Capítulo 2

—¿Álex? —Matt me acarició el cuello con la nariz—. ¿Qué pasa?

Usando un poco de mi auténtica fuerza, lo aparté de mí y me levanté. Me recoloqué la parte superior del vestido, agradeciendo la oscuridad.

—Lo siento, pero ahora no me apetece.

Matt continuó tirado en el suelo, a mi lado, mirando hacia el cielo como lo había hecho yo poco antes.

—¿He… He hecho algo mal?

Mi estómago se retorció y no me sentí muy bien. Matt era un chico muy majo. Me volví hacia él, cogiéndole de la mano. Entrelacé mis dedos con los suyos, como le gustaba.

—No. Para nada.

Soltó la mano y se frotó la frente.

—Siempre haces lo mismo.

Arrugué la frente. ¿En serio?

—No es solo eso —Matt se incorporó, poniendo sus largos brazos sobre las rodillas—. Siento como si no te conociese, Álex. No sé, como si no supiese realmente quién eres. Y llevamos saliendo, ¿cuánto tiempo?

—Unos cuantos meses —esperé no equivocarme. Luego me sentí como una idiota por haberlo dicho al azar. Dioses, me estaba volviendo una persona horrible.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Tú lo sabes todo sobre mí. Cuantos años tenía cuando entré en una discoteca por primera vez. A qué universidad quiero ir. Qué comida odio y cómo no soporto las bebidas con gas. La primera vez que me rompí un hueso…

—Cayendo del monopatín —me sentí bien por haberlo recordado.

Matt rio suavemente.

—Sí, exacto. Pero yo no sé nada sobre ti.

Le di un golpecito con el hombro.

—Eso no es cierto.

—Sí que lo es —me miró, mientras su sonrisa iba desapareciendo—. Nunca hablas de ti misma.

Vale, tenía parte de razón, pero no es que pudiese contarle nada. Ya me veía. «¿Sabes qué? ¿Has visto Furia de Titanes o has leído mitos griegos? Bien, pues esos dioses son reales y sí, yo soy una especie de descendiente suya. Algo así como una hijastra que nadie quiere reclamar. Oh, y nunca había estado entre mortales hasta hace tres años. ¿Podemos seguir siendo amigos?».

Aquello no iba a ocurrir.

Así que me encogí de hombros y dije:

—Realmente es que no hay nada que contar. Soy bastante aburrida.

Matt suspiró.

—Ni siquiera sé de dónde eres.

—Me mudé aquí desde Texas. Ya te lo he contado —mechones de pelo se escapaban de mi mano, volando ante mi cara y por su hombro. Necesitaba un corte de pelo—. No es un secreto.

—¿Pero naciste allí?

Miré hacia otro lado, observando el océano. El mar estaba tan oscuro que parecía morado, se veía poco amistoso. Aparté la mirada y me quedé observando la costa. Dos figuras se acercaban caminando, claramente masculinas.

—No —dije finalmente.

—¿Entonces, dónde naciste?

Intentaba evitar la incomodidad que me estaba causando la conversación fijándome en los chicos de la costa, se agacharon mientras se levantaba el viento, lanzándoles un brillo fino de agua fría. Se acercaba una tormenta.

—¿Álex? —Matt se puso en pie, sacudiendo la cabeza—. ¿Ves? Ni siquiera puedes decirme dónde naciste. ¿Qué pasa?

Mi madre pensaba que cuanta menos gente supiese sobre nosotros, mejor. Era increíblemente paranoica, pensaba que si alguien sabía demasiado, el Covenant nos encontraría. ¿Tan malo sería? En cierta manera quería que nos encontrasen, para acabar con aquella locura.

Cada vez más frustrado, Matt se pasó los dedos por el pelo.

—Creo que voy a volver con el grupo.

Le vi darse la vuelta antes de levantarme.

—Espera.

Se dio la vuelta, levantando las cejas.

Respiré profundamente un par de veces.

—Nací en una estúpida isla de la que nadie ha oído hablar nunca. Más allá de la costa de Carolina del Norte.

La sorpresa se reflejó en su cara y dio un paso hacia mí.

—¿Qué isla?

—En serio, no habrás oído hablar de ella —crucé los brazos sobre el pecho mientras se me ponía toda la piel de gallina—. Está cerca de Bald Head Island.

En su cara se creó una amplia sonrisa y sabía que estarían apareciendo unas pequeñas arrugas en sus ojos, como cuando algo le hacía realmente feliz.

—¿Tan difícil era?

—Sí —hice una mueca y sonreí, porque Matt tenía ese tipo de sonrisas que son contagiosas, una sonrisa que me recordaba a la de mi mejor amigo, al que no había visto en años. Quizá por eso me acerqué a Matt. Mi propia sonrisa comenzó a desvanecerse cuando me pregunté qué estaría haciendo ahora mi antiguo compañero de fatigas.

Matt puso sus manos sobre mis brazos, descruzándolos lentamente.

—¿Quieres volver? —señaló con la cabeza hacia la playa, al grupo de chicos reunidos alrededor del fuego—. ¿O nos quedamos aquí…?

Dejó la oferta abierta, pero sabía a qué se refería. Quedarnos allí y besarnos un poco más, olvidar un poco más. No parecía mala idea. Me quedé a su lado. Al mirar por encima de su hombro, volví a fijarme en los dos tíos. Estaban casi a nuestro lado; suspiré en cuanto los reconocí.

—Tenemos compañía —di un paso atrás.

Matt giró un poco la cabeza y miro hacia los dos tíos.

—Genial. Son Ren y Stimpy.

Me reí por la acertada descripción. En las pocas veces que realmente coincidí con el horrible dúo, me negué a aprenderme sus verdaderos nombres. Ren era alto y desgarbado, su pelo, marrón oscuro, lo llevaba tan lleno de gomina que podría ser considerado arma peligrosa en muchos estados. Stimpy era el más bajito y gordo de los dos, con la cabeza afeitada y la complexión de una locomotora. Los dos eran conocidos por causar problemas allá donde fuesen, especialmente Stimpy y su cuestionable programa de levantamiento de pesas. Tenían dos años más que nosotros y habían terminado en el instituto de Matt antes de que yo pusiese un pie en Florida. Pero aún salían con los más jóvenes, seguramente para echarles un ojo a las jóvenes e impresionables chicas. Circulaban bastantes rumores negativos sobre aquellos dos.

Incluso bajo la tenue luz de la luna, se veía que su piel tenía un sano color anaranjado. Sus gigantescas sonrisas eran escandalosamente blancas. El más bajo susurró algo y se chocaron los puños.

Como era de esperar, no me gustaban.

—¡Hey! —gritó Ren mientras bajaba su fanfarronería—. ¿Qué pasa Matt?

Matt hundió sus manos en los bolsillos de sus pantalones cortos.

—No mucho, ¿tú que tal?

Ren miró a Stimpy y, luego, de nuevo a Matt. El polo rosa fosforito de Ren, al menos tres tallas pequeño, parecía pintado en su cuerpo huesudo.

—Pasando el rato. Luego nos vamos hacia las discotecas —Ren me miró por primera vez, paseando sus ojos por mi vestido y mis piernas.

Me entró una pequeña arcada.

—Te he visto por aquí unas cuantas veces —dijo Ren inclinando la cabeza a un lado y a otro. Me pregunté si sería algún tipo de extraña danza de apareamiento—. ¿Cómo te llamas, cariño?

—Se llama Álex —respondió Stimpy.

—Es nombre de tío.

Contuve un gruñido.

—Mi madre quería un niño.

Ren me miró confuso.

—Es el diminutivo de Alexandria —explicó Matt—. Lo que pasa es que le gusta que la llamen Álex.

Sonreí a Matt, pero tenía la mirada fija en los dos tipos. Vi como tensaba la mandíbula.

—Gracias por la aclaración, tío —Stimpy cruzó sus enormes brazos, mirando a Matt de arriba a abajo.

Viendo la mirada de Stimpy, me acerqué más a Matt.

Ren, aún mirándome las piernas, hizo un ruido que era una mezcla entre quejido y lamento.

—Joder, tía, ¿tu padre es un ladrón?

—¿Qué? —La verdad es que nunca llegué a conocer a mi padre. Quizá lo fuese. Lo único que sabía es que era mortal. Por suerte no se parecería en nada a aquellos capullos.

Aunque no tenía, Ren hizo como que sacaba músculo, sonriendo.

—Bueno, y entonces, ¿quién robó esos diamantes y los puso en tus ojos?

—Wow —pestañeé y me giré hacia Matt—. ¿Por qué nunca me dices cosas tan románticas? Estoy dolida.

Matt no sonrió como yo esperaba. Su miraba continuaba yendo de uno a otro, y pude ver cómo había cerrado los puños dentro de los bolsillos. Había algo en sus ojos y en la forma en que sus labios dibujaban una fina línea en su cara. La diversión se desvaneció en un instante. Estaba… ¿asustado?

Cogí a Matt del brazo.

—Venga, volvamos.

—Esperad —Stimpy agarró a Matt del hombro con la fuerza suficiente para hacer que se tambalease un poco hacia atrás—. Es de mala educación que salgáis huyendo sin más.

Una corriente de aire caliente subió por mi espalda y recorrió toda mi piel.

Mis músculos se tensaron.

—No le toques —avisé en voz baja.

No me sorprendió que Stimpy bajara la mano; me miró fijamente. Entonces sonrió.

—Es peleona.

—Álex —dijo Matt entre dientes, mirándome con los ojos bien abiertos—. Está bien. No te preocupes.

Aún no me había visto preocuparme.

—La actitud debe venir con el nombre —Ren rio.

—¿Por qué no nos vamos de fiesta? Conozco a un portero del Zero que nos puede colar. Podemos pasárnoslo bien —entonces fue a agarrarme.

Puede que Ren lo hiciese de broma, pero fue un mal gesto. Todavía tenía ciertos problemas con que me tocasen sin yo quererlo. Lo agarré del brazo.

—¿Tu madre es barrendera? —le pregunté inocente.

—¿Qué? —dijo Ren con la boca abierta.

—Porque una cara como la tuya está hecha para barrer el suelo —le retorcí el brazo hacia atrás. Vi como su cara reflejaba sorpresa. Hubo un segundo en que nuestras miradas se cruzaron y supe que él no tenía ni idea de cómo obtuve el control tan rápidamente.

Habían pasado tres años desde la última vez en que me peleé de verdad con alguien, pero se despertaron mis músculos en desuso y mi cerebro se desconectó. Me agaché bajo el brazo que le sujetaba, acercándolo a mí mientras enganchaba su rodilla con el pie.

En un segundo, Ren se comía la arena.