segura de que conocía perfectamente el jardín, cerré los ojos y lo vi eidéticamente. La imagen era clara y nítida. Pasé media hora viéndolo de esa forma.

Después, paso a paso, empecé a borrar lo que veía.

Al principio borré detalles, no cosas concretas. La textura, la riqueza del color, la longitud, el grosor, la profundidad... Fui haciendo que el jardín perdiera sus cualidades, una a una. Las rosas perdieron su color. Los árboles se volvieron siluetas monocromas, racimos de hojas amorfas.

El jardín se había convertido en un esbozo infantil hecho al carboncillo. Después empecé a borrar las cosas.

Aquello demostró ser mucho más difícil. Las formas luchaban por seguir existiendo mientras yo intentaba esconder los árboles en la tierra, dejar desnudo el suelo, vaciar los canales y secar la fuente.

Finalmente, un esfuerzo de voluntad hizo que hasta la fuente se convirtiera en una simple línea que se alzaba sobre una llanura vacía.

La obligué a convertirse en un punto.

Fue encogiéndose lentamente en mi campo de consciencia. Se volvió unidimensional.

Y, tal y como me había indicado Shotai, me pregunté cuál era la naturaleza de un punto. ¿Qué clase de «esencia» única posee un punto? Desde nuestro punto de vista aquí en la Tierra, todas las estrellas eran puntos debido a estar tan lejos. Si podía hacer que un jardín terrestre acabara esfumándose en un punto, ¿cómo podía invertir el proceso y hacer que un punto se convirtiera en una estrella..., la estrella de Proción? Ése era el objetivo a conseguir en el vuelo del Bardo.

La única forma de lograrlo era entrar en el punto, usar mi mente para convertirme en el punto.

¡No lo conseguí el primer día, ni el segundo! (Estoy concentrando un poco los acontecimientos, claro está.) Necesité cinco días para reducir el jardín a un conjunto de líneas y planos, y el séptimo día lo reduje a una planicie sobre la que había una sola línea vertical.

Después, al octavo día, la línea se convirtió en un punto. Y éste era el punto semilla del que brota todo el universo de estrellas y jardines...

Estaba haciendo grandes progresos.

• • • • •

Después pasamos días enteros en los jardines de Villa Vizcaya, identificándonos con la espesura en vez de eliminarla.

Durante aquellos ejercicios tenía que sentarme en cuclillas sobre el césped de terciopelo delante de un arbusto que tenía forma cónica. Con una salvaje y muda concentración, ayudada por otro aceite básico derivado de la nuez moscada, debía conseguir que mi existencia se convirtiera en su existencia.

Ya no estaba hecha de carne y huesos, sino de ramas, raíces, hojas y savia. Ya no tenía piernas, sino raíces. Ya no tenía dedos, sino tallos. Ya no tenía sangre, sino clorofila. Se acabó el tener dos ojos: ahora tenía mil hojas que capturaban la luz.

El objetivo de este ejercicio era prepararme para sentir lo que significaba ser uno de los árboles que crecían en Asura.

Este ejercicio era mucho más difícil que el otro. ¡Pero el instante de triunfo fue mucho más espectacular! Después de haber pasado varias tardes contemplando el mismo arbusto, sufrí un segundo de distracción. Vi brillar el sol sobre el ala de una garceta que volaba hacia el mar. Cuando volví a contemplar el arbusto descubrí que estaba viendo mi cuerpo. ¡Mis mil hojas estaban contemplando un cuerpo humano!

Dejé escapar una exclamación de sorpresa.

Y, un segundo después, Shotai el persa ya estaba junto a mí.

—¡Eso es! —me dijo—. ¡Has visto! Asentí en silencio, aturdida, aunque ahora lo único que había ante mis ojos era ese mismo arbusto de antes, y la sangre corría ruidosamente por mi cuerpo de ser humano...

Después de muchas tardes como aquélla, tuve la sensación de que podía estar presente simultáneamente en dos puntos del espacio; que podía poseer dos puntos de vista...

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Después de aquel triunfo, volví al hotel y se me proporcionó un casco del Bardo. Me concentré en recordar mis experiencias del jardín y el arbusto y, mientras tanto, el casco fue midiendo mis ondas cerebrales y se las transmitió a un ordenador. El neurólogo dobdob encargado de atenderme me dijo que todos tenemos auténticos mapas físicos grabados en nuestros cerebros, en un área llamada hipocampo. Me dejé dominar por la fantasía y me lo imaginé —¡quizá no andara tan desencaminada, después de todo!—, como si fuera un campo lleno de caballos que se lanzaban al galope en direcciones distintas y a varias velocidades. La situación de los objetos en el espacio queda reflejada como mapas en las columnas de células del hipocampo. El proceso de trazar los mapas y el proceso de interpretarlos para recobrar la información utilizan el ritmo eléctrico theta del hipocampo. Eso era lo que el neurólogo estaba midiendo. Cuando volara por el plano del Bardo un ordenador se encargaría de observar el «mapa» de mi viaje a través de mi casco.

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Acabamos abandonando la Unidad de Orientación para pasar a otro hotel que se encontraba más al sur. Una vez allí se nos emparejó con nuestros compañeros del Bardo.

Los mellizos hausa fueron emparejados con una pelirroja irlandesa llena de pecas y una india con el cabello negro como el ala de un cuervo. Maimuna consiguió un joven amante japonés.

Y yo conocí a Ahmed Klimt, descendiente de algún trabajador centroeuropeo que había emigrado hacía mucho tiempo a esa Confederación Árabe que tan rica había sido.