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Y así, una tarde desapacible, con una tormenta incubándose y la roja luz del sol abriéndose paso a lanzazos por entre el acelerado moverse de las nubes enfurecidas, sobrevolamos las rampas de lanzamiento abandonadas. Cabo Cañaveral era un paisaje llano y abstracto en el que se entrecruzaban grandes caminos que unían las rampas de lanzamiento: formaban una especie de polígono y recordaban mucho un juego de gargantuescos mandalas yantras que apuntara hacia las estrellas. ¡Igual que si la vieja administración espacial hubiera construido los objetos correctos pero no hubiera sabido usarlos bien! ¡Si hubieran logrado liberar los poderes encerrados en aquellas formas con las que pavimentaban el suelo...!

Aún había unas cuantas torres de acero en pie; y una de ellas seguía abrazando un gran cohete que había pasado veinte décadas sin ser lanzado: un magnífico pene lingam. ¡Qué poco le faltaba para encarnar lo que debía ser y, aun así, qué absolutamente equivocado!

—Mirad —exclamaron los mellizos hausa—, ¡es un stupa!

Sí, también recordaba eso: la torre de un templo indio terriblemente aumentada de tamaño. Y, naturalmente, la torre de un templo indio está concebida para representar un pene lingam.

—¡Un stupa norteamericano! ¡Estupendo! —rió Abdoulaye-H.

—¡Es una lástima que su estupor les impidiera comprender lo que era!

—¡Astronautas estúpidos!

La negra masa de nubes de tormenta estaba haciéndose cada vez más espesa. Las gotas de lluvia empezaron a resbalar sobre las ventanillas. Cuando aterrizamos en lo que debía ser la pista más larga del mundo, el cristal estaba lleno de gruesas burbujas de agua; recortado contra la negrura hirviente del horizonte aún pude distinguir un edificio monolítico que debía tener por lo menos medio kilómetro de altura, una masa que parecía atraer a la tormenta, absorbiéndola y condensando la oscuridad hasta formar un bloque sólido.

• • • • •

Pasamos toda aquella noche de tormenta durmiendo en un pequeño hospital. El amanecer llegó envuelto en luces malvas y violetas, y de las nubes de tormenta ya sólo quedaban unas hilachas que se alejaban rápidamente rumbo al mar.

Sam nos preparó un desayuno de frijoles y tortitas acompañadas con jarabe, y después le ayudamos a transferir el cargamento de cajas de cartón del reactor a un microbús: Maimuna procuró llevar menos cajas que nosotros y se dedicó a examinar los nombres que había en las etiquetas de origen con cara de entendida, como si eso importara algo. Después cruzamos el espaciopuerto vacío, en dirección a nuestro auténtico puerto de embarque..., allí donde el éxtasis, y no la hidrazina, sería nuestro combustible hacia las estrellas.

—¿Por qué no podemos seguir en avión hasta Miami? —se quejó Maimuna.

—Da la casualidad de que la noche pasada iban a traer más combustible desde Orlando para que pudierais viajar con más comodidad, pero el camión cisterna patinó debido a la lluvia. El conductor se ha fracturado el brazo, por lo que el reactor no puede repostar. Infiernos, cómo odio este sitio... Es un insulto al espíritu humano.

El monolito que habíamos visto la noche anterior siguió convirtiéndonos en enanos durante bastante tiempo. Sam dijo que el edificio era una sola e inmensa habitación, la más grande construida jamás por el hombre. Hasta tenía su propio clima, con sus propias nubes y relámpagos internos... Ahí dentro era donde habían montado las naves espaciales.

Salimos del espaciopuerto y fuimos por el centro de una autopista de seis carriles: sólo los de en medio se hallaban en buen estado. Dejamos atrás algún que otro camión cargado con frutas y verduras. Ver los paneles de energía solar que llevaban en el techo hacía pensar en invernaderos móviles. El ferrocarril que pasaba junto a la autopista tenía más tráfico; vimos pasar varios trenes, casi todos cargados con leña, con penachos de humo de carbón saliendo de sus chimeneas. Hacia el interior había pequeñas colinas llenas de naranjales, pero todo lo que nos rodeaba era una llanura bien irrigada en la que había gente de todas las razas —negros, indios, blancos, todos vestidos con los mismos monos azules de algodón—, trabajando en los campos de soja, maíz, apio y rábanos.

Atravesamos ciudades costeras llenas de palacios desconchados y jardines abandonados en las que había pescadores reparando redes, carenando cascos y cosiendo velas bajo el perezoso ondular de las palmeras. Las fábricas dejaban escapar suculentos olores a pescado y frutas. SALMONETES VERO BEACH. PULPA DE LIMÓN PALM BEACH. PROCESADORA DE SOJA DE FORT MERLE. FRIJOLES Y JUDÍAS DANZA. Se notaba que Florida tenía más población que mi parte de África, y todas las ciudades por las que pasábamos daban la impresión de haber contado con muchos más habitantes en el pasado: aun así, no se habían convertido en «fantasmas» de sus antiguas personalidades. Lo que sí había desaparecido eran los lujos y las extravagancias —los parques de diversiones, los hoteles y ese tipo de cosas—, que fueron cerradas y abandonadas a su destino para que se convirtieran en ruinas o acabaran siendo enterradas por la vegetación; al igual que la superautopista había quedado reducida al estado de una simple carretera. La espina dorsal de la vida seguía existiendo y ahora tenía un nuevo espíritu, un espíritu del que daban testimonio los carteles visibles sobre los canales y cursos de agua de Fort Lauderdale, donde se explicaba la ecología social y el camino del Bardo...

¡El Hombre y la Hembra contienen en su interior el Mandala del Universo!

¡Cambiar algo durante un tiempo no basta, el cambio debe ser permanente!

¡Después de la Iluminación, Cortar Madera y Llevar Cubos de Agua!

¡La ayuda de nuestros Amigos Alienígenas nos permite Encontrarnos a Nosotros Mismos!

Finalmente llegamos a Miami, que era tan grande como nos había dicho Sam —aunque había sufrido el mismo proceso de poda y replanificación—, y a Miami Beach, los cuarteles generales del Bardo para el Mundo Occidental.

Quince kilómetros de palacios blancos ofrecían sus fachadas al océano, unidas a la masa principal de la ciudad por pasarelas y caminos, pues en realidad esta «playa» era una isla alargada. Nos detuvimos en un punto de control vigilado por cuatro dobdobs armados con ametralladoras que llevaban granadas de mano en los cinturones y cuyos cascos de acero estaban adornados por el signo del yantra. Sin embargo, la amenazadora presencia de sus armas era desmentida por el comportamiento de quienes las llevaban. Dos de ellos estaban sentados jugando al go bajo un porche situado ante las troneras de su barracón de cemento. Un tercero vigilaba el sedal que había sumergido en la bahía, y sólo el cuarto dobdob, que había estado observando a los pájaros de la laguna con unos binoculares, nos prestó alguna atención.

—Qué armas tan grandes y asquerosas —dijo Abdoulaye-H pese a ello, olisqueando el aire, mientras Sam le entregaba un fajo de papeles a aquel hombre..., papeles entre los que me fijé iban incluidos los gráficos de mis pruebas para el Bardo. El dobdob se los llevó al barracón de cemento.

—No malinterpretes el papel de estos centinelas —le explicó Sam al muchacho hausa—. La verdad es que son un cruce entre los procesadores de datos, ya que se encargan de observar quién entra y quién sale, y una especie de guardia de honor para la Embajada de Proción. Mira, allí está: debajo de donde ondea la bandera. Los huéspedes de las estrellas necesitan un poco de ceremonial. —Señaló hacia un hotel lejano cuyo tejado estaba cubierto de antenas y en el que se veía revolotear una bandera verde.

—Si es una embajada mental, ¿por qué necesita armas reales y una bandera de verdad? —preguntó Maimuna, haciéndose la inocente.

—Por nosotros —dijo Sam, riéndose—. Por los seres humanos... Ver es creer. ¡Aun así, resulta asombroso lo que la gente es capaz de creer! En los viejos tiempos hasta llegué a oír acusaciones según las cuales este sitio era una especie de burdel de lujo para los nuevos amos del mundo.

—¿Qué es un burdel? —preguntó el otro muchacho hausa.

Maimuna dejó escapar una risa bastante aguda y se lo explicó.

—Naturalmente —añadió—, la gente capaz de pensar ese tipo de cosas ya desapareció en las purgas, ¿verdad, Sam? Pero todo eso es historia antigua... Los campamentos de la Antártida ya han sido clausurados, ¿no? —No supe cómo interpretar sus palabras: quizás estaba haciendo una nueva exhibición de sus conocimientos..., o quizás estaba provocándole, queriendo sacarle algún dato nuevo. Después de lo que le había oído decir por la radio cuando hablaba con Liu —si no coopera, habrá que ponerle en hielo—, yo también sentía ciertos deseos de sondearle.

Sam se limitó a encogerse de hombros.

—La bandera es verde porque Asura es un mundo de bosques y selvas, ¿sabéis? —observó.

Serían las tres o las cuatro. Mientras esperábamos en el punto de control vimos llegar un convoy de camiones impulsados por baterías cargados con lechugas, leche, gallinas y cajas de huevos, conducido por hombres y mujeres vestidos con monos azules de algodón. Los dos dobdobs que habían estado jugando al go se pusieron en pie y fueron a ocuparse de ellos. Una barcaza de gran tamaño acabó de cruzar la bahía, atracó junto a uno de los palacios y empezó a cargar la basura de una tolva.

El dobdob salió del barracón con nuestros documentos y cuatro tarjetas de plástico, dos blancas y dos rojas. Se las entregó a Sam, y éste se encargó de repartirlas.

Mi tarjeta, de color rojo, mostraba mi nombre —LILA MAKINDI—, grabado sobre una larga serie de cifras impresas por ordenador; en el reverso de la tarjeta había unas cuantas tiras metálicas que la cruzaban.

—Es una tarjeta codificada de identidad personal con el perfil de tu campo corporal tal y como aparecía en las pruebas. Las túnicas que te dará el Bardo tienen un bolsillo especial para llevarla —me dijo Sam—. Hasta entonces, guárdala bien y procura no perderla.

Cerré los ojos y pasé la yema del dedo sobre las protuberancias de la tarjeta, para saber si era capaz de leer mi nombre mediante el tacto; la voz de Maimuna ronroneó en mi oído:

—Los ordenadores no leen las tarjetas personales con los dedos, querida. Todos los datos han sido registrados mediante impresión magnética.

—Los ordenadores piensan usando el álgebra booleana —dijo Hamidou-A con voz jovial—. ¡Piensan en yantras!

La barra de acero se levantó, y Sam hizo que el microbús avanzara por la Gran Calzada. Un viejo cartel situado a medio trayecto había sido cubierto con pintura y ahora mostraba una nueva consigna: ¡El Éxtasis es el Combustible del Cohete Mental!

—Es una especie de tarjeta de crédito —dijo Maimuna—. En los viejos tiempos la gente solía comprar cosas usando pedacitos de plástico como éste. Naturalmente, ese tipo de crédito ha desaparecido..., pero en cierto sentido el mundo sigue existiendo sobre la misma base, ¿verdad, Sam? El crédito mental de nuestros amigos del espacio, ¿no te parece?

—Sorprendente —se limitó a decir Sam—. Hubo una época en que todo este sitio no era más que un inmenso pantano lleno de manglares, y ahora los asuranos de la estrella Proción viven aquí...

—En cierta forma—dijo la joven wolof, provocándole—. Mentalmente hablando.

Un segundo puesto de control, más protegido y con centinelas más fuertemente armados que los anteriores, nos hizo perder unos instantes al final de la Gran Calzada: nuestras tarjetas de «crédito» fueron introducidas en una máquina. Después, se nos llevó a un aparcamiento rodeado por una valla metálica. Las puertas de salida conducían a varios hoteles. Sam aparcó junto a una puerta que daba directamente a los peldaños de mármol sobre los que se veían girar unas puertas de cristal.

—Tenéis la primera sesión de entrenamiento dentro de dos horas. Deberíamos haber llegado aquí anoche. Adelante, os esperan. Mientras decía esas palabras, una dobdob asiática bastante alta salió por la puerta giratoria y se quedó inmóvil, aguardando a que subiéramos. Sam nos hizo salir del microbús sin más ceremonias y subimos los peldaños.

La mujer nos llevó hasta un gran vestíbulo decorado con mucho lujo. El suelo era un mosaico de baldosas color verde y oro; las galaxias cristalinas de las arañas y los candelabros colgaban de un techo muy lejano. Las enredaderas y los potus crecían abundantemente en las jardineras de terracota. Unas carpas rojas muy gordas nadaban perezosamente por un estanque en cuyo centro había un dios tibetano de bronce: en su mano izquierda sostenía un garrote del que brotaba un chorro de agua. Su mano derecha sostenía a una mujer de bronce que copulaba con él en una postura francamente acrobática, con una pierna pasada alrededor de la cintura del dios.

La dobdob recogió nuestras tarjetas y fue hacia un escritorio mientras nosotros nos dedicábamos a vagabundear por aquel vestíbulo parecido a una jungla, examinando toda la variedad de pinturas, relieves y tallas amorosas que lo adornaban.

En una hornacina había una talla representando a un hombre y una mujer cuyos cuerpos se entrelazaban de una forma tan absolutamente retorcida que habían acabado convirtiéndose en un perfecto bloque cúbico de miembros. De no haber sido por la pintura roja que cubría el cuerpo de la mujer y la pintura blanca que cubría el del hombre, no hubiera habido forma de saber qué brazos y qué piernas pertenecían a quién. ¡Contorsiones imposibles! Nos quedamos inmóviles ante la talla, preguntándonos si...

La mujer nos llamó y nos devolvió las tarjetas, junto con un surtido de listas y horarios.

—La parte delantera del hotel da a la playa. Podéis utilizarla durante vuestro tiempo libre. Dejando aparte esas horas, no debéis salir de este edificio. Razones organizativas... No os preocupéis, tendréis muchas cosas que hacer. Bien, empezando a las cuatro y media de la tarde... Por el horario veréis que se os espera en la sala de conferencias del tercer piso junto con el resto de los recién llegados. El encargado del hotel os dará la bienvenida en nombre de todos nosotros. —Sus ojos fueron hacia los globos de cristal que colgaban de las orejas de Maimuna; le lanzó una mirada desaprobadora—. Joyas. Está prohibido llevar joyas. Se enredan con los cascos e interfieren el campo corporal...

—Oh, está bien, puedo quitármelas.

—¡No está bien! El arte debe servir para que la mente se concentre de forma efectiva. No ha de ser una distracción o una frivolidad. Todo el arte que puedes ver aquí es efectivo. ¿Crees que podrás concentrarte con algo colgando de tus orejas?

—¡No pienso en ellos! —protestó Maimuna—. Cada uno de esos pequeños globos de cristal es un mundo. Los alambres forman yantras alrededor del mundo y lo protegen del mal. ¿Comprende? La mujer asintió, no muy convencida.

—Me los quito cada noche y pienso en lo horrible que sería si no hubiera un yantra alrededor del mundo, protegiéndolo igual que una valla. ¿Qué hay dentro del cristal? En uno hay una arañita y en otro una mosca bañadas en un fluido conservador. ¡Viejos enemigos! Sólo mi cráneo las mantiene separadas. Mi cabeza y mi cerebro... Y los yantras de alambre. Son algo simbólico, ¿entiende? No son un adorno.

—Bueno, si no hay más remedio... Está bien, puedes conservar tus amuletos de la suerte... ¡Pero no los lleves cuando estés fuera de tu habitación!

Maimuna movió la cabeza, haciendo bailar un globo de cristal, y puso cara de triunfo, como si hubiera logrado demostrarse algo a sí misma. Pero, francamente, ¡un yantra no era una valla alrededor del mundo! ¡Nada de eso! Era un medio que nos permitía llegar más lejos..., hasta otros mundos. Su explicación me pareció ridícula.

• • • • •

Me habían asignado un dormitorio muy elegante en cuyo centro había una cama individual. Nuestras habitaciones eran para descansar, no para hacer el amor. (De hecho, había leído que hacer el amor en privado estaba prohibido..., al menos, estaba prohibido hacerlo con nadie salvo con un compañero asignado por el Bardo.) Aun así, en la pared había colgado un alegre grabado que representaba el acto amoroso. Un hombre con un bigote rizado y una mujer con pechos que parecían granadas, sus dos cuerpos opulentos y lánguidos, se estaban mirando a los ojos como sumidos en un trance hipnótico. Estaban cubiertos de joyas: anillos, pendientes, peinetas y collares. ¡Obviamente, el grabado era anterior a la época del Bardo! En las rejillas del aire acondicionado había pegadas unas etiquetas casi ilegibles donde ponía FUERA DE SERVICIO, y ahora las ventanas tenían unos cristales movibles que servían para orientar la brisa. Junto a la cama había un teléfono mural blanco. Para utilizarlo tenías que meter tu tarjeta de crédito en una ranura.

Encontré ropas esperándome sobre la cama: unos pantalones de algodón rojo con una goma elástica en la cintura y una blusa de algodón del mismo color con un bolsillo, dentro del cual había un lápiz y un cuaderno de notas. La blusa tenía otro bolsillo más pequeño sobre el que estaba escrito mi nombre: el bolsillo, vacío, tenía el tamaño justo para contener mi tarjeta de crédito.

• • • • •

En la sala de conferencias del tercer piso había cincuenta jóvenes de todas las razas: las chicas iban vestidas de rojo, los chicos de blanco. Todo el mundo llevaba el cabello muy corto, aunque sólo un chico que tenía las orejas protuberantes y la piel de un color parecido al de las mondas de naranja había llegado hasta los extremos de Maimuna y se había rasurado el cráneo para asegurarse de que no tendría ningún problema a la hora de ponerse el casco del Bardo.

El encargado del hotel, un hombre de rostro encendido y cabellos rojizos, golpeó el atril con los nudillos.

—Intentaré ser breve —dijo..., y pronto vimos que no iba a conseguirlo—. Os doy la bienvenida a Miami..., desde Hawai, Escandinavia, África, Brasil o dondequiera que estuviese vuestro primer hogar. A partir de ahora vuestro hogar está aquí. El Bardo es la empresa más importante de toda la historia de la raza humana. ¡Supongo que estáis de acuerdo en eso! El Bardo mantiene unido al mundo y llega hasta las estrellas. Eso es debido a que nosotros trabajamos con seres humanos, no con máquinas. Sí, claro, también usamos máquinas: las usamos como ayuda, pero no son lo más importante. Lo más importante es la mente humana. El campo corporal humano... Ésa es nuestra única esperanza de sobrevivir. Los rakshasas nos dicen que el lapso de existencia de ciertas culturas planetarias, culturas muertas, con las que se han encontrado es de tan sólo unos cuantos años desde el primer estallido del crecimiento hasta el derrumbe. Hasta ahora sólo conocen dos mundos que hayan conseguido superar ese escollo, aparte de ellos mismos. El más importante de esos dos mundos, para vuestros propósitos, es Asura. ¡Bueno, que alguien me hable de los asuranos! ¡Venga, no seáis tímidos!

—Son como árboles —dijo una voz.

—Son pájaros —dijo otra.

—La verdad es que son simbiontes —proclamó con altivez la voz de Maimuna—. Pájaros y árboles que coexisten de una forma simbiótica, lo cual quiere decir que cada uno depende del otro. Los pájaros se alimentan con la savia de los árboles y, a cambio, se encargan de las funciones cerebrales más elevadas. Los dos, juntos, forman temporalmente seres de orden superior...

—¡Correcto! Asura es un mundo isla. Posee un millón de islas, y cada una tiene su pequeño bosque propio de árboles entrelazados. Parece un mundo de bosques, con todo un laberinto de cañadas y arroyos que abarcan el planeta entero, dado que no hay ningún gran mar o lago. Cada isla tiene su propio bosque. Los árboles forman una especie de sistema nervioso vegetal primario. Los pájaros son la forma más alta de conciencia. Pájaro y árbol se relacionan el uno con el otro y dependen el uno del otro. Hace mucho tiempo, antes de la simbiosis, los árboles estaban muy ocupados absorbiendo la radiación solar, convirtiéndose en algo parecido a grandes platos de radar biológicos, y los cerebros de los pájaros aumentaron de tamaño para poder comprender las configuraciones estelares mediante las que se guiaban. Cuando se produjo la simbiosis, esos pájaros de grandes cerebros fueron capaces de aplicar la razón analítica a las radiaciones cósmicas que los árboles podían leer a un nivel primario e instintivo.

»Un pájaro aislado opera de forma más instintiva que racional, naturalmente. Sólo «conectándose» a los árboles, fundiéndose con ellos, se obtiene al individuo asurano total: el pájaro más el árbol. Aun así, cuando una personalidad-pájaro se aleja de su árbol, jamás pierde su magnífico sentido de la pertenencia social y emocional. Los asuranos conocen realmente lo que es la sociedad a un nivel biológico. La simbiosis jamás les absorbe..., lo único que hace es aumentar sus capacidades.

»Si estuviera en nuestro sistema solar, Asura se encontraría a medio camino entre las órbitas de Marte y la Tierra. Pero Proción es una estrella más caliente que el Sol, por lo que la temperatura promedio es más o menos igual a la de la Tierra... ¿Por qué se le llama «Asura»? ¡Esperad a haber oído el sonido del viento entre esas hojas y el batir de las alas en el cielo! Asura es un mundo maravilloso..., y, sobre todo, lo es en el sentido social-ecológico de la palabra. Ah, la armonía sencilla y pura que hay en todo ese proceso de alimentarse, aparearse, navegar, meditar..., de beber el sol y contemplar las estrellas... Todo está en equilibrio.

Nuestros primeros tres meses estarían dedicados a ejercicios físicos y mentales y conferencias. Por las mañanas: conferencias y charlas sobre las formas de localizar el campo corporal —yendo desde la acupuntura china y pasando por los mandalas «mapas mentales» tibetanos hasta terminar con la fotograba Kirlian del aura obtenida mediante altos voltajes y el Efecto Backster de la «percepción primaria» en todas las células vivas—, así como también Matemáticas y Físicas, especialmente la Teoría General del Cosmos de la Acción a Distancia, que nos permitía lanzar nuestro campo corporal hacia las estrellas a la velocidad del pensamiento. Por las tardes: actividades físicas, como el yoga, la coordinación del campo corporal y los ejercicios sexuales.

Después de haber pasado las primeras semanas en esta «Unidad de Orientación», a cada uno se le asignaría un compañero o compañera que ya había estado en Asura, y a partir de entonces viviríamos en lo que era llamado «Unidad de Iniciación», y que estaba en otro hotel. Dos meses después deberíamos estar preparados para hacer nuestro primer viaje mental a las estrellas, partiendo del mismísimo edificio de la Embajada de Proción.

Nos enteramos de que los trescientos hoteles de Miami Beach alojaban aproximadamente a tres mil candidatos para el Bardo, lo cual significaba enormes problemas de organización. Ésa era la razón de que no debiéramos salir de nuestro hotel. En cuanto al interior del hotel, no debíamos entrar en ninguna zona del edificio sobre cuyas puertas hubiera el signo de la esvástica roja.

—Así pues, trabajad duro. Entrenaros. Recordad que necesitamos mantener una continua vigilancia sobre la Embajada de Proción. No podemos perder nuestro contacto con ellos...

Y así terminó el discurso del encargado del hotel.

—¿Alguna pregunta, alguna duda o problema? —Las tres cosas se confundían en una sola, pues todo seguía siendo una pregunta, una duda o un problema—. Está claro que ahora todavía no las hay, ¿verdad? —Se rió—. Bueno, las preguntas más complicadas acaban respondiéndose por sí mismas a medida que pasa el tiempo. Si tenéis alguna dificultad, acudid a recepción o llamad por teléfono desde vuestra habitación.

Maimuna me buscó por entre el gentío.

—¿Por qué necesitan tantos reclutas? ¡Tres mil personas entrenándose sólo para mantenerse en contacto con un mundo! En los viejos tiempos nunca llegó a haber más de doscientos astronautas.

—No usaban el viaje mental. Requiere un montón de energía psíquica. Tienes que descansar entre vuelo y vuelo. Los vuelos son más cortos...

—Llevan años y años entrenando gente. ¿A qué viene tanta premura? ¿Por qué necesitan trabajar con semejante número de reclutas? ¿Tan agotador resulta el vuelo del Bardo? El encargado tenía miedo de algo..., algo relacionado con el Bardo.

—Tonterías.

—Tenía miedo, querida, igual que mi mosca tiene miedo de mi araña. Lo . Mi Maestro chino me puso las manos en el cráneo cuando yo tenía diez años. Me miró fijamente a los ojos y dijo que veía la araña en mi ojo izquierdo y la mosca en mi ojo derecho, y que cuando me las encontrara en la vida real siempre sabría reconocerlas. Si la mente del Bardo teje telarañas en el espacio, Lila, ¿qué razón tenía nuestro encargado para estar sudando igual que una mosca atrapada?

Hamidou-A se unió a nuestra conversación.

—Esa mosca y esa araña..., no son más que una imagen de los dos hemisferios de tu cerebro, Maimuna, algo que te ayuda a concentrarte para integrarlos en un solo conjunto. ¿No te das cuenta? La mosca debe aprender a confiar en la araña. La araña debe aprender a dominar el deseo de comerse a la mosca.

—La parte izquierda de tu cerebro analiza —añadió su hermano—. Teje las telarañas del análisis. La parte derecha intuye. Vuela hacia el más allá. Cuando te contó su historia de la mosca y la araña, tu Maestro chino se limitaba a sacarle el mejor partido a tu propia personalidad..., usaba tu astucia y tu suspicacia para conseguir que dieras los máximos resultados posibles.

—Siempre estáis tejiendo telarañas para demostrar lo listos que sois.

—¡Ten cuidado, o quizá acabes atrapada en tu propia telaraña!