Asombrada y sin poder creerlo, levanté las manos sobre la cabeza y eché el aire lentamente.
El que no llevaba el cuchillo increpó a su compañero.
—Tío, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué has sacado un cuchillo? Solo es una chica. No va a pelear con nosotros.
—Cállate. Aquí mando yo —el del gorro me agarró el brazo mientras me miraba lascivamente a la cara, apretando la punta del cuchillo contra mi barbilla.
—¡Esto no forma parte del plan! —discutió el que no parecía querer apuñalarme. Clavé mi mirada esperanzada en él, pero él no le quitaba ojo a su compañero, abriendo y cerrando las manos.
Genial, pensé, me están robando criminales desorganizados. Alguien va a acabar apuñalado y probablemente voy a ser yo. En lugar de miedo, sentí una punzada de enfado. No tenía tiempo para aquella estupidez. Tenía un autobús que coger y una vida que reclamar.
—Te vimos cogiendo comida —bajó la punta del cuchillo por mi garganta—. Sabemos que tienes dinero. Todo un fajo de billetes, ¿verdad, John? Seguro que lo peta pescar tanto dinero.
Quería darme una patada en la cara. Tenía que haber tenido más cuidado. No podía sacar un fajo de billetes y esperar que no me robasen. ¿Sobrevivir al ataque de un daimon para acabar con la garganta rajada por unos pocos cientos de dólares?
Mierda, la gente daba asco.
—¿Me has oído?
Entrecerré los ojos, estaba como a cinco segundos de perder los estribos.
—Sí, te he oído.
Clavó sus dedos en mi piel.
—¡Entonces danos el maldito dinero!
—Vas a tener que cogerlo tú mismo —miré a su amigo—. Y te reto a que lo hagas.
El del gorro se movió hacia John.
—Sácale el dinero del bolsillo.
Los ojos de su compañero fueron saltando de su amigo a mí. Esperé que se negase, porque iba a arrepentirse mucho si no lo hacía. Ese fajo de billetes era todo lo que tenía. Tenía ahí el billete para el próximo autobús. Nadie iba a quitármelo.
—¿Qué bolsillo? —me preguntó el que me sujetaba. Al no contestar, me zarandeó, y ya no pude más.
Había activado mi modo zorra y, bueno, mi instinto de supervivencia se tiró por la ventana. Todo —todo lo sucedido hirvió en mi interior y explotó—. ¿Aquellos aprendices de malote pensaban que les tenía miedo? ¿Después de todo lo que había visto? Mi universo se volvió rojo. Iba a reventarles.
Me reí en la cara del chico del gorro.
Cabreado por mi respuesta, bajó medio centímetro el cuchillo.
—¿Va en serio? —Liberé mi brazo de un tirón y le quité el cuchillo de las manos—. ¿Vas a robarme? —le apunté con el cuchillo, medio tentada de pincharle—. ¿A mí?
—Wow —John se echó atrás.
—Exacto —moví el cuchillo hacia los lados—. Si queréis que…
Un escalofrío me recorrió toda la espalda, helado y premonitorio. Noté una sensación innata y cada fibra de mi ser gritaba en advertencia. Fue lo mismo que sentí antes de ver al daimon desde el balcón. El miedo me agujereó el pecho.
No. No pueden estar aquí. No pueden.
Pero sabía que sí. Los daimons me habían encontrado. Lo que no me cabía en la cabeza era por qué lo habían hecho. Solo era una maldita mestiza. Para ellos no servía ni de aperitivo. Peor aún, era como comida china, estarían ansiosos por más éter en unas horas. Estarían invirtiendo mejor su tiempo cazando puros. No a mí. No a una mestiza.
Al verme distraída, el del gorro cogió ventaja. Se echó hacia delante, cogiendo y torciéndome el brazo hasta que dejé caer el cuchillo en su mano.
—Zorra estúpida —me siseó a la cara.
Lo empujé con mi brazo libre mientras escrutaba la zona.
—¡Tenéis que iros! ¡Tenéis que marcharos ahora!
El del gorro me volvió a empujar y me tambaleé a un lado.
—Ya estoy harto. ¡Danos el dinero o…!
Recuperé el equilibrio, dándome cuenta de que estos dos eran demasiado estúpidos para vivir. Y yo también, por seguir ahí intentando convencerles.
—No lo entendéis. Tenéis que marcharos ahora. ¡Están aquí!
—¿De qué habla? —John se dio la vuelta y miró hacia la oscuridad—. ¿Quién viene? Red, creo que tendríamos que…
—Cállate —dijo Red. La luz de la luna se escapó de entre las nubes, haciendo brillar la hoja con la que apuntaba a su amigo—. Solo intenta asustarnos.
Parte de mí quería irse de allí y dejarlos con lo que sabía que iba a llegar, pero no podía. Eran mortales —mortales totalmente estúpidos que me habían apuntado con un cuchillo—, pero de ninguna forma merecían la muerte que les esperaba. Habiendo intentado robarme o no, no podía dejar que ocurriese.
—Las cosas que vienen van a mataros. No estoy intent…
—¡Cállate! —gritó Red, acercándose a mí. De nuevo tenía el cuchillo en la garganta—. ¡Tú calla!
Miré a John, el más cuerdo de los dos.
—Por favor. ¡Tienes que escucharme! Tienes que irte, y tienes que hacer que tu amigo se vaya también. Ahora.
—Ni lo pienses, John —le advirtió Red—. ¡Ahora ven aquí y coge el dinero!
Desesperada por sacarles de allí, metí la mano en el bolsillo y saqué el fajo de billetes. Sin pensarlo, se lo tiré a Red al pecho.
—¡Aquí! ¡Cógelo! ¡Cógelo y marchaos mientras podáis! ¡Vamos!
Red miró abajo, boquiabierto.
—Pero qué…
Una fría y arrogante risa me heló la sangre en las venas. Red dio unas vueltas, escudriñando la oscuridad. Parecía casi como si el daimon se hubiese materializado de las sombras, porque aquel lugar, hacía un segundo, estaba vacío. Estaba a unos metros del edificio, con la cabeza ladeada y su horrible cara torcida en una espantosa sonrisa. Para los chicos, no parecía más que un ejecutivo con vaqueros de GAP y un polo…
Un objetivo fácil.
Le reconocí como el daimon al que había atizado con una lámpara.
—¿Es este? —John miró a Red, visiblemente aliviado—. Tío, esta noche nos ha tocado la lotería.
—Corred —les apremié en voz baja, llevando atrás el brazo y envolviendo con los dedos el mango de la pala—. Corred tan rápido como podáis.
Red miró hacia mí por encima del hombro, riéndose por lo bajo.
—¿Es este tu chulo?
Ni siquiera pude responder. Estaba atenta al daimon, con el corazón a mil, mientras él daba un lento paso adelante. Algo le pasaba al daimon. Estaba… demasiado tranquilo. Cuando la magia elemental tomó su sitio, vi aparecer la diversión en sus rasgos.
Entonces, cuando estaba casi segura de no poder tener una semana más asquerosa, un segundo daimon salió de las sombras… y detrás había otro daimon.
Estaba muy jodida.